2 de enero
Cuando era joven —muy joven—, ¡me proponía arrancar todos los obstáculos, no tolerar ninguna demora y, sin impedimento ni trabas, conseguir un éxito inmediato! Pero ¡véase lo sucedido en 1910! Hasta el momento, mi, «carrera profesional» ha sido como la del Caballero Blanco, que se caía del caballo hacia atrás en cuanto éste se ponía en marcha, hacia delante cuando se detenía y hacia los lados de vez en cuando, para no caer en la monotonía[40].
30 de enero
Me encuentro enfermo y tengo ataques de debilidad. La mala salud me ha hecho cambiar de actitud en relación con el trabajo. En cuanto empiezo a sentirme cansado, tengo que dejarlo de inmediato, ya que la idea de inclinarme sobre un escritorio o una bandeja de disección, de leer o estudiar, me produce náuseas cuando pienso que quizá mañana, pasado mañana o la semana que viene, el mes que viene o el año que viene estaré muerto. ¡Trabajar parece una absurda manera de despilfarrar la vida! La zoología es repugnante y la filosofía resulta superflua ante la bendición de la vida misma: ya sea en el exterior, en el frío aire polar, o en casa, en una silla ante un fuego rugiente con las manos unidas, contemplando la animada y relajante actividad de las llamas.
Después, en cuanto me encuentro otra vez bien, lo olvido todo, me disgusta no hacer nada y trabajo como una fiera.
11 de febrero
He paseado por el campo. He regresado a casa asustadísimo por unas repentinas palpitaciones. Cada vez que me cruzaba con una persona pensaba que aquélla sería la desgraciada que tendría que recogerme. Cuando se me acercaba alguien por la calle, lo examinaba para ver si tendría la presencia de ánimo necesaria y me preguntaba qué primeros auxilios me prestaría. Después de cruzarme con el agente de policía, que es amigo mío, he lamentado que no hubiera sucedido ya la tragedia porque me conoce y sabe dónde vivo. Finalmente, después de apoyarme varias veces sobre el muro del río, he llegado a la biblioteca, he entrado y me he sentado en el momento en que las palpitaciones eran más intensas. El rostro me ardía con la sangre caliente, la mano que sostenía el papel se agitaba con un pulso airado y el corazón latía ¡pum! ¡pum! Sentía el latido en las carótidas del cuello, el Torcuar herophili y los grandes vasos de la región occipital. En cada inspiración tomaba poco aire por temor a agravar el mal. He llegado a casa (no sé cómo) y he tomado unas sales volátiles. Ahora estoy mejor, pero muy desmoralizado.
13 de febrero
Me siento como una labor de esas a las que se les quita la trama y la urdimbre, o como un negativo sin revelar, o una medusa, o un renacuajo resbaladizo, o un gorgojo en una nuez, o una anguila guisada. En otras palabras y en resumidas cuentas: enfermo.
16 de febrero
Tras varios días con la presencia constante de la visión de una muerte repentina, he llegado a la conclusión de que me falta mucho para morir. Estoy regresando. Sin embargo, éstas son unas pocas páginas terribles en mi historia.
4 de marzo
… La orden del médico «Deje de trabajar» ha estimulado todavía más mi capricho por la investigación zoológica. Estoy acostado en la cama y compongo largas frases en alabanza de ésta, me pongo ditirámbico al pensar en los zoólogos: Huxley, Wallace, Brooks, Lankester. Me río al reflexionar que en la zoología no hay bolsa de valores de las ambiciones, no se menciona la vida en los barrios bajos, no aparece la reforma de las tarifas. En el reposo del espacioso laboratorio junto al mar o en las salas de un gran museo, apenas penetra la vida con sus vulgares luchas, su ajetreo y su obscenidad. Tras esas puertas, la vida fluye lenta, profunda. Soy un asceta y ansío el aislamiento monástico de la vida de un estudiante.
5 de marzo
De una dama soltera a otra (auténtica)
Querida hermana:
Ya sé que esperabas noticias mías, pero he tenido dos inflamaciones de los ojos en tres semanas, así que pensé que sería mejor que me viera el médico y ha dicho que es un catarro de los ojos y de la tráquea. Hago inhalaciones, tomo pastillas y medicinas. Lamentarás saber que han llevado a Leonora Mims a un sanatorio, tiene difteria, nos dijeron ayer que está mejor, pobre señora Mims, que está casi inválida, tiene que andar con un bastón, me parece que ya sabes que han tenido que quitarle un pecho, tienen una criada porque no puede hacer nada, la vieja señora Pint tiene ochenta y siete años por eso creo que también tienen muchos líos, Fred Mims acaba de casarse…
La pobre anciana señora Seemsoe sigue igual, no reconoce a nadie pero habla, la enfermera le puso una uva en la boca pero ella no sabía qué hacer con ella, me parece muy triste. Se la llevaron unos quince días antes de Pascua. Por favor, dime si va bien para la ropa poner media onza de ácido fénico en media pinta de agua de rosas. Los dos niños pequeños de Harry Gammon tienen el sarampión, la pobre Maisie se ha ido con su tía Susan, el pobre viejo Joe Gammon dicen que tiene muy poco que dejar, no sabemos de dónde saca el dinero Robert. Me parece que ya sabes que Tom Sagg se ha casado con otra de las hijas de Ned Smith y dicen que estas chicas Smith son unas amas de casa buenísimas, y esta chica con la que se ha casado Tom Sagg se ha hecho toda la ropa. La señora Wilkins, la mujer del carnicero, va a tener un niño después de quince años, nuestro vicario ha estado en cama con un absceso, el otro día nos habló de su hermano, dice que son dos hermanos que se quieren mucho. Tenemos tres casos muy tristes de hombres enfermos en el pueblo. Teníamos cuatro, pero uno de ellos se murió de cáncer.
