Charlotte y Maddy se colaron en el montacargas y descendieron hasta la planta baja junto con Damen y un carro de la limpieza que, a modo de sarcófago, contenía el cuerpo prácticamente inerte de Petula e iba cargado de una completa gama de productos limpiadores, fregonas, escobas, trapos, toallas de papel, papel higiénico y bolsas de basura. A Charlotte se le ocurrió pensar que no era una cámara funeraria precisamente glamurosa para tan noble personaje.
Damen salió del montacargas empujando el carro y se encaminó hacia las puertas batientes traseras de la entrada de servicio. El carro no estaba diseñado para transportar semejante peso, y podía sentir cómo las ruedas se combaban hacia dentro, dificultando las maniobras. Nadie parecía darle mayor importancia a este hecho cuando reparaba en el joven vestido de celador bregando con la pesada carga. El hospital era un lugar donde el personal de limpieza del escalafón más bajo se movía en el anonimato, y la batalla de Damen con el carro apenas si llamó la atención de nadie, con la excepción, pensó Damen, de su pasajera, inconsciente en el interior de la bolsa de lona que él transportaba por el edificio.
—Lo siento, Petula —decía con una mueca de dolor cada vez que chocaba contra la pared o saltaba sobre una grieta en la planta del sótano.
—Brutal —soltaba Maddy con una risita a cada sacudida de la cabeza de trapo de Petula, mientras arrastraba a Charlotte consigo, tratando de seguir de cerca a Damen conforme éste salía a trompicones, como buen quarterback que era, al aparcamiento.
Damen franqueó con el carro las enormes puertas y lo aparcó junto a un maloliente contenedor de color gris mientras se deshacía a toda prisa del mono de celador y lo arrojaba a la basura. Le alivió librarse del disfraz, aun después de tan poco tiempo. No es que fuera precisamente la clase de atuendo de héroe que se había imaginado vistiendo de pequeño, pero la misión que llevaba a cabo bien podría haber sido demasiado hasta para un Superman. Condujo el carro hasta el coche, echó un vistazo a su alrededor, abrió la puerta del acompañante, introdujo a Petula en el interior con toda delicadeza y la colocó en la postura más natural posible.
Maddy y Charlotte se metieron de un salto en el asiento de atrás, a su espalda. Charlotte miró a Petula y se recordó ocupando ese mismo asiento, jugando al «me quiere, no me quiere» mientras fingía deslizarse bajo su brazo. Le hizo gracia que ahora Petula le resultase a él casi tan invisible como lo fuera ella entonces, y de no haber muerto atragantada con un osito de goma, Charlotte estaría ahora medio ahogada de la risa por la ironía de todo aquello.
El estrépito de la puerta del acompañante al cerrarse la sobresaltó, y devolvió su atención a Damen mientras éste ocupaba a toda velocidad el asiento del conductor. Se entretuvo un segundo manipulando el espejo retrovisor, y Charlotte imaginó que la miraba a ella. Ella hizo otro tanto, perdiéndose en la mirada de aquellos ojos cálidos y afables que no había olvidado del todo, incluso después de tanto tiempo.
* * *
Gary guió a Pam, Prue y Scarlet de vuelta al hospital desde el aula de Muertología en un visto y no visto.
—Eh —las llamó él al reparar que tomaban otro camino—. Es por aquí.
—Es un momento, necesito comprobar algo antes —dijo Scarlet, caminando lentamente hacia su habitación.
Conforme se acercaban, Pam y Prue notaron que Scarlet cada vez iba más despacio, hasta que se detuvo prácticamente del todo a escasos pasos de la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó Pam con delicadeza.
Scarlet no respondió. No sabía muy bien qué responder. Tal vez hubiera una gran diferencia entre lo que esperaba ver y lo que razonablemente se podía esperar.
