Petula seguía tumbada en la misma camilla en la que la habían colocado los ATS, desnuda bajo uno de esos camisones blancos de hospital, de talla única y abiertos por la espalda. Scarlet la había acompañado en la ambulancia, evitando las miradas que la acusaban de SPM —Sospechosa de Parricidio Meditado— a la vez que observaba con nerviosismo cómo los técnicos comprobaban sus constantes vitales y trataban de estabilizarla. Tras entrar por la puerta de Urgencias sobre su camilla de ruedas, habían conducido a Petula hasta una sala de observación aislada, apartada del resto de los pacientes que estaban siendo tratados en las salas de Urgencias.
—¿Qué es, doctora? —rogó Scarlet, inclinándose sobre el cuerpo inerte de Petula.
—De momento, no tengo ni idea —contestó la doctora Patrick—. De lo único que estamos seguros es de que tiene fiebre y no responde a los estímulos. Clínicamente, está en coma.
Scarlet apartó la vista, petrificada al escuchar aquella palabra, y le alivió ver a su madre entrando a toda prisa en la sala. Le agradó menos ver a las Wendys precipitarse al interior justo a la zaga. La expresión que adoptaron sus caras al ver a Petula podría haber sido interpretada por quien no las conociera tan bien como reflejo del estupor o del dolor o puede que hasta de la aflicción, pero a Scarlet no la engañaban. Sabía que era el reflejo de la más pura envidia. Aunque se ufanaba de su incapacidad de leer los pensamientos de las Wendys en todo momento, Scarlet acertó al suponer que la razón de su envidia era la perfecta inmovilidad de Petula. Se habían presentado a una selección de modelos de body sushi para el nuevo restaurante japonés de la ciudad, y permanecer absolutamente inmóviles era un requisito esencial que todavía tenían que aprender a dominar.
—¿Está tomando alguna medicación? —continuó la doctora a la vez que procedía a examinar a Petula.
—Pues no de forma regular, no —respondió Wendy Thomas por iniciativa propia.
—No, claro que no —soltó Scarlet al tiempo que se plantaba junto a su madre como una tigresa defendiendo a sus crías—. Esta sala está reservada sólo a la familia, ¿verdad?
—Somos más hermanas suyas que tú, Harlot[3] —añadió Wendy Anderson. Aquello le dolió porque Scarlet sospechaba que, ya fuese para bien o para mal, era muy probable que tuviesen razón.
Kiki Kensington, la madre de Petula y Scarlet, las mandó callar con un movimiento de la mano. La cosa era seria y enseguida quedó patente de quién habían heredado Petula y Scarlet su talante brusco, poco dado a andarse con tonterías.
—¿Existe alguna posibilidad de que esté embarazada? —preguntó la doctora Patrick.
—No. NO está embarazada —negó la señora Kensington de forma tajante y autoritaria.
—La verdad es que se le ve el vientre algo hinchado —le comentó Wendy Anderson a Wendy Thomas torciendo la boca a la vez que se daba unas palmaditas en su tripa lisa como una tabla en busca de alguna molla.
—Ya ves, noqueada y preñada —farfulló Wendy Thomas.
—Bueno, hay que reconocer, doctora, que no podemos estar seguros de si está embarazada o no. Verá, lo cierto es que anoche quedó para salir con Josh —dijo Wendy Anderson, evaluando las pruebas con la destreza de una jovencísima CSI licenciada en un curso online—. Así que no creo que ninguno de los aquí presentes tengamos la autoridad de considerarla estéril.
Scarlet puso los ojos en blanco y silenció a las Wendys con una mirada capaz de derretir los polos más rápido que el calentamiento global. No estaba por la labor de dejar que aquellas maliciosas descerebradas extendiesen por Hawthorne el rumor de un posible embarazo de las proporciones del atribuido a la princesa Diana estando Petula como estaba, fuera de combate y completamente indefensa.
—Lo siento, pero es algo que debemos preguntar a todas las mujeres en edad de procrear antes de administrar cualquier tipo de tratamiento o medicación —añadió la doctora Patrick amablemente en consideración hacia la señora Kensington—. Es el protocolo. De todas formas, lo confirmaremos con un análisis de sangre. ¿Por qué no salen todas y descansan un poco? Es posible que no tengamos los resultados hasta dentro de unas horas. Las llamaremos si se produce algún cambio.
