12 de septiembre
Esta tarde hemos paseado por el cementerio leyendo las inscripciones de las tumbas. ¡Cuántos hombres han estado casados! No sé qué le ha ido pasando a la gente últimamente; el ingenio, la sabiduría y la ironía de las antiguas lápidas han dado paso a sentimientos lacrimógenos y piadosas referencias bíblicas. Y después, en el aniversario de la muerte, las clases pobres tienen por costumbre publicar ripios similares a los de estos recortes que he ido tomando del periódico local de —:
Adiós, hermano, madre, hermanas queridas
os he amado toda la vida.
Que por mí no vayáis a llorar.
Amad a mi marido en mi lugar.
Hasta que os llegue el día
vivid en paz y armonía.
Y también:
Qué día tan triste para el recuerdo pero en mi corazón él es lo que más quiero.
Su nombre con frecuencia evoco
y sólo contesta su foto.
O bien:
Un año pasó desde el triste día
en que se marchó lo que más quería.
Dios se la llevó, fue su voluntad.
¿Olvidarla yo? Eso jamás.
Estas lastimeras peroratas me llenan alternativamente de ternura y de desprecio, con la regularidad de un péndulo. ¿Qué verdad encierran? ¿La pena de estas personas es tan mezquina y ridícula como sus rimas? ¿O se trata únicamente de una penosa incapacidad para expresarse? ¿Es un mero anuncio de su pena? ¿Acaso significa la apasionada intención de no olvidar nunca? ¿O el miedo a olvidar y, en ese caso, las rimas son un estímulo para la memoria? O, lo más miserable de todo, ¿es sólo una costumbre que se sigue para parecer respetable ante los ojos de los demás? ¿Son unos pobres infelices? ¿O unos imbéciles despreciables?
14 de septiembre
En la casa donde nos alojamos vive un ridículo cocker spaniel. Debe de haber tenido un asunto amoroso y lo han dejado plantado o bien es una especie de tonto del pueblo. La casera dice que no es tan bobo como parece, pero lo cierto es que parece muy tonto: languidece sentimentalmente y cuando nos reímos de él se muestra «herido». Hoy lo hemos llevado a las colinas y se diría que se ha animado un poco. La verdad es que está bastante cuerdo, lleno de sentido común y buenos modales. Pero está tanto tiempo encerrado en el jardín, sin hacer nada, que, tal como ha dicho E., como no tiene nada que hacer; se enamora. The Saturday Review dice: el efecto del caso de las «Novias de la bañera»[149] en las personas con algún rastro de «buenos sentimientos» tal vez no sea especialmente dañino, aunque el asunto les resulte repulsivo y odioso… Regodearse en los detalles de horrores repulsivos «por mera curiosidad»: eso sí es malo y degradante.
Cuántas cosas repulsivas encontrarán estos días en el mundo las personas buenas y refinadas que leen The Saturday Review. Por ejemplo, la guerra. «Por mera curiosidad.» Sin duda, puesto que se trata uno de los crímenes más notables en los anales la humanidad. Y los crímenes son siempre rematadamente interesantes, cosa que no sucede con The Saturday Review.
Chipples
El otro día descubrí con sorpresa que nadie comprendía la palabra chipples. Al parecer, es un término dialectal de Devonshire para las cebolletas. De todos modos, no se encuentra en el Diccionario Murray’s; sin embargo, etimológicamente es una palabra muy interesante, buenísima y con excelente genealogía. A saber:
Italiano: cipollo.
Español: cebolla.
Francés: ciboule.
Latín: caepulla, diminutivo de caepa.
Así que, ¿cómo hizo este modesto y bonito término para arraigar entre la sencilla gente de Devon? ¿Qué relación hay entre Italia y, por ejemplo, Appledore o Plymouth?[*]
6 de octubre
Una vez más en Londres, viviendo en su piso y usando sus muebles.
Las chalcidoideas
Las chalcidoideas son diminutos insectos alados que parasitan a otros insectos; un tal Girault elaboró un enorme catálogo de ellas en las Memoirs of the Queensland Museum (vol. I, 1912), precedido de la siguiente dedicatoria:
«Dedico respetuosamente este pequeño trabajo a la ciencia, al sentido común o verdadero conocimiento. Estoy convencido de que el bienestar de la humanidad depende tanto de la ciencia que la civilización no sobreviviría sin ella y que lo que conocemos como progreso sería imposible. También estoy convencido de que la mayor parte de la humanidad es demasiado ignorante, de que la educación es demasiado arcaica y poco práctica si se mira desde el punto de vista del conocimiento. Se sabe demasiado poco de la unidad esencial del Universo y de todas las demás cosas, como el hombre mismo. Las opiniones y los prejuicios se imponen sobre la verdad…».
