6

Sarah volvió a la sala atándose una bata de brocado.

—Tenía que quitarme esa ropa de esquiar. La verdad es que necesito un baño. ¡Qué sucios son los trenes! ¿Me has preparado un trago, Gerry?

—Aquí tienes.

—Gracias. ¿Se ha ido ese hombre? Mejor.

—¿Quién era?

—Nunca le he visto —Sarah se echó a reír—. Debe de ser uno de los ligues de mamá.

Entró Edith a correr las cortinas y Sarah le preguntó:

—¿Quién era, Edith?

—Un amigo de su madre, señorita Sarah.

Tiró fuerte de las cortinas y se acercó a otra ventana.

—Ya era hora de que volviera a casa a elegir los amigos de mamá —replicó Sarah, alegremente.

—Ah —fue el comentario de Edith, al correr la segunda cortina, y luego, fijando la vista en Sarah—: ¿No le ha gustado?

—No.

Tras de musitar algo, Edith salió de la habitación.

—¿Qué ha dicho, Gerry?

—Creo que algo como que era una pena.

—Qué raro.

—Sonaba misterioso.

—Oh, ya sabes cómo es Edith. ¿Por qué no vendrá mamá? ¿Por qué ha de ser tan vaga?

—Por lo general no lo es. Al menos a mí no me lo parece.

—Has sido muy amable al venir a esperarme, Gerry. Siento no haberte escrito, pero ya sabes cómo es la vida. ¿Cómo te las has arreglado para salir de la oficina a tiempo para llegar a Victoria?

Hubo una ligera pausa antes de que Gerry pudiera contestar.

—Oh, no ha sido muy difícil, dadas las circunstancias. Sarah se incorporó, alerta y mirándole.

—Vamos, Gerry, suelta. ¿Qué ha pasado?

—Nada. Por lo menos, las cosas no han salido muy bien.

—Dijiste que serías paciente y dominarías tu genio —soltó, acusadora.

—Lo sé, cariño, pero no tienes ni idea de lo que ha sido. Dios mío, volver de un sitio como Corea, donde es casi un infierno, pero donde al menos casi todos los individuos son decentes, para encerrarse en un despacho de la City, donde se habla sólo de dinero. No te puedes imaginar cómo es tío Luke. Gordo y brillante, con ojillos de cerdo. «Me alegro mucho de que hayas vuelto, muchacho. —Gerry imitaba muy bien. Soltaba las palabras de forma untuosa y asmática—. Ejem… ah… espero que ahora que todo lo demás ha concluido, vendrás a la oficina y… ejem… ah… te dedicarás de lleno a los asuntos. Andamos… ejem… escasos de empleados… Me atrevo a decir que se te presenta… ejem, un excelente porvenir si te lanzas de lleno al trabajo. Claro que tendrás que empezar desde abajo. Nada de… ejem… favores… ése es mi lema. Ya te has divertido bastante… ahora veremos si eres capaz de sentar cabeza».

Gerry se puso en pie y empezó a dar zancadas por el cuarto.

—Divertirse… eso es lo que ese viejo gordo llama al servicio activo en el ejército. Palabra, me gustaría verle amenazado por un amarillo soldado chino comunista. Esas sanguijuelas ricas sentadas en sus traseros en un despacho, sin pensar más que en el dinero… que ruede…

—Oh, cállate, Gerry —cortó Sarah, impaciente—. Lo que pasa es que tu tío no tiene imaginación. Además, tú mismo dijiste que tenías que conseguir un empleo y tener dinero. Admito que es desagradable, pero ¿qué otra alternativa hay? La verdad es que tienes suerte de tener un tío rico en la City. ¡La mayoría daría un ojo por lo mismo!

—¿Y por qué es rico? Porque nada en un dinero que tendría que ser mío. ¿Por qué el tío abuelo Harry tuvo que dejárselo a él, en vez de a mi padre, que era el hermano mayor…?

—Eso no importa. Además, para cuando te hubiese llegado el turno, seguramente no quedaría ya dinero. Todo se habría ido en derechos reales.

—Pero es injusto, lo admitirás.

—Todo es siempre, injusto. Pero de nada sirve darle vueltas. Además, resultas pesado. Una se cansa de no oír más que historias de mala suerte.

—La verdad es que no eres muy comprensiva, Sarah.

—No. Mira, yo creo en la franqueza absoluta. Creo que deberías tener un gesto y dejar del todo el trabajo o dejar de gruñir y dar gracias a tu buena estrella de tener un tío rico en la City, con ojos de cerdo y asma. Vaya, creo que por fin oigo a mamá.

Ann acababa de abrir la puerta con su llave. Entró apresuradamente en el salón.

—¡Sarah, cariño!

—Mamá… por fin. —Sarah envolvió a su madre en un abrazo—. ¿Qué ha sido de ti?

—La culpa es de mi reloj. Se había parado.

—Bueno, Gerry ha ido a esperarme, así que no me he encontrado sola.

