[1] Contaba alrededor de los setenta y cinco años cuando el senescal de Joinville emprendió su Historia de San Luis, a petición de la reina Juana de Navarra, mujer de Felipe el Hermoso, que quería tener un libro de «las santas palabras y de las buenas acciones» del rey cruzado. Su redacción ocupó a Joinville una decena de años. Muerta entre tanto la reina Juana, fue a su hijo, Luis de Navarra, futuro Luis X el Turbulento, a quien el autor dedicó su obra: «A su buen señor Luis, hijo del rey de Francia», y se la presentó como una miniatura de su tiempo. <<
[2] Tras de ser elegido papa en las extrañas circunstancias descritas en este volumen —que nosotros hemos novelado, pero en manera alguna inventado— Jacobo Duèze (Juan XXII) sostendría, hacia la mitad de su pontificado en diversos sermones y estudios, su tesis sobre la visión beatífica. <<
[3] Las principales ropas de seda usadas en los vestidos eran: el jamete, muy parecido a nuestro raso, el cendal y el camocán, semejantes a los tafetanes, y las ropas de oro o plata, pesados brocados con trama de seda. Entre las ropas de lana, se empleaban mucho los jaspeados, ropas tejidas de diversos colores, los rayados, y el camelin, es decir, ropa de pelo de camello o sus imitaciones, y sobre todo los escarlatas. Estos últimos eran las ropas más ricas y más apreciadas con las que se vestían en las ocasiones solemnes. Las mejores fábricas estaban en Flandes y en Inglaterra. La cochinilla, pequeño insecto que se encontraba en el Languedoc y se vendía disecado, era la materia colorante. Había varios matices de escarlata: roja, rosada, violeta y sanguina. <<
[4] La mayor parte de los autores fijan en veintitrés la cifra de cardenales asistentes al cónclave de 1314-1316. Nosotros la elevamos a veinticuatro. El partido de los «romanos» contaba seis italianos: Jaime Colonna, Pedro Colonna, Napoleón Orsini, Francisco Caetani, Jacobo Stefaneschi Caetani, Nicolás Alberti (o Albertini) de Prato; un angevino de Nápoles, Guillermo de Longis, y por fin un español, Lucas de Flisco (llamado a veces Fieschi), consanguíneo del rey de Aragón. Estos cardenales habían sido creados anteriormente al pontificado de Clemente V y a la instalación del papado en Aviñón; el capelo les había sido conferido entre 1278 y 1303, en los pontificados de Nicolás III, Nicolás IV, Celestino V, Bonifacio VIII y Benedicto XI. Los restantes cardenales habían sido creados por Clemente V. El partido llamado «provenzal» comprendía a: Guillermo de Mandagout, Berenguer Fredol el mayor, Berenguer Fredol el menor, uno de Cahors, Jacobo Duèze y los normandos Nicolás de Fréauville y Miguel del Bec. Por último «los gascones», en número de diez, eran Arnaldo de Pelagrue, Arnaldo de Fougéres, Arnaldo Nouvel, Arnaldo de Auch, Raimundo Guillermo de Farges, Bernardo de Garves, Guillermo Pedro Godin, Raimundo de Got, Vital del Four y Guillermo Teste. <<
[5] Héroe griego que se cita como sinónimo de aventurero feliz, jefe de los argonautas, con los cuales fue a la cólquida, a la conquista del vellocino de oro. (Nota del traductor). <<
[6] Hasta la mitad del siglo xii, la ciudad de Lyon estuvo en poder de los condes de Forez y de Roannez, bajo la soberanía puramente nominal del emperador de Alemania. A partir de 1173, habiendo reconocido el emperador al arzobispo de Lyon, primado de las Galias, los derechos soberanos, la región de Lyon quedó separada del Forez y el poder eclesiástico la gobernó con derecho a administrar justicia, acuñar moneda y hacer levas. Este régimen disgustó a la poderosa comuna de Lyon, compuesta únicamente de burgueses y mercaderes, quienes durante más de un siglo lucharon por emanciparse. Después de varias revueltas desafortunadas, apelaron al rey Felipe el Hermoso, que en 1292 puso a Lyon bajo su protección. Veinte años después, el 10 de abril de 1312, un tratado firmado entre la comuna, el arzobispo y el rey unió definitivamente Lyon al reino de Francia. A pesar de las reivindicaciones de Juan de Marigny, arzobispo de Sens, que controlaba la diócesis de París, el arzobispo de Lyon conservó el primado de las Galias, única prerrogativa que le quedó. Al final de la Edad Media, Lyon contaba con 24 taberneros, 32 barberos, 48 tejedores, 56 sastres, 44 pescadores, 36 carniceros y abaceros, 57 zapateros, 36 panaderos, 25 hosteleros, 15 orfebres, 20 palleros y 87 notarios. La ciudad era administrada por la «comuna», constituida por los burgueses comerciantes que nombraban, cada 21 de diciembre, 12 cónsules, siempre personas notables y elegidos entre las familias ricas; este cuerpo consular se llamaba el «sindical». La familia de los Varay, pañeros y cambistas, era una de las más antiguas y consideradas de Lyon. Treinta y uno de sus miembros llevaron el título de cónsules; algunos fueron reelegidos, uno de ellos hasta diez veces. Había ocho Varay entre los cincuenta ciudadanos que los de Lyon nombraron jefes, en 1285, para dirigir la lucha contra el arzobispo y obtener la anexión a Francia. <<