La señora Kensington salió para llamar a su ex marido, con Scarlet pisándole los talones. Scarlet la observó teclear el número, y se quedó un tanto sorprendida. Ni siquiera sabía que su madre conservase aún su número de teléfono. La tragedia y la enfermedad tienen una extraña manera de volver a unir a las personas, pensó. Incluso a ex parejas mal avenidas.
Por algún motivo, escuchar aquella conversación hizo que pensara en Charlotte y la fotografía del acto conmemorativo que apareció en el periódico del instituto. Recordaba perfectamente que en ella no había nadie de la familia de Charlotte. ¿Es que no tenía a nadie que la echara de menos?, recordó que había pensado mientras tecleaba la necrológica. ¿Es que no le importaba a nadie?
Scarlet le dio un abrazo a su madre y se dirigió hacia el ascensor mientras trataba de localizar a Damen en el móvil. La operadora no cesaba de contestar «fuera de cobertura», de modo que ni siquiera pudo dejarle un mensaje. No le apetecía enviarle un SMS detallándole por escrito lo que ocurría. Le necesitaba ahora más que nunca y él no estaba disponible.
Mientras la señora Kensington y Scarlet salían de la sala de observación, las Wendys se rezagaron.
—Por cierto, doctora, una cosa más —dijo Wendy Anderson justo cuando la médico salía por la puerta—. ¿Lo del coma no es contagioso, verdad?
La doctora ignoró la pregunta y corrió la cortina azul dejando al trío en el interior.
Las Wendys intercambiaron miradas e inmediatamente sacaron sus iPhones. Acto seguido, emprendieron una sesión de fotos improvisada para el Facebook, posando junto al cuerpo inconsciente de Petula. Wendy Anderson ladeó la cabeza de Petula para pegarla a la suya mientras Wendy Thomas se subía a una silla, a fin de obtener la mejor perspectiva aérea posible, y hacía las fotografías.
—No veas la de visitas que vamos a tener. ¡Envía aviso de que hemos agregado nuevas fotos! —exclamó Wendy Thomas mientras agitaban insensiblemente sus PDAs en el aire, apuntando a diestro y siniestro, como linternas en una cueva oscura, tratando de dar con una señal WiFi para así poder colgar el nuevo contenido.
* * *
Las Wendys consiguieron las visitas que andaban buscando, y a resultas de ello se propagó casi al instante la noticia de que Petula estaba hospitalizada. Los chicos de su clase partieron en peregrinación al hospital tan pronto como la página web de las Wendys se cayó por exceso de visitas. No es que quisieran interesarse por su estado o presentarle sus respetos, no; fueron hasta allí para ver con sus propios ojos a Petula Kensington, inconsciente, en cama, y prácticamente desnuda. Era un sueño colectivo hecho realidad.
—¿Nombre? —preguntó la recepcionista de más edad que atendía el mostrador del control de enfermeras.
—Burns, Richard —respondió un chico mientras Scarlet pasaba de largo.
La recepcionista imprimió el nombre en una etiqueta adhesiva de identificación.
—Buen intento, Dick Burns… Como si nadie hubiese oído ese nombre antes —espetó Scarlet mientras le arrancaba la identificación de su cazadora American Eagle.
La recepcionista parecía confusa.
—Quieren echarle una ojeada —bramó Scarlet, enfurecida con el grupo de chicos babeantes y con la ignorante recepcionista—. Mi hermana no recibe visitas, sólo los amigos íntimos y familiares de la lista que les hemos proporcionado. Está en el ordenador.
Una larga fila de chicos suspiró al unísono y dio media vuelta para irse mientras Scarlet franqueaba las puertas de cristal.
Se volvió de espaldas a toda prisa y pulsó una vez más la tecla de marcación rápida para llamar a Damen. Necesitaba desesperadamente algo de apoyo y, sobre todo, consejo. Interrumpió su llamada el tono de otra en espera. Se despegó el teléfono de la oreja y echó un vistazo a la pantalla. Era un mensaje de texto. Pulsó ansiosamente una tecla para abrirlo pero el mensaje no era de Damen, sino de su madre. Decía que había vuelto la médico y que quería que Scarlet regresara a la habitación.
Scarlet no esperó a que llegara el ascensor, en su lugar subió corriendo cuatro tramos de escaleras y llegó arriba en cuestión de segundos.
—¿No pueden poner una bombilla menos potente en este cacharro? —preguntó Wendy Thomas a la enfermera, que en ese momento comprobaba el historial de Petula sosteniendo en alto la lámpara—. ¡Da muchísima luz y hace que se le vean unos poros enormes !