Tu hermana que te quiere, Amy.
Voilà!
7 de marzo
Si me muero, me gustaría que me enterraran en los campos de cerezas de V.
¡Cómo le gusta la tragedia al populacho! La repentina muerte del director del banco ha estremecido a la ciudad y los periódicos se venden como rosquillas. Con el cadáver todavía caliente, la coincidencia de su muerte con el aniversario de su nacimiento se comenta en cada casa; todo el mundo cuenta a todo el mundo cuándo lo vio por última vez: «Entonces parecía que estaba bien». El policía y la doncella, el alcalde y el empleado municipal, el cochero y el encargado de colgar los carteles se detienen para comentar las últimas palabras del difunto o lo que le ha quedado a la viuda. «¡Ah, qué triste!», se dicen unos a otros sin emoción alguna, y siguen adelante.
10 de marzo
Por la tarde he jugado al ludo[41] con H. T. Me he reído tanto con este payaso de H. T. que me ha dado un calambre en los músculos abdominales y se me saltaban las lágrimas.
13 de marzo
H. T. y yo jugamos al ludo sin parar. Hemos contraído la fiebre del juego y la excitación acumulada estalla de vez en cuando en tremendas carcajadas socarronas, y mi madre nos mira por encima de las gafas y dice: «William, William, que os oirán desde la calle».
Un personaje[42]
Siente por los desventurados de este mundo la plena comprensión de un carácter bien desarrollado, lo que supone un fuerte contraste con el resto de su personalidad, completamente egocéntrica, un poco mezquina y lo que los hombres fuertes de carácter impecable denominan «débil». Si estás enfermo, se comporta de modo encantador; si estás sano o te van bien las cosas, es capaz de ser muy desagradable. Ante una víctima de la gripe, hace un esfuerzo por llevarle un libro, pero si le dices entusiasmado que has aprobado un examen, dice: «Oh, pero no supone gran cosa, ¿no?». «¡Oh, no! —contesto para tranquilizarlo—, es una verdadera desgracia que las cosas te salgan bien.» De manera que sólo se muestra comprensivo y emocionado ante los que se arruinan, los dipsómanos (así los llama), los inútiles y las muertes repentinas. Es bajo, excéntrico, elegante, siempre atildado y pulcro. Es feliz con un vaso de cerveza, el estómago lleno, un buen puro o una linda muchacha con la que coquetear. Frecuenta los bares elegantes y los salones de billar, asiste a los bailes y le gusta que lo consideren galante con las damas. «Mmm: un poquito ancha de atrás», dice, con aire de experto, cuando se cruza con una atractiva damisela. Cualquier día, hacia las doce, pueden vernos a los dos, «el alto y el bajo» (mide la mitad que yo y lo llamo «medio»), paseando juntos por el parque, enzarzados en la más animada de las conversaciones sobre algún asunto completamente trivial como, por ejemplo, si se casaría con una mujer con los ojos enrojecidos, etc. En más de una ocasión he visto a algún cochero ocioso aparcado o a algún policía dirigiendo el tráfico y señalándonos con el dedo mientras hacían algún comentario jocoso que nos habría gustado mucho oír. Por lo general, camino por la calzada, junto al bordillo, para parecer más bajo.
Es un buen narrador y no soporta con facilidad que le cuenten historias. El muy bribón con frecuencia termina el chiste que uno está contando, lo que es una manera delicada de insinuar que ya lo ha oído antes. Es un mimo de primera y provoca ataques de risa mientras imita, uno tras otro, al alcaide y a todo el municipio. Algunas veces también me divierte imitándome. Su inteligencia es más receptiva que creativa: toma todo tipo de ideas vistosas por el camino, como una urraca, y algunas veces disfruto de la exquisita sensación de presenciar cómo pone ante mis pies los pequeños hurtos (que me ha quitado a mí) como si fueran propios. Las ideas que son suyas resultan siempre inconfundibles.
Sus poemas favoritos son Omar[43] y La balada de la cárcel de Reading; sus bebidas favoritas son el Medoc o un combinado con cereza. Me describe como un individuo serpentino con unos brazos a lo Gibbon y cabeza de chorlito y cosas así. Me divierte. En realidad, le tengo cariño.
16 de marzo
Nadie entenderá nunca si no lo ha vivido que una criatura tremendamente tímida como yo, llevada a consumirse, se convierta en el más infeliz de los hombres. He llegado a odiarme a mí mismo: mi carácter minucioso, hipersensible, morboso, dedicado siempre a pensar, hablar, escribir sobre mí ¡como si el mundo exterior no existiera! Soy un anillo dentro de otro, círculos concéntricos y con intersecciones, un laberinto, un lío: observo si me comporto bien o mal, reflexiono sobre la impresión que causo en los demás o lo que piensan de mí. Preséntame a un desconocido y creceré tanto como Alicia. La timidez me hace hinchable y, por lo tanto, tan torpe, desgarbado e inflado que no sé cómo conversar.
Más tarde: La juventud es una borrachera sin vino, según dicen. La vida es una borrachera. El único hombre sobrio es el melancólico que, desencantado, contempla la vida, ve cómo es y se corta el gaznate. Si es así, quiero estar muy borracho. Lo importante es vivir, agarrarnos a nuestra existencia y salir corriendo con ella en una búsqueda intensa y apasionante. Por encima de todo, debo tener cuidado con todas las preguntas fundamentales: enloquecen porque no tienen respuesta… Evitaré la filosofía y quemaré a Omar.
