Además de las crónicas, los informes y los estudios citados, he leído (o al menos supongo que he leído) todo lo que había que leer sobre la Inquisición en Sicilia, y puedo decir que he trabajado en este ensayo más y con más ganas y pasión que en ningún otro libro mío. En este trabajo me han acompañado, como nos acompañan durante horas o días enteros ciertos temas o frases musicales, determinadas anotaciones (de tipo musical, precisamente) de mi amigo Antonio Castelli, las que en su espléndido libro, titulado Gli ombelichi tenui, hablan de nuestras raíces (tanto suyas como mías), de nuestra respiración, de nuestra medida humana en el pueblo donde hemos nacido. Y me han acompañado los recuerdos de personas a las que quiero y estimo, de mi familia y mi pueblo, y que ya han dejado de vivir. Hombres, diría Matranga, de tenaz opinión: tozudos, inflexibles y capaces de soportar una enorme cantidad de experiencias y sufrimientos. Y he escrito sobre fray Diego como si fuera uno de ellos: hereje, no ante la religión (que a su modo observan o dejan de observar), sino ante la vida.
Pero no quiero hacer una lista de recuerdos y estados de ánimo, después de haber escrito (a mi manera) un ensayo histórico. Diré simplemente que dedico este pequeño libro a los racalmutenses, vivos o muertos, de tenaz opinión.
Sólo me queda añadir un agradecimiento: y como mis investigaciones resultaron en gran parte infructuosas, en proporción inversa está el número de personas a las que deseo manifestar mi gratitud. Y en particular a Gonzalo Álvarez, Antonio Cremona, Enzo D’Alessandro, Romualdo Giuffrida, Giovanna Onorato, Michele Pardo, Fernando Scianna, Giuseppe Troisi; a monseñor Giovanni Casuccio y a monseñor Alfonso Di Giovanna.