Petula y Virginia estaban sentadas en el banco pero apenas hablaban. Petula se percató de que la chica le miraba los pies y se puso a la defensiva.

—Me han quitado el esmalte —dijo Petula, señalándose el más que evidente desaguisado antes de que lo hiciera la niña.

—¿Y? —dijo Virginia con un tono indiferente muy logrado.

—Pues que no puedes ir por ahí con los pies hechos una pena —la reprobó Petula—. Si no te interesas por ti misma, ¿quién se va a interesar por ti?

—¿Es que no hay cosas más importantes por las que preocuparse? —preguntó Virginia.

Miró a Petula —unas raíces negras asomaban por debajo de sus deterioradas extensiones de pelo rubio— y se dio cuenta de que probablemente no había nada más importante para ella.

—No te engañes —dijo Petula furiosa—. Cuando tienes buen aspecto, como yo, haces que todos los que te rodean tengan buen aspecto. La belleza importa.

—Lo sé de sobra —dijo Virginia con cierto pesar.

—¡No me digas! ¿En serio? —le espetó Petula con condescendencia.

—Sí, en serio —insistió Virginia, imitando el tono irritante de Petula.

Se miraron de hito en hito, listas para el duelo.

—No necesito que me des lecciones sobre la importancia de la belleza —continuó Virginia—. ¿Sabes la foto esa que viene con el marco, la de la niña con una carita y sonrisa perfectas, la que te anima a comprar el marco?

—Sí —dijo Petula—. Es más, mi hermana solía conservar esas fotos en el marco y hacía como que su hermana era ésa y no yo.

—Vale, pues ésa era yo —dijo Virginia—. De ahí pasé a ser una de las bellezas infantiles de más éxito que te puedas imaginar.

—Pues qué bien —dijo Petula con desdén—. La verdad es que yo nunca tuve tiempo para dedicarme a esas cosas. Estaba demasiado ocupada con mis amigas, ya sabes, con mi vida social.

Petula trató de disimular, pero se supo derrotada. En el fondo siempre había querido ser una de esas bellezas infantiles. Pensaba que iba ni de perlas con su personalidad competitiva, pero su madre era de otra opinión. Petula siempre creyó que se trataba de una conspiración urdida por Scarlet y su madre a fin de evitar que pudiera desarrollar del todo su cisne exterior.

—¿Tú tienes amigas? —preguntó Virginia con una mezcla de sarcasmo y curiosidad.

—De hecho, tengo dos mejores amigas —le restregó Petula.

—Me alegro por ti —respondió Virginia algo más melancólica esta vez.

Las dos chicas se habían cogido la medida, y finalizado el primer asalto regresaron a sus «esquinas», sintiendo ambas un poco más de respeto hacia su contrincante. Tenían más en común de lo que Petula esperaba y de lo que a Virginia le hubiese gustado.

—Supongo que nunca conseguiste el título de Miss Simpatía —dijo Petula pasado un rato, sonriendo a la jovencita.

—Pues la verdad es que ni siquiera sé lo que gané —contestó Virginia con indiferencia—. Tampoco es que me importe.

—Oh, claro que sí —dijo Petula con una sonrisita de suficiencia—. Seguro que podías haberlo dejado cuando quisieras.

Virginia guardó silencio.

—Pero no lo hiciste —insistió Petula—. ¿A que no?

A Petula le bastó como respuesta el insólito silencio de Virginia y volvió a concentrarse en lo importante: ella y su pedicura en particular.

—Fíjate, es que ni siquiera me la han quitado del todo —dijo, ostensiblemente enojada—. No va a haber manera de encontrar quitaesmalte… por aquí.

Pasados unos instantes, Virginia salió al paso con un práctico consejo.

—Sólo tienes que remojarte los pies en agua templada, retirar los restos de esmalte y luego aplicarte en las uñas un poco de zumo de limón para que adquieran un tono blanco natural —sugirió, para alivio de Petula.

—¿Cómo lo sabes? —dijo ésta, sorprendida.

—Sé un montón de cosas —dijo Virginia en tono burlón—. Un montón de chorradas estúpidas, sin importancia…

—Creo que podemos aprender mucho la una de la otra —dijo Petula a la vez que un destello atravesaba una de sus lentes de contacto de color—. ¡Vas a ser la hermanita que siempre quise tener!

Y con este frío comentario, la temperatura de la habitación se desplomó de repente. Ambas trataron de ocultar los mudos temores que hasta ese momento habían estado acechando la conversación y se deslizaron sobre el banco hasta quedar muy juntas, tirando cada una de sus respectivos camisones lo máximo que alcanzaron a estirarlos, que ni mucho menos resultó ser lo suficiente.

—¡Maldito algodón! —bramó Petula encorvándose ligeramente—. No se da de sí.

* * *

El doctor Kaufman, un joven residente de neurología muy atractivo cuya presencia transformaba mágicamente el hospital de Hawthorne en el General Hospital de la serie televisiva, pasó a la habitación para examinar a las hermanas Kensington mientras Damen guardaba vigilia entre ambas. El doctor empezó con Petula, a quien examinó tan concienzudamente como la doctora Patrick y las enfermeras habían hecho antes.