En el número de esta semana de T. P.'s Weekly aparece un anuncio: «Jóvenes pensadores interesados en la filosofía, la religión, la reforma social, el futuro de la humanidad y el librepensamiento, hagan el favor de ponerse en contacto con “Evolución”, de veintiún años», ¡Bien por el de veintiuno!
Más tarde: Tengo previsto un artículo sobre el sistema vascular de las larvas de tritón. En otoño, pienso emprender una investigación sobre psicología animal: es decir, sobre la frecuencia del estímulo y la relación de ésta con la formación de un hábito. Sin embargo, el médico me aconseja descanso y hay que hacer el trabajo de la oficina. Tendré que abrirme camino de alguna manera. Aguardo intentando desenmarañar estos nudos; en eso, alguien toca un vals soñador y todos los edificios que levanta mi voluntad se desvanecen en la niebla. ¿Merece la pena? ¿Por qué no flotar con la marea? Pero no tardo en sacudirme estas tentaciones. ¡Si vivo, jugaré bien! Estoy decidido.
No merece la pena llevar la vida de un perro lisiado.
17 de abril
Viaje en tren
Viajar en tren me vuelve sentimental. Si entro en el compartimento como un joven alegre, enérgico, silbando tan fresco después de un paseo junto al mar, en cuanto me siento en un rincón y el tren traquetea entre los campos, bosques, pueblos y estaciones pintadas, me sumo en una tristeza dulzona, agradable y animada. Adopto un semblante adusto y miro por la ventana con aire triste y melancólico. Pero, en realidad, me siento feliz… e increíblemente sentimental.
Imagino que este efecto lo produce el rápido movimiento de los campos y, mientras veo que todo se desliza deprisa, me siento empujado hacia delante, quiera o no quiera, y advierto inconscientemente el paso del tiempo, el flujo eterno, la trayectoria de mi vida… Las personas tímidas, como es natural, desean una base sólida, algo estático. Preferirían que la vida fuera un estanque en lugar de un torrente, una cuestión doméstica de tazas de café y gatitos en lugar de una peligrosa expedición.
22 de abril
¿Quién me librará de este cadáver? Mi cuerpo está encadenado a mí como un peso muerto. Es mi celador. No puedo hacer nada sin consultarle primero y pedirle permiso. Me burlo de lo grotesco que es y me irrito por las correas con que me ata. Dependo de este matón para todo lo que el mundo pueda darme. ¿Cómo puedo conservar mi amour propre cuando debo siempre camelar y engatusar a un déspota con delicados bocados y mullidos lechos? ¡Yo, que soy orgulloso, ambicioso y estoy lleno de energía! Entiendo que, al final, pretende llevarme con él… De todos modos, me gustaría dar el último golpe y, copiando a De Quincey, disponer que mi cuerpo se destinara a la disección médica: por venganza.
«No esperes mucho: no temas nada» es mi lema últimamente.
30 de abril
Me imagino mirando de nuevo estas entradas y sonrojándome ante la mezquindad del alma aquí revelada… Sé benévolo, amable lector. Hay tres personas en cada uno de nosotros y estaré muy equivocado si en estas páginas no se encuentra algo del individuo que uno conoce y tal vez una insinuación del hombre que conoce su Creador. Como un tímido artista, temeroso de que, a menos que ponga énfasis en su actuación, ésta pase por alto, permíteme, con el debido respeto, señalar que sé que soy un asno y que espero (a pesar de mi mala salud) ser un entusiasta.
2 de mayo
Sabiduria y destino, de Maeterlinck[44], es Marco Aurelio destilado. Estoy bastante cansado de estos filósofos confortables. Si el destino acosa a un hombre con un trapo rojo y un picador, permitid que se dé la vuelta y lo descuartice o, por lo menos, que lo intente.
8 de mayo
Junto al mar
Últimamente he estado mucho al aire libre y estoy tostado por el sol. Me produce un placer infinito estar bronceado, parecer un hombre de espacios abiertos, caminos abiertos y vida salvaje. Hoy el sol me ha emborrachado. El mar no es lo bastante grande para contenerme ni tampoco el cielo para que respire en él. Me gustaría mecerme en todas las pasiones, latir lleno de vida y de gran actividad, vivir con magnificencia, con una sed insaciable de beber hasta apurar las heces, sumergirme en las profundidades de todas las alegrías y todas las penas, ver cómo mi vida destella en la pasión. Ah, ¡juventud! ¡Juventud! ¡¡¡Juventud!!! En estos momentos de éxtasis, mi felicidad es torrencial. Entonces arde en mí el alma de la amapola. Me parezco mucho a ella en muchos sentidos… El símil es curiosamente adecuado. ¡Tiene que ser mi flor! ¡Soy la amapola!
9 de mayo
Hoy L. cavaba en el suelo de su jardín y una de las paletadas ha salido densa y bien formada. Ha dejado el terrón en el suelo sin romperlo y ha dicho: «Bonito, ¿verdad?». ¡Tenía el rostro radiante! La verdadera felicidad radica en las cosas pequeñas, en trabajar un poco en el jardín, en el tintineo de las tazas de té en la habitación contigua, en el último capítulo de un libro.
14 de mayo
Vuelta a casa. No soporto vivir en esta ciudad tan pequeña. Si alguien muere, seguro que la víspera habías estado bromeando con él. Si alguien se suicida, es casi seguro que tu amigo del alma tendrá algo que ver o que el hombrecito de la librería tuvo que descolgarlo. Desde que llegué a casa han muerto tres personas y las conocía a las tres. Me deprime. La ciudad parece un depósito, con todos esos cadáveres yacentes. Uno es afortunado si resulta ser un médico grueso, rubicundo y con poca imaginación.
