Scarlet no tenía ni idea de dónde podría encontrar a Charlotte, pero se sintió atraída, casi como una paloma mensajera, de regreso a Hawthorne High. De regreso a Muertología. ¿La razón? Una incógnita. Todos se habían ido, que ella supiera. Graduado. ¿A cuento de qué presentarse en un aula vacía? Pero algo tiraba de ella y siguió su instinto de vuelta al instituto.

Mientras se internaba flotando en el edificio pensó en Petula por un segundo, en lo extraño que se le habría hecho regresar a un lugar conocido y no encontrar ni una sola cara conocida. Y otro tanto de Charlotte. ¿No era espeluznante llegar a un sitio nuevo, ser el nuevo del lugar?

Conforme recorría planeando el largo pasillo, vio que se confirmaban sus peores miedos. El instituto estaba aparentemente vacío, pero antes de que el desaliento la venciera por completo, oyó voces a lo lejos. Enfiló hacia el sonido y, en efecto, divisó una luz que emanaba de la última aula. Se detuvo junto a la puerta y espió el interior a través de la ventanilla.

«Tiene que ser aquí —pensó Scarlet—. Muertología».

Volvió a asomarse, de forma más prolongada esta vez, con la esperanza de divisar a Charlotte o a alguien conocido.

—Pasa, pasa, quienquiera que seas —dijo la señorita Pierce alegremente.

Scarlet alargó la mano hacia el pulido pomo de latón y, no sin cierto esfuerzo, lo hizo girar hasta que cedió el cierre y consiguió abrir la pesada puerta.

La señorita Pierce era una mujer dulce de edad indeterminada: de aspecto agradable con unas pocas arrugas y una voz firme pero amable. Llevaba el pelo recogido en un moño prendido con un lápiz del dos, y lucía una elegante blusa de seda de manga larga conjuntada con una falda de lana de corte conservador. Parecía salida de una época en la que una persona de cincuenta años podía pasar por una de treinta y viceversa. Y a Scarlet se le ocurrió que hacía mucho de esas épocas. Se sintió mal por no tener una manzana que dejar sobre la mesa de la señorita Pierce.

—Bienvenida. Te estábamos esperando, pero… —tartamudeó la señorita Pierce—. Me temo que no sé tu nombre, señorita.

—Eh, Scarlet, Scarlet Kensington, señora —contestó en un tono respetuoso desconocido en ella—. Pero no creo que me esperaran a mí.

—Pues claro que sí, Scarlet —le aseguró la señorita Pierce, haciendo énfasis en su nombre como para que se le quedara grabado en la memoria—. Y ahí tienes tu sitio, el último pupitre libre, al fondo.

Scarlet intuyó el malentendido, pero antes de que pudiera decir esta boca es mía, la señorita Pierce le entregó un libro de texto, la cogió del brazo y la acompañó medio camino en dirección a su asiento. Conforme avanzaba entre las mesas, Scarlet iba mirando a izquierda y derecha y descubrió que no reconocía a nadie. No era buena señal. Sin embargo, en lugar de protestar, decidió ser paciente y aguardar a que la clase hubiera concluido para hablarle a la señorita Pierce de su dilema. Pensó que no había por qué hacer pensar a los chicos y chicas muertos de verdad que se creía mejor que ellos o algo por el estilo.

—Muy bien —continuó la señorita Pierce—, ahora que por fin estamos todos los que somos, revisaremos la película de orientación por última vez. Podéis seguir el texto en vuestros manuales de la Guía del Muerto Perfecto.

Se atenuó la luz y Scarlet se dedicó a ver la película por el rabillo de un ojo y a escudriñar a sus compañeros de clase con el otro. Comprobó que definitivamente no reconocía a ninguno. Luego se sobresaltó al sentir un golpecito en el hombro.

—Hola, Scarlet —dijo el chico sentado a su espalda cuando ella se giró para mirarle—. Soy Gary.

