Atrapadas en la oficina de altas médicas, Petula y Virginia, para bien o para mal, empezaban a trabar conocimiento la una de la otra.

—Envejecer no es nada malo —susurró Virginia inclinándose hacia Petula.

—Tampoco es nada bueno —dijo Petula con un gesto de asco, como si su perro se acabase de cagar en la cocina—. Se te arruga y se te cae todo.

—Hay mucha gente que se sentiría afortunada si pudiese envejecer —dijo Virginia casi sombríamente—. Es un regalo.

Petula le clavó una mirada penetrante. La ingenuidad de aquella pequeña sabihonda le hacía hervir la sangre, pero se contuvo al ocurrírsele que, tal vez, había topado accidentalmente con un momento de su vida en el que ejercer de veras su magisterio. Con las Wendys y las otras chicas del instituto ejercía de icono más que nada, era el modelo a seguir. Imponía su liderazgo dando ejemplo. En cuanto a Scarlet, bueno, con ella no tenía nada que hacer. Pero la de ahora se presentaba como una oportunidad para impartir su sabiduría, para inculcar su particular filosofía a toda una nueva generación, y para cuya consecución se valdría de la pequeña Virginia como mensajera.

—No, es trágico. La juventud sí que es un regalo —arguyó Petula, admirando su cuerpo serrano—. Pregúntale a cualquier persona mayor.

—Qué intolerante —replicó Virginia dando muestras de una madurez sorprendente—. ¿Y qué hay de la sabiduría?

—Prefiero estar buena a ser sabia —dijo Petula—. No quiero convertirme en una de esas personas que recuerdan los días de su juventud como sus días de gloria.

—No todo el mundo es tan infeliz consigo mismo —contestó Virginia—. Hablas por hablar.

—Pues no me creas si no quieres —espetó Petula con indiferencia—. Sólo tienes que leer los sondeos de los folletos de supermercado.

Petula consumía estos artículos compulsivamente, no porque le importase lo que pensaran los demás, sino más bien porque solían revelar las inseguridades de la gente, debilidades de las que ella podía sacar provecho.

—Yo también he leído encuestas —respondió Virginia—. Como una que preguntaba a la gente qué cambiaría en sus hábitos si le quedasen tan sólo unos meses de vida.

—¿Y? —preguntó Petula, disimulando su curiosidad.

—Pues nada —dijo Virginia—. La mayoría de la gente no los cambiaría en nada. Nada de irse de compras por la Quinta Avenida, ni de crucero alrededor del mundo ni someterse a cirugía plástica.

—No me extraña —dijo Petula con frialdad.

Virginia pareció sorprendida y pensó que tal vez había conseguido socavar mínimamente la resistencia de Petula.

—No tendría sentido —explicó Petula—. La hinchazón apenas habría desaparecido a los seis meses.

Decir que Virginia estaba exasperada es poco, aunque cabe reconocer que empezaba a admirar la coherencia de Petula.

—¿Y qué me dices de cambiar solamente quién eres? —insistió Virginia como último recurso de su argumentación—. Por dentro.

—La mejor manera de cambiar quién eres —contestó Petula de forma tajante— es recurriendo al Photoshop.

—Ya verás, vas a ser una de esas quiero-y-no-puedo que merodean por el centro comercial tratando de encajarse ropa de talla infantil con el logotipo de tu tienda favorita impreso de un lado a otro de tu culo de mediana edad —dijo Virginia con inquebrantable confianza en sí misma.

El rostro de Petula adoptó el modo salvapantallas para protegerla de la crudeza y el realismo del futuro que se estaba imaginando. Se sacudió la idea y prosiguió con lo suyo.

—¿No te has fijado nunca en los pies de la gente mayor? —preguntó ofreciendo una visión sorprendente—. ¿También quieres eso?

—Mira quién fue a hablar —contraatacó Virginia, bajando la vista hacia el dedo gordo y la chapucera pedicura de Petula.

—Lo que digo —recalcó Petula— es que nadie va por ahí buscando la Fuente de la Vejez.

—Si haces que tu vida gire en torno a la apariencia física, entonces sí, reconozco que tienes razón —dijo Virginia insidiosamente—. Pero no sé si estoy preparada para toda una generación de abuelas con las tetas más grandes de la historia.

—Todo el mundo hace girar su vida en torno a la apariencia física —replicó Petula—. Ya sea sacando provecho de su propio atractivo para conseguir lo que desea o bien haciendo dinero para rodearse de gente atractiva. Nadie quiere ser feo ni viejo. La vida es una pasarela.