16 de mayo
Dos muertos más: uno de ellos, compañero de colegio. Me he sentado a la orilla del río a leer el Journal of Animal Behaviour. Me daba ganas de trabajar. Tener que estar allí sentado con un abrigo puesto, sin hacer nada, como una paloma doméstica, me hacía echar espumarajos por la boca. Tener el corazón débil hace que cruzar la calle sea una aventura y convierte cada día en una expedición peligrosa.
18 de mayo
Un pilluelo sucio en la orilla del lío me ha tendido una lata con palabras persuasivas.
—Mire, señor, cebo.
—¿Y qué vas a hacer con esto?
—Pescar.
—¿Y qué pescarás?
—Salmón.
Hemos intentado pescar salmones con un alfiler doblado. No importa que no hayamos pescado ninguno. Como dijo Richard Jefferies[45], «aunque la inmortalidad no existiera, siempre nos quedaría ese grandioso pensamiento».
19 de mayo
Diarios viejos
He pasado un buen rato leyendo los viejos diarios. Me he sentido apenado y sorprendido al ver lo mucho que he olvidado. Olvidar el pasado con tanta facilidad parece una falta de lealtad hacia uno mismo. Estoy tan egoístamente absorto en mi yo actual que no me importa la colección cada vez más numerosa de yoes pasados, esos queridos difuntos caballeros que, uno tras otro, han arrendado el templo de esta carne y han entregado la antorcha de mi vida y mi identidad personal antes de escabullirse silenciosa y discretamente para descansar.
6 de junio
Tiempo espléndido y cálido. Incapaz de soportar el sol, he cogido el tren de las diez a S. y he cruzado el prado (botones de oro, miosotis y flor de cuclillo) hasta el arroyo del mirlo acuático y el puente de hiedra. He leído fervientemente sobre geología hasta las doce. Entonces me he quitado las botas y los calcetines y he caminado bajo el arco derecho del puente por el agua profunda y, al final, he salido y me he sentado en una piedra seca, en lo alto de la mampostería, justo donde el agua cae en el verde estanque salmonero como una barra sólida. Después he caminado río arriba hasta una gran roca con una pendiente cómoda. Me he tendido encima con las extremidades inferiores metidas en el agua hasta las rodillas. El sol me bañaba el rostro y los caballitos del diablo volaban arriba y abajo, decididos a matar. Pero a mí me importaba un rábano que la naturaleza tuviera los dientes y las garras rojas. Me sentía razonablemente satisfecho con la naturaleza bajo un sol de junio en la fresca atmósfera de un río con mirlos. Me he quedado tendido en la losa, completamente relajado, mientras el agua fría me corría con fuerza entre los dedos de los pies. Tenía la sensación de que nunca más me sentiría mal. Las voces de los niños jugando en el bosque me hacían todavía más feliz. Por lo general, no soporto a los niños. Todavía soy demasiado joven. Pero esta mañana no ha sido así, porque las suyas eran voces de hadas que resonaban por bosques encantados.
8 de junio
Tiempo espléndido y cálido. Hemos ido en tren al bosque de C. Al volver hemos sacado un billete de primera, por el calor. Hemos cruzado el prado y hemos subido la colina hasta el saetín del molino, donde nos hemos bañado los pies y hemos leído. Hemos comido un abundante almuerzo y hemos intentado infructuosamente coger unos friganeidos. Quiero uno para examinar las diversas partes de la boca. Después del almuerzo nos hemos sentado en la pasarela, sobre el arroyo, y me he tumbado, cara al sol. Éste parecía quemarme hasta los huesos y rechazar todo lo oscuro o amenazador. La sensación tísica de que la sangre fluía bajo la piel era agradable y el calor hacía que todos los tejidos brillaran con un bienestar radiante. Cuando me he levantado y he abierto los ojos, todos los colores del paisaje se han desvanecido bajo la blancura plateada de la intensa luz solar.
Nos hemos puesto las botas y los calcetines (los pies parecían hinchadísimos) y hemos paseado río abajo hasta una casita blanca, la vivienda de un guardabosques, donde una anciana nos ha ofrecido nata, leche y pan casero en su hermosa cocina con horno de hogar abierto. Naturalmente, tenía perritos de porcelana y de la pared colgaba un viejo cuadro que representaba a un paje (eso ha dicho) que en otros tiempos trabajó para el señor del lugar. Una malsana atmósfera porcina invadía el jardín, pero como eso no resulta muy agradable, debería omitirlo…
14 de junio
Tiempo espléndido. He ido con el tren de la mañana a S. He caminado hasta el puente de hiedra y después he andado por el agua, río arriba, hasta la gran losa, donde me he tumbado al sol, como en ocasiones anteriores. El experimento ha sido tan delicioso que merece que lo repita cientos de veces. En esta posición, he leído sobre la decadencia y caída del trilobites, sobre la estratigrafía del liásico y demás. La geología es una ciencia abrumadora y, sin embargo, esta mañana he disfrutado de la vida con otras moscas junto al arroyo.
20 de junio
Me he presentado al examen práctico en la Universidad de Liverpool. Zoología, cuerpo docente.