Gary o Green Gary, que era como lo conocían sus amigos del Otro Lado, era un chaval de aspecto agradable y asilvestrado, vestido con ropa ancha de tela de arpillera y zapatillas de cáñamo. Su aspecto era completamente normal salvo por la parte inferior del torso, que se veía deforme, casi retorcido por completo, como el tronco de un árbol viejo.

—Qué tal, Gary —susurró Scarlet esforzándose por mirarle a los ojos, algo nada fácil debido a su postura—. Estoy buscando a una chica, se llama Charlotte Usher. ¿La conoces?

—No —contestó Gary en voz baja—, pero no llevo tanto tiempo como otros de la clase. Eh, Lisa —se dirigió con un susurro al otro lado del pasillo—. ¿Conoces a una tal Charlotte?

Lipo Lisa era un primor de chica perfectamente acicalada, hidratada y depilada. Aun en el aula sumida en la penumbra, parecía relucir y echar destellos. La clase de chica capaz de hacerle la competencia a Petula y las Wendys, pensó Scarlet, con una salvedad: ella no era un caballo de feria, ella era una mula de carga. Lisa estaba muy atareada, viendo la película y haciendo flexiones de brazos con su manual Guía del Muerto Perfecto, cuando Gary interrumpió su tabla de ejercicios.

—Nunca he oído hablar de ella —gruñó Lisa sin apenas romper el ritmo.

—Pues gracias de todas formas —dijo Scarlet con sarcasmo—. Supongo que está demasiado ocupada quemando grasa para decir nada, ¿eh?

—No es que pueda decir mucho más —dijo Gary—. Murió mientras le hacían una liposucción chapuza en el cuello y tiene los músculos de la cara prácticamente paralizados.

—Seguro que antes se hizo la liposucción en el cerebro —espetó Scarlet.

—Lisa se considera a sí misma como la ola del futuro, una mártir de la belleza —dijo Gary sintiendo cada una de sus palabras.

—Bueno, pues entonces espero que pueda conocer a los setenta y dos cirujanos plásticos[6] en algún momento —se burló Scarlet.

A fin de pasar el tiempo, se entretuvo echando un vistazo a los nombres que, inscritos en etiquetas identificativas prendidas al dedo gordo del pie de sus compañeros, alcanzaba a leer bajo el tenue resplandor del proyector. Estaban Polly, Tilly, Bianca y Andy, por nombrar unos pocos. Justo cuando Scarlet empezaba a especular sobre el cómo de la muerte de cada uno de ellos, Gary le ahorró el trabajo susurrándole inesperadamente al oído:

—Ése es A.D.D.[7] Andy, un skater que intentó deslizarse sobre el borde de la cuba de una hormigonera con el eje trasero del monopatín —informó Gary—. Lamentablemente, la hormigonera se puso en marcha y Gary pasó a formar parte de la acera.

—Tonto del culo —dijo Scarlet en un tono endiablado.

—Sí, ya, pero consiguió un montón de visitas en Youtube —dijo Gary tratando de ser positivo.

—¿Y Tilly? —preguntó Scarlet haciendo un ademán hacia la chica en cuestión.

—No lo preguntarías si estuvieran las luces encendidas —dijo Gary con una sonrisa—. Tanning Tilly se frió en una camilla de bronceado. La chica era una auténtica adicta a los rayos UVA. Demasiado avariciosa con las bombillas.

—Esto está que arde —se burló Scarlet, haciendo alarde de su cortante sentido del humor por primera vez en mucho tiempo—. Consiguió un bronceado de muerte.

—Esa de ahí es Blogging Bianca —dijo Gary señalando a una chica que tenía los dedos encorvados como si fuera a ponerse a teclear de un momento a otro—. Su blog era su vida.

—¿De quién no lo es el suyo? —sonrió con suficiencia Scarlet, quien una de las cosas que menos soportaba en la vida era el valiosísimo tiempo que perdía la gente blogueando y embutiendo mundanas observaciones personales en sus pequeños cibertalleres clandestinos para consumo de las masas.

