Las manos de Scarlet dibujaban salvajes molinillos en el aire húmedo conforme narraba su aventura a Prue y Pam. Les habló de Petula y la pedicura chapuza, de lo desesperado de su situación y de la razón por la que se había presentado allí. Una vez puestas al día y repuestas del shock inicial del reencuentro, la conversación pasó rápidamente a centrarse en Charlotte.
—Cuando llamó diciendo que estaba enferma… —dijo Pam— sospechamos algo.
—Así que nos fuimos a su apartamento para arrastrarla a la oficina —explicó Prue.
Scarlet presintió que ocultaban algo, pero lo dejó estar.
—Lo más raro de todo es que buscando a Charlotte —dijo Prue—, te hayamos encontrado a ti.
Las chicas permanecieron en silencio un instante, mirándose unas a otras, rumiando las circunstancias que las habían reunido de nuevo.
—Últimamente estábamos bastante angustiadas por no poder dedicarle más tiempo —se lamentó Prue—. Pero las cosas han cambiado y ya no son lo que eran en Muertología.
—De todas formas, eso sólo es una parte del problema —dejó caer Pam.
—¿Y cuál es la otra parte? —preguntó Scarlet—. ¿O acaso debería decir quién ?
Pam y Prue sabían con exactitud a qué se refería Scarlet. Todos desconfiaban de Maddy, incluso Scarlet, que apenas la conocía.
—Es una pesadilla de mujer —despotricó Scarlet.
—Qué nos vas a contar —corroboró Prue—. Y puede que hasta peor que eso.
—Se ha dedicado a alimentar las inseguridades de Charlotte por lo de no haber tenido un reencuentro —dijo Pam—. Además de alejarla de sus viejos amigos.
—Seguro que cuando apareciste —dijo Prue—, Maddy se echó a temblar.
—Sí, se puso un poco en plan pasiva agresiva, pero luego se ofreció a ayudarnos a buscar a Petula.
—¿En serio? —preguntó Pam lanzándole una mirada de complicidad a Prue—. ¿Adónde ibais?
—Al hospital.
—Pues vamos —ordenó Prue—. Ya.
* * *
—Allí está —dijo Charlotte, señalando con gran excitación al alto edificio que se elevaba a lo lejos.
—Venga —Maddy sonrió frívolamente y, agarrando la mano de Charlotte, tiró de ella para que se apresurase.
Conforme avanzaban serpeando por la pequeña ciudad, Charlotte volvía la cabeza de un lado para otro, evocando recuerdos, unos buenos, la mayoría malos, prácticamente a cada esquina y en cada tienda. Al bajar por Main Street pasaron junto al salón de belleza y vieron el improvisado altar conmemorativo en recuerdo de Petula.
—¡Vaya! —dijo Maddy captando la atención de Charlotte—. ¡Debe de ser realmente popular!
—No sabes cuánto —contestó Charlotte con un hilo de voz, mientras contemplaba las velas encendidas, los mensajes y el túmulo de coloridos ramilletes deseando su pronta recuperación que, derramándose desde la puerta del establecimiento, invadían la acera. Charlotte era toda una experta en erigir altares conmemorativos en su mente, pero la vista de uno real y palpable en honor a Petula era más de lo que podía soportar.
—Tú también debías de ser muy guay, ¿verdad?
El comentario de Maddy golpeó a Charlotte igual que la visión de la página de una revista en la que aparecieras tú y otra chica vistiendo el mismo conjunto y el ochenta y ocho por ciento de los lectores hubiese votado que a ella le sienta mejor que a ti. Charlotte recordó el acto en su memoria. El suyo no había sido ni tan siquiera una versión light del de Petula.
—Claro. Pusieron autobuses para llevar a la gente a la misa y todo eso.
De manera muy conveniente, eludió comentar el detalle de que los autobuses, de hecho, no llegaron jamás al acto, pero tampoco es que tuviera demasiada importancia. Ella había sido la protagonista durante medio día, y eso prácticamente significaba que su muerte había sido reconocida como festivo. En cualquier caso, esto la hizo sentirse un poco mejor, pero su falta de entusiasmo fue captada de inmediato por Maddy, quien decidió que no había necesidad alguna de seguir presionándola con el tema.
Traspasaron, sin ser vistas, la concurrida entrada de Urgencias del hospital y, una vez en el interior, rodearon el control de enfermería para buscar la habitación de Petula.