Cuando se ha acabado el tiempo, los otros estudiantes se han marchado, pero yo he seguido. El profesor Herdman me ha preguntado si había terminado y he contestado: «No» y me ha dado un poco más de tiempo. Ha aparecido más tarde y otra vez le he dicho: «No», pero me ha contestado que tenía que debía terminar. «¿Qué más puede decir?», me ha preguntado, recogiendo una bandeja con plancton. Le he señalado Sagitta, Oikopleura y Noctiluca, y me ha contestado: «Naturalmente, he puesto más de los que se espera que puedan identificar ahora, para facilitar la elección». Me ha felicitado por el escrito que envié hace varias semanas y, tras mirar el examen práctico, ha añadido: «Y esto también parece excelente».
Le he dado las gracias desde lo más hondo de un corazón ávido y agradecido, y ha proseguido:
—Veo que, en su documentación, se define como periodista, pero ¿podría decirme exactamente qué carrera profesional ha desarrollado en zoología?
Le he contestado —como es natural, con cierto orgullo— que no tenía carrera profesional alguna en zoología.
—Pero ¿en qué colegio o facultad ha trabajado usted? —ha insistido.
—En ninguna —he contestado tercamente—. Todo lo que sé lo he aprendido solo.
—Entonces, ¿no tiene ninguna formación en zoología?
—No, señor.
—Bueno, pues si se ha enseñado usted mismo lo que sabe, lo ha hecho muy bien.
Parecía todavía un poco incrédulo y, cuando le he explicado que consigo gran parte de los animales marinos para disección y estudio del Laboratorio Marino de Plymouth, se ha apresurado a preguntarme, receloso, si había trabajado allí alguna vez. Nos hemos dado la mano y me ha deseado todo tipo de éxitos futuros, a lo cual he contestado devotamente para mí: Amén.
He regresado a casa muy animado por haber conseguido impresionar por fin a alguien.
Ahora, a Dublín.
30 de junio
La biología económica tal vez sea muy útil, pero a mí no me interesa. A mí que me den ciencia pura. No quiero devanarme los sesos buscando remedios para las enfermedades de la patata o curas para las pulgas de las aves de corral. ¡Dios me libre de convertirme alguna vez en conferenciante del Consejo Comarcal o entomólogo del gobierno…![*] Que me den la vida aislada de un erudito o un investigador, llena de tiempo libre, cultura y delicadas habilidades. Preferiría conocer a Bergson que poder permitirme parar en el Hotel Ritz. Preferiría ser capaz de diseccionar el sistema vascular acuático de una estrella de mar que conocer el precio de los valores consolidados. Si contara con 5.000 libras anuales y un parque de ciervos, sería el más industrioso caballero rural… Me situación ideal sería retirarme del mobile vulgus y pasar los días trabajando en la biblioteca o el laboratorio. El mundo es demasiado para nosotros[46]. ¡Ansío la monotonía de la vida monástica! Mis modelos son el padre Wasmann[47] y el abate Spallanzani[48]. Permitid que siga sus pasos. Estas vidas ofrecen escaso material a los novelistas o dramaturgos, pero tanto mejor. Está bien leer Hamlet, pero no me gustaría ser él.
6 de julio
Por la tarde, he ido a dragar a quince brazas del muelle de I., pero sin mucho éxito. Sin embargo, he conseguido gran número de cosas interesantes en la red, entre las cuales varios huevos en avanzado estado de desarrollo de Loligo y un Tomopteris…
7 de julio
He ido otra vez al río truchero. Después de extender una red de muselina a través de él, sobre el agua, para recoger los insectos que bajaban flotando, me he sentado en la pasarela peatonal y he leído un libro de geología para el examen de Dublín. Más tarde he bajado por el río hasta unos arbustos de avellanos en la orilla derecha, bajo un umbroso roble. Me he sentado encima de los arbustos, que me han sostenido como un sillón, y, con las piernas metidas en el agua, he abierto mi libro de Meredith y he pasado un buen rato.
28 de julio
He tenido que escribir al examen de Dublín, al que me habían autorizado a presentarme, para echarme atrás. En el estado de salud en que me encuentro, no me siento preparado para el trasiego del viaje. Además, las posibilidades de éxito no son tales que justifiquen que recurra al dinero de mi padre. Sigue enfermo y me temo que secretamente agitado porque observa mi inclinación a dejar su trabajo. A pesar de ello, parece que el periodismo será mi destino. Tener que escribir es una tortura refinada.
31 de julio
Me ha llegado una carta del doctor S. capaz de arrancar lágrimas a una estatua.
He pasado todo el día sentado en el parque, como un anciano valetudinario, tomando aire fresco, entre los imbéciles, los inválidos y los niños. ¿A quién le importa? «Pero, señores, ya tendrán noticias mías.»
4 de agosto
Una nueva oportunidad: esta mañana he recibido, inesperadamente, una segunda propuesta para presentarme a otro examen para cubrir dos plazas en el Museo Británico. Qué suerte.
11 de agosto
Mucho calor, así que he ido a S. y me he bañado en el estanque de salmones. Me he estirado en el agua, encantado al advertir que, por fin, me encontraba en el corazón del campo. No me limitaba a mirar desde fuera, desde la orilla. Estaba dentro, metido hasta el cuello. ¿Qué me importaba entonces el Museo Británico o la zoología? Había superado todos los objetivos de conquista y había vencido a todos los enemigos, excepto el último. Aunque quizá, en aquel momento, incluso la muerte estaba dominada. Era inmortal. En aquel instante ¡estaba postrado en el río, sumergido en el seno de la madre Tierra, que no puede morir!
14 de agosto
A las cuatro de la tarde, al estanque de salmones, para bañarme. Estábamos a 30,7° C a la sombra. El prado resultaba delicioso bajo la luz del sol. Me han entrado ganas de saltar, agitar la cola, cantar. Me sentía como un pájaro astuto de ojos brillantes.