—Por desgracia, fue eso lo que le costó —explicó Gary—. Desarrolló una TVP, ya sabes, un coágulo de sangre por no moverse lo suficiente. Demasiadas entradas sarcásticas y demasiado poco ejercicio.

Demasiada información personal —dijo Scarlet con segundas, encogiéndose de asco—. Y mira, la que no quería desconectarse. ¿Y tú qué, Gary? ¿Cómo… acabaste aquí? —preguntó.

—Oh, pues iba al volante de mi híbrido y perdí el control del coche. Di un volantazo para esquivar un árbol y en su lugar me estampé contra un supermercado Diana’s.

—Toma puntería, ¡diste en el blanco! —dijo Scarlet, ahogando una risita con la mano.

—Sí, pero el árbol salió ileso, gracias a Dios —dijo Gary congratulándose de su logro.

—Pareces mayor que los demás —dijo Scarlet.

—Oh, pues la verdad es que soy el más joven, creo —dijo Gary—. Será porque nunca he ingerido conservantes en exceso.

—Oh —respondió Scarlet tratando de ocultar su estupefacción ante el hecho de que Gary pareciese de la edad de su padre—. Seguro que nunca te han pedido el carné.

—No, ni nunca lo harán —dijo Gary con una nota momentánea de tristeza en la voz.

—¿Y tú? —preguntó burlonamente a Scarlet una voz desde el otro extremo de la habitación—. ¿Cómo has acabado aquí?

—Y a ti qué te importa, Paramour Polly —dijo Gary—. Tiene celos de todo el mundo. Murió robándole el novio a su mejor amiga. Estaban haciéndolo en la vía del tren y…

—Puedes ahorrarme los detalles, gracias —le atajó Scarlet.

Decidió que había escuchado ya todo lo que quería o necesitaba escuchar.

Una vez informada sobre sus compañeros de clase, Scarlet concentró su atención en la pantalla. En ese momento, la película mostraba a Butch y Billy recibiendo lecciones sobre cómo emplear adecuadamente las «habilidades especiales». Scarlet encontraba la película fascinante, a decir verdad, pero no dejaba de recordarse a sí misma que ella estaba allí sólo como oyente. Toda aquella historia era superflua, puesto que ella, en realidad, no estaba muerta.

Tras encender las luces, la señorita Pierce dio por finalizada la clase, pero permaneció sentada a su mesa. Scarlet observó cómo salían del aula los demás chicos y chicas y se acercó a la profesora para hablar con ella.

—¿Puedo ayudarte en algo, Scarlet? —se ofreció la señorita Pierce muy amablemente.

—Eso espero —dijo Scarlet muy seria—. Verá, éste no es el lugar que me corresponde.

—Todos pensamos lo mismo al principio, querida —dijo la señorita Pierce—. Ya te acostumbrarás.

—Yo no quiero acostumbrarme… —Scarlet se contuvo—. Lo que quería decir es que yo no soy como usted y los demás.

—¿A qué te refieres, Scarlet? —preguntó la profesora, picada por la curiosidad.

—Yo no estoy muerta, señora —dijo Scarlet—. Aún.

La señorita Pierce recibió sus palabras con cierto escepticismo, pero al echar un vistazo a su relación de alumnos no pudo encontrar el nombre de Scarlet. Siguió escuchando, ahora con más atención.

—Y entonces ¿por qué estás aquí? —dijo la señorita Pierce—. No es que se cuente precisamente entre las prioridades de un adolescente.

—Busco a alguien que está muerto —respondió Scarlet—. Una chica, se llama Charlotte Usher.

—Pues lo siento, no está en esta clase —la informó la señorita Pierce, consultando de nuevo su lista de asistencia—. Francamente, no tengo ni idea de cómo podrías dar con ella.

—No es que entienda muy bien cómo funciona toda esta historia, pero sé que se graduó.

—Pues ésa es la cuestión, señorita Kensington —explicó la señorita Pierce—. Ninguno de los que estamos aquí sabemos dónde está ese lugar, pero todos estamos deseando que se nos brinde la oportunidad de ser trasladados allí.