[7] La Iglesia romana no ha vendido nunca la absolución, como frecuentemente han pretendido sus adversarios. Pero ha hecho pagar a los culpables, lo que es muy diferente, el precio de las bulas que les eran entregadas para atestiguar que habían recibido la absolución de su falta. Estas bulas eran necesarias cuando, habiendo sido público el delito o el crimen, era preciso probar que estaban absueltos, para ser admitidos de nuevo a los sacramentos. El mismo principio se aplicaba en derecho civil en lo relativo a las cartas de gracia y de remisión concedidas por el rey; la entrega de estas cartas y su inscripción en los registros estaban sujetas a tasas. Esta costumbre se remontaba a la época de los francos, antes incluso de su conversión al cristianismo. Jacobo Duèze (Juan XXII) quiso, con el libro de tasas y la institución de la Sacra Penitenciaría, codificar y generalizar esta costumbre en la Iglesia, idea que saneó sus finanzas. No estaban obligados a estas bulas sólo los miembros del clero; igualmente había tasas previstas para los laicos. Las tarifas se calculaban en «dracmas», moneda que valía alrededor de seis libras. Así, el parricidio, el fratricidio o el asesinato de un pariente entre laicos estaba tasado entre cinco y siete dracmas, lo mismo que el incesto, la violación de una virgen o el robo de objetos sagrados. El marido que pegaba a su mujer o la hacía abortar debía pagar seis dracmas, y siete si le había arrancado los cabellos. La multa más fuerte, que era de veintisiete dracmas, se aplicaba a la falsificación de las cartas apostólicas; es decir de la firma del papa. Las tasas subieron con el tiempo, paralelamente a la devaluación de la moneda. Pero una vez más hemos de decir que no se trataba de la venta de la absolución; era un derecho de registro para proporcionar pruebas auténticas. Los innumerables panfletos dedicados a esta cuestión que circularon a partir de la Reforma, para desacreditar a la Iglesia romana, se basaron en esta confusión voluntaria. <<
[8] A los Padres Predicadores o dominicos se les llamaba también jacobinos debido a la iglesia de San Jacobo que les habían dado en París, alrededor de la cual instalaron su comunidad. El convento de Lyon donde se celebró el cónclave de 1316 había sido edificado en 1236 sobre terrenos situados detrás de la casa de los Templarios. El conjunto conventual se extendía desde la actual plaza de los Jacobinos hasta la plaza Bellecour. <<
[9] Cada seis metros, aproximadamente. <<
[10] Se olvida con frecuencia el carácter primitivamente electivo de la monarquía capetina, que precedió a su carácter hereditario, o al menos coexistió con él. A la muerte accidental del último carolingio, Luis V el Perezoso, desaparecido a los veinte años tras un reinado de meses, fue designado por elección Hugo Capeto, duque de Francia e hijo de Hugo el Grande. Hugo Capeto asoció inmediatamente al trono a su hijo Roberto II, haciéndolo elegir como su sucesor y consagrándolo el mismo año de su propia consagración. Así se hizo durante los reinados siguientes. En cuanto el primogénito del rey era designado presunto heredero, los pares debían ratificar esta elección y el nuevo elegido era consagrado en vida de su padre. El primero que prescindió de la tradición de la elección previa fue Felipe Augusto. No mostraba gran estima de las aptitudes de su hijo, y sin duda no tenía deseos de asociarlo a su gobierno. Luís VIII recibió la corona de Francia a la muerte de Felipe Augusto el 14 de julio de 1223, exactamente como hubiera recibido la herencia de un feudo. Aquel 14 de julio la monarquía francesa se hizo verdaderamente hereditaria. <<
[11] Por regla general, en las genealogías se da el nombre de Luis al hijo de Felipe V, nacido en julio de 1316. Ahora bien, en las cuentas de Geoffroy de Fleury, tesorero de Felipe el Largo, que comenzó la redacción de sus libros aquel año, exactamente el 12 de julio, al tomar posesión de su cargo, se designa al niño con el nombre de Felipe. Otros genealogistas mencionan dos hijos, uno de ellos nacido en 1315, concebido por lo tanto durante el encierro de Juana de Borgoña en Dourdan; esto parece increíble, sabiendo los esfuerzos que hizo Mahaut para reconciliar a su hija con su yerno. El niño fruto de esta reconciliación recibió probablemente, como era costumbre, dos nombres al menos de los habituales de la familia. <<
[12] La toma del poder por parte de Blanca de Castilla no se realizó, por otra parte, sin dificultades. Aunque designada por un acto de Luis VIII, su marido, como tutora y regente, Blanca de Castilla tropezó con la violenta hostilidad de los grandes vasallos.
