Wendy Anderson y Wendy Thomas se presentaron en el control de enfermería vestidas para matar con sendos trajes sastre ceñidos a medida.
—¿Sabe si queda mucho? —le preguntó Wendy Thomas.
—No tienen que esperar —contestó la enfermera con amabilidad—. Pueden pasar directamente.
—No —aclaró Wendy Anderson—, lo que queremos saber es si les queda mucho más .
—Su estado no ha revestido ningún cambio —dijo con voz cortante después de consultar los historiales y de echar un vistazo al atuendo de ambas—. Nombres, por favor.
Las Wendys le tendieron sus respectivos carnés, pero la enfermera, como le ocurría siempre a todo el que comprobaba su identidad, apenas si pudo distinguir una fotografía de otra.
Echó una ojeada a las chicas y anotó rápidamente lo primero que se le vino a la cabeza en sus respectivas etiquetas de visitante: «T» & «A»[10]. Luego se las tendió a las chicas como quien maneja una muestra de heces.
—¿Quién dice que las enfermeras no son lo bastante listas para ser médicos? —dijo Wendy Anderson irónicamente.
Las dos glamazonas borraron la falsa aflicción de sus caras profesionalmente maquilladas y se alejaron con el andar inseguro de un elefante sobre sus nuevos tacones hacia la habitación de las Kensington. El interés de las Wendys se estaba apartando rápidamente del estado de Petula para centrarse en asuntos más egoístas, en particular la línea oficial de sucesión a la corona del Baile de Bienvenida. Ostentaban el cargo de vicepresidentas del gabinete de Petula desde hacía mucho tiempo, y dado lo infortunado de las circunstancias, una de ellas tendría que ser la sustituta lógica en el desempeño de sus obligaciones para con el Baile de Bienvenida.
Se sentían legítimas sucesoras después de su exitoso ejercicio de presión en el concesionario local de Chevrolet que les había valido un Corvette nuevecito para que la reina del Baile de Bienvenida pudiese dar la vuelta de honor a la pista. Sólo habían tenido que trocar un poco de piel, apareciendo en la feria del automóvil local en biquini para hacerse unas cuantas fotos pin-up con algún que otro tío soso o pervertido de turno —y para lo que de todas formas se habrían prestado encantadas sin pedir nada a cambio, de habérselo pedido cualquiera—. Petula o lo conseguía o no, y por «conseguir» las Wendys entendían «ir al Baile de Bienvenida», y no necesariamente recuperar la conciencia.
Charlotte apartó los ojos de la cama de Scarlet cuando las Wendys entraron despreocupadamente en la habitación. Verlas la cautivó, tanto como le sucediera en vida. A Maddy también la distrajo por un segundo la aparición del dúo. Las estudió al instante para sopesar su grado de sofisticación y concluyó que no constituían una amenaza para ella.
Resurrección, o resucitación, ya puestos, no es que fueran precisamente puntos de la agenda de las Wendys cuando el tableteo de sus tacones anunció su llegada y sacó a Damen de su sopor.
Damen alzó la cabeza y se frotó los ojos para enfocar mejor, sintiéndose asqueado al instante por la aparición de las Wendys. Era obvio que una de ellas, o las dos, estaban más que dispuestas a aceptar el honor de reemplazar a Petula como reina del Baile de Bienvenida.
—¿Qué?, no podíais esperar a que se enfriara el cuerpo, ¿eh? —dijo Damen con desdén.
—Tú eres el que está jugando a las hermanas musicales —espetó Wendy Anderson—. Petula lo habría querido así.
—Claro que sí, lo hacemos por ella —le hizo eco Wendy Thomas, mientras descolgaba la percha con el vestido de Petula y se lo pegaba al cuerpo para comprobar cómo le sentaba—. Se moriría si se enterase de que otra conseguía la corona.
—Qué considerado de su parte —le susurró Maddy a Charlotte.
—Sí —asintió Charlotte, otra vez incapaz de recurrir a su característico sarcasmo.