La segunda parte está dedicada a:
«El genio de la humanidad, especialmente a esa forma de ella que expresa la filosofía monista, cuya percepción es el mayor logro alcanzado por el hombre».
No puedo menos que repetir lo que dijo Whistler en una ocasión cuando estaba delante de un dibujo execrable: «Dios me bendiga», murmuró despacio, y después lo repitió.
Lo hermoso es que el editor añade una nota seria, marcando las distancias, y un escarabajo al que se lo he enseñado lo ha leído con el ceño fruncido y ha dicho: «Me parece que en un artículo científico está un poco fuera de lugar». (Todo un retablo.)
12 de octubre
Tengo la gripe.
13 de octubre
Anoche, ataque de zepelines. Estoy en la cama con fiebre, pero nuestra casita estaba en calma, gracias a Dios. Oímos disparos a lo lejos y me dio un ataque de temblores, mientras estaba en la cama. Esta situación ha ocasionado varias muertes por ataques cardiacos.
14 de octubre
Sigo en la cama. Anoche no hubo ataques. El miércoles dos, uno a las nueve y media y otro a medianoche. La primera vez, el vigilante de los pisos subió muy alarmado para avisarnos de «que vienen los zepelines» y apagamos las luces. Después, por la noche, cuando todo el mundo dormía, oí una voz desde la calle: «Apaguen la luz, que vuelven». En la cama esperando. Disparos lejanos.
17 de octubre
Crisis cardiaca.
18 de octubre
El corazón me late de manera intermitente cada tres o cuatro minutos, ¡M. ha dicho que debería haberme acostumbrado ya! ¡Uf!. Nervioso y pusilánime. Tomo grandes dosis de estricnina. Espero que mi querida E. no pille la gripe. Toma quinina con mucha fe.
19 de octubre
Estamos en R. Hemos tenido un viaje horrible, con dos cambios de tren, en Clapham Junction y en Croydon. El corazón me latía de manera irregular en cualquier postura. La pobre E. me acompaña. Hoy me ha sorprendido encontrarme todavía vivo.
20 de octubre
Hoy estoy mejor. Tras mucha insistencia, he conseguido que E. dejara su piso para que pudiéramos instalarnos en el campo, lejos de la zona de los zepelines.
24 de octubre
Otra vez en Londres. Estoy mejor gracias al arsénico y la estricnina. Demasiado nervioso y excitado para trabajar.
25 de octubre
El proceso de dejar el piso está ahora en manos de un agente y la pobrecita E. está resignada a abandonar todos sus preciosos empapelados, etc.
7 de noviembre
Hemos dejado el piso y ahora vivimos como huéspedes en —, a veinte millas hacia el oeste de Londres.
8 de noviembre
Es un gran alivio estar en el campo. Los zepelines me aterrorizan. Acabo de tener el placer de leer el nuevo libro de Conrad, Victoria, un alivio reconfortante después de la tensión de los dos últimos meses. Visto desde fuera, no soy más que un joven que se ha casado, ha pillado una gripe y ha dejado un piso en Londres.
Desde dentro, he estado dando vueltas como una girándula. Véase lo siguiente:
Contusión en la columna.
Consecuente parálisis de la pierna izquierda diez días antes de la boda.
Incursión de zepelines (he oído los disparos de un cañón por primera vez).
Severo catarro de cabeza la víspera del matrimonio (y, por lo tanto, gran inquietud).
Matrimonio feliz, catarro disminuido.
Regreso a casa.
Diez días más tarde, gripe.
Segunda incursión de zepelines.
Crisis cardíaca.
Subarriendo del piso y marcha de Londres.
Esta lista me da náuseas. Me doy náuseas, yo y mi egocentrismo… ¿Y qué más da si el corazón, tal como yo digo, me «zumba»? No son más que nimiedades subjetivas. Entre tanto, otros hombres viven grandes aventuras en Gallipoli y otros lugares. «Hemos perdido el Triumph», exclamó el almirante que con un reducido grupo de oficiales navales, a bordo del buque insignia, había visto cómo el barco de Su Majestad se hundía en el Egeo. Guarda el telescopio con un chasquido y regresa indignado a sus dependencias. ¡Cuánto envidio a los hombres que participan en esta guerra —soldados, marinos, corresponsales de guerra—, que viven y palpitan sin miedo! ¡Yo soy un joven timorato y anémico, llevo gafas y me asustan los ataques de los zepelines! ¡Qué humillante! Me odio por ser un cobarde apocado: me sofoca el deseo de tener más vida y valor. Mi deplorable cuerpo está matando poco a poco mi ánimo y mi optimismo. Incluso tengo cada día la cabeza más turbia. Mi memoria es exactamente igual que la de un anciano. (Pregúnteselo a —.)
