Estas notas van del 20 de abril al 5 de junio de este año, los días de la campaña electoral para la tercera legislatura de la Asamblea Regional Siciliana.
El parlamentito no goza de popularidad en Sicilia: las masas populares lo ignoran y sólo en los períodos electorales, al descubrir que en Palermo tiene la sede una Asamblea que puede hacer y deshacer las leyes, parece surgir un mayor interés, junto con una evaluación apasionada de lo que se ha hecho o se ha dejado de hacer, y de lo que debería de hacerse. La clase media decididamente no admite la función y la utilidad de la Asamblea y del Gobierno regional, piensa que todo se puede resolver con una costosa y mala imitación del Parlamento nacional y el Gobierno central, algún montaje para que noventa personas puedan colgarse el título de honorable y gozar del sueldo y las ventajas de éste. Los alcaldes democratacristianos de los Ayuntamientos sicilianos van locos por la Asamblea y el Gobierno Regional, la burocracia regional siempre está abierta a sus peticiones, un alcalde democratacristiano nunca deja de obtener trabajos públicos y asistencia; muy distinta es la experiencia de un alcalde comunista que se ve obligado a hacer cola delante de las puertas cerradas de los negociados regionales: este hecho, que en pueblos verdaderamente democráticos sería impensable, o por lo menos escandaloso, aquí es un argumento poderoso para la propaganda de los activistas democratacristianos.
—¿Veis lo que sucede —dicen— en los pueblos con administración comunista? ¡No ven ni un real! Si no votáis por nuestro partido no tendréis ni siquiera un metro de alcantarilla, ni calles, ni escuelas-taller.
Y la gente dice que sí, que es cierto; así van las cosas. Otras categorías incondicionales del Organismo Regional son los industriales, contratistas, abastecedores, etc. Las personas con buen sentido, dispuestas a admitir que, bien o mal, el Gobierno Regional sirve para algo, no son muchas.
Para esta campaña electoral nuestro observatorio es un pueblo de la provincia de Agrigento, al que seguiremos llamando Regalpetra, de unos doce mil quinientos habitantes, de los que siete mil cincuenta figuran en las listas electorales; un pueblo de campesinos, mineros del azufre y excavadores de sal gema; y pequeños propietarios; y un número de tenderos desproporcionado con respecto al número de habitantes y a las efectivas posibilidades de compra de la población. El sueldo de los braceros agrícolas es de setecientas liras al día, la media anual de los días trabajados no supera los ochenta; los obreros de las salinas trabajan a destajo, ganan seiscientas liras trabajando doce horas; los mineros de las azufreras ganan de mil doscientas a mil quinientas liras al día. Sólo una azufrera permanece activa, en otros tiempos había cinco o seis; en la actualidad sólo unas ochenta personas trabajan en la azufrera. Los pequeños propietarios dicen que están con el agua al cuello por las tasas sobre bienes raíces y las contribuciones unificadas; son personas que no trabajan y cuya actividad se reduce a ver florecer los almendros, madurar el trigo y: «ahora tendría que llover», «esperemos que el hielo no queme la floración», «el trigo necesita poca humedad», «el granizo ha destruido la viña», van al campo a echar una ojeada y luego se sientan en el círculo a hablar del buen tiempo y de la necesidad de lluvia; empiezan a vender alguna fanega de tierra para hacer frente a los gastos de la casa y para que sus hijos estudien; aunque tengan la cabeza más dura que una piedra, tienen que sacar un título y la verdad es que las cabezas caen como bochas por los suelos de las escuelas elementales, los institutos y la universidad.
Este pueblo nunca ha tenido ni diputados ni magistrados, aunque ha tenido docenas de funcionarios de policía, algunos de los cuales han hecho una buena carrera, pero nunca ha conseguido un diputado, o sea uno que pidiera leyes justas para el pueblo. Una vez, antes del fascismo, todo el pueblo votó al socialista Marchesano, prometía grandes cosas, agua y justicia, pero cuando llegó a la Cámara se olvidó de todas las promesas, los que se dirigieron a él para pedirle el agua que con un ímpetu propio de d’Annunzio había derramado en los comicios, observaron que el honorable ni siquiera se acordaba del nombre del pueblo. Fue una gran desilusión. Los viejos cuentan lo del honorable Marchesano para subrayar que no hay que fiarse de los candidatos forasteros, se debe votar por alguien del pueblo. Y en las presentes elecciones hay un candidato del pueblo, en la lista del MSI, un abogado: se presentó en la misma lista para las elecciones regionales del 51 y obtuvo dos mil cuatrocientos votos en el pueblo, pero ahora es el sexto de los nueve candidatos del MSI por razones de preferencia. En el colegio de este partido tuvo un solo escaño, y fue ocupado por un exvicefederal. Teniendo en cuenta que en el año 51, pese a los muchos votos de los ciudadanos, el candidato local no consiguió un puesto digno, en estas elecciones el MSI no obtendrá los dos mil cuatrocientos votos de entonces; seguro que pierde más de medio millar de votos. El MSI sin el candidato local no llegaría ni a mil doscientos votos.