A Damen le hizo gracia contemplar al doctor recorriendo con sus manos las piernas y los brazos de Petula, inspeccionando su piel y comprobando que no tenía erupciones. «Este tío es definitivamente su tipo», pensó, y al instante le embargó una oleada de tristeza, constatando que tal vez nunca tuviera la posibilidad de intentar ligárselo.

El doctor también examinó a Scarlet, y Damen sintió una punzada de celos al mirar cómo Kaufman la manejaba, practicando el obligado examen neurológico y motor. Inevitablemente, pensó que prefería «jugar a los médicos» con ella mucho más que ser testigo de la inspección real. Kaufman le abrió los párpados, iluminó los ojos de Scarlet con su linterna de bolsillo y anotó sus observaciones en las omnipresentes historias, que pendían de cada una de las camas.

Estos tres exámenes diarios eran para Damen algo así como las actualizaciones a tiempo real de la llegada de un avión que volase con retraso a causa del mal tiempo. Una señal de mejoría en el estado de cualquiera de las dos podía significar que Scarlet había logrado su objetivo, que estaba más cerca de volver junto a él y más cerca de la vida que de la muerte.

—Y bien, ¿cuál es el veredicto? —preguntó Damen ansiosamente, buscando una respuesta concreta que aliviara sus pensamientos.

—Te seré franco —dijo el doctor Kaufman.

—Por favor —contestó Damen, cogiendo la mano de Scarlet y apretándola entre las suyas.

—Me temo que sus constantes vitales se han debilitado desde ayer —dijo el doctor Kaufman—. Y el examen neurológico no revela ningún cambio.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Damen de manera ingenua, sabiendo condenadamente bien lo que significaba y sin quererlo afrontar.

—Todo indica que el estado de ambas se está deteriorando —sentenció el doctor Kaufman mientras estampaba sus iniciales en el informe, se daba media vuelta y salía por la puerta.

Damen inclinó la cabeza sobre Scarlet y luego pensó en un millón de preguntas que quería hacer, aunque sólo fuera para sentir que estaba haciendo algo. Salió disparado en busca del doctor Kaufman, y alcanzó a ver cómo desaparecía en el interior de la habitación de otro paciente situada al final del pasillo.

Cuando iba a traspasar el umbral, brotó del interior un gimoteo apenas audible que le hizo frenar en seco. Asomó la cabeza y vio que el doctor Kaufman se disponía a realizar una nueva exploración. Entonces reparó en un angustiado matrimonio, que se inclinaba esperanzado sobre una preciosa niña de no más de doce años, que parecía terriblemente enferma. Damen no era médico, pero adivinó que su estado era grave. Le asaltaron unas tremendas ganas de llorar, por aquella niña, por Scarlet o por él mismo, no estaba muy seguro.

«La vida no es justa», constató Damen por vez primera en su superpopular, superconectada y superexitosa existencia a la vez que daba media vuelta y regresaba a la habitación de Petula y Scarlet.

* * *

Scarlet levantó la mano en el preciso instante en que la señorita Pierce se disponía a impartir la clase de ese día.

—¿Sí, Scarlet? —dijo la profesora, prestándole atención.

—Anoche estuve leyendo hasta tarde la Guía del Muerto Perfecto y lo entiendo todo salvo una cosa —explicó Scarlet.

—¿Y qué es lo que no entiendes? —preguntó la señorita Pierce.

—¿Podría explicarme eso de «Decisión Anticipada»? —demandó Scarlet preparándose para una reacción negativa de alguna clase por parte de la habitualmente genial decana.

La expresión de la señorita Pierce se endureció un poco y por un instante pareció haberse quedado sin habla.

—¿Decisión Anticipada? —murmuró, con evidente desconcierto—. Me temo que no sé a qué te refieres.

Tilly, Gary, Bianca y todos los demás se volvieron para mirar a Scarlet con una expresión divertida en el rostro, intrigados por el hecho de que la chica nueva hubiese conseguido dejar sin habla a la señorita Pierce, quien hasta ahora había demostrado tener respuesta para todo.

—Lo vi en un antiguo manual de la Guía del Muerto Perfecto que encontré en mi dormitorio —explicó Scarlet—. En la última página.

Scarlet levantó el formulario en alto desde el fondo de la clase para que la señorita Pierce y todos los alumnos pudieran verlo.

—Yo sé lo que significa —intervino Polly rompiendo el silencio y ofreciendo su opinión no solicitada—. Es cuando decides irte de una fiesta antes de que llegue la novia genuina de tu novio.

El análisis de Polly mostraba evidentes trazos biográficos que no le interesaban a nadie y fue descartado al instante por los demás alumnos.

—Creo que es cuando tienes que decidir si vas a deslizarte por el borde del tanque de tiburones en el zoo —interpuso Andy, aportando su temeraria perspectiva personal a la discusión.

—Acertáis los dos —dijo la señorita Pierce para sorpresa de todos—. Metafóricamente, claro está.

—¿Eh? —dijo Scarlet dando voz a lo que el resto de la clase ya estaba pensando.