17 de agosto
He tomado el tren de la tarde a C., pero lamentablemente se me ha olvidado llevarme el reloj y unos tubos (para insectos). Así pues, he pedido ayuda al jefe de estación, un joven de unos dieciocho años, que también es guardavías, taquillero, mozo y capaz de hacer de todo, incluso de darme cajas de cerillas vacías. Me he puesto de acuerdo con él para que me llamara con tres gritos desde el viaducto antes de que llegara el tren de la noche. Entonces me he ido al saetín, he puesto la red de muselina para coger insectos que bajaran flotando y después he cruzado hasta el río y me he bañado. Más tarde he vuelto, he metido los insectos en las cajas y he regresado a la pequeña estación, con sus enredaderas en las paredes y sobre el techo, tan deliciosamente tranquila como siempre, y el joven de la estación tan encantadoramente tonto. Al poco ha aparecido el trenecito en la curva: máquina verde y resoplante y vagones rojos como una oruga de alegres colores.
20 de agosto
Un trampero ha matado un ejemplar de Tropidonotus natrix[49] y me lo ha traído. Le he dado una moneda de seis peniques y voy a diseccionarlo en seguida.
21 de agosto
Algunas personas no se dan cuenta de nada. (Véase el capt. MacWhirr, de Tifón, Conrad.) Viven junto al genio o la tragedia tan inocentes como si fueran bebés; hay montones de gente que vive en una montaña, incluso en un volcán, sin saberlo. Si las estrellas del cielo se cayeran y la luna se convirtiera en sangre, alguien tendría que decírselo… Quizá, al fin y al cabo, las cosas más obvias son las más difíciles de ver. Ahora todo el mundo reconoce el talento de Keats pero, si fuera el vecino de la puerta de al lado, ¿por qué iba yo a leer sus versos?
27 de agosto
Preparación del cráneo de una serpiente
He preparado el cráneo de la culebra. Me parece que le he sacado los ojos con deleite, como algo simbólico, como si, en nombre del resto de la doliente humanidad, estuviera vengándome de la bestia por su comportamiento en el Jardín del Edén.
5 de septiembre
A las dos y media, papá ha sufrido tres «ataques» sucesivos de parálisis en otros tantos minutos. El tercero lo ha dejado baldado. Me han ido a buscar a la biblioteca, donde estaba leyendo, y me he apresurado a volver a casa. Cuando entraba en el dormitorio donde se encontraban él y mi madre, se ha producido otro ataque, y con gran dificultad, ella y yo hemos conseguido llevarlo de la silla a la cama. Se debatía con el brazo y la pierna izquierdas, y hacía ruidos inarticulados que parecían gruñidos. No sé si le dolía. Madre querida…
14 de septiembre
Papá no puede vivir mucho más. Mamá lo soporta maravillosamente bien. He intentado trabajar un poco en el examen, pero he sido totalmente incapaz. A. está en el dormitorio del enfermo velándolo, con mamá, que no quiere marcharse.
8.30. La enfermera ha dicho que no pasaría la noche.
8.45. He telegrafiado a A.[50] para que viniera.
11.00. A. ha bajado del piso de arriba y hemos cenado un poco.
12. Nos hemos acostado. H.[51] y los demás han encendido el fuego y nos hemos sentado en silencio, escuchando el murmullo. Teníamos frío. Papá lleva inconsciente alrededor de una hora.
1.35 madrugada. Hemos oído un ruido y luego mamá, después de pasar por delante de la puerta de mi dormitorio, ha bajado las escaleras con alguien más, sollozando. Me he dado cuenta de que todo había terminado. H. la ayudaba a bajar. He aguardado en mi dormitorio, en la oscuridad, tres cuartos de hora. H. ha subido, ha abierto la puerta y ha dicho: «Se ha ido, muchacho».
Ha sido un tremendo alivio saber que sus sufrimientos y la cruel situación en que se encontraba se habían terminado. He caído dormido, de puro agotamiento, y he dormido profundamente.
18 de septiembre
El funeral. No es la muerte lo que resulta tan deprimente, sino las terribles posibilidades de la vida[*].
21 de septiembre
Un día de otoño
Día otoñal, fresco y ventoso. La playa estaba cubierta de franjas de espuma jabonosa que temblaban trémulas bajo el viento. Las rocas y todo lo demás estaba empapado de agua, y de las olas ascendía, como vapor, el agua pulverizada. El sol rojizo se ponía despacio y las sombras que proyectaban las rocas se volvían largas y grotescas. Bajo las olas que rompían, se formaban huecos verdes y oscuros como cavernas marinas. Las gaviotas argénteas jugueteaban en el aire, balanceándose contra el viento; después se daban la vuelta bruscamente y se dejaban caer, con el viento en la cola. Nos hemos sentado todos en las rocas y nos hemos quedado casi callados, apenas hemos pronunciado algún monosílabo. Hemos señalado un barco que pasaba o hemos lanzado algún guijarro al mar. Algún observador podría haber pensado que estábamos aburridos. Sin embargo, en el fondo de nuestro ser, algo se agitaba y oíamos el rumor de un paso divino, suave y misterioso, como el vuelo de los pájaros migratorios en la oscuridad.
Se ha levantado el viento y ha golpeado la cuerda contra el asta de la estación del guardacostas. Ha bramado durante una hora sin parar, en el pelo y en las orejas, hasta que me he sentido azotado y desolado. En el camino de regreso a casa, hemos visto cómo el viento corría de acá para allá por la larga hierba como una serpiente enloquecida. ¡El viento! ¡Oh, el viento! Tengo una fe enorme en las propiedades curativas del viento. Ya me siento mejor.