Para hacer una crónica verdadera no debemos olvidar dos hechos anteriores a la apertura de la campaña electoral; una patrulla de jesuitas vino a despertar con sermones y procesiones el alma de los ciudadanos; y la Comisión Pontificia para la Beneficencia distribuyó pasta, queso y mantequilla a los trabajadores de la azufrera; la llama de la fe es más fácil que prenda en cuerpos con calorías suficientes. Somos de la misma opinión. Los jesuitas eran cinco, uno para cada parroquia y dos en la iglesia madre, estos últimos hacían sermones dialogados, uno de ellos hacía preguntas que parecían inspiradas por el diablo, las mujeres temblaban, pero en seguida el otro lo frenaba con respuestas claras y contundentes. Hubo también sermones para los intelectuales; una noche me encontré con el agrimensor B., conocido en el pueblo como masón, tenía prisa, le pregunté adónde iba con tanto ímpetu. Me contestó:
—A san José, llego tarde, hay sermón para nosotros, los intelectuales.
La actividad intelectual del agrimensor B. se reduce a la solución de crucigramas, en esto sí que no hay barbero que le supere. Todos los intelectuales del círculo no faltaron a ningún sermón, durante tres noches discutieron con pasión sobré el problema de la gracia. Las procesiones del vía crucis con florilegio vario de rezos y cantos serpentearon por el pueblo:
—He sido ingrato, perdóname, Señor, ten piedad de mí —cantaban las mujeres en procesión detrás de los estandartes parroquiales.
Algunos meses antes, en Regalpetra, ocurrió uno de esos acontecimientos que para la gente son una confirmación del antiguo proverbio: monaci e parrini séntici la missa e stòccaci li rini[9]; muy adecuado por lo que acababa de ocurrir la recomendación de hacer pedazos los riñones de curas y monjas. Sin embargo, parece que los jesuitas no vinieron al pueblo para las elecciones, sino para redimir y purificar, pero a veces se matan dos pájaros de un tiro. Tampoco podemos creer que la pasta, el queso y la mantequilla tuvieran que ver con la campaña electoral; lo cierto es que las distribuciones de este tipo se hacen muy de vez en cuando; no obstante, el Organismo de las Minas de Azufre y la Comisión Pontificia, que distribuye los enseres por cuenta del Organismo, no tienen nada que ver con la política. Pero aun admitiendo, cosa absurda, como es lógico, que la distribución esté relacionada con las elecciones, es fácil constatar que ha sido una pérdida de tiempo y dinero: los mineros están con el MSI, ésta es la voluntad de los dirigentes y maestros de obras, voluntad que alguno no respeta, pero que la gran mayoría acata y vota por los fascistas.
Abre la campaña electoral un candidato de la DC, exqualunquista. Los burgueses son terribles cuando pretenden que los demás sean coherentes, mientras ellos no lo han sido nunca. Este candidato, a pesar de haber cambiado de partido, posee una rigurosa coherencia: el movimiento del uomo-qualunque ya no existe, los estúpidos se han dejado caer en una forma de fascismo más declarado y espectacular, los listos han encontrado un buen asilo en el seno de la DC, ¿dónde queréis que vaya un hombre listo? El exqualunquista es listo, ha sido dos o tres veces candidato en las listas de Uomo-Qualunque sin ser elegido diputado, ésta es su última oportunidad.
Después de la primera metedura de pata de la temporada, el exqualunquista pone en guardia al electorado en contra de la corrupción: «Hay un partido, que no es la DC, que sólo en la provincia de Agrigento dispone de doscientos millones, no os dejéis comprar, tened conciencia, etc.»; por el contrario, la gente considera que un partido con tantos millones es muy fuerte, y si un partido es fuerte hay que votar por él. No se le puede hacer mejor propaganda a un partido; si se insiste demasiado en los doscientos millones existe el peligro que se convierta en una verdadera fuerza.
Un orador que no conoce la psicología particular de un pueblo siempre mete la pata, y a veces el error es irreparable. Un comunista, autor de un libro sobre la vida soviética, vino una vez a Regalpetra y explicó a los campesinos lo que era un koljós: el efecto fue extraordinario, quien tuviera oído podía oír cómo los votos fluían hacia los partidos que no prometían koljoses; el PC obtuvo el sufragio más bajo que nunca se ha registrado en Regalpetra.
El abogado que es el candidato local de los fascistas abre su campaña el 25 de abril. La sede del MSI está en la antigua casa del partido fascista, una vieja casa de alquiler con balcones a la española, cornisas de macizo barroco; de las paredes salen lozanas manchas de alcaparra que suben como enredaderas por las paredes alrededor de las canaleras. El aspecto de sepulcro abandonado que tiene la casa y sus necrófilos blasones halla en aquellas manchas la única nota de color. Dado que para los fascistas es día de luto, la bandera lleva una cinta negra y en el discurso del candidato salen todas las antigüedades funerarias; el discurso pasa como un carro fúnebre por entre matas de gallardetes, en un millar de adjetivos la patria llora su perdida grandeza. El secretario de la DC escucha y toma notas en un cuaderno, quizás anote las frases más apologéticas. Cuando el grito de dolor del orador se hace más agudo, un grupo de muchachos empieza a aplaudir debajo del balcón. Ahora, pasada la pasión triestina, la gente se muestra indiferente a los sollozos nostálgicos, y a los misinos sólo les queda un argumento; habrían podido invocar la doctrina autárquica del difunto en lo referente al petróleo de Ragusa, pero el tema del petróleo se lo han dejado a la izquierda, y se contentan con decir que el difunto ya se había dado cuenta del contrabando de petróleo; no dicen, sin embargo, por qué no lo sacó a la luz.