—No hace falta que me lo cuentes —murmuró Virginia.

—La gente prefiere que se la envidie a que se la respete —prosiguió Petula—. Quiere acaparar la atención, por cualquier motivo, ya sea bueno o malo, y hará cualquier cosa para conseguirlo.

—O exprimirá la vida de otro para conseguirlo —dijo Virginia de forma críptica.

—Oh, por favor, no me vengas ahora haciéndote la víctima y echándole la culpa de tu desgraciada vida a tu malvada madre manipuladora —escupió Petula sin compasión—. ¡Toda esa comedura de coco es como un falso positivo en un test genérico de embarazo!

—¿Eh? —dijo Virginia, que no tenía ni idea de qué estaba diciendo Petula.

—Cuando te da positivo la primera vez, te disgustas y vas llorando con tus penas a tus amigas —le aclaró Petula—. Luego te lo vuelves a hacer y da negativo. Te quedas de lo más aliviada, pero en el fondo te llevas un chasco.

—Tú sigue, no te cortes —dijo Virginia sarcásticamente.

—Desprecias toda esa historia de los concursos de belleza porque te obligaron a hacerlo y porque ahora lo tienes superado y no sé qué chorradas más —continuó Petula, resumiendo—. Pero una vez te presentaban, la gente empezaba a aplaudir y querías ganar, ¿a que sí?

—Pues claro, todo el mundo prefiere ganar. Es así como nos educan —dijo Virginia—. De lo que se trata es de conseguir la recompensa.

—¿Y por qué se te recompensaba? —preguntó Petula interrumpiéndola—. Pues por tu aspecto. Por tu juventud.

—Qué asco.

—Así es la vida —sentenció Petula—. Uno tiene que afrontar las cosas como son y no aferrarse a cómo desearía que fuesen. A veces, Virginia —sermoneó—, no queda más remedio que aceptar la realidad.

—Ya, pero sigo pensando que la vejez es un regalo —dijo Virginia, resistiéndose a dar su brazo a torcer.

—¿Ah, sí? Pues espero que sea un regalo con derecho a devolución —bromeó Petula.

Además de matar el tiempo, el rifirrafe evitó que Petula y Virginia se percatasen de que en tanto su discusión se hacía más y más acalorada, la temperatura de la habitación había vuelto a descender. Ambas se sentían cada vez más asustadas, pero eran demasiado orgullosas para expresar en voz alta lo que en realidad estaban pensando. Algo no iba bien. Nada bien.

* * *

Las dos amigas apenas si habían dejado de hablar desde la llegada de Scarlet y estaban acurrucadas en la litera de Charlotte, al más puro estilo hoy-duermo-en-casa-de-mi-mejor-amiga, charla que te charla, esperando a que amaneciera. Maddy se había tapado la cabeza con una almohada, pero ni aun así logró ahogar por completo el sonido de sus voces.

—Es increíble por lo que has pasado para llegar hasta aquí —dijo Charlotte maravillada.

—Bueno, supongo que se podría decir que me moría por verte —bromeó Scarlet, tan amante del humor negro.

—¿Has estado en Muertología?

—Sí, pero era una clase completamente diferente, con otros alumnos y otro profesor —explicó Scarlet—. Nadie sabía quién eras.

—¿En serio? —preguntó Charlotte un tanto decepcionada.

—Pero les hablé de ti.

Sonrió a Charlotte, sabiendo que era eso lo que en el fondo quería escuchar, y Charlotte le devolvió la sonrisa alegrándose de que Scarlet lo supiera.

—Esos chicos y chicas se portaron muy bien conmigo. Me hizo sentir mal tener que arrastrarlos en toda esta historia —confesó Scarlet.

—Por lo que parece, no lo suficientemente mal —añadió Maddy.

—Pero estaba claro que no me podía quedar —continuó Scarlet, ignorando la puya proveniente de la litera de abajo—. Tenía tanto miedo a quedarme atrapada allí.

—Vamos —interrumpió Maddy—, que te echaron a patadas como a quien se cuela en una fiesta.

—No —dijo Scarlet—. Hice una solicitud de Decisión Anticipada y aquí estoy.

—Muy astuta —dijo Charlotte, alabando el desparpajo con el que Scarlet se movía en el mundo de los espíritus.

—¿Me estás diciendo que te aceptaron? —preguntó Maddy con cierta envidia.

—Sí —dijo Scarlet con orgullo—. Estoy graduada, igual que vosotras, salvo que no estoy muerta ni nada de eso.

—Y yo sólo he conseguido esta cutrez de camiseta —murmuró Maddy.