Algo en el tono de la voz de la señorita Pierce indicó a Scarlet que ésta había albergado la esperanza de que la nueva alumna fuera quien les conduciría hasta el otro lado.

—Lo siento si mi presencia ha causado confusión.

—Has causado mucho más que confusión —dijo la señorita Pierce de forma enigmática—. Puesto que no hay nada que yo pueda hacer por ti de momento, ¿por qué no ocupas una habitación libre en Hawthorne Manor esta noche y esperamos a ver si mañana podemos solucionar tu problema?

—Gracias —dijo Scarlet, con la voz levemente quebrada por la tensión.

Scarlet empezaba a estar muy preocupada, el tiempo acuciaba y no sabía qué podría estar pasando en el hospital, pero a falta de otra elección decidió que sería interesante regresar a Hawthorne Manor, esta vez como huésped en lugar de como camarera.

* * *

Scarlet entró en Hawthorne Manor igual que cualquier otro día de trabajo, pero en esta ocasión tenía acceso especial a la residencia propiamente dicha. Era majestuosa y hermosa, tal y como la recordaba de la primera vez. Atravesó las enormes puertas de madera y cruzó el vestíbulo de mármol, orgullosa de haber colaborado en su día a preservar un lugar tan excepcional. Allí no había nadie, que ella supiera.

Caminó hacia la fabulosa escalera y ascendió a las habitaciones, echando miradas furtivas por encima del hombro durante todo el camino, en anticipación de los furiosos y resentidos fantasmas que tal vez moraban ahora aquí. Mientras recorría el pasillo reparó en que todas las puertas lucían placas rotuladas, luego llegó al antiguo dormitorio de Charlotte, que, por fortuna, parecía desocupado. Se le hizo raro atravesar la puerta, puesto que la última vez había entrado nada menos que flotando por la enorme vidriera.

Pasó el dedo por la repisa de la chimenea y pensó en Charlotte y en todo lo ocurrido. Pensó también en Damen y se preguntó si seguiría revoloteando alrededor de Petula en la habitación del hospital, o si habría encontrado un minuto para derramar unas lágrimas por ella, acariciar su mano y pedirle también a ella que regresara del borde del abismo. De improviso, no obstante, Scarlet se encontró pensando sobre todo en Petula y en cómo la iba a salvar. En ese momento, oyó unos golpecitos en la puerta del dormitorio.

—¿Scarlet? —susurró una voz.

—¿Sí…? —preguntó Scarlet extrañada; deseó que no fuese el cansancio que ahora la hacía oír voces… o algo peor.

Resultó ser Green Gary, con una inesperada invitación.

—Nos hemos juntado unos cuantos en la sala de reuniones. Si te apetece, puedes unirte a nosotros.

Pese a estar agotada, Scarlet vio en ésta una buena oportunidad para obtener alguna información de los chicos y chicas de la residencia.

—Pues claro —dijo a la vez que abría la puerta y salía disparada detrás de él cuan largo era el pasillo y luego escaleras abajo.

—¿Qué pasa, rostro pálido? —preguntó Tilly, burlándose de la piel de porcelana de Scarlet, que en su estado fantasmal parecía más translúcida todavía.

Lo normal es que Scarlet se hubiese sentido ofendida, pero al mirar a Tilly, que parecía uno de esos arrugados zombis radiactivos con la carne cayéndoseles a pedazos que salen en las antiguas películas de ciencia ficción cutre, su complexión rigurosamente protegida del sol parecía mucho más pálida en contraste. Describir el aspecto de Tilly como «bochornoso» era quedarse corto, y a Scarlet le pareció que no tenía necesidad alguna de «escaldarla» todavía más.

—¿Podemos llevarnos bien, por favor? —preguntó Green Gary saltando en defensa de Scarlet.

—No pasa nada —respondió ésta con brusquedad—. No estoy aquí para hacer amigos.