«Está Francia bien perdida, altos barones, oíd, con mujer en la bailía»,
escribió Hugo de la Ferté.
Pero Blanca de Castilla era mujer de temple muy distinto al de Clemencia de Hungría. Además era reina desde hacía diez años y había dado a luz doce hijos. Salió triunfante gracias al apoyo del conde Thibaud de Champaña, a quien señalaban como su amante. <<
[13] Se comprueba una impresionante similitud entre la locura de Roberto de Clermont y la del rey Carlos VI, su resobrino por partida doble, en la quinta generación masculina y en la cuarta femenina. En los dos casos la demencia se produce por el golpe de un arma, con traumatismo craneal en Clermont y sin traumatismo en Carlos VI, pero que en ambos originó una manía furiosa: los mismos períodos de crisis frenéticas, seguidos de largas remisiones en las que observaban un comportamiento normal en apariencia; el mismo gusto obsesivo por los torneos, que no se podía impedir que organizaran, y a los que se presentaban a veces en estado de delirio. A pesar de su peligrosa demencia, Clermont tenía autorización para cazar en el patrimonio real. Hasta se presentó en el ejército de Felipe el Hermoso durante una de las campañas de Flandes; lo mismo que Carlos VI, loco desde hacía veinte años, asistió al asedio de Bourges y a los combates contra el duque de Berry. <<
[14] Gritos reglamentarios que señalaban el comienzo del torneo. <<
[15] Los juguetes y juegos infantiles prácticamente no han variado desde la Edad Media. Había ya pelotas y balones hechos de cuero o de trapo, aros, trompos, muñecas, caballos de madera y tejos. Se jugaba a la gallina ciega, al marro, al escondite, a la cabrilla y a los títeres. Los niños de las familias ricas tenían también imitaciones de los armamentos, hechos a su medida: yelmos de hierro ligero, cotas de mallas, espadas sin filo; antecedentes de las modernas panoplias de general o de caballista. <<
[16] La última hija de Agnes de Borgoña, Juana, casada con Felipe de Valois, futuro Felipe VI, era coja, como su primo hermano Luis I de Borbón, hijo de Roberto de Clermont. La cojera existía igualmente en la rama colateral de los Anjou, ya que el rey Carlos II, abuelo de Clemencia de Hungría, tenía el apodo de «el Cojo». Según una tradición, recogida por Federico Mistral en Islas de Oro, cuando el embajador del rey de Francia, por lo tanto el conde de Bouville, fue a pedir en matrimonio a Clemencia en nombre de su señor, exigió que la princesa se desnudara ante él, para asegurarse de que tenía las piernas rectas. <<
[17] La broigne era un vestido de piel, de tela o de terciopelo sobre la cual se cosían pequeñas mallas de hierro, lo cual reemplazó a la cota de malla propiamente dicha. Para reforzarla comenzaron a poner bajo esta broigne unos elementos llamados «plates» —de donde el nombre de armadura de plates— los cuales eran unos trozos de metal plano, forjados a la forma del cuerpo y articulados al modo de la cola de los cangrejos. <<
[18] Mahaut redactó un minucioso informe de los robos y destrozos cometidos en su castillo de Hesdin, informe que comprendía no menos de ciento veintinueve artículos. Promovió un proceso en el Parlamento de París para obtener una indemnización, que le fue concedida por sentencia del 9 de mayo de 1321. <<
[19] Se decía «tuerto» por «miope». A Felipe V lo llamaron el Largo, el Grande o el Tuerto. <<
[20] Se acostumbraba entonces, en las familias reales y principescas, dar a los hijos varios padrinos y madrinas, a veces hasta ocho. Así, Carlos de Valois y Gaucher de Châtillon fueron padrinos de Carlos de La Marche, hijo tercero de Felipe el Hermoso. Mahaut fue madrina de este príncipe, como lo era de otros muchos hijos de su familia. Su designación para que llevara a la pila bautismal al hijo póstumo de Luis X no podía, pues, sorprender a nadie; por lo contrario, el no designarla hubiera parecido indicar que estaba en desgracia. <<