Para empezar, estaba el asuntillo aquel de ver su propio cuerpo allí tumbado. Se había visto durmiendo en fotografías ñoñas, pero la idea de contemplarse a sí misma en sus últimos hálitos de vida ya era demasiado. Y luego estaba Damen. Tal vez siguiese completamente concentrado en su adoración de Petula. No podía prever cuál sería su reacción si entraba allí y se lo encontraba en plena demostración de afecto, y ella acabaría sintiéndose culpable por estar celosa de su hermana moribunda.
—Ahora no es momento de dar la espantada —le advirtió Prue.
Pam y Prue entraron primero, rompiendo el hielo para Scarlet, que las siguió de cerca.
Ni rastro de Damen. Fue en lo primero en lo que reparó Scarlet. Vio sus cosas diseminadas por la habitación, pero él estaba desaparecido en combate. «Estará en casa dándose una ducha, tal vez», especuló. Le dolió un poco que la hubiesen abandonado, pero también la alivió no encontrárselo retorciéndose las manos de preocupación por Petula en lugar de por ella.
—Uf —suspiró Scarlet cuando se acercó a su propio cuerpo exánime.
Era justo lo que se temía. Hasta ella misma se encontró pálida, mucho más de lo habitual, y frágil. El catéter del brazo la estremeció, y el constante pitar del monitor cardiorrespiratorio la irritó igual que una de esas sirenas «mosquito» ahuyentadoras de jóvenes que supuestamente sólo pueden oír los adolescentes. Podía percibir el contorno de sus piernas bajo las almidonadísimas sábanas blancas, que se le pegaban a las rodillas y los pies como una especie de sudario de polialgodón. Eso de verse tal cual la veían los demás era una experiencia cuanto menos extraña y nada divertida.
Pam, Prue y Gary, que no querían interferir en la intimidad de Scarlet, apartaron la cortina y se colaron a hurtadillas en la zona de la habitación que ocupaba Petula para comprobar cómo estaba la cosa. Un grito ahogado más que audible devolvió a Scarlet de golpe a la realidad.
—¡Se ha ido! —gritó Pam desde detrás de la cortina, en el otro extremo de la habitación semiprivada.
—¡No! —aulló Scarlet, con una repentina sensación de ahogo—. ¡No puede haber… muerto!
—No —aclaró Prue, cogiendo a Scarlet de los hombros—. Me refiero a que se ha ido de verdad.
—Es decir, que no está aquí —confirmó Gary, retirando las sábanas de Petula y dejando al descubierto la cama vacía, embutida con toallas y almohadas.
—¿Dónde infiernos puede estar? —espetó Prue.
—Ésa es una posibilidad —dijo Gary sarcásticamente, metiendo baza.
—Mal asunto —advirtió Pam—. Sin su cuerpo, poco importa que encontremos su alma o no.
—¿Y si, bueno, ya sabes, y si se han llevado su cuerpo? —preguntó Scarlet muy nerviosa, apuntando a una respuesta que en realidad no quería escuchar.
—Si se han llevado su cuerpo, ¿quiénes han sido? —preguntó Prue con firmeza, no queriendo decir lo que a los tres les pasaba por la cabeza en ese instante. ¿Se refería Scarlet al médico o acaso pensaba que Charlotte podría haberse llevado el cuerpo de su hermana para disfrutar de un paseo más permanente con ayuda de Maddy? Ninguno de los tres tenía demasiado claro qué era peor—. Pam, tú baja al depósito y comprueba si está allí —ordenó Prue, optando por descartar la teoría del secuestro por el momento.
—¡Yo no bajo ahí ni loca! —dijo Pam con voz acobardada.
En ese momento, Prue reparó en el rastro visible de Petula, su camisón de hospital, que yacía arrugado en el suelo. Empezó a reunir pistas. Se percató de que el historial de Petula seguía prendido de la cama. No estaba cerrado, lo que significaba que Petula ni había sido dada de alta ni había muerto. Finalmente, cogió sus extensiones de pelo de encima de la mesilla de noche. Le mostró la prueba a Scarlet.