—Tercera planta —dijo Maddy, señalando con el dedo la lista de ingresados—. Habitación tres-tres-tres.
* * *
Damen estaba desplomado en su silla, colocado entre Petula y Scarlet, medio dormido, cuando la enfermera de la planta le rozó al pasar y lo despertó. Había venido a darles un baño de esponja a las chicas, empezando por Scarlet, de modo que Damen fue a sentarse a una silla más próxima a la puerta. La enfermera corrió la cortina que separaba las dos camas para que Scarlet gozase de mayor intimidad, y Damen lo agradeció. Empezaba a estar harto de ver cómo unos desconocidos, por mucho que fueran profesionales sanitarios, toqueteaban y manoseaban a su novia. La situación, en general, era tan indigna.
Una vez cerrada la cortina, no tenía muchos más sitios hacia donde mirar salvo a Petula, algo que no había hecho a menudo desde que comenzara su vigilia. Mientras contemplaba su cuerpo inmóvil, no pudo evitar pensar lo bueno que seguía siendo su aspecto. Como Petula era casi todo fachada, lo cierto es que no le sorprendió demasiado que su aspecto fuera lo último en estropearse.
Durante todo el tiempo que él llevaba en el hospital, ella había permanecido a las puertas de la muerte, pero no fue hasta ahora cuando la imagen de Petula muerta se le vino a la cabeza. La imaginó en un ataúd, el fruncido forro estudiadamente combinado con el tono de su ropa, sus altos tacones de punta apuntando desafiantes hacia arriba en el extremo inferior, y el anillo conmemorativo de su graduación destellando entre sus dedos cruzados, mientras una fila de dolientes aguardaba ansiosa por ver su cadáver. Se alegró de no poder ver a Scarlet en ese momento, con semejantes pensamientos rondándole la cabeza. Incluso estando en coma, era probable que le adivinase el pensamiento.
Retiró la mirada de Petula y fue a posarla más allá de su cama, donde descansaba un único ramillete de flores de su madre. Y eso sí que le extrañó. Le habían llegado noticias del improvisado altar conmemorativo que había aparecido a la puerta del salón de belleza, y de las habladurías que circulaban por la ciudad, pero nadie se había pasado a visitar a Petula salvo las Wendys, y no se podía decir que ellas contaran, teniendo en cuenta lo sospechoso de su motivación. Una expresión pública de dolor, como podía ser el altar, no es que pudiera considerarse un buen barómetro de afecto, porque esas manifestaciones siempre tenían más que ver con el espectáculo que con el fallecido propiamente dicho.
Pensó que ése había sido siempre el problema de Petula. Gozaba de popularidad, pero no gustaba a nadie, si es que eso tenía algún sentido. La gente quería que Petula se encaprichara de ellos, que se fijara en ellos, pero sin que el sentimiento fuera recíproco. Ahora que ya no podía ofrecerles ese refuerzo positivo invitándoles a sus fiestas, saliendo con ellos o, lo que es más, recordando sus nombres, se había convertido en una especie de niña estrella venida a menos a la que la edad hubiese dejado sin papeles de niña mona. Lo único que podía hacer ya por ellos era morirse, cuanto antes mejor, para que sus fans pudieran sentirse mejor consigo mismos por preocuparse y para proporcionar una última pizca más de entretenimiento a todo el mundo en tanto que conservaba su atractivo. Eso sí que era indigno.
Damen se acercó a Petula, movido no tanto por el remordimiento como por la culpabilidad. Había tomado la decisión correcta al quedarse con Scarlet, de eso no tenía dudas, pero era posible que no hubiese llevado el asunto como debería. A pesar de la arrogancia que había mostrado entonces, Petula era un ser humano y se había sentido humillada. Podía ser que hasta hubiese sufrido, aunque eso era algo que su orgullo jamás le habría permitido mostrar.
Incómodo, tomó la mano de Petula, que todavía conservaba la manicura francesa, entre las suyas por primera vez en mucho tiempo y se inclinó sobre ella, para pronunciar las palabras que posiblemente debiera haberle dicho tiempo atrás.
—Lo siento —susurró Damen.
En ese mismo instante, Maddy y Charlotte entraron en la habitación. La imagen de Damen arrullándole a Petula les causó un terrible impacto.
—Mira eso —dijo Maddy, como si estuviera comentando una telenovela—. Todavía la ama.