El año pasado, el diputado regional Occhipinti, del MSI, habló en la Asamblea de «casos letales» en los que estaban involucrados hombres del Gobierno, parecía que tenía pruebas. L’Unità, en espera de las declaraciones y sospechando que Occhipinti quería hacer un chantaje político, empezó a publicar las fotografías de los miembros del Gobierno, una cada día, y debajo de la fotografía el siguiente texto: «¿Es éste el hombre involucrado en los casos letales?» Pero Occhipinti no habló. Después de quince días tuvo la bondad de declarar a la asamblea que «los casos humanos, o sea verdaderamente letales» se reducían al siniestro del funicular aéreo Erice-Trapani. No resultó convincente y la atmósfera de novela policíaca no desapareció; muchos esperaban la explosión de un pequeño caso Montesi en el seno del gobierno de la región. En el MSI soplaban vientos de tormenta, el líder siciliano del movimiento desaprobó, al parecer, la actitud de Occhipinti, muchos fascistas se sintieron engañados: el comportamiento de Occhipinti y de los otros diputados del MSI les ofendía en tanto que era una clara prueba de la colaboración entre MSI y DC en la Asamblea regional, y no es bueno presentar el balance de una activa colaboración con un partido que se proclama democrático a unas personas que odian la democracia. En Sicilia la DC ha gobernado durante cuatro años con los monárquicos y el indispensable apoyo del MSI. Este partido adoptó la táctica denominada política de la taza de café; en los momentos decisivos, cuando el ambiente aconsejaba el voto negativo, y el compromiso establecido de mantener firme el gobierno monárquico-demócrata cristiano requería la abstención, los misinos resolvían el conflicto interior en una charla de café, la salvación del gobierno regional estaba en la unánime necesidad de tomar una taza de café que los diputados misinos sentían en el momento justo.
En consecuencia, el MSI se presenta ante sus electores con manchas gubernativas. Quien no es partidario de la DC no está dispuesto a votar por un partido que ayuda a la DC a gobernar, de ahí el progresivo cansancio de los partidos laicos; las personas que no aceptan la DC ni la detestan, piensan que lo mejor es votar directamente por este partido, toda vez que dar el voto a un partido gubernamental es una forma de dejarse engañar. Así que es fácil pronosticar que las elecciones irán mal para el MSI: el lenguaje gubernamental de los diputados salientes conduce a los electores modernos hacia la DC; el lenguaje de la nostalgia ha dejado atrás su primavera.
Cuando surge un problema, la mente de los fascistas, por lo menos de los que entonces no mandaron, se empapa en seguida de un cierto olor a nostalgia, se mueve como un cangrejo, evade la realidad para hacer madriguera en los agujeros del pasado. En la mente de los monárquicos, sin embargo, no hay larvas de pensamientos, sólo está el rey, como en los sueños, esos sueños de la gente del sur en los que las imágenes de los difuntos se mezclan con la petición de misas y la venta de números de lotería; hombres y mujeres sueñan con sus muertos y según lo que éstos hagan o digan en la secuencia del sueño: —«tengo sed, tengo hambre, no quiero sentarme», o suden—, los vivos sacan la conclusión de que se hallan en el purgatorio, pero casi nunca en el paraíso o el infierno, y que necesitan oraciones, misas y buenas obras. Después de pedir una misa, van al vendedor de lotería para descifrar el sueño; lo traducen en números cuya clave está siempre en el 31-47; un muerto que habla. El rey aparece como en sueños, está triste porque está lejos y quiere volver; como para los muertos, también para el rey se hacen decir misas, y se vota para que vuelva. Los candidatos monárquicos suplen la suerte de la lotería con el sueño del rey que vuelve; no será una terna, pero también va bien un par, por ejemplo, un par de zapatos.
Habría que estudiar el borbonismo de la plebe urbana de Sicilia, la imagen de la realeza que resplandece sobre la miseria, la teológica aparición del rey, el rey en las salas doradas y luminosas, en los jardines espléndidos; basta con saber que el rey existe y esta idea se refleja en sí misma al margen del tiempo humano. Habría que estudiar este borbonismo plebeyo de las grandes ciudades y capitales relacionándolo con el fenómeno contrario que se verifica en los pueblos: la plebe ya se ha redimido, es pueblo y pide justicia. En los pueblos se sabe perfectamente el concreto significado de aquella gran frase de Dewey: «Por muy ignorante que un hombre sea, sabe si el zapato le viene pequeño», y los zapatos del pueblo siciliano, incluidos los que regaló un candidato monárquico, son siempre pequeños. La gente de los pueblos lo sabe; vota para liberarse del zapato pequeño y no para que vuelva el rey.