17 de octubre
En Surrey. He hecho ya el examen y me siento bastante optimista después de varios días inquieto por culpa de un resfriado que amenazaba con quitarme de las manos toda posibilidad de triunfo.
Melancolía justificable
Mientras estaba sentado encima de una cerca, en las colinas de N., he visto en el fondo del valle, a lo lejos, a un hombre de pie en una cantera de creta que blandía un palo vigorosamente. Por un motivo u otro, se me ha ocurrido pensar que la escena tendría cierto interés si estuviera matando una serpiente: él, a lo lejos, y yo por encima, contemplándolo sin que se diera cuenta. Esta noche, durante la cena, ha venido a cuento la versión revisada de la historia y ha interesado a los concurrentes de modo natural. He añadido gráficamente que el hombre estaba demasiado lejos para que pudiera ver qué clase de serpiente estaba matando. Poseo el talento de un artista de la mentira. Con todo, no puedo considerar que la historia sea falsa: era apenas una enmienda razonable a un incidente que, de otro modo, carecería de interés.
24 de octubre
Un personaje femenino
… Es una dama anciana y diminuta, muy frágil y delicada, con una voz tan tenue como el ruido de una sierra de calar. Habla incesantemente sobre cosas poco interesantes hasta que a uno se le queda el rostro rígido de tanto forzarse a sonreír con cortesía, se le quiebra la voz y se le reseca la garganta de tanto decir «Sí» y «No me diga».
Esta noche debo asistir a la Sociedad Zoológica para pronunciar, por primera vez, una conferencia, por lo que estoy francamente inquieto y deseo estar callado. Así que, para impedirle a ella que hable, escribo dos cartas que hago pasar por urgentes. A las seis y cuarto me desespero y salgo a dar un paseo por las oscuras calles de Londres. Regreso a cenar y a ella. Según la esposa, su marido es pura pirotecnia intelectual. Me pregunta, a propósito del museo: «Supongo que tendrá allí algunos insectos para poder decir que los estudia cuando no hay nadie, ¿no?».
Seis cuarenta. Tengo que salir para la reunión dentro de una hora y por mucho que suspire, tosa, fume o lea el periódico, ella no para. Ni siquiera me permite escudriñar las líneas bajo las fotos del Illustrated London News. Escribo esto como único recurso para escapar de su devastadora cháchara y del incesante zumbido de un cerebro de mosquito. Cree (porque se lo he dicho) que estoy preparando unas notas para la reunión de esta noche.
Más tarde: He pasado un día deplorable. Estoy cansado, enfermo, aburrido, frenético por su voz, que sólo he podido compartir con el gigante intelectual de su marido a la hora del té. Para romper el flujo de la cháchara, la he interrumpido con grosería, me he puesto a hablar y he aguantado cuanto he podido para gozar de un breve descanso de la voz de sierra. Pero me he cansado y el sistema ha durado poco. Cuando he intervenido, ha seguido hablando durante unas frases, incapaz de detenerse, y hete aquí un espectáculo en el que dos personas, solas en una habitación, hablaban a la vez y ninguna escuchaba. Sin embargo, he seguido y ha tenido que callarse. Después de empezar, me ha dado miedo detenerme, asustado ante el hecho cierto de que la voz volvería a aserrar. Al cabo de un rato, la fuente de mi garrulidad artificial se ha agotado y la Voz se ha colado de inmediato por el resquicio, retomando el hilo —por sorprendente e increíble que parezca— en el punto exacto en que se había quedado. A las siete estoy agotado y me siento en el extremo opuesto del hogar, mirando con los ojos vidriosos, los brazos caídos al costado y la boca balbuceante. A las siete y cinco se pone a toser un poco más y tiene que detenerse para ocuparse de la tos. Con una sonrisa diabólica, empujo la silla hacia atrás y la contemplo toser en silencio… ahora no para de toser y ya no puede seguir hablando. ¡Gracias a Dios! Llegan las ocho, me voy a la reunión, donde leo el artículo en un estado de tremendo nerviosismo… Leo en voz alta todo lo que tengo que decir y los entretengo durante unos diez minutos. Me he sentido muy animado cuando el doctor — se ha levantado y ha alabado el artículo[*], diciendo que era interesante y que esperaba que pudiera continuar con los experimentos. El presidente, sir John Rose Bradford, ha formulado una pregunta, he contestado y me he sentado. Después de la charla, hemos subido a la biblioteca, hemos tomado té y he charlado con algunas personas importantes… No cabe duda de que la zoología es maravillosa, aunque me parece que los zoólogos son personas como las demás. Me gusta la zoología. Me gustaría poder prescindir de los zoólogos…
30 de octubre
Otra vez en casa. El Museo de Historia Natural me ha impresionado muchísimo. Es un edificio magnífico, demasiado magnífico para trabajar allí. Desempeñar una profesión en un edificio como ése parece una vida demasiado grandiosa. Un zoólogo piadoso podría ir a rezar en él, pero no a ganarse el pan.
31 de octubre
¡Me han admitido, me han admitido! He sido el primero, con ciento cuarenta y un puntos por delante del siguiente. La vieja M. [la criada] ha subido corriendo al dormitorio de mi hermana con la noticia justo después de las siete de la mañana. Ella ha dicho: «Bien, bien» y ha bajado en camisón a mi dormitorio, donde hemos tomado juntos una taza de té… ¡y hemos hablado! Estoy encantado. ¡Qué magnífica carrera de obstáculos ha sido! Todavía queda una prueba por superar: ¡el examen médico! Telegrafío a los amigos.