Charlotte enmudeció a la vez que los sentimientos de antaño afloraban en tropel y la visión de él hacía que su corazón se derritiera como un polo pegado al salpicadero del coche en un tórrido día de verano. Seguía tan rubio y guapo como siempre, y ahora se le veía tan dulce y vulnerable. Fue como si le hiciera, literalmente, un puente en el corazón. Ni siquiera la muerte podía retener aquellos sentimientos tan familiares. Nada tenían que ver con su cuerpo o su cabeza; estaban grabados en su alma.
—Ése es Damen —le dijo Charlotte a Maddy como una colegiala enamorada.
Lo cierto es que Charlotte era ahora más sabia y más madura, pero se quedaría estancada para siempre en su edad, y aquellas sentidas emociones a-flor-de-piel iban a acompañarla siempre. Ver a Damen la retrotrajo hasta un lugar donde tenía toda la vida por delante. Donde todo era posible. A. de O.: antes de Osito. Echaba de menos aquellos días, días de inocencia e ilusión, días en los que aún no estaba atrapada en la eterna adolescencia.
La mirada de Maddy saltaba de Charlotte a Damen y de vuelta a Charlotte, sopesando a ambos. La consternación de Charlotte era más que evidente.
—A qué tanta sorpresa —murmuró Maddy entre dientes, si bien lo suficientemente alto como para que Charlotte la oyera—. Los tíos son tan fieles como opciones se les presentan.
—¡Él no es así!
—¿Y qué pensaría Scarlet? —preguntó Maddy retóricamente—. Menos mal que hemos llegado nosotras antes.
—Ya —dijo Charlotte distraída—. Menos mal…
Maddy hablaba de Scarlet, pero Charlotte no dejaba de pensar en ella misma. Estaba obsesionada con la romántica escena que tenía lugar ante sus ojos, incapaz de resistirse a meter baza de nuevo, tanto como lo hiciera en el pasado.
—¿De verdad merecía la pena renunciar a favor de Scarlet —la pinchó Maddy—, para que al final acabase volviendo a Petula?
—No lo sé. Yo pensaba que sí.
—Buenas obras mal se pagan. Es lo que digo siempre.
Charlotte sabía mucho de efectos no deseados. Ella misma había sido víctima de ellos desde que se ahogó con aquella maldita gominola. Lo único que pretendía era ser popular, como Petula, y que Damen se fijara en ella. No acabar muerta, como al final resultó. No tener que esperar a que un teléfono sobrenatural sonara o a que un lloroso adolescente mimado llamase con un patético problema de tres al cuarto.
Damen se levantó y miró a Petula con candor. Charlotte hizo otro tanto. Tenía buen aspecto. Bronceada, tonificada, como siempre. Indefensa, no obstante, toda una novedad.
—Pues no es que le vaya a servir de mucho así —comentó Maddy—, ¿verdad?
—¿A qué te refieres?
—¿Es que no te das cuenta? —Maddy hizo una pausa para remarcar el efecto y señaló a Petula con un ademán, como si del premio de un concurso se tratase—. Podrías tener todo lo que siempre has querido.
Mientras Damen se alejaba de Petula, Charlotte se aproximó hasta que ésta quedó al alcance de su mano. La observó, contempló su pecho subir y bajar débilmente al ritmo de su respiración trabajosa. Pensó que quizá lo más decente fuera devolverla a la vida. De lo que no cabía duda es de que moriría si no encontraban su alma, pero tampoco había garantía alguna de que aquello fuera a ocurrir.
—¿Quién iba a enterarse? —la presionó Maddy, viendo que Charlotte vacilaba—. Sería el regreso más sonado de la historia.
—Yo jamás le haría a Scarlet algo así —dijo Charlotte, tratando de insuflar algo de sentido común a su cabeza.
Al levantar la vista, Charlotte se sintió como si estuviese arrinconada en una esquina del cuadrilátero recibiendo una paliza monumental.
—Mira, para empezar, ni siquiera tenemos la certeza de que Scarlet vaya a regresar —dijo Maddy—. Piensa en su madre, al menos se salvaría una de sus hijas. Estarías haciendo algo bueno, desinteresado.
A Charlotte la estremecía la idea de que Scarlet pudiese no regresar jamás, pero empezaba a captar por dónde iban los tiros de Maddy, y la asustaba. Ya había intentado poseer a Petula en una ocasión, y que ella recordase, no había ido nada bien que se diga. Con todo, la posibilidad de un segundo intento la intrigaba.