Charlotte decidió distender el ambiente un poco y recondujo la conversación a un terreno menos controvertido.

—¿Y qué me dices de Hawthorne? —preguntó Charlotte con vehemencia—. ¿Se acuerda allí alguien de mí?

Charlotte sintió un cosquilleo en el estómago, similar al que se experimenta en una montaña rusa. Estaba convencida de que la recordarían, por lo menos durante un semestre o así. Pero se preparó para escuchar los detalles de su irrelevancia.

—Al principio fue un poco raro —explicó Scarlet—. Nadie quería reconocer que había pasado realmente.

—Mejor ser un famoso venido a menos —agregó Charlotte— que un quiero y no puedo.

—Pero entonces —Scarlet hizo una pausa para dar más efecto a sus palabras—, colocaron tu necrológica en la vitrina del vestíbulo, al lado de los alumnos distinguidos, delegados de clase, antiguas reinas del Baile de Bienvenida, deportistas seleccionados para representar al Estado, geeks de la Feria de Ciencias y otras criaturas repugnantes.

—Viniendo de ti —se rió Charlotte—, me lo tomaré como un cumplido.

Charlotte estaba que no cabía en sí de gozo con la noticia de su póstuma fama, mientras Scarlet seguía dale que te dale contándole cómo personas que ni siquiera la habían conocido contaban su historia con cariño y familiaridad. Cómo, en las semanas inmediatamente posteriores a su muerte, la gente se fundía de manera espontánea en abrazos multitudinarios en los pasillos para reconfortarse los unos a los otros, como si no tuviesen otra salida que sobrevivir juntos a esa tragedia. Como si antes de que ocurriera aquel suceso no hubiesen estado al tanto de que la gente podía morir, y se acabasen de enterar de que también ellos eran mortales. Se repartieron lazos negros y se contrataron psicólogos para ayudar a los estudiantes a soportar el duelo por alguien que antes de su muerte no sabían ni que existía. Ella les había dado a todos algo de lo que formar parte.

—Hasta hubo un estudiante que creyó ver tu imagen grabada en uno de esos rollitos que nos dan para el almuerzo en el comedor —se rió Scarlet—. Salió en el periódico del instituto.

Todo esto debería haber animado mucho a Charlotte, pero en lugar de disfrutar simplemente de la celebración de su recuerdo, empezó a sentirse triste y un poco engañada. De pronto se dio cuenta de que le hubiese gustado estar allí para verlo.

Cuando sus risas se apagaron, una extraña tristeza embargó a Scarlet también. No podía dejar de pensar en aquella necrológica que había escrito para Charlotte y en lo cerca que podían estar Petula y ella de necesitar una muy pronto. La posibilidad de un doble funeral se decantaba como lo más probable. La situación era cada vez más absurda y menos divertida.

—Es la primera vez que estamos juntas en tu habitación —señaló Scarlet con nostalgia a la vez que se sentía más próxima a la muerte que nunca.

Nuestra habitación —la corrigió Maddy con acritud.

—No te preocupes —la tranquilizó Charlotte con una sonrisa—. Sólo estás de visita.

Scarlet adoraba el arte que tenía Charlotte de poner al mal tiempo buena cara. Creía a Charlotte y creía en ella, como siempre. Tenía que hacerlo. A pesar de la irritante presencia de Maddy, estar con Charlotte la devolvió a una época en la que se sentía segura y en la que todo era nuevo y emocionante. Ahora había llegado el momento de poner a prueba esa fe.

—Damen está sentado en esa habitación, esperando —dijo Scarlet angustiada—. Esperando su… mi… regreso.

—Entonces será mejor que te pongas en marcha —sugirió Maddy.

—Scarlet, ¿todo esto lo haces por Petula…? —preguntó Charlotte—, ¿… o por Damen?

—No, bueno, no sé, podría ser —dijo Scarlet de forma esquiva, pues ni ella misma conocía la respuesta—. No ha pasado mucho por casa desde que empezó las clases, y ahora aparece de pronto, coincidiendo con el grave estado de Petula.

—Pues sí que da que pensar —intervino Maddy.

—Dice que es porque quería llevarme al Baile de Bienvenida —explicó Scarlet un poco a la defensiva.

—¿El Baile de Bienvenida? —caviló Charlotte en voz alta, haciendo grandes esfuerzos para impedir que en su mente volvieran a rondar las vanas ilusiones de antaño.

—Últimamente no conectamos tanto como solíamos —se quejó Scarlet, mostrándose a los ojos de Charlotte con una vulnerabilidad desconocida—. Es como si viviéramos en dos mundos aparte.