Scarlet y su madre pasaron al interior de la habitación cogidas de la mano, para afrontar unidas cualesquiera fueran las noticias que tenían que darles. La doctora Patrick entró justo detrás de ellas. Abordó el asunto inmediatamente, utilizando ese tono flemático al que de costumbre recurren los médicos cuando las noticias no son buenas.
—Los resultados de la analítica nos han permitido descartar varias cosas, entre ellas un pequeño quiste de ovario que pensamos podría haberse roto y causado una infección.
—¿Un quiste? ¡Mi tía tuvo un quiste y tenía dientes! No dientes normales, no, ¡muelas! —dijo Wendy Anderson haciendo auténticos esfuerzos por no echar la primera papilla. Con todo, si Petula tenía un quiste, ellas en secreto también querían uno.
—No obstante, el recuento de glóbulos blancos es alarmantemente elevado y tiene muchísima fiebre —farfulló la doctora Patrick, descartando y teniendo en cuenta enfermedades, mientras examinaba a Petula a conciencia—. Esta reacción tan aguda tendría que deberse a una causa reciente…
Conforme hablaba, la doctora Patrick retiró la sábana un poco más, de forma que los pies de Petula quedaron al descubierto.
—¡Pero si le han quitado su esmalte de uñas de Chanel nuevo! —exclamó Wendy Anderson—. Se va a poner como una furia. ¡Ese tono ya no se encuentra ni en eBay!
En cualquier otra situación, Scarlet ya habría echado a las Wendys del cuarto hacía un buen rato, pero por extraño que fuera, sus comentarios superficiales resultaban reconfortantes ahora. Observó intimidada a su hermana, parcialmente expuesta, mientras la toqueteaban aquí y allá como a un cadáver en unas prácticas de la Facultad de Medicina, despojada de su esmalte de uñas y de toda dignidad.
—¡Aquí está! —dijo la doctora señalando su uña.
—Ah-oh… —las Wendys, Scarlet y Kiki tragaron saliva a un tiempo.
—Su hija ha contraído una infección por estafilococo —la doctora Patrick entornó los ojos y se inclinó para mirar de cerca el dedo gordo de uno de los pies de Petula—, en su última pedicura.
—¿No estaba borracha? —preguntó Scarlet.
—No, estaba perdiendo el conocimiento, y si no llegas a traerla aquí de inmediato, es posible que no lo hubiese contado —dijo la doctora Patrick acomodándose los largos mechones rubio ceniza del flequillo detrás de la oreja—. ¿Ven ese pequeño corte en el dedo?, pues ése es el foco de la infección —dijo la doctora Patrick—. Esos salones de belleza no son nada seguros, por no decir que nada higiénicos.
—¡Ya estamos otra vez, igualito que en Pearl Harbor! —saltó Wendy Thomas con un alarido de incredulidad—. ¡Un ataque a traición!
—Le dije que no fuera a ese salón —continuó Wendy Anderson—. He oído que a Kim Makler la dejaron sin dedo gordo en ese sitio y se ha quedado sin poder ponerse sandalias esta primavera.
—¿Se recuperará? —preguntó la señora K, obviando por completo los ridículos comentarios de las Wendys.
—Lo sabremos en las próximas veinticuatro horas —respondió la doctora Patrick, ordenando a la enfermera que le triplicara a Petula la dosis de antibiótico.
Scarlet se giró y advirtió el gesto de «preocupación» en el rostro de las Wendys cuando le abrieron otra vía a la paciente, pero sospechó que estaban felices de poder formar parte de una situación tan dramática. Estar tan cerca de Petula en el que quizá podía ser el momento de su muerte las convertía en firmes candidatas para heredar su posición, su «mismidad». Eso podía lanzar sus carreras en el instituto y establecer un nuevo legado para ellas como líderes, y no meras seguidoras. Después de todo, ¿qué era el instituto sino un juego de «cada una a lo suyo»?
—No hace falta que vayáis a Louis Vuitton a comprar una mantita para el ataúd —bromeó Scarlet—. Se va a poner bien.
Las Wendys salieron de la habitación, y una vez fuera se reagruparon al instante, discutiendo sobre imaginarios planes de funeral y sobre dónde comprarían sus trajes de luto de alta costura.
—Cada uno expresa su dolor a su manera —comentó la doctora después de que hubieran salido.
Scarlet rodeó a su madre con los brazos.