Sin embargo, a pesar de las náuseas, aquí estoy tan contento hablando de mí y de mis contratiempos. Estoy harto de mí y de mis lamentos neuróticos, por ello de vez en cuando intento llevar una vida nueva y enviar al diablo este diario. Quiero destrozarlo, romperlo en pedazos. ¡Petulantes, hipócritas lectores! No tendréis más noticias mías. Sé que es cierto todo lo que decís, incluso antes de que lo digáis, y conozco ya, de antemano, todas las críticas que me haréis. De manera que podéis hacer el favor de ahorraros el trabajo. No podéis decirme nada nuevo sobre mí. Lo sé todo. Me disgusto profundamente y vosotros, vosotros lectores, podéis iros al diablo junto con este diario.
27 de noviembre
Finis
Hoy, provisto de un certificado de mi médico guardado dentro de un sobre cerrado y dirigido al «oficial médico que examine al señor W. N. P. Barbellion», he pedido permiso para presentarme en la oficina de reclutamiento y ofrecer mis servicios al rey y a la patria. El hecho de que el sobre estuviera cerrado no me hizo sospechar nada en su momento y lo he paseado en el bolsillo durante días.
Naturalmente, me presentaba por mero formalismo, presionado por la autoridad, puesto que sabía que soy inútil total, aunque ignoraba exactamente cuál era el grado de mi inutilidad. Después de recibir este precioso certificado, me enteré de que K.[150] trabajaba como médico en la oficina de reclutamiento de W.[151], y éste se ofreció a hacerme pasar en cinco minutos, puesto que conoce mi estado de salud. Accedí y hoy me he dirigido allí y en cuanto me ha auscultado el corazón con el estetoscopio me ha rechazado. Así que no ha hecho falta el certificado y, cuando regresaba a casa en tren, lo he leído por pura curiosidad…
He rasgado el sobre sin pensar mucho, con la idea de que podría tener cierto interés saber lo que decía M.
Y era lo siguiente.
«Hace unos dieciocho meses —decía— el señor Barbellion empezó a mostrar los síntomas, apenas visibles, de — —»[152]…
Y aunque este hecho se había comunicado de inmediato a mis familiares, se me había ocultado, por lo que M. rogaba al oficial médico que respetara la confidencialidad y me rechazara sin darme ninguna explicación. La carta hablaba a continuación de mis reflejos rotulares y plantares, pero yo ya tenía bastante, he roto el papel y lo he tirado por la ventanilla del vagón del tren.
Después he regresado al Museo y he intentado averiguar qué era la — — en el Cliffor Allbutt’s System of Medicine. Me preguntaba si sería algo cerebral o cardíaco, y sólo pensarlo me daba palpitaciones. Espero que se trate de algo del corazón, algo breve y agudo que no dure demasiado. Pero temo que sea algo cerebral, algo así como el proceso opuesto al reblandecimiento de la ancianidad. Recuerdo las palabras que me dijo M. antes de mi matrimonio: que padecía una «debilidad nerviosa», pero era más probable que muriera de una neumonía que de alteración de los nervios, y que doce meses de felicidad merecerían la pena. En conjunto me sorprende la tranquilidad con que me tomo la noticia. He sido tonto al no sospechar nunca que padecía una enfermedad nerviosa grave. ¿Lo sabrá mi querida E.? ¿Qué le contó M. cuando la vio antes de la boda?
28 de noviembre
Esta mañana, en cuanto me he despertado y he respirado el limpio aire del campo, he pensado: — —. He tomado la decisión de no averiguar de qué se trata. Ya me enteraré en su momento, cuando empujen los acontecimientos.
Hace unos años esta noticia me habría asustado, pero ahora ya no. Ahora, simplemente, me parece interesante. Hoy ha sido un día alegre y feliz, bastante animado.
5 de diciembre
Me parece que se trata de una parálisis gradual. Cojeo de la pierna izquierda en cuanto camino un poco. Afortunadamente, E. no se alarma.
17 de diciembre
Tanto ella como yo hemos pasado los dos últimos días en un estado de permanente melancolía. Las nubes no se han levantado ni un momento, es horrible. Apenas he dicho una palabra… Y desde un punto de vista eugenésico, ¿qué clase de hijo podría esperar incluso un Mark Tapley[153] de un padre con un historial médico como el mío y una madre con un sistema nervioso como el suyo…? ¿Podría existir mayor desgracia? ¿Y la guerra? ¿Qué habrá sucedido el año próximo por estas fechas? Mi salud es grotesca.
20 de diciembre
Me pregunto si ella lo sabe. Creo que sí, pero temo sacar a colación la cuestión, por si la ignora. Creo que algo sabe porque, de no ser así, se alarmaría más por mi cojera. Y cuando fui a la oficina de reclutamiento parecía no tener el menor temor a que me admitieran. Varias veces al día, en mitad de una conversación, una comida o un beso, me pasa por la cabeza ese problema. La miro pero no encuentro solución. Sin embargo, por ahora, no es un asunto urgente.