«Pues íbamos listos si dependiéramos de estas dos para buscar un rayo de esperanza en la desgracia de otro», pensó Damen. Clavó la mirada en las Wendys durante un rato embarazosamente largo. Y entonces se le ocurrió. La idea más descabellada y absurda que había tenido jamás, pero puede que justo la respuesta a sus plegarias.
—¿Sabéis qué? Pues que tenéis razón —dijo Damen con una mirada perturbada en los ojos—. La corona no debería ir a parar a ninguna otra.
Sus palabras crearon mucha confusión entre todos los presentes, incluida Charlotte. Maddy se enderezó para escuchar más atentamente.
—Si hay algo que puede hacerla regresar es el Baile de Bienvenida —dijo Damen, con un razonamiento que redundaba más en beneficio propio que en el de las Wendys—. Y si ella regresa, Scarlet lo hará también.
—¿Hay alguna grillera en este sitio? —preguntó Wendy Anderson sin la menor delicadeza—. He oído que a los manicomios los llaman ahora centros de rehabilitación.
Charlotte se encontró pensando de repente si una visita al loquero no sería tampoco una idea tan descabellada para ella, dada la forma en que había contemplado la idea de poseer a Petula y quedarse a Damen para ella solita. A decir verdad, no podía decirse que en ese momento hubiese estado pensando, en realidad no había pensado desde que cruzara al otro lado. Lo único que había hecho era ir de la mano y dejarse llevar, por Maddy principalmente, que no cejaba en presentar argumentos convincentes para un completo asalto al cuerpo de Petula.
—¡Charlotte, éste es tu momento! —le chilló Maddy a la cara, tratando de hacerla reaccionar—. Si ese tío la saca de aquí, morirá.
Charlotte, por el contrario, pareció desechar el argumento de Maddy. Por lo menos de momento. Dejó de escucharla y se concentró en observar a Damen detenidamente. Empezaba a comprenderlo todo.
Damen agarró el monitor portátil que empleaban cuando se llevaban a Petula a hacerle pruebas y empezó a colocárselo alrededor de la cintura.
«No, no puedo ponérselo aquí, alguien podría verlo», pensó para sí.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Wendy Thomas.
—¡Ya lo tengo! Se lo ataré al tobillo y así parecerá uno de esos brazaletes de monitorización etílica —dijo Damen—. Seguro que no es la única chica de la corte del Baile de Bienvenida que lleva uno.
Las Wendys intercambiaron miradas, ideando una estrategia de evacuación, telepáticamente, que pusiera fin a aquella locura. Compartir cerebro venía de lujo en situaciones como ésta. De repente, las dos se abalanzaron hacia la puerta. Damen, también, en un intento por detenerlas. La puerta se cerró de un portazo antes de que ninguno de los tres pudiera alcanzarla, gracias a Charlotte. Damen le dio un puntapié a la puerta y se volvió para encararse a las Wendys, sin saber muy bien qué era lo que acababa de pasar, pero feliz de que así hubiese ocurrido.
—Buen trabajo —dijo Maddy, con la esperanza de haber convencido a Charlotte de que todos debían estar presentes para la gran reaparición de Petula.
Charlotte, concentrada en la escena que en ese momento tenía lugar delante de ellas, no le hizo caso.
—De aquí no sale nadie hasta que yo lo diga —ladró Damen autoritariamente mientras sus ojos saltaban de un lado a otro de la habitación buscando al portero invisible.
—¿Cómo vas a sacarla de aquí? No puedes arrastrar su cuerpo inerte hasta la calle y luego montarla en un Corvette, así como si nada —dijo Wendy Thomas, cayendo en la cuenta de que lo que acababa de decir era un oxímoron.
—Te arrestarán —dijo Wendy Anderson, yendo mucho más al grano.