Charlotte sabía, de primera mano, lo que era estar en un mundo aparte. No pudo evitar pensar que tal vez fuera ella de quien se había enamorado Damen en realidad, pero al instante se sintió culpable por permitir siquiera que la idea se le pasara por la cabeza. Maddy permanecía en silencio, reuniendo información y escuchando atentamente cómo las dos chicas desembuchaban cuanto llevaban dentro.

—¿Te llama por teléfono? —preguntó Charlotte con curiosidad.

—Sí, claro, pero no es suficiente, ¿sabes?

—¿Y sabe él cómo te sientes?

—No. Y tampoco sé realmente cómo se siente él —dijo Scarlet con evidentes signos de frustración.

—El amor es un campo de batalla —interfirió Maddy sin poder contenerse.

La conmiseración de Damen por Petula era algo que sacaba a Scarlet de sus casillas, y la crisis de comunicación que ambos experimentaban hacía mucho más difícil que Scarlet pudiese leerle el pensamiento. Ella sabía que la razón principal de buscar a Charlotte era la de ayudar a Petula, algo que no estaba ansiosa por reconocer, pero Charlotte apuntaba a otra cosa. Recuperar a Petula, salvar su vida, volvería a centrar la atención de Damen en Scarlet por completo. Y eso era algo que se resistía a hacer, sobre todo delante de Maddy.

—Francamente —dijo Scarlet de manera poco convincente—, me parece que sólo quiero recuperar a Petula para que vuelva a convertir mi vida en un infierno.

Charlotte sonrió. Podía ver a través de los mecanismos de defensa de Scarlet y leer directamente lo que decía su corazón.

—Todo esto es tan extraño, ¿verdad? —dijo Scarlet, abarcando con la mirada cuanto la rodeaba y el rostro amable que tenía delante—. Que yo esté aquí.

Era extraño, pero muy grato. Charlotte estaba encantada de verse mezclada de nuevo en los cotilleos de Hawthorne, aun en tan difíciles circunstancias. No se había sentido tan bien desde que cruzara al otro lado. Se habían puesto casi totalmente al día sin tan siquiera abordar el que a todas luces era el asunto más importante de todos: ¿cómo, exactamente, iba Charlotte a echarle una mano?

Maddy, actuando como la voz de la razón, se coló de nuevo en la cálida y confusa escena.

—Aquí no hace más que perder el tiempo, Charlotte —advirtió Maddy—. No puedes ayudarla.

—¿Y tú qué sabes? —replicó Charlotte en un tono sorprendentemente cortante—. Tal vez esté aquí por alguna razón. Tal vez sea éste mi reencuentro.

Maddy se limitó a poner los ojos en blanco. Charlotte también sabía que no era así, pero se permitió un momento de egoísmo dadas las circunstancias.

—Si permanece aquí más tiempo, es probable que lo acabe siendo —dijo Maddy, recordándole fríamente que el tiempo no corría precisamente a favor de Scarlet.

A Scarlet le complació comprobar que Charlotte conservaba el arrojo que exhibiera la noche del Baile de Otoño, pero Maddy no andaba desencaminada. Aunque en ese momento pocas cosas le apetecían más que quedarse y charlar con Charlotte, lo cierto era que todavía había algo prioritario, la razón por la que estaba allí. No obstante, anduviese desencaminada o no, Scarlet empezaba a abrigar la clara impresión de que Maddy trataba de deshacerse de ella y no precisamente por nada que tuviese que ver con la búsqueda de Petula.

—Creo que ella debería marcharse —le dijo Maddy a Charlotte de modo tajante, luego se volvió y se dirigió a Scarlet directamente—: No es nada personal, Scarlet, pero Petula no está aquí todavía, y éste tampoco es tu sitio. Todavía.

—¿Has dicho que estaba en coma? —preguntó Charlotte, ignorando a Maddy.

—Sí.

—Bueno, pues si no está muerta del todo —especuló Charlotte—, tal vez se encuentre en algún lugar fuera del campus, ya sabes, en una oficina de ingreso, como la del… ¿hospital?

—Menuda tontería —reprobó Maddy—. Morirse no es como esperar turno en un partido de kickball.

—A decir verdad —dijo Charlotte—, se parece mucho a eso.

Maddy se quedó completamente perpleja, pero la expresión de aprobación que adquirió el rostro de Scarlet fue instantáneo. Muertología, la película de orientación, toda la metáfora aquella sobre Billy y Butch, las habilidades especiales y el kickball. Se le ocurrió pensar que era curioso que Maddy no hubiese pasado por eso también. Todo el mundo debía ver la película una y otra vez.