Para que vuelva el rey, éste es el eslogan de los partidos monárquicos que claman en los pueblos los carabinieri retirados. Aquí un excarabiniere es partidario de Covelli, un exsargento partirá una lanza por Lauro; con los partidos monárquicos es como el que consigue una contrata. Los militares retirados conforman las filas del lumpenproletariat. Hombres que han mandado de uniforme y al retirarse pasan a ser desheredados o inadaptados, para decirlo con una palabra grata a los americanos, en particular los suboficiales de carabinieri que al enrolarse consiguieron eludir una vida penosa y miserable en el campo o la mina, para caer en seguida en un proceso de alienación humana en tanto que representantes del Estado; el bien del Estado contra el mal de los hombres. Pensad en un sargento o en un alférez que manda el cuartel de un pueblo, de un pueblo como éste, y luego, después de veinticinco o treinta años de servicio, cuando ya se ha acostumbrado a mirar el mundo desde lo alto del mando de un cuartel, todavía joven, el Estado lo devuelve a la vida burguesa con unos pocos miles de liras mensuales, los hijos que van a la escuela —todos los hijos de los suboficiales estudian—, el problema de la casa y la vuelta al pueblo del que huyeron a alistarse; cuando pierden la autoridad del uniforme y la graduación, ven desvanecerse ante sí el respeto y el temor que antes se les tenía. Es la condición más inadaptada que le puede tocar a un hombre.
En la calle vuelven a aparecer los liberales, se despiertan cuando se acercan las elecciones, buscan con desesperación una casa que dé a la avenida, sacan el viejo escudo y le dan una mano de pintura, lo ponen en el balcón de la casa, de noche, para que la gente no se dé cuenta de que se les han pegado las sábanas y se imaginan que la gente no hablará de ello como si se tratara de una novedad; han existido siempre, pero por una suerte de ancestral discreción sólo hacen oír su voz cuando es necesario. Los electores no aprecian esta discreción. «¿Quiénes son ésos?», se preguntan los campesinos y los obreros de las salinas mirando el reluciente escudo, los carteles con la bandera tricolor y el PLI. «A lo mejor éstos quieren que los votemos», se dicen irónicamente.
Sin embargo, la gente va a sus comicios porque les gusta cómo hablan los liberales; son personas educadas, dicen —señores—, y hablan de la Revolución francesa; éste es uno de los hechos históricos que más fantasía y pasión despierta entre la población, quién sabe por qué pero el personaje más popular de la revolución es Danton, algunos se hacen pintar su retrato en los carros. Durante la campaña electoral del 53, un campesino decía después de asistir a un comicio liberal:
—¡Estoy muy satisfecho! Ha dicho cosas interesantísimas. Hacía treinta años que no oía hablar de la Revolución francesa.
—¿Y le daréis el voto porque ha hablado de la Revolución francesa? —objetó inquieto su compañero.
—Eso ya es otra cosa —repuso el primero—. Yo ya sé a quién tengo que darle el voto. ¿Vos creéis que no sé extraer el jugo de un discurso? ¿Queréis que os diga a qué se reducen las bonitas palabras de los liberales?: Cu avi mangia e cu nun avia talìa (quien tiene, come, quien no tiene, mira cómo los demás comen).
En esta campaña los liberales no sólo hablan de la Revolución francesa, hablan también de los pactos agrarios, de los pequeños propietarios que tienen aparcerías y no hacen más que quejarse, tienen la obsesión de la causa justa y permanente; las palabras de los liberales crean en el círculo de los ciudadanos una atmósfera de guerra santa, todos llevan en el bolsillo el discurso de Malagodi. El que tiene una fanega de tierra, y la tiene como aparcero, tendría que votar liberal, dicen los propagandistas. Esta vez el partido hace las cosas a lo grande, carteles y octavillas en grandes cantidades, automóviles con altavoces dando vueltas por el pueblo. La American Legión ha enviado a sus suscriptores una carta en la que les recomienda que voten liberal.
El asesor regional C., monárquico, llega en coche con chófer de la inspección. Me viene a la memoria Francesco De Sanctis que, cuando no iba a Roma para el trabajo parlamentario, pagaba igualmente el billete. El honorable inspector cita bastante a De Sanctis: quizás sólo por eso surge en nosotros este recuerdo gratuito; es impensable que un inspector utilice coche y chófer a expensas del partido o las suyas propias. Conocemos muy bien al inspector C., hemos tenido varias oportunidades de hablar con él; la primera vez fue extraordinaria. El amigo que nos guiaba trabajaba en aquella Inspección y dijo sin tener en cuenta la advertencia del ujier:
—El honorable no está en su despacho —siguió adelante hasta la secretaría de éste, abrió la puerta y entró.
Se oyó una voz que declamaba. Nuestro amigo se volvió y dijo:
—Está —haciéndonos una señal para que le siguiéramos.