Polly miró a Scarlet de arriba abajo y se sintió amenazada por su estilo desenfadado y su belleza natural, por no hablar de la actitud excesivamente solícita de Green Gary hacia ella.

—Entonces, Tartlet[8], dime —canturreó con malicia—, ¿qué haces aquí?

—Eso —inquirió Blogging Bianca, sus manos cerniéndose sobre un teclado imaginario igual que las de una bloggerazzi dispuesta a ser la primera en comentar la entrada más reciente del blogger más popular de la red—. ¿Cuál es el propósito de tu estancia aquí?

Resultaba insólitamente surrealista el modo en que Bianca se quedaba congelada después de cada frase, como si formara parte de un blog de la vida real. Sólo le faltaba la flecha de «play again» impresa sobre la cara.

—Busco a alguien, bueno, en realidad busco a dos personas —dijo Scarlet con un hilo de voz—. Y no sé cómo encontrarlas.

—¿Amistades o familia? —preguntó Bianca.

—Las dos cosas —respondió Scarlet.

—No pueden ser las dos cosas. Las amistades son personas con las que escoges estar y la familia es gente con la que tienes que estar —dijo Bianca, que empezó a darle vueltas a la idea para convertirla en una posible entrada de blog, pero luego se dio cuenta de que cuanto menos debía intentar echar una mano—. Puedo activar una alerta de desaparición —se medio ofreció, obviando el hecho de que a todos cuantos podía alertar ya se encontraban en la habitación.

—¿Y qué, no tienes donde plantar las fotos, pedazo de idiota? —le gritó Andy a Bianca mientras practicaba nuevas piruetas de estilo libre en su monopatín—. Tiene que hacer algo de verdad, como buscar a esas personas, por ejemplo.

—En realidad estoy buscando a dos chicas. Confío en que la amiga me conduzca hasta la obra —dijo Scarlet—. Y el tiempo apremia.

—Ya veo —dijo Gary—. Es que estamos todos un poco decepcionados. Me parece que esperábamos que estuvieses aquí por nosotros.

Scarlet miró a su alrededor y percibió tristeza, frustración, soledad, pero no rabia.

—Supongo que todos estamos esperando a que alguien venga y nos salve —concluyó Scarlet.

* * *

Scarlet se acurrucó bajo las pesadas sábanas de la acogedora cama con dosel y acababa de quedarse dormida cuando sus ojos se abrieron de nuevo, espoleados por la luz de la luna que ascendía, como un falso amanecer, por la vidriera de colores. Su mala conciencia tampoco es que la estuviera ayudando mucho, y ya se había vuelto completamente inmune a sus cánticos chinos para dormir.

La probabilidad de conseguir dar una cabezada le pareció cada vez más remota, de modo que se retrotrajo al momento de su partida y empezó a darle vueltas a su impulsiva decisión. ¿No habría sido más útil echar una mano en el hospital en lugar de merodear a la caza y captura entre dos mundos? ¿Y la preocupación que le estaría causando a su madre? ¿Y a Damen? Al apartar la vista de la gélida mirada de la luna, reparó en el viejo manual de la Guía del Muerto Perfecto de Charlotte, que reposaba sobre la mesilla de noche, junto a la cama.

Recordó que el manual de Charlotte era diferente de los demás. Más antiguo, si no recordaba mal. Sacó el manual que le habían dado de debajo de la manta y se puso a pasar hojas, comparando páginas y capítulos. Se cruzó con el dedicado a la posesión en el libro de Charlotte, que no aparecía en el suyo.

—Esto ya lo tengo visto —dijo Scarlet, y pasó de largo el ritual.

Hojeó cada libro hasta el final, cotejándolos página por página, pero la única diferencia entre ambos era lo de la posesión, aparentemente. Hasta que llegó a la última página. Parecía más un formulario o una solicitud que un texto en sí. Fácil de pasar por alto, a no ser que uno lo estuviera buscando a propósito.

La cabecera de la página decía así: DECISIÓN ANTICIPADA.