Damen ya no las escuchaba, si es que en algún momento lo había hecho, algo por otra parte bastante improbable. Incorporó a Petula, sacó un tubo de antiarrugas facial del bolso de Wendy, aplicó una generosa cantidad de crema en el contorno de los ojos de Petula y le sostuvo abiertos los párpados durante un segundo mientras la crema se asentaba.
—¡Oye, tú, que ese potingue cuesta un ojo de la cara! Es oro líquido. ¡Botox envasado!
A continuación, Damen aplicó un poco más de crema en torno a su boca, le fijó una sonrisa en el rostro y remató su obra cogiéndola del brazo y haciéndola saludar manualmente.
—De acuerdo, ahora ya parece otra cosa, pero… —dijo Wendy Thomas vencida.
Para terminar, Damen llevó sus manos a la nuca de Petula y empezó a desatarle el camisón. Las Wendys abrieron unos ojos como platos, pero estaban demasiado asustadas para detenerle.
—Mira eso, vuelven a estar juntos y van a ir al gran Baile de Bienvenida —le susurró Maddy a Charlotte en el oído—. ¡Y ya casi la ha desnudado del todo!
Charlotte desvió la mirada hacia el cuerpo de Scarlet, que yacía serena en medio de aquel caos y aparente infidelidad, y se compadeció de ella.
Entonces, Damen se apartó, insólitamente incomodado por la idea de tener que sostener el cuerpo desnudo de Petula en los brazos. A toda velocidad arrebató su rutilante vestido rosa —que parecía más apropiado para que lo luciera una calebridad al uso en un desfile de modelos que para una ceremonia de bienvenida en un instituto— de las garras de las Wendys y trató de vestirla sin éxito.
—Echadme una mano —pidió con un hilo de voz, mostrándose vulnerable ante las Wendys por primera y, probablemente, última vez en su vida.
Las dos chicas se negaron, no sólo para fastidiarle sino para proteger las esperanzas —si es que ello era ya posible— que tenían puestas en el Baile de Bienvenida, por no hablar de que no deseaban verse eclipsadas por el precioso vestido de Petula cuando ellas iban de traje.
—Muy bien —dijo Damen, tratando por todos los medios de dominar el peso muerto de Petula a la vez que les lanzaba una mirada con la que pareció decir: «Recordádmelo luego mientras os retuerzo el pescuezo». Después miró a Scarlet como pidiéndole permiso o perdón, o quizá ambas cosas, y dijo—: Lo haré yo.
Damen se sirvió estratégicamente del camisón de hospital para cubrir su cuerpo lo mejor que pudo y, con sumo cuidado, enrolló la cola del vestido en sus manos, e intentó pasarle por la cabeza, sin lograrlo, el estrecho cuerpo de pedrería cosida a mano. Necesitaba mantener los brazos de Petula en alto, y con el cuerpo laxo era muy difícil hacerlo solo. Y entonces alguien le ayudó.
Mientras Damen levantaba en alto los brazos de Petula disponiéndose a hacer un segundo intento, Charlotte se acercó y guió su mano y el vestido hasta la posición correcta, como ya lo hiciera en otra ocasión para el examen de Física. Con la ayuda de Charlotte, el vestido de seda se deslizó por el cuerpo de Petula a la perfección. Luego dio unos pasos atrás, mientras Maddy se arrebujaba junto a ella una vez más.
—Ese vestido luciría más si la percha fueses tú —dijo Maddy—. Tú eres la que se merece ir al baile, y me apuesto lo que quieras a que él te preferiría a ti con mucho.
Charlotte no podía evitar estar de acuerdo, pero las voces estridentes de las Wendys la devolvieron bruscamente a la realidad en el preciso momento en que hacían una última intentona para que Damen entrara en razón.
—Tienes que superar con ella el control de enfermería y el de seguridad, por no hablar de toda la gente que habrá en el vestíbulo —dijo Wendy Thomas a la desesperada, tratando de proteger sus aspiraciones a la corona—. Es imposible.
—¿Te apuestas algo? —dijo Charlotte.