15 de enero
Me parece que, en conjunto, soy un individuo muy descontento. Padezco ataques de lo que yo llamo la manía del «¿qué sentido tiene?». No paro de preguntármelo hasta que la pregunta me agota: «¿Qué sentido tiene ir al campo a hacer de naturalista? ¿Qué sentido tiene estudiar tanto? ¿Adónde lleva todo esto? ¿Lleva a algún sitio?».
17 de febrero
Cuando atrapo a alguien interesado en la historia natural me pongo a hablar como un parlanchín y después me avergüenzo por haberlo hecho.
15 de mayo
The Captain[6], en respuesta a mi carta, me aconseja que busque una profesión normal y cultive la Historia Nat. como una diversión, que asista a las clases de Ciencias en S. Kensington, o que busque influencia para conseguir un puesto en el Museo de Historia Natural. Ya veré.
9 de junio
Durante la comida, entre las clases de la mañana y las de la tarde, he ido a la orilla de S. B.[7] y he encontrado otro nido de carricerín común. Es el quinto que encuentro este año. La gente que vive enfrente, en el T. V.[8], los oye cantar por la noche ¡y piensa que son ruiseñores!
27 de junio
Al repasar la estación de puesta pasada, veo que, en conjunto, he descubierto doscientos treinta y dos nidos pertenecientes a cuarenta y cuatro especies. Espero tener la misma suerte con la temporada de los escarabajos.
15 de agosto
Tarde calurosa, sofocante, durante gran parte de la cual he estado tumbado sobre la hierba junto a una piedra levantada donde se libraba una espléndida batalla entre hormigas negras y amarillas. Se han llevado la victoria las pequeñas y resistentes amarillas… Por cierto, hoy he sujetado un tritón por la cola, ¡y cómo chillaba! Así pues, al fin y al cabo, el tritón tiene voz.
26 de agosto
En la cama con resfriado y fiebre. Me temo que tengo muy pocas observaciones que hacer sobre Hist. Nat. Es difícil observar nada cuando uno está en la cama de una habitación aburrida con una pequeña ventana. Pasan gaviotas y estorninos, silban los motores marinos, los cascos de los caballos resuenan en la calle y algunas veces me llega la voz de un transeúnte y, con frecuencia, la fuerte risa que revela una cabeza hueca[9]. También oigo el eco de mi tos dentro de la cabeza y, por las tardes, las pocas páginas de Hormigas, abejas y avispas[10] que me esfuerzo en leer durante el día se me repiten en el cerebro hasta que descubro con disgusto que las he aprendido de memoria. El reloj da la medianoche y espero la mañana. ¡Oh, qué mundo tan aburrido!
13 de octubre
En cama con otro resfriado. Me siento inútil. Es sorprendente que no caiga en la melancolía.
6 de noviembre
Hacia las siete de la mañana, H.[11] y yo nos encontrábamos en las marismas del río con prismáticos, mirando zancudas. Muchos chorlitejos grandes.