Sin embargo, el honorable no estaba en su despacho, había algunas personas sentadas en torno a una mesa y se oía la voz del inspector, pero él no estaba presente, encima de la mesa había un aparato del que salía la voz del inspector:
—…porque ¿quién soportaría los azotes y los insultos del mundo, la injusticia del opresor, las injurias de un hombre orgulloso, los espasmos del amor despreciado, el titubeo de las leyes, la insolencia del que ocupa un cargo…? —y nuestro amigo, que había empezado a hacer las presentaciones, fue invitado a permanecer callado.
—Sssh… el honorable está recitando el Hamlet.
Y en ese preciso momento entendimos un montón de cosas de aquella inspección.
Mayo ha traído un tiempo inestable. Las nubes llenan el cielo, que de repente se serena. Hoy el cielo está cubierto, el trueno resuena en lontananza, al final cae granizo grande, con furia.
El granizo es, también, un elemento electoral, los democratacristianos envían telegramas a diestro y siniestro, prometiendo a los agricultores adecuado resarcimiento de los daños, éstos presentan las solicitudes y se reúnen para pedir que los peritos vengan a valorar las pérdidas.
Los peritos no vienen, propietarios y aparceros empiezan a perder las esperanzas. Para compensar esta desilusión, viene el vicepresidente de la región, candidato de la DC por la provincia de Agrigento. Lo presenta a la población el secretario provincial de los cultivadores directos. Dice:
—Quizá no lo sepáis, pero este hombre es capaz de hacer cualquier acrobacia, incluso sabe hacer saltos mortales —con lo que quiere dar a entender que, una vez reelegido y reconfirmado en el alto cargo, el honorable hará lo imposible para que la Región intervenga en el resarcimiento de los daños provocados por el granizo.
Los saltos mortales del vicepresidente son un argumento irresistible, los activistas rompen a aplaudir, pero los agricultores quieren ver primero a los peritos y luego los saltos mortales.
El vicepresidente de la región, hijo de un ilustre parlamentario del período prefascista, es el continuo blanco de las injurias de los fascistas: fue jerarca y, al parecer, vicefederal, por eso lo consideran un traidor. Es un am-profesor[10] universitario. De aspecto delicado e inteligente, experto orador, sus discursos están llenos de cifras; también fue asesor de Hacienda y mueve dinero en los bancos sicilianos. Es de mal gusto hablar de saltos mortales y acrobacias al referirse a este hombre.
Se espera con ansiedad el mitin del fascista D., considerado por sus correligionarios como un punto fuerte; tiene facilidad de palabra y argumentaciones verdaderamente extraordinarias. Los señores aún recuerdan el mitin que hizo D. en el año 1953 en esta misma plaza. Explicó la reforma agraria, es más, la destruyó con graníticas argumentaciones.
—Si yo tengo un pan —dijo— y somos cien muertos de hambre, si divido el pan, a cada uno le tocan diez gramos y todos seguimos muertos de hambre; en consecuencia, es mejor que el pan me lo coma todo yo, de esta manera alguno de nosotros comerá en abundancia.
Los señores estaban descompuestos, era como el huevo de Colón, tanto hablar de reforma y, al final, no era más que una manera de seguir siendo unos muertos de hambre. Ahora esperan que D. ponga en su sitio el problema del petróleo, quizá vuelva a servirse del ejemplo del pan.
Los obreros de los talleres-escuela y los asalariados del municipio no faltan nunca a los mítines de la DC, forman junto a algún que otro activista el grupito de alabarderos. Los comicios de la DC son siempre un poco escuálidos, pero ojo con fiarse de las apariencias, quien no conoce nuestros pueblos no creerá que la DC es fuerte, más fuerte que las otras fuerzas; los misinos y los comunistas que hacen buenos mítines, con aplausos y gritos de entusiasmo, no recogerán, ni mucho menos, tantos votos como los democratacristianos.
Los obreros de los talleres-escuela esperan el más mínimo silencio para llenarlo de aplausos, está claro que no siguen el discurso del orador, su tarea se acaba con los aplausos. En el balcón de la DC, al lado del orador está siempre el secretario de la sección, que es asimismo el vicecomisario del Ayuntamiento. Alguna vez, después de un gesto del orador, hace la señal de aplaudir que los de abajo recogen en seguida.
—Aplaude, Pedro, que el profesor nos mira —(el profesor es el secretario de la DC) le dijo la otra noche un obrero, acompañando sus palabras con un codazo, a un compañero que estaba distraído y no aplaudía, y éste comenzó a aplaudir inmediatamente.
Cuando hay asambleas oceánicas, también los democratacristianos saben cómo comportarse, y van hasta Agrigento con banderas y Blanca flor y hip, hip, hip, hurra al nombre de jerarca que debe hablar. Los autobuses alquilados por el partido se llenan de obreros de los talleres-escuela. No cabe duda de que van espontáneamente, a los obreros les basta con oír nombrar al honorable Mariano Rumor para ir corriendo hasta Agrigento, y no hablemos ya si viene Fanfani.
