Maddy entró en la sala de descanso y pasó junto al resto de becarios sin mediar palabra, como siempre. No sólo no interactuaba con nadie que no fuera Charlotte, sino que literalmente los ignoraba. Y lo que era peor, Charlotte empezaba a tratarlos igual.

—¿Y qué demonios hace ésta aquí, ya que estamos? —azuzó CoCo.

—Eso —cotorreó Violet—. ¿Por qué no estaba en Muertología con nosotros? ¿Es que alguien sabe algo de ella?

Y a decir verdad, nadie sabía nada. Ni siquiera Charlotte, tan obsesionada consigo misma o tan ocupada respondiendo a las preguntas de Maddy, se había parado a pensar en preguntarle a Maddy cómo o por qué había llegado hasta allí. Las chicas estaban en pleno cotilleo cuando Maddy entró en la sala.

—Hablando del rey de Roma —dijo Prue señalando con la cabeza en su dirección.

Las demás chicas soltaron una risita y retomaron la conversación.

—¿Algún problema? —preguntó Maddy secamente, acallándolas.

—Pues sí —dijo Pam con un tono igual de cortante—. Tú. Charlotte era feliz cuando llegó aquí.

—Y entonces ¿qué pasó? —la interrumpió Maddy con brusquedad—. Pues que todas vosotras tuvisteis vuestro final feliz y ningún tiempo para ella. De no ser por mí, no tendría a nadie.

—Charlotte está en un momento muy vulnerable —racionalizó Kim, con una dosis menos de veneno que las demás en la voz—. Una amiga de verdad no cogería sus llamadas ni la aislaría ni alimentaría sus dudas y temores.

—¿Amigas de verdad? Sí, claro, como… —Maddy dejó la frase en el aire para que penetrara en la mala conciencia del resto de becarias que rodeaban la mesa.

Debían reconocer que no le habían dedicado demasiado tiempo a Charlotte desde que cruzaron al otro lado. Entre sus nuevas «vidas» y el trabajo, cada vez era más complicado buscar un hueco para compartirlo de verdad. Pero después de todo lo que habían pasado juntas, Charlotte debía saber lo mucho que les importaba.

Pam se tomó la sugerencia de Maddy como una ofensa personal, puesto que ella era la que conocía a Charlotte desde hacía más tiempo, más incluso que Scarlet.

—A mí nadie me viene a enseñar cómo ser amiga de Charlotte y menos tú, que la acabas de conocer —la cuestionó Pam—. Hacemos lo que hay que hacer, lo que se nos pide que hagamos.

—Pues igual que yo —respondió Maddy vagamente y dio media vuelta y se fue, dejando a las becarias con la palabra en la boca y el asunto en el aire.

* * *

Scarlet miró a su alrededor y comprobó que estaba en otro lugar. Pero dónde, exactamente, no tenía ni la menor idea. Parecía una urbanización cerrada un tanto deprimente: vallada, con paseos pavimentados y cierto aire a campamento de reclutas. A lo lejos pudo divisar una aislada torre de apartamentos, delgada como un palo. Estaba oscureciendo, así que dirigió sus pasos hacia el edificio, la señal de luz, que no de vida, más próxima, con la esperanza de obtener alguna información sobre Charlotte.

Franqueó la entrada y la detuvo el portero.

—Estoy buscando a una persona —dijo con nerviosismo.

El hombre la miró de arriba abajo y luego reparó en su camiseta de Damned[9]. Damen se la había llevado al hospital para que se la pusiera con ocasión de su «viajecito».

—Es un grupo de música —aclaró ella, convencida de que no eran el momento ni el lugar idóneos para correr riesgos.

—¿A quién? —fue la cortante respuesta de él.

—¿A Charlotte Usher? —dijo ella con tono acobardado, medio esperando que el portero la echara de allí con cajas destempladas.