—De hecho, se trata del momento más crítico. Lo único que podemos hacer es esperar —dijo la doctora Patrick, haciendo que la señora K prorrumpiera en llanto.
Scarlet se propuso no moverse de allí para que su madre tuviera alguien en quien apoyarse, pero ¿en quién iba a apoyarse ella? Damen seguía desconectado, de todas las formas imaginables.
* * *
Kiki indudablemente necesitaba a Scarlet, pero Petula, decidió, la necesitaba más. Después de recoger una muda en casa, Scarlet le dio un beso a su madre y la tranquilizó. Antes de que pudiera salir por la puerta, su madre la detuvo y rebuscó algo en el armario del vestíbulo.
—Por favor, llévate esto —le pidió con la voz ronca de tanto llorar—. Lo necesitará cuando despierte.
Scarlet no era una chica sentimental, pero sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas cuando tomó con delicadeza de la mano de su madre el vestido que Petula tenía planeado ponerse en el Baile de Bienvenida, que, como cada año, brindaba a los antiguos alumnos la oportunidad de regresar al instituto y reunirse con sus viejos compañeros de clase. Al sentir el género deslizarse entre sus dedos, Scarlet comprendió por primera vez la razón por la cual el Baile de Bienvenida era tan importante para Petula. La razón por la cual se había pasado el año entero haciendo lo imposible para reparar su reputación y recuperar su grupo de incondicionales. No era que Petula quisiera ser la reina del baile, necesitaba serlo. Scarlet no pronunció una palabra más.
Al llegar al hospital entró con él en la habitación y lo colgó donde Petula pudiera «verlo», tal y como su madre le había pedido. Tal vez no surtiera ningún efecto en el estado actual de Petula, pero verlo allí sin lugar a dudas hizo que Scarlet se sintiera mejor. Agotada, se desplomó en la silla, se quitó su trenca rockabilly, la lió en forma de almohada y poco a poco concilió el sueño.
* * *
Un arrastrarse de pies la despertó de repente. Eran demasiado pesados para que perteneciesen a las enfermeras o las auxiliares, pensó. Abrió los ojos y trató de enfocar la mirada.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó Scarlet, incorporando la cabeza del sillón reclinable de escay verde oliva. Se puso de pie y se acercó a aquella figura conocida que ocupaba el umbral.
—¿Por qué dices eso? —dijo Damen en voz baja, abrazándola tan fuerte que casi la hizo olvidar sus penas—. Acabo de llegar a la ciudad y me he venido corriendo para acá.
Scarlet no estaba muy segura de si todo era un sueño o no, pero, si lo era, le encantaba.
—Llevo intentando contactar contigo desde ayer por la noche —profirió atropelladamente—. Te llamé y te llamé, pero la operadora decía que estabas fuera de cobertura, y no hacía más que saltar el buzón de voz…
—Bueno, y entonces, ¿por qué no me dejaste un mensaje y ya está?
—Y como la otra noche tenías tanta prisa por colgar —continuó. Antes de proseguir, echó el freno y admitió sin más—: Pues eso, que pensaba que a lo mejor es que no querías hablar conmigo.
—¿Y eso por qué? —preguntó Damen.
Pero Scarlet tenía semejante expresión de angustia que Damen concluyó que la respuesta a aquella pregunta en concreto no tenía la menor importancia.
—No te llamé porque estaba en la biblioteca empollando para un examen —explicó—. Y —hizo una pausa— porque iba a venir de todas formas.
—¿Que ibas a venir? —preguntó ella.
—Para el Baile de Bienvenida, era una sorpresa —dijo Damen mientras volvía a estrecharla entre sus brazos—. Ya sé que no va demasiado contigo, pero te echaba mucho de menos.
«Lo dice en serio», pensó Scarlet para sí.
—He ido a tu casa directamente y tu madre me ha dicho lo que pasaba —explicó Damen, con unos ojos como platos—. No me lo podía creer.
Tenía todo el derecho del mundo a estar sobrecogido, todos lo estaban, pero Scarlet trató ahora de descifrar por el tono de su voz si lo que expresaba Damen era sólo sorpresa, o si sentía otra cosa, algo más profundo, como, quién sabe, aflicción, pena o… amor reavivado. Todo esto era tan impropio de ella que hizo un esfuerzo consciente por salir de su cabeza y volver a la conversación.
—Mamá está hecha polvo —dijo—. Está tan afectada que se niega a volver al hospital hasta que las noticias no sean mejores.