1 de noviembre
He aquí una carta que resulta para mí un verdadero bálsamo:
Querido W.:
No necesito decirle lo encantados que hemos estado cuando nos ha llegado la gran noticia esta mañana. Debe de sentirse enormemente satisfecho al pensar que ha conseguido su objetivo tras superar indecibles dificultades. No quisiera halagarlo en exceso, pero debo decir sinceramente que estoy tremendamente orgulloso de mi viejo amigo. Admiro más que nunca su cerebro y también su coraje y sus agallas, y el silencioso valor ante la decepción y las dificultades…
14 de noviembre
Los tres libros científicos más fascinantes que he leído hasta la fecha son (con diferencia): 1) La expresión de las emociones, de Darwin. 2) Origen de los vertebrados, de Gaskell. 3) La risa, de Bergson.
He ido al dentista por la tarde. Noche dedicada casi por completo a leer La risa. ¡Pardiez! ¡Sin duda es un libro extraordinariamente interesante!
29 de noviembre
… Estoy siempre buscando nuevos amigos, intentando establecer una amistad… No hay aventura más deliciosa que una expedición a una personalidad rica y polifacética. Gradualmente, tras un largo período de prueba —porque las inteligencias profundas tienden a ser reticentes—, añadimos fragmento tras fragmento a la geografía de la inteligencia de nuestro amigo, y cada fragmento agrada o entretiene mientras, a cambio, uno le permite ir robando trozo a trozo nuestro territorio, quizá escatimándole un poco aquí y allí —como el entusiasmo por la poesía de Francis Thompson— para revelárselo luego inesperadamente. Es una deliciosa reciprocidad.
Sueño con «el dulce desahogo de la jornada laboral del funcionario» (Peacock). Sin embargo, los franceses dicen Songes sont mensonges.
13 de diciembre
Estábamos a oscuras en el parque y ella ha dicho:
—Si le pierdo, no podré regresar a casa.
—¡Oh! Yo cuidaré de usted —he dicho.
Hemos tenido la misma idea al mismo tiempo y nos hemos sentado juntos. En ese momento, ha sucedido algo afortunado. Ha empezado a llover. Así que le he ofrecido parte de mi abrigo. Se me ha acurrucado bajo el brazo y la he besado al instante. Voilà! Una chica preciosa, doy fe.
20 de diciembre
Me está obsesionando. Tras una cena temprana, he pasado a ver a mi dama y la he encontrado lista para recibirme. No había nadie más en casa. Así pues, he entrado en la sala revestida de roble con cortinas rojas en las ventanas y me he quitado el abrigo y la bufanda. Ella me ha seguido y ha apagado la luz. El fuego rugía en la chimenea. Ella es muy cariñosa y yo no soy Hipólito, de modo que no hemos tardado en estar muy juntos en el gran sillón situado delante del fuego. Mientras avanzábamos así, viento en popa, y ella temblaba en la tormenta (y yo estaba al timón), la puerta de la cerca del jardín se ha cerrado de un portazo y ambos nos hemos levantado rápidamente. A continuación he oído que una llave giraba en la cerradura y unos pasos en el corredor: «El señor —», ha dicho ella…
Ella ha encendido la luz, ha salido a toda prisa al pasillo y, tras reunirse con él, lo ha llevado a su despacho mientras yo, con igual rapidez, me ponía el abrigo y la bufanda y salía por la puerta abierta tras tropezar con su bicicleta, aunque, como es natural, no me he detenido para recogerla. Más tarde ha telefoneado para decir que todo iba bien. ¡Qué alivio…! Esta mujer me recuerda La Glu de Richepin[52].
21 de diciembre
Esta mujer es un estupendo sedante. Sus movimientos son un agradable adagio; su voz un piano con tendencia al pianissimo; su conversación se interrumpe en emocionantes aposiopesis.
Esta mañana se ha representado una terrible comedia, pues en cuanto he quedado «silenciado», el dentista ha salido de la sala. Ella se ha acercado, me ha lanzado una mirada lasciva y ha dicho con aire provocador: «Oh, qué gracioso estás». Qué pícara. Al regresar, el dentista le ha dicho:
—¿Quiere sujetarle la mano?
Ella:
—Oh, ahora no.
Se han sonreído el uno al otro y me han sonreído a mí, que esperaba la tortura.
23 de diciembre
… Hemos esperado el tren una hora en la estación. Le he dado una caja de caramelos y el Bystander. Hemos recorrido el andén de un extremo al otro ¡y nos besábamos en la oscuridad! Pero hacía viento y frío (¡incluso me he dado cuenta!). Así que nos hemos metido en un furgón de equipaje vacío apartado en una vía. Allí estábamos protegidos del viento y mucho más cómodos. Pero ha aparecido un guardagujas y nos ha echado. Ella me ha regalado una fosforera de plata. Pero por diversos motivos creo que no era nueva, sino que era suya. Nos hemos despedido.
28 de diciembre
En R.[53] me he dedicado a hacer de despreocupado flaneur, recostándome en el sofá, apoyándome en el piano de cola o tumbándome en la estera, frente al fuego.
31 de diciembre
Mañana empiezo a trabajar en el Museo Británico de Historia Natural. No me imagino como ayudante del Museo. Ya sé, antes de entrar, que seré el ayudante más extraño de todo el personal. Será como cantar mi canción en una fierra extranjera y llorar —espero que unas lágrimas no demasiado amargas— junto a las aguas de una extraña Babilonia[54].
Sin embargo, como César, he quemado los puentes. O las naves, como Cortés. ¡Adelante!