—Un momento, no habrían dejado esto aquí si hubiese muerto, ¿a que no? —preguntó Prue.
Scarlet se acercó a la parte de la habitación que ocupaba Petula y la inspeccionó. Los alrededores de la cama mostraban un aspecto muy similar al de su dormitorio después de una serie de apresurados cambios de ropa previos a una cita. Reparó en unos leves restos de un tono de maquillaje y de sombra de ojos desconocidos en la almohada y percibió el olor casi imperceptible de una fragancia verdaderamente apestosa que sólo podía pertenecer a una persona, o más bien a dos.
Y entonces descubrió la pista más importante de todas. El vestido del Baile de Bienvenida de Petula también había desaparecido. O bien Petula estaba muerta y enterrada con él, o bien…
—Las Wendys —dijo Scarlet en voz alta—. Ellas se la han llevado.
—¿Para qué? —preguntó Pam, poniéndole a Scarlet los pies en la tierra—. Está medio muerta.
—Además, ¿adónde se la iban a llevar? —añadió Prue.
—Al Baile de Bienvenida —dijo Scarlet con firmeza, mostrándoles los restos de un apresurado cambio de ropa.
Scarlet se preguntó cómo era posible que Damen lo hubiese permitido. A no ser… que estuviera con ella. Al instante, Scarlet sintió un gran vacío en el estómago. Hubiese preferido enfrentarse a su cuerpo inerte que contemplar el hecho de que Damen, quien había dicho que no se separaría de su lado bajo ninguna circunstancia, pudiese estar con Petula.
* * *
Mientras Damen se dirigía a Hawthorne High a toda velocidad, Petula se bamboleaba de un lado a otro como un péndulo roto, la boca ligeramente abierta, a cada volantazo del coche. Recordó que no era la primera vez que la veía en esas condiciones en su coche, pero en esta ocasión era del todo diferente. Se volvió hacia Petula, botando caprichosamente como uno de esos maniquíes que emplean en las pruebas de accidentes, y se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no estaba tan cerca de ella, aunque tampoco es que lo hubiese deseado. Aunque Petula viajase en el asiento de al lado, era Scarlet la que ocupaba sus pensamientos.
Damen había enviado antes un mensaje de texto al entrenador de fútbol y ya había empezado a extenderse como un impétigo la noticia de que estaba de camino… con Petula. Los alumnos empezaron a preparar gigantescas pancartas y mensajes de apoyo. Se pintaron enormes sábanas con las frases PETULA PISA FUERTE y ELLA HA RESUCITADO y se colgaron en las gradas. El maestro de ceremonias se puso a reescribir su discurso para la coronación, y las animadoras actualizaron los eslóganes sobre Petula que habían abandonado después de que ésta cayera enferma.
El que decía «¡Viva o muerta, Petula te deja con la boca abierta!» fue rápidamente reemplazado por uno nuevo: «A-Y-D-I-O-S-Q-U-É-I-L-U-S-I-Ó-N», que cantaban en voz alta, animando: «¡El dedo de Petula nos mola mogollón!». Tanto chillaban que Damen casi las pudo oír desde la acera al llegar.
Todo el mundo se mordía las uñas por conocer la noticia, todos salvo los antiguos alumnos anti-Petula y las pretendientes a reina del Baile de Bienvenida que llevaban, como ella, arañando votos todo el año. Si Petula se quedaba fuera, cualquiera podía ganar. Pero su regreso abocaba a las demás a una derrota segura, sobre todo por el extra de compasión que iba a recibir después de superar la muerte y demás.
A la llegada de Damen y Petula, se abrió la verja del aparcamiento del instituto, tal y como lo había hecho siempre para la Pareja Presidencial de Hawthorne. Damen aminoró la marcha al pasar junto a la caseta y saludó al vigilante levantando el pulgar.
—Cuánto tiempo —le dijo cariñosamente aquel viejo conocido—. Me alegra verte de nuevo por aquí.