El tipo levantó la vista hacia la videocámara que vigilaba la entrada como buscando una respuesta, y la luz roja parpadeó una vez.

—Diecisiete —dijo señalando el ascensor con un ademán.

Scarlet permaneció en estado de shock un minuto, petrificada en el sitio, dudando si salir corriendo por la puerta o arrojarse encima del portero y plantarle un beso. Iba a ver a su mejor amiga. Por fin podía albergar alguna esperanza, no sólo fe, en que su viaje había merecido la pena. Quizá diecisiete plantas más arriba se hallara la respuesta a sus plegarias, las de Petula, las de su madre, puede que hasta también las de Damen… o, reflexionó pausadamente, el comienzo de una pesadilla.

De pronto cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaba ni de quién era el tipo aquel de la puerta. Tal vez estuviese resultando todo demasiado sencillo. ¿No la había advertido la señorita Pierce de que no había garantías cuando se tomaba una Decisión Anticipada? Tal vez no estuviera predestinada a salvar a Petula o a sí misma… Tal vez estuviera predestinada a convertirse en el aperitivo de algún malvado juez de reality show de proporciones gigantescas. Diecisiete plantas, nada menos.

Scarlet se volvió hacia el portero otra vez y le escudriñó tratando de evaluar su personalidad. Su aspecto era imponente, pero no parecía malintencionado. Decidió que se trataba de un alma buena, básicamente, poco inclinada a engañarla. Además, la planta diecisiete estaba «arriba» después de todo. Las probabilidades, sopesó, se inclinaban a su favor. Estuviese o no buscándose una excusa, el caso es que desechó sus dudas y se dejó llevar por el instinto.

* * *

Damen hojeaba la revista, alzando los ojos hacia Scarlet y Petula a intervalos regulares. Observaba los monitores, dispuesto a alertar a las enfermeras o los médicos si percibía algún cambio, ya fuera para bien o para mal, antes de que se dispararan las alarmas. Afortunadamente, pensó, las dos chicas permanecían estables desde hacía un día más o menos, sin que hubiese sido necesaria una intervención de urgencia. Lo que suponía todo un alivio para él y para Kiki Kensington, a la que telefoneaba para tranquilizarla cada pocas horas.

Se rascó su desacostumbrada barba incipiente, dejó la revista y cogió la mano de Scarlet, que colgaba entre los barrotes de la barandilla de la cama. Acarició su antebrazo y le apretó los dedos, tratando por todos los medios de provocar algún tipo de reacción, refleja aunque fuera. Y entonces dejó de preocuparle si obtenía una respuesta o no y se limitó a acariciarla, perdido en sus pensamientos sobre ella. Él era el único en el mundo entero que la conocía tal y como era realmente. Sabía que sus vacaciones preferidas eran el período de horario de verano, que cambiaba de grupo de música preferido según su capacidad de actuar en vivo, y que para ella el día ideal consistía en pasar el tiempo en librerías de viejo, comprar joyas vintage, comer una hamburguesa en una cafetería de mala muerte y luego ver una peli indie en un cine art nouveau.

No quiso seguir recordándola como si no fuera a volver nunca más, y en su lugar se puso a cavilar sobre si habría alguna manera de que él le echase una mano. Entonces miró su rostro con ternura y creyó ver el leve esbozo de una sonrisa en sus labios.

* * *

—¡Adelante! —vociferó Charlotte cuando oyó unos débiles golpecitos en la puerta. Era casi imposible oír, pero Charlotte, curiosamente, sí que podía. No había recibido ninguna visita todavía, y la perspectiva de que, tal vez, Pam, Prue, DJ, Jerry, cualquiera de sus amigos, se pasasen a verla era de lo más emocionante.

La puerta se abrió despacio y divisó una mano que se asomaba al interior. Era una mano pálida y las uñas estaban pintadas con esmalte de color muy oscuro. Conocía aquellos dedos como si fueran los suyos. Charlotte se quedó sin habla.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Maddy, la cual no había visto jamás a Charlotte quedarse sin palabras.