[21] En aquella época, el bautismo se celebraba siempre el día siguiente al nacimiento. La ablución por inmersión completa en agua fría se practicó hasta comienzos del siglo xiv. Un sínodo celebrado en Rávena en 1313 decidió, por primera vez, que el bautismo podía administrarse igualmente por aspersión, si había penuria de agua bendita o si se temía que la inmersión completa pudiera perjudicar la salud del niño. Sin embargo, la práctica de la inmersión no desapareció hasta el siglo xv. <<
[22] Cuando un recién nacido presentaba síntomas de enfermedad, no le hacían tomar las medicinas a él sino a su nodriza. <<
[23] Los chevaliers poursuivants (caballeros perseverantes), creación de Felipe V a principio de su reinado, eran nombrados por el rey para acompañarlo y aconsejarle; debían estar junto a él en todos sus desplazamientos, pero no todos a la vez. Se encuentran entre ellos parientes próximos del rey como el conde de Valois, el conde de Evreux, el conde de La Marche y el conde de Clermont; grandes señores como los condes de Forez, de Boulogne, de Savoye, de Saint-Pol, de Sully, de Harcourt y de Comminges; grandes oficiales de la corona como el condestable, los mariscales, el jefe de los ballesteros, y otros personajes, miembros del Consejo secreto o del «consejo que gobierna», legistas, administradores del Tesoro, burgueses ennoblecidos y amigos personales del rey. Entre ellos hay que hacer notar los nombres de Miles de Noyers, Giraud Guette, Guy Fíorent, Guillermo Flotte, Guillermo Courteheuse, Martin des Essarts y Anseau de Joinville. Estos caballeros fueron una anticipación de los gentileshombres de cámara instituidos por Enrique III, los cuales subsistieron hasta Carlos X. <<
[24] La súbita prodigalidad de la reina Clemencia a raíz de su trágico alumbramiento, que parece síntoma de un trastorno mental, se fue acentuando rápidamente. El papa Juan XXII, que había protegido siempre a Clemencia por ser princesa de Anjou, se vio obligado desde el mayo siguiente a escribir a la joven viuda aconsejándole que viviera oscura, casta y humildemente; que fuera sobria en la mesa, modesta tanto en sus palabras como en sus vestidos, y que no saliera siempre en compañía de jóvenes. Al mismo tiempo escribió a Felipe V para fijar la viudedad de Clemencia, asunto que tuvo sus dificultades. El papa escribió varias veces más a Clemencia exhortándola a reducir sus excesivos gastos y rogándole que arreglara sus deudas, en particular con los Bardi de Florencia. Finalmente, en 1318, Clemencia tuvo que retirarse por unos años al convento de Santa María de Nazaret, cerca de Aix-en-Provence. Pero antes de entrar, la obligaron, para satisfacer las exigencias de sus acreedores, a depositar en garantía todas sus joyas. <<
[25] Se llamaban bolsas de cul-de-vilain unas muy anchas de cuerpo y estrechas de cuello. Las hacían primorosamente decoradas y los señores llevaban en ellas frecuentemente su sello además del dinero. <<
[26] Se entendía por robe en su acepción de ajuar, un equipo completo, compuesto de varias piezas llamadas «garnements» todas de la misma tela. La robe de ceremonia comprendía: dos sobrecotas, una abierta y otra cerrada, una gualdrapa, una garnacha, una caperuza y un manto de lujo. <<
[27] Después de la elección de Hugo Capeto, los seis más altos señores del reino, tres duques y tres condes, designados para colocar la corona al elegido en su consagración, fueron los duques de Borgoña, Normandía y de Guyena y los condes de Champaña, de Flandes y de Tolosa. Eran considerados como pares del rey, es decir iguales a él. Paralelamente había seis pares eclesiásticos, de los cuales tres eran duques-obispos y tres condes-obispos. <<
[28] Cinco siglos más tarde, en su discurso del 21 de marzo de 1817 ante la Cámara de los pares, relativo a una ley de finanzas, Chateaubriand se apoyó en esta ordenanza de Felipe el Largo promulgada en 1318, por la cual el patrimonio de la corona había sido declarado inalienable. <<
[29] Recibe esta espada con la bendición de Dios… <<
[30] Que Dios te corone. <<
[31] Viva el rey para siempre. <<