—Sí, a mí también —dijo Damen, y esbozando una enorme sonrisa prosiguió la marcha.
En realidad no era así, pero ése era el menor de los fraudes que estaba perpetrando en ese momento. Habría dicho lo que fuese con tal de distraer la atención sobre Petula. Afortunadamente para él, ella era siempre tan grosera con todo el mundo que la gente se cuidaba muy mucho de no saludarla o mirarla a los ojos por si acaso. Nunca pensó que llegaría a apreciar tanto su naturaleza condescendiente como lo hacía en ese momento.
Damen aparcó en una plaza reservada situada al pie mismo de la alfombra roja. Cuanto menos hubiese que andar, mejor. Salió y saludó a la muchedumbre de fotógrafos que esperaba ansiosamente su llegada. Rodeó el coche, impidiéndoles la vista de Petula lo máximo posible, y con suma delicadeza la cogió en brazos y la sacó del interior, asegurándose de que su cabeza quedara apoyada contra su hombro. Se giró, sosteniendo a Petula en los brazos como si fuera una novia a punto de cruzar el umbral, y permaneció quieto durante unos segundos mientras a su alrededor destellaban los flashes y el gentío exclamaba complacido.
—¿Te lo puedes creer? —dijo Maddy restregándole a Charlotte en las narices la adoración que levantaba el dúo Petula-Damen—. ¿No son geniales?
—Sí —corroboró Charlotte—. Geniales.
La exagerada sonrisa y ojos saltones de Petula resultaban una manifestación de emoción de lo más peculiar, así lo comentaron entre ellos los cazainstantáneas, pero había que tener en cuenta que era un día muy especial para ella. Un reencuentro muy especial, no sólo con Damen sino también con su estatus en Hawthorne. Damen, por otro lado, tenía puestas sus esperanzas en otro reencuentro, más suyo.
—Recuerda —murmuró Damen para sí, al caer en la cuenta de que aquellas fotografías podían incriminarle de tener éxito en hacer regresar a Scarlet—. Es todo por ti.
—¿Has oído eso? —volvió a la carga Maddy, malinterpretando una vez más las intenciones de Damen—. Está plantando totalmente a tu amiga a cambio de su hermana comatosa.
Charlotte se sentía estupefacta. Todo aquello estaba sucediendo realmente. Damen y Petula juntos de nuevo, monopolizando el foco de atención, absorbiendo los elogios, como siempre, y Charlotte relegada a un segundo plano, completamente invisible, como siempre.
Todo el mundo les gritaba preguntas y Damen apenas podía pensar. Abrigaba la esperanza de que con este primer gran estallido de admiración ella empezaría a despertar, pero no movió ni un músculo. Si de algo estaba seguro era de que no podía permanecer más tiempo allí. Tenía que seguir adelante.
—Nada de entrevistas, por favor —vociferó Damen mientras recorría la alfombra a toda velocidad y entraba en la zona restringida donde estaban aparcadas las carrozas del desfile del Baile de Bienvenida.
* * *
En la oficina ya hacía más frío que en una cámara frigorífica, y Petula pasó un brazo alrededor del hombro diminuto de Virginia. Este gesto desinteresado le era tan ajeno a Petula que incluso dudó cuánto debía apretar. Virginia hizo de sus dudas una mera cuestión académica cuando se acurrucó confortablemente en la axila electrolizada de Petula, levantó los ojos hacia ella y sonrió. De pronto, la niña estaba mucho menos asustada.
—Pareces triste —dijo Virginia.
—Es que tengo tantas ganas de ir al Baile de Bienvenida. Éste es mi año.
—¿Cómo estás tan segura? —preguntó la niña con sarcasmo, haciendo gala una vez más de su experiencia como reina de belleza y de su avispado ingenio—. ¿Es que alguien se ha tirado al juez?
Petula no contestó, pero la achuchó lo más fuerte que pudo, afectuosamente, haciendo que la niña se riera por primera vez desde que estaba allí.