—Tenemos que salir del campus —continuó Charlotte.

—Genial. ¿Cómo? —preguntó Scarlet, ansiosa por coger la puerta e irse ya.

—Charlotte, no puedes volver al mundo de los vivos así por las buenas —la previno Maddy con urgencia—. Ahora tienes un empleo, responsabilidades en la plataforma telefónica.

—Te refieres a que podría perderme una de esas llamadas que nunca recibo —dijo Charlotte con sarcasmo, pero entendiendo, no obstante, que las consecuencias de aventurarse a lo desconocido podían ser muy peligrosas—. Estoy convencida de que puedes atenderlas por mí.

El malestar que le había producido el gesto de Maddy al contestar su llamada en el trabajo días antes había estado reconcomiendo a Charlotte, y le pareció que éste era un momento tan bueno como cualquier otro para hacérselo saber.

—No quiero que hagas nada que pueda perjudicarte —dijo Scarlet sintiéndose culpable y esperanzada a la vez ante la perspectiva de poder dar finalmente con la solución—. Tú señálame el camino y yo seguiré sola.

—No. Nuestra labor es ayudar a adolescentes con problemas, ¿no es así? —dijo Charlotte tajantemente, mirando a Maddy—. Tú eres una adolescente con problemas y yo voy a ayudarte.

—¿Es que no te acuerdas de todo lo que hemos hablado sobre las buenas obras? —dijo Maddy fuera de sí, cogiendo a Charlotte de sus escuálidos hombros en un desesperado último intento por hacerla entrar en razón—. ¿De lo inútiles que resultan? ¿De la pérdida de tiempo que suponen?

—Sí, y también recuerdo haberte dicho que haría cualquier cosa por Scarlet —dijo Charlotte con firmeza, mirando a Maddy a los ojos—. Scarlet necesita que la acompañe.

—Y yo necesito que te quedes —agregó Maddy.

A Charlotte le costó un poco procesar lo de que la «necesitaba», por no decir que la irritó bastante. En otras circunstancias, habría disfrutado escuchando a Maddy reconocer de aquella manera su vulnerabilidad, los celos que aparentemente le causaba la visita de Scarlet, pero no era eso lo que acababa de suceder. No era necesidad en el sentido de deseo lo que Maddy acababa de expresar; más bien parecía necesidad en el sentido de obligación.

—Y yo necesito que no te metas en mis asuntos —espetó Scarlet.

Charlotte estaba harta de que Maddy se metiera por medio, pero lo cierto era que se había portado como una verdadera amiga desde que llegaran, y resultaba más que comprensible que Maddy se sintiera amenazada por su relación con Scarlet.

—¿Por qué no te apuntas? —sugirió Charlotte—. Podrías sernos de ayuda.

—Lo siento, Charlotte —dijo Maddy—, pero no pienso arriesgarlo todo yéndome, y tú tampoco deberías.

Scarlet se limitó a fruncir el ceño como si ya se lo esperase. Maddy no le parecía la clase de persona que se sacrificaría por cualquier razón.

—Nadie ha dicho nunca que no nos podamos ir —contestó Charlotte de mala manera—. Al menos no técnicamente.

En ese instante sonó el teléfono del apartamento, y Maddy, haciendo gala de las habilidades adquiridas en la plataforma, se abalanzó hacia el aparato para contestar.

Volvió la espalda a las chicas y asintió unas cuantas veces, pero ni Charlotte ni Scarlet lograron oír una sola palabra de lo que decía. Es más, no se enteraron de que la conversación había acabado hasta que Maddy colgó el auricular y se volvió con una expresión mucho más alegre cubriéndole el rostro.

—Oye, Charlotte, ¿tienes un momento? —preguntó a la vez que la agarraba de su esquelética muñeca y la arrastraba al otro extremo de la habitación—. Verás, al principio pensaba que esta historia era una mala idea, con tanta carga de trabajo como tienes y todo eso —pió Maddy—, pero sé lo triste que has estado, y regresar, bueno, ya sabes, quizá tenga sentido para ti —continuó Maddy—. Lo que quiero decir es que esa hermana tan perfecta y popular de Scarlet está ahí tumbada, vulnerable y vacía, y tú eres probablemente la única que puede ayudarla en este momento.

—Entonces, ¿vas a ayudarme? ¿Lo dices en serio? —preguntó Charlotte.

—Para eso están las amigas, ¿no? —afirmó Maddy, y dio media vuelta y sonrió a Scarlet de oreja a oreja.