Ann le saludó cordialmente, si bien por dentro se sintió molesta. Había esperado que aquel asunto de Gerry se desvanecería.

—Deja que te mire, encanto —siguió Sarah—. Estás de lo más elegante. Ese sombrero es nuevo, ¿no? Tienes muy buen aspecto, mamá.

—Y tú también. Tan tostada.

—Sol en la nieve. Edith está terriblemente desilusionada porque no he vuelto envuelta en vendajes. Hubieras preferido que me hubiese roto algunos huesos, ¿verdad Edith?

Edith, que entraba con el té, no respondió directamente.

—He traído tres tazas, aunque supongo que la señorita Sarah y el señor Lloyd no tomarán nada, ya que veo que han estado bebiendo ginebra.

—Suena como si fuéramos unos disipados, Edith. Además, también se lo hemos ofrecido a ese señor… como se llame. ¿Quién es, madre? Se llama algo así como coliflor[1].

—El señor Cauldfield ha dicho que no podía esperar, señora —interpuso Edith—. Vendrá mañana, como habían acordado previamente.

—¿Quién es Cauldfield, mamá, y por qué tiene que venir mañana? Estoy segura de que no nos apetece que venga.

—Toma otro trago, Gerry —cortó rápida Ann.

—No, gracias, señora Prentice. Lo cierto es que debo irme. Adiós, Sarah.

Sarah le acompañó a la puerta. Él le dijo:

—¿Qué te parece si vamos al cine esta noche? Hay una buena película en el Academy.

—Oh, qué divertido. No… será mejor que no. Después de todo es mi primera noche en casa. Creo que debo pasarla con mamá. La pobrecita va a desilusionarse si salgo corriendo en seguida.

—Creo, Sarah, que eres una hija buenísima.

—Bueno, es que mamá es un cielo.

—Oh, ya lo sé.

—Claro que hace un montón de preguntas. Ya sabes, qué has hecho y con quién has estado. Pero en conjunto, para una madre, es muy prudente. Mira, Gerry, si puedo te llamaré más tarde.

Sarah volvió a la sala y empezó a mordisquear un pastel.

—Éstos son los especiales de Edith. De lo más dulces. No comprendo de dónde saca los ingredientes. Bueno, mamá, cuéntame todo lo que has hecho. ¿Has salido con el coronel Grant y los demás amigos y te has divertido?

Ann se detuvo y Sarah se la quedó mirando.

—¿Pasa algo, madre?

—¿Pasar? No. ¿Por qué?

—Tienes un aire raro.

—¿Yo?

—Madre, pasa algo. La verdad es que estás de lo más rara. Vamos, cuéntamelo. Nunca te he visto una expresión más culpable. Vamos, mamá, ¿qué pasa? ¿Qué has hecho?

—Nada, de verdad… al menos. Oh, Sarah, cariño… debes creer que no supondrá ninguna diferencia. Todo seguirá igual, sólo que…

La voz de Ann se quebró y calló. «Qué cobarde soy —pensó para sí—. ¿Por qué una hija nos hace sentirnos tan cohibidas?».

Entretanto, Sarah la contemplaba. De pronto empezó a sonreír de lo más amistosamente.

—Creo… vamos, mamá, suéltalo ya. ¿Estás intentando decirme poco a poco que voy a tener un padrastro?

—Oh, Sarah —Ann suspiró de alivio—. ¿Cómo lo has adivinado?

—No ha sido tan difícil. Nunca he visto a nadie pasar tan mal rato. ¿Creías que iba a importarme?

—Lo supongo. ¿Y no te importa? ¿De verdad?

—No. La verdad es que creo que haces bien. Después de todo, papá murió hace dieciséis años. Deberías tener cierta vida sexual antes de que sea tarde. Estás justo en lo que llaman la edad peligrosa. Y eres demasiado anticuada para tener un amante.

Ann miró desalentada a su hija. Pensaba en lo difícil que iba a ser todo, más de lo que ella había pensado.

—Sí —proseguía Sarah, asintiendo con la cabeza—. Contigo tiene que ser el matrimonio.

«Qué absurda y querida criatura», pensó Ann, sin exteriorizar su pensamiento.

—Todavía estás de muy buen ver —siguió Sarah con el candor devastador de la juventud—. Eso es porque tienes una piel preciosa. Pero estarías muchísimo más guapa si te depilaras las cejas.

—Me gustan como son —repuso Ann, obstinada.

—Eres muy atractiva, cariño. Me sorprende que no te casaras antes. Por cierto, ¿quién es? Diré tres nombres: uno, el coronel Grant; dos, el profesor Fane, y tres, ese melancólico polaco de nombre impronunciable. Pero estoy casi segura de que es el coronel. Ha estado persiguiéndote desde hace años.

—No es James Grant. Es… es Richard Cauldfield —soltó Ann sin aliento.

—¿Quién es Richard Cauld…? Mamá, ¿no será ese hombre que estaba antes aquí?