—¿Es la Muerte en persona? —consiguió balbucear Charlotte sin quitar los ojos de la puerta, dejando a Maddy completamente perpleja.

La puerta se abrió otro poco con un crujido y la mano se adentró en el interior otro tanto.

—No, ni tampoco un vampiro —dijo Scarlet abriendo la puerta de par en par.

Charlotte se quedó plantada donde estaba, paralizada y muda ante aquella visión. No podía creer lo que veían sus ojos, o más bien era su corazón el que no la dejaba tener fe en sus ojos.

—¡Scarlet!

—¡Charlotte!

Sin mediar otra palabra, caminaron una al encuentro de la otra y, después de mirarse a los ojos, se fundieron en un abrazo. Fue como si volviesen a intentar la posesión, aunque esta vez se aferraban mutuamente como si les fuera la vida en ello.

—Te echaba de menos —dijo Scarlet abrazándola muy fuerte.

—No tienes ni idea —dijo Charlotte, consiguiendo apenas liberar una mano del abrazo de oso de Scarlet para retirarle de la cara los largos mechones de su inconfundible flequillo negro escalonado.

—No has cambiado nada.

—No, no he cambiado —dijo Charlotte, con un leve tono de melancolía en la voz—. No me puedo creer que estés aquí.

Charlotte quería ponerse a saltar en la cama como una colegiala, pero se contuvo por respeto a Scarlet, y porque Maddy las observaba.

—Yo tampoco —dijo Scarlet repasando en su cabeza la ristra de arriesgadas decisiones que la habían llevado hasta allí.

Las dos permanecieron mirándose otro rato más, escudriñándose de arriba abajo y de abajo arriba, no de manera crítica, como lo harían las Wendys o Petula, sino con un cariño genuino que rehuía cualquier calificativo. Mientras se abrazaban una última vez, Charlotte dio un respingo de repente. Faltaba algo. El latido del corazón de Scarlet. No podía sentirlo. La señal de vida que había atraído a Charlotte cada vez que realizaban el ritual había desaparecido.

—¿Por qué…? Es decir, ¿cómo es que estás aquí? —tartamudeó, reuniendo el valor suficiente para preguntar.

La sonrisa se esfumó del rostro de Scarlet y sus ojos adquirieron una mirada perdida. Scarlet miró a Charlotte y luego a Maddy, buscando la aprobación de Charlotte para hablar libremente delante de una extraña.

—Soy Maddy —dijo Matilda, tendiendo la mano a modo de presentación—. Tú debes de ser Scarlet.

Scarlet le tendió la suya sin demasiado entusiasmo. Le llamó la atención algo en su voz, como si ya la hubiese escuchado antes, pero Scarlet no podía situarla del todo.

—No te preocupes —dijo Charlotte detectando el reparo de Scarlet—. Maddy es mi compañera de habitación.

—Y también somos amigas —agregó Maddy, con excesivo ímpetu a gusto de Scarlet.

—Sabe quién eres porque le he hablado de ti —añadió Charlotte, tratando de restar tensión al momento.

—No te preocupes, sólo me ha contado cosas buenas —dijo Maddy con una risita nerviosa, dejando a Scarlet preguntándose por qué no iba a ser así.

Charlotte reparó en la expresión de asombro del rostro de Maddy. Parecía más preocupada que amenazada por la llegada de Scarlet.

—¿Así que esto es el paraíso, eh? —dijo Scarlet rozando a Maddy al pasar para contemplar el nuevo hogar de Charlotte. Caminó hacia los grandes ventanales que daban a la explanada de cemento y al semicírculo de adosados idénticos de más abajo. Desde aquella perspectiva aérea el conjunto se le antojó más aún del Telón de Acero que lo que le había parecido a nivel del suelo. A Scarlet se le ocurrió pensar que si aquel lóbrego y corriente escenario era «arriba», prefería no pensar en cómo sería el lugar al que Petula se encaminaba sin remedio.