—Decisión Anticipada es un proceso mediante el cual un único alumno puede eludir el curso de Muertología —explicó la señorita Pierce con esmero.

—Vaya, ¿y ya está? —preguntó Tilly haciendo gala de su notoriamente impaciente personalidad, que ahora brilló con la intensidad de los rayos UVA que la mataron—. ¿Me está diciendo que he estado esperando aquí para nada?

—La Decisión Anticipada no la enseñamos, Tilly —contestó de manera tajante la señorita Pierce—. Porque es peligrosa para el candidato y también para el resto de la clase.

Scarlet intentó recuperar el hilo de la conversación.

—¿Y dice que Polly y Andy no andan desencaminados? —preguntó Scarlet.

—Consiste en pasar al Otro Lado antes de que se estime que uno está preparado —continuó la señorita Pierce con cierta vaguedad—, y superar el mayor obstáculo de todos.

No había nada peor que el lugar donde ahora se encontraba, y además, ¿acaso alguien llegaba alguna vez a estar preparado del todo?, pensó Scarlet.

—¿Y por qué es tan peligroso? —preguntó inocentemente—. Aquí todos, bueno, casi todos están ya muertos.

—Ah, Scarlet, eso dice mucho de ti —dijo la señorita Pierce—. Hay cosas peores que la muerte, pero como no eres lo que se dice uno de nosotros, aún no puedes comprender del todo lo que trato de decir.

—Estoy escuchando —dijo Scarlet.

—Lo que estás haciendo es ocupar un sitio reservado para otra persona —explicó la señorita Pierce yendo al grano.

—Está bien —murmuró Scarlet, ofendida por la franqueza de la recatada profesora. No era la primera vez que se la acusaba de ocupar espacio, pero en esta ocasión era diferente.

—Dar el paso puede ser peor que quedarse —prosiguió la señorita Pierce.

—No para mí —bromeó Scarlet a la vez que dejaba muy claro cuál era su elección.

—No estés tan segura —continuó la señorita Pierce, con tono severo—. Al venir aquí nos has puesto a todos en peligro. Has conseguido que tu problema sea nuestro problema.

Scarlet paseó la mirada por el aula y reparó en la expresión de angustia que mostraban todos en el rostro.

—Sólo intentaba salvar a mi hermana.

—Eso es admirable —dijo la señorita Pierce de manera condescendiente, suavizando la voz—. Pero a menudo hasta las más nobles acciones acarrean consecuencias no deseadas.

—Ahora sí lo entiendo —Scarlet no alcanzó a dar otra respuesta.

—Lo dudo —advirtió la profesora—. En el caso de que se te acepte de forma anticipada, no hay forma de saber dónde irás a parar. Por el contrario, si se rechaza tu solicitud…

—¿Sí? —preguntó Scarlet pendiente de la respuesta.

—Sólo se nos da una oportunidad para cruzar al otro lado, Scarlet —informó la señorita Pierce—. O lo hace cada uno por su cuenta, o lo hacemos todos juntos a la vez. La clase de Muertología existe porque las probabilidades de éxito son mayores si el intento se hace en grupo, un grupo más preparado. Hacemos lo imposible para que nadie se quede atrás, asegurándonos de que han aprendido correctamente las lecciones que les da la vida y la muerte.

—Me está liando —se quejó Scarlet con la cabeza dándole vueltas.

—Resumiendo, si tú fallas, lo pagamos todos —señaló la señorita Pierce—. Puede que no seas la elegida para ayudarnos, pero podrías ser fácilmente la que nos condene a nosotros y a ti misma.

—No fallaré —dijo Scarlet—. No puedo fallar.

—Puedo entregar la solicitud en tu nombre, Scarlet —dijo la señorita Pierce con un hilo de voz—, pero debes tener en cuenta que no hay garantías de que salga bien.

—Estoy dispuesta a correr el riesgo —dijo Scarlet presentando el formulario algo vacilante, con la mano temblorosa—. Necesito intentar que todo vuelva a como estaba antes.

Scarlet se volvió para encarar la clase. Al fin y al cabo, era nada menos que con sus almas con lo que estaba jugando, y sintió que les debía su reconocimiento, por no hablar de una explicación.

—Espero que lo comprendáis —dijo sondeando el impacto de su respuesta en sus expresiones—. Tengo que intentarlo.

—¿Estás segura de querer hacerlo? —preguntó A.D.D. Andy cuestionando así por primera vez una acción.

—Ten fe —Scarlet le sonrió, mientras todos los chicos y chicas sentados a su espalda cruzaban los dedos.

La profesora dobló pulcramente la solicitud en tres y se acercó a una placa de latón atornillada a la pared. La superficie tenía una ranura, muy al estilo del buzón de la puerta de las granjas antiguas. La señorita Pierce se demoró un segundo, luego introdujo el papel hasta la mitad, aguardando al consentimiento de Scarlet para colarse en la eternidad.

Scarlet exhaló armada de valor, se tranquilizó y se preparó para no sabía muy bien qué.

La señorita Pierce deslizó el formulario con mucha elegancia por la ranura, y antes de que tuviera tiempo de volverse de nuevo hacia Scarlet, ésta se había esfumado.