Pensándolo bien, las cosas empezaron a torcérsele verdaderamente del todo cuando fracasó en su intento de poseer a Petula y se vio obligada a poseer a Scarlet en su lugar. De no haber sido por ese tropiezo, Scarlet y Damen quizá no hubiesen llegado a conocerse nunca, y mucho menos acabar juntos. Charlotte se convenció de que la cuestión no era que estuviesen hechos el uno para el otro, sino más bien que había sido ella quien los había echado en brazos del otro, como los protagonistas de un romance de tiempos de la guerra a los que el destino acaba juntando, pero que en última instancia están condenados a la separación.
—¿Y qué pasa con Scarlet? —preguntó Charlotte sin demasiado entusiasmo, a la vez que movía sus manos a escasos centímetros sobre el cuerpo de Petula.
—¿Qué pasa con ella? Si por alguna razón acaba regresando, que lo dudo, conseguirá lo que quiere… o casi.
—A Petula —respondió Charlotte—, pero tal vez no a Damen.
—Tarde o temprano tendrá que hacer frente a la verdad, de todas formas —malmetió Maddy—. Está claro que él no la quiere en serio.
A Charlotte le costaba rebatir la lógica de Maddy. La angustia que sentía Scarlet podía no ser producto de su imaginación, al fin y al cabo. Tal vez la cosa se había enfriado y a Damen le habían asaltado las dudas propias del arrepentimiento del comprador, salvo que era demasiado decente para admitirlo. De poseer ella a Petula, de reanimarla, entonces al menos estaría haciéndole un favor no sólo a Scarlet o a Damen, sino al mundo entero. Acaso, pensó, ¿no sería maravilloso que Petula diera buen uso a todos aquellos regalos genéticos en lugar de valerse de ellos para urdir un plan que la convirtiera en la futura ex mujer de váyase a saber quién, con un suculento acuerdo de divorcio y uno de esos pretenciosos perrillos por «hijo»? Tal vez poseerla en ese momento constituyera una obra de caridad para la raza humana. Miró a Damen allí sentado con los ojos clavados en Petula y se armó de valor.
Charlotte alargó el brazo hacia el pecho de Petula, apoyó la mano sobre su corazón y se disponía a recitar el encantamiento cuando la enfermera de planta descorrió la cortina que había estado ocultando el cuerpo de Scarlet. El ruido desconcentró a Charlotte, quien al volverse y ver a Scarlet, allí tumbada, tan pálida y desvalida, recuperó rápidamente el sentido común.
—No puedo hacerlo —le dijo a Maddy, restregándose los ojos como si acabase de despertar de un sueño profundo.
* * *
Scarlet, Pam y Prue empezaban por fin a avanzar un poco. La maraña de ramas, hojas muertas y la espesa niebla habían dado paso a un bosque de tocones chatos y a una bruma ligera.
—¿Y dices que Charlotte y Maddy iban al hospital? —le preguntó Pam a Scarlet.
—Creo que sí. Era la única información que pude darles.
—Pues puede que eso nos venga bien —respondió Prue.
—¿Por qué?
—Probablemente se dirigirán a su habitación del hospital, donde está su cuerpo —explicó Pam—. Pero su espíritu no estará ahí.
Scarlet se quedó pensando un momento y cayó en la cuenta de que allí seguía también su cuerpo. Le daba escalofríos pensar que Maddy pudiese estar allí mirándola, juzgándola.
—¿Y entonces dónde estará? —preguntó Scarlet, hecha un lío.
—En la oficina de ingresos del hospital —dijo Prue—. Dondequiera que esté.
—Todo el mundo tiene que pasar por una oficina de ingreso —explicó Pam— de camino al otro lado.
—Yo no. Yo aparecí directamente en el aula de Muertología.
—Eso es porque no estás muerta, Scarlet —le espetó Prue, con un claro tono de desaprobación.
—¿Y cómo vamos a encontrar la oficina? —dijo Scarlet.
—Buena pregunta —contestó Pam—. Sólo los chicos y chicas que han pasado por ella saben dónde está y cómo llegar.
—Pero hay muchas probabilidades de que alguno de los chicos o chicas de tu clase de Muertología hayan accedido a ella a través del hospital —continuó Prue recogiendo el testigo del comentario de Pam—. ¿Sabes dónde está?
—Lo sé —dijo Scarlet con un resoplido.