Ann asintió con la cabeza.

—Pero no puedes, mamá. Es pomposo y horrible.

—No tiene nada de horrible —cortó con brusquedad.

—La verdad, mamá, podías haber elegido mejor.

—Sarah, no sabes de qué estás hablando. Yo… le quiero mucho.

—¿Quieres decir que estás enamorada de él? —Sarah parecía francamente incrédula—. ¿Quieres decir que sientes pasión por él?

Ann volvió a asentir.

—Mira. No puedo tomarlo en serio.

Ann cuadró los hombros.

—Sólo has visto a Richard un instante. Cuando le conozcas mejor estoy segura de que te gustará mucho.

—Parece tan agresivo…

—Es porque se sentía tímido.

—Bueno —Sarah hablaba muy despacio—. Es tu funeral, claro.

Madre e hija guardaron silencio unos instantes. Ambas se sentían violentas.

—Sabes, mamá, la verdad es que necesitas que alguien cuide de ti. No hago sino irme unas semanas y vas y haces una tontería.

—¡Sarah! —Ann le miró, enfadada—. Eres descortés.

—Lo siento, cielo, pero creo en la franqueza absoluta.

—Bueno, pues yo creo que no.

—¿Cuánto tiempo dura esta historia?

Pese a sí misma, Ann se echó a reír.

—Verdaderamente, Sarah, te pareces a un padre estricto en un drama victoriano. Conocí a Richard hace tres semanas.

—¿Dónde?

—Con James Grant. James le conoce desde hace años. Acaba de regresar de Birmania.

—¿Tiene dinero?

Ann se sentía a un tiempo irritada y conmovida. Qué ridícula resultaba la chiquilla, tan ansiosa en sus preguntas. Controlando su irritación, repuso con voz irónica:

—Posee ingresos independientes y es muy capaz de mantenerme. Trabaja con Hellner Hnos., una importante firma de la City. La verdad, Sarah, cualquiera pensaría que yo soy tu hija en vez de al revés.

—Bueno, alguien ha de cuidar de ti, querida —repuso Sarah muy en serio—. No eres capaz de cuidar de ti misma. Yo te quiero mucho y no quiero que cometas un disparate. ¿Es soltero, divorciado o viudo?

—Perdió a su esposa hace muchos años. Murió de parto de su primera criatura y ésta murió también. Sarah suspiró, meneando la cabeza.

—Ahora lo comprendo todo. Así es cómo te ha conquistado. Tú siempre te emocionas con los melodramas.

—¡Deja de portarte de un modo absurdo, Sarah!

—¿Tiene hermanas y madre… y todo eso?

—No creo que tenga ningún pariente.

—Al menos eso es algo bueno. ¿Tiene casa? ¿Dónde viviréis?

—Aquí, supongo. Hay mucho sitio y su trabajo está en Londres. No te importará, ¿verdad, Sarah?

—Oh, a mí no me importa. Pienso solamente en ti.

—Cariño, eres un encanto. Pero yo sé mejor lo que me conviene. Estoy convencida de que Richard y yo seremos muy felices juntos.

—¿Cuándo pensáis casaros?

—Dentro de tres semanas.

—¿Dentro de tres semanas? Oh, no puedes casarte tan pronto.

—No hay por qué esperar.

—Por favor, mamá. Retrásalo un poco. Dame tiempo para… para hacerme a la idea. Por favor, mamá.

—No sé… tendremos que ver…

—Seis semanas; espera seis semanas.

—Aún no está nada decidido. Richard viene a comer mañana. Tú… Sarah… serás amable con él, ¿verdad?

—Claro que sí, ¿qué crees?

—Gracias, mi cielo.

—Anímate, madre, no hay por qué preocuparse.

—Estoy segura de que llegaréis a estimaros mucho —dijo Ann débilmente.

Sarah guardó silencio.

Ann añadió sintiendo de nuevo ira:

—Al menos podrías intentarlo…

—Te he dicho que no necesitas preocuparte. —Al cabo de unos segundos, añadió—: Supongo que preferirás que me quede esta noche.

—¿Por qué, querías salir?

—Pensaba que tal vez… pero no quiero dejarte sola, mamá.

Ann sonrió a su hija, y la vieja relación entre ambas volvió a establecerse con normalidad.

—Oh, no me sentiré sola. La verdad es que Laura me había pedido que fuese a una conferencia…

—¿Qué tal el viejo caballo de batalla? ¿Tan infatigable como siempre?

—Oh, sí, igual. Le había dicho que no, pero no me cuesta nada telefonear.

Tampoco le costaría nada llamar a Richard… pero rechazó el pensamiento. Mejor estar alejada de Richard hasta que Sarah y él se vieran al día siguiente.

—Entonces está bien. Voy a llamar a Gerry.

—Oh, ¿vas a salir con Gerry?

—Sí, ¿por qué no? —el tono era desafiante.

Pero Ann no aceptó el reto. Repuso con dulzura:

—Sólo preguntaba…