Nosotros también fuimos a Agrigento para oír el mitin de Fanfani, en el autobús de los democratacristianos, que iba tan lleno que el conductor no quería arrancar, los chicos cantaron Blanca flor mientras atravesábamos el pueblo, luego pasaron a canciones de amor y al llegar a Agrigento retomaron Blanca flor. En la plaza de la estación había una gran tarima. Desde los tiempos de Starace no se veía un palco así, parecía la proa de un barco, completamente lleno de lámparas, y de dos pisos: el primero para los jerarcas locales y el segundo para Fanfani. Una voz daba órdenes desde los altavoces:
—Los de Cianciana que se aparten un poco hacia la derecha, un poco más al fondo los de Porto Empédocles, dejen libre el paso —porque en la plaza había un poco de lío, banderas y carteles navegaban sobre la multitud.
—El honorable Fanfani está a punto de llegar —empezó a decir la voz.
—¡El honorable ha llegado, ha llegado el honorable Fanfani! —gritó con pasión.
Y todos empezaron a decir:
—¿Dónde? ¿Dónde? —porque en el grupo que atravesaba el paso no se veía a Fanfani.
Cuando Fanfani apareció en la tarima, agitando con la mano un pañuelo blanco, los vivas duraron cinco minutos, luego dijo unas breves palabras el secretario provincial y en seguida empezó Fanfani: sacó una hoja con las ocho preguntas que los comunistas le habían dirigido y dijo que les contestaría democráticamente. A la primera, «¿Por qué los democratacristianos gobernaban en Palermo con los fascistas y en Roma con los antifascistas?», el honorable Fanfani dijo que no cabía más que una sola respuesta, el título de una ópera de Leoncavallo: Payasos. Después de este breve ensayo de cultura musical tuvo la voluntad de explicar que la culpa era del electorado, que no sufragaba a la DC hasta darle la mayoría absoluta y la obligaba a jugar a las alianzas. Pasó a la segunda pregunta. Éramos tres los que estábamos un poco al margen de la muchedumbre; empezamos a discutir entre nosotros, de vez en cuando enmudecíamos al oír las categóricas frases de Fanfani:
—Os digo que este pequeño hombre… —seguido de la invitación a levantar las banderas en honor a De Gasperi, hubo movimiento general de banderas durante más de un minuto.
Nos ahorró la historia de la DC que había tenido un marido, De Gasperi había muerto dejando a la DC viuda, y ahora había un huérfano que iba por el camino trazado por aquél, este huérfano era él, Fanfani: esto fue lo que contó en Catania. Nos hizo recordar una frase de Disraeli que dice: «Cuando quiero leer una novela la escribo»; ¿y qué novela habría podido leer, o sea escribir, el honorable Fanfani? Mussolini escribió una novela titulada La amante del cardenal. Fanfani podría tener éxito con una de tipo alegórico, El huérfano o el hijo único de madre viuda, pero creo que le cabrán ciertas dudas en lo referente a lo de único.
No se comprende muy bien el juego que quieren hacer los comunistas. Los periodistas que han venido del norte dicen que se trata de un juego astuto, dicen que hacen una campaña de topos, van royendo por debajo y no muestran su verdadera fuerza, de esta manera sus adversarios no pueden combatir con bombo y platillos contra el peligro comunista; quizá sea eso, pero visto desde aquí nos parece que la cosa se esté debilitando, que no hay astucia, sino cansancio y desconfianza, un peligroso cansancio, como el del que sube por una cuerda y al llegar a una cierta altura mira hacia arriba, comprende que no logrará alcanzar la cima, se deja caer deslizándose. Parece que en los grandes centros urbanos saben luchar un poco mejor.
No hacen más que hablar del petróleo y de los americanos que vienen a bebérselo; la gente no les hace mucho caso, durante una época ingleses y franceses llevaban las azufreras del pueblo y no dejaron ningún mal recuerdo, así que tal vez sea mejor que vengan los americanos a sacar petróleo que tener que tratar con patrones italianos. El problema está mal planteado, no hay ningún orador que logre aclarar la cuestión del petróleo, muchos hablan de ello sin haber entendido nada:
«Cártel Eni, Agip y Standard.» La gente no sabe el significado de ninguno de estos nombres. El éxito de los comunistas en el 53 se debió a un planteamiento claro: todos, incluidos los que votaron DC y los parientes de la DC, se dieron cuenta de la injusticia de la llamada ley estafa; en la actualidad, nadie está dispuesto a convertir el contrabando del petróleo en un caso de conciencia.
Viene un diputado del PSI, un lombardo, y habla de los Fasci sicilianos, en 1892-1894 es un poco como los liberales que hablan de la Revolución francesa y de Cavour. Aquí de lo que hay que hablar es de los obreros de las salinas que trabajan doce horas por seiscientas liras, la casa llena de hijos, las deudas; los obreros de las salinas que emigran de la Cgil a los sindicatos fascistas del MSI y que ahora ya no saben adonde ir a parar, no hallan protección sindical ni defensa alguna para sus derechos, si se abre algún pleito se ven obligados a llevarlo a cuestas y a pagarlo como causa civil; nadie se acuerda de ellos, ni entidades ni comités de asistencia; sólo cuando mueren les pagan un buen funeral. Y los braceros del campo que ganan cincuenta y sesenta mil liras al año. O, quizás, haya que hablar del granizo, la tierra, la mala cosecha o los talleres-escuela.