—Ya —Damen soltó una risita nerviosa—. Cuando llegué tenía fuera todos los zapatos de Petula y les estaba sacando brillo.
—Anoche estaba ordenando todas sus pestañas y uñas postizas por tamaño —confesó Scarlet—. Ha perdido la cabeza, y la verdad es que a mí me falta poco.
Era la primera vez que Scarlet expresaba en voz alta su preocupación por el estado de Petula, y el solo hecho de que tan inopinada confesión hubiese brotado de su boca la asustó. Él tiró de ella hacia sí una vez más, le apartó el pelo de sus ojos abotargados y, pasado un minuto, entraron en la habitación. Damen descorrió la cortina azul y miró a Petula —la examinó de arriba abajo, más bien—. Scarlet observó cada uno de sus movimientos buscando algún indicio de pasión renacida. No pudo evitarlo.
Era la primera vez que la veía en mucho tiempo. Desde el Baile de Otoño del año anterior, cuando ella había perdido los nervios. En cierto modo, se había preparado para verla en el Baile de Bienvenida. Pero verla de aquel modo le resultó triste. Petula era ante todo orgullosa, y aunque probablemente no le hubiese importado mostrarse así de expuesta, era más que seguro que le irritaría encontrarse tan disponible.
—¿Qué le ha pasado? —preguntó Damen.
—Los médicos dicen que ha cogido una infección con la pedicura —explicó Scarlet—. Claro que no se habría hecho la pedicura si no hubiese tenido una cita con Josh… y no habría quedado con él si yo no le hubiese robado a su novio.
—No creerás que todo esto es culpa tuya, ¿verdad? —le preguntó Damen con delicadeza.
Era muy amable de su parte decir eso, pero ¿cómo no iba a echarse la culpa?, pensó Scarlet.
Petula estaba a un paso de morir y probablemente había un millón de razones médicas para que así fuera, pero para Scarlet la única causa relevante era su propio egoísmo. Puede que los médicos no la encontraran en el Manual Merck, pero la razón era ella.
Damen se acercó a Petula, cogió su mano inerte y la sostuvo en la suya. A Scarlet le dolía verle allí de pie, tan preocupado. Damen estiró la sábana azul y paseó la mirada por todas las máquinas. Luego retiró el pelo de la cara de Petula, con delicadeza, igual que había hecho con el suyo. Scarlet quiso levantarse y salir de allí, pero no lo hizo. Petula y Damen tenían una historia juntos y eso no se podía cambiar. Si no se preocupaba por ella, ¿qué iban a pensar de él como persona?, pensó Scarlet.
—Vas a ver como sale de ésta —le dijo Damen a Scarlet tratando de tranquilizarla, pero le temblaba la voz.
—No sé —suspiró.
—¿Y qué dicen los médicos? ¿Son buenos? —preguntó Damen a la vez que luchaba contra unas ganas irrefrenables de llorar.
—No se puede hacer nada más por ella —dijo Scarlet, aguantándose también las ganas de llorar; no sólo por Petula sino también por ella—. Hay que esperar.
Damen volvió a mirar a Petula y empezó a rememorar el tiempo que habían pasado juntos. Lo intentó todo para despertarla, como dicen que se debe hacer cuando alguien está en coma. A Scarlet, que escuchaba allí sentada, sus recuerdos le resultaron demasiado recientes. Demasiado vivos.
—Ah, ¿y te acuerdas cuando dijiste que preferías estar muerta antes que tener el pelo encrespado? —preguntaba desesperadamente Damen, tratando de que ella recuperara el conocimiento—. Pues que sepas que está empezando a encresparse.
Scarlet superó los celos durante un instante ante aquella demostración de sincera conmiseración, que era lo que más le gustaba de él.
—Despierta, Petula. Te necesito… —hizo una pausa—… despierta.
Scarlet no podía soportar continuar allí y ser testigo de un segundo más de aquel momento de intimidad. Ya fuese por deferencia o por puro egoísmo, daba igual. Necesitaba hacer algo para recuperar a Petula. Para que todo volviera a ser tan anormal y errático como siempre. Si los médicos no podían ayudarla, encontraría otra vía por su cuenta. Acababa de enterarse de cómo hacer una RCP gracias al cartel que había colgado en Identitea, el café de Hawthorne donde trabajaba. Pero Petula parecía estar fuera de su alcance por mucho que ella se esforzara
Y entonces se le ocurrió.
Charlotte.