—¿Scarlet? —preguntó Charlotte, temiéndose que ésta hubiese sufrido algún daño—. ¿Estás…?

—Estoy aquí de manera voluntaria —respondió Scarlet.

A Charlotte le alivió momentáneamente escuchar aquello. Estaba feliz de ver a Scarlet, pero también por completo confundida.

—¿Suicidio, eh? —dijo Maddy entre dientes, mirando de arriba abajo el atuendo de Scarlet.

A juzgar por la expresión de sus caras, Maddy supo al instante que Charlotte y Scarlet no encontraban en absoluto divertidas sus ocurrentes comentarios. Decidió entonces que mejor sería cerrar la boca y escuchar en lugar de intentar forzar una conversación a tres prematuramente.

—No estoy muerta —dijo Scarlet, que se imaginó clavando alfileres invisibles a Maddy, como si de una muñeca vudú sobrenatural se tratase—. Al menos no todavía, espero.

—¿Por qué, entonces? —Charlotte empezaba a caer en la cuenta del evidente riesgo que Scarlet había decidido correr.

—Para encontrarte —confesó Scarlet—. Eres la única que puede ayudarme.

La inquietud de Charlotte fue creciendo conforme empezaba a temerse lo peor. ¿Qué podía ser tan terrible como para convertirla a ella —una adolescente muerta desde ya hacía tiempo, un espíritu vagabundo con un pasado, presente y futuro inciertos— en la única tabla de salvación?

—¿Le pasa algo a Damen? —preguntó Charlotte, dudando de si realmente quería escuchar la respuesta.

Incluso después de tanto tiempo, era la primera persona que le vino a la mente. A pesar de haber tenido que renunciar a él, nunca había renunciado del todo a su recuerdo.

—No —dijo Scarlet, reparando en la añoranza que reflejaban los ojos de Charlotte—. Es Petula —respondió dejando que la cruda realidad brotara de sus labios por primera vez—. Se… muere.

Las palabras de Scarlet cayeron sobre Charlotte como los ladrillos sueltos de un alto edificio. Mientras vivía, Petula había sido la heroína de Charlotte, y se supone que los héroes son invencibles. Charlotte había sido desdichada toda su vida, y su propio destino, por triste que fuera, no era sino una parte de esa mala racha. Petula, por el contrario, era una ganadora, y a los ganadores nunca les pasaba nada malo. El estado de Petula la preocupó, pero Charlotte se encontró con que la inquietaba más la decisión de Scarlet de cruzar al otro lado.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó fríamente, con mucha más calma de la que sentía.

—Hice el conjuro yo sola —empezó Scarlet—, recordando nuestra primera vez, recordándote…

A Charlotte se le ocurrió de pronto que podía ser que su reciente deseo de regresar y la insatisfacción hacia su nueva vida-entre-comillas podían ser un efecto secundario del intento de Scarlet de sintonizar con ella. El recuerdo de la experiencia debería de haberle resultado agradable, pero la reacción de Charlotte fue de pánico.

—Si tú estás aquí —empezó—, ¿dónde está el resto de ti?

—En el hospital —contestó Scarlet tímidamente—. Supongo.

—¿Cómo que lo supones?

—Damen intentó detenerme —explicó Scarlet—, pero ya sabes cómo soy.

Charlotte sabía de sobra cómo era. No le costó imaginarse a Damen planteando sus dudas y a Scarlet ignorándole por completo. Su furia, no obstante, se disipó en un abrir y cerrar de ojos, para dar paso a un sentimiento de profundo respeto hacia el deseo de Scarlet de arriesgar su vida para salvar a su hermana, a pesar de su tempestuosa relación, y sintió que era compromiso suyo salvarlas a ambas.