Parece que los activistas democratacristianos han hecho correr el rumor de que no hay que votar por el candidato local del MSI, en virtud a ciertos peca dos suyos contra el noveno mandamiento. El candidato se acerca al balcón y empieza a sacar los trapos sucios de los activistas de la DC, no cita nombres, sólo da indicaciones topográficas, los nombres corren entre las personas que escuchan; es muy divertido. El candidato promete que si los adversarios le fuerzan, dirá nombres y apellidos, entonces una voz borboteante de vino grita:
—Los nombres los queremos ahora.
Hablar de los líos sexuales de los adversarios es un golpe seguro, esta noche el MSI ve subir sus acciones.
—No —dice el orador para terminar su discurso—, somos hombres.
El candidato del MSI se ha buscado una querella, los democratacristianos están desilusionados, la ventaja obtenida por el candidato del MSI con el mitin ayer por la noche parece muy clara. Alguien añade leña al fuego y aconseja a los democratacristianos que es preciso contestar con el mismo lenguaje. Prevalece la tesis del silencio.
Cada cosa tiene su compensación, pues viene un padre franciscano y hace un discurso sobre san Francisco, está claro que a lo largo del sermón caen otras muchas cosas, la gente se pierde un mitin del MSI para oír al monje.
Le preguntamos a un amigo por quién votará. Comprende que nosotros pensamos que es de izquierdas y no quiere desilusionarnos ni mentir.
—El voto es secreto —dice en broma, de lo que deducimos que votará por el DC; todos los que votan por este partido tienen una especie de complejo de culpabilidad, sobre todo los que provienen de la izquierda.
Los señores no se pronuncian, el mismo silencio que guardarían sobre un delito si lo hubiesen visto cometer ante sus ojos (la regla no es actuar como testigo), lo mantienen asimismo para la operación del voto, como si lo decidieran dentro de la cabina y luego se olvidaran de ello; es posible que a alguien le ocurra algo por el estilo, o sea que dude si votar MSI, DC o monárquico hasta que tiene la papeleta en la mano; son hombres de orden, y nada ocurre si el voto en lugar de ir a la DC va al MSI, a fin de cuentas ambos son partidos de orden.
Si le preguntáis a un señor qué es el orden, recibiréis la respuesta más acertada; tal vez os haga reír, pero si lo pensáis bien os daréis cuenta de lo acertado de la contestación:
—El orden —dice el señor— es la prohibición de la huelga.
Un parque de atracciones ha plantado sus lonas en la plaza, a pocos metros de un lugar donde se hacen los mítines, los altavoces dan música durante todo el día. Un candidato del MSI, al asomarse a la tribuna para empezar su discurso, grita con una voz vibrante de indignación:
—¡Alférez, quisiera hablar sin ninguna molestia, haga que quiten esa música!
—¡Muy bien! —grita alguien entre la multitud, y todo el mundo aplaude.
Se entiende que la aprobación y el aplauso no se deben al hecho de que ahora podrán escuchar mejor el mitin sin ser molestados por la música de las atracciones, son más bien una manifestación de alegría, de grato entusiasmo, porque finalmente alguien se ha dirigido a un alférez de carabinieri con el tono que, en un pueblo como éste, sólo puede usar un alférez.
Los democratacristianos han hecho un gran escudo cruzado con luces blancas y rojas, por la noche lo encienden, ocupa toda la fachada de una casa. Y luego unas grandes pancartas de tela con los nombres de los candidatos preferidos del secretario; hay también muchas iniciativas privadas, jóvenes que aspiran a un puesto en un banco o que han recibido determinados favores, hacen por su cuenta carteles que invitan a la gente a votar por democratacristianos o monárquicos con bombillitas alrededor; el pueblo parece un belén. Democratacristianos y monárquicos juegan, como aquí se dice, a joder a sus compañeros, mientras, en secreto, se despedazan entre sí. El secretario de la DC es un muchacho listo, ya ha escogido los caballos por los que apostará, 3 candidatos sobre un total de 9, una terna exenta de votos preferentes, los otros no existen para él, ni tan siquiera el candidato recomendado por la Acción Católica diocesana, lo cual no deja de ser una pequeña y buena señal.
Llega un coche cargado de fascistas de un pueblo vecino, los fascistas del lugar corren a recibirlos, pero aquéllos en seguida los desilusionan, pues les dicen que han venido a hacer propaganda para un candidato democratacristiano.
Se ven algunos tipos por la calle que parecen sacados de las penitenciarías más famosas, caras estilo Bogart, la mafia ha apostado ora aquí ora allá a sus elementos más sugestivos. Llegan los primeros, media hora más tarde hace su entrada el coche del candidato. Sentados en las mesitas de la terraza de un café, constituyen todo un espectáculo; es como una especie de anuncio, en seguida los mañosos del pueblo se agrupan en torno a aquella mesa, la gente hace comentarios prudentes y previsiones sobre la fuerza del candidato que lleva tanta escolta.
En nuestra opinión Regalpetra no es un centro de la mafia, los honores que se tributan a los notables de esta honorable sociedad que vienen de F., S. y C. (pueblos que en las crónicas judiciales gozan de mucha consideración) hacen pensar que en este pueblo no hay más que pequeños mandos. Además, en Regalpetra no hay latifundios, por consiguiente no existe la mafia del campo, pero sí la de las azufreras; una mafia de tipo camorrista, con una organización tributaria un poco distinta de la mafia que vive a expensas del feudo. Quizá sea más arrogante y de una extravagante chulería, formulista y pendenciera, pero menos dispuesta a excesos sanguinarios y a ese celo de conservación del que derivan hechos como la masacre de Portella della Ginestra, crimen que, en nuestra opinión, representa el punto álgido de la alianza entre el bandido Giuliano y la mafia y, al mismo tiempo, la sentencia de muerte para el primero, que después de realizar tan atroz misión se ha convertido en una pesada carga para los mandatarios; sólo los muertos callan.
Aquí hay una especie de zona neutra, donde convergen los intereses electorales de los tres centros mafiosos más importantes de la diócesis con resultados no siempre satisfactorios; porque no son suficientes ciertas recomendaciones en baccagliu (jerga en la que el decir sin decir nada, la lisonja y la amenaza, el apretón de manos del hombre de honor y el guiño del bellaco adquieren artísticas transfiguraciones) para mover las aguas en favor de un candidato. Al parecer, en ciertos pueblos hay una tan absoluta supeditación a la mafia que basta la palabra de un tío (tío Pedro, tío Caló, tío Giuvá: los más grandes mafiosos son tíos de todo el mundo) para decantar el voto hacia un determinado candidato. En Regalpetra no hay tíos tan respetables: la mafia no tiene una fuerza superior a los doscientos cincuenta votos, por tanto se necesitan otros aliados para que un candidato tenga éxito, los mafiosos indígenas no saben cómo dividirse, cada gran centro de la mafia tiene su candidato y resulta espinoso tener que elegir entre el tío de S. y el de C.
A veces, un mafioso logra obtener cosas que ni siquiera un cura conseguiría arrancar; cuando aquél decide echar una mano a alguien y el asunto le interesa, asegura: «Ve tranquilo, como si el problema fuese mío», y al político le habla con igual decisión: «No quiero oír hablar de excusas, ¡eh!, no puedo quedar mal»; y, de cada cien, noventa y nueve negocios salen bien.
Un mañoso nunca tiene que hacer cola en los despachos, tal vez vosotros tengáis que esperar un par de días para que el honorable o el comendador se decida a recibiros, y veis que un tal tío Ciccio o Peppi entran en la antesala, provocando un precipitado entusiasmo servicial en el ujier que desde hace dos días os mira con desagrado, y cruzan, seguros de sí mismos, aquel umbral que se os prohíbe pisar. En seguida oís el alegre saludo de alguien que por fin satisface al anhelado deseo de ver a una persona querida, que lanza el honorable o el comendador detrás de esa puerta que vosotros tal vez paséis, pero para encontraros frente a un hombre enfurecido y nervioso.
Si digo una palabra a… (poned en lugar de los puntos un título o un nombre: una persona poderosa o un funcionario que ahora necesitéis), estad seguros de que es cosa hecha, dice el hombre respetable. Y es cierto, podéis contar con ello.
Conozco a un joven que daría su voto al PSI, pero está inscrito en la DC y, por razones personales, votará por los monárquicos de Covelli. Es inteligente, sensible y tiene una clara visión del momento político; pero el virus de la amistad le hace desviarse; por amistad con el secretario de la DC se ha inscrito en este partido y por amistad votará monárquico. La amistad hace desgracias en Sicilia, es mafia, masonería, partido político; uno se deja en nombre de la amistad incluso encarcelar.
Los monárquicos de Lauro abren la sección; han alquilado un pequeño almacén sin reparar en gastos, han descargado mesa, sillas, estandarte y escudo; hace ya tiempo que se habla de ellos, y, helos aquí, ya hay gente que sueña la pasta de Lauro, y el dinero, porque Lauro está tirando el dinero a espuertas en Sicilia; por lo menos eso es lo que dicen los que vienen de Palermo. Entre los partidarios de Lauro y Covelliani se crea una guerra de recíprocas y feroces acusaciones, es evidente que se conocen muy bien entre sí.
—Si los dos quieren que vuelva el rey —me dice un campesino—, ¿por qué se degüellan? Me huele a chamusquina, algo deben de tramar.
Y no hay nada que añadir, ha dado en el clavo.
A las once de la noche habla Vittorio Marzotto por el PLI; la avenida está casi desierta y alrededor de la tarima del orador hay unas doscientas personas, gente que se ha quedado en la calle a esta insólita hora por el placer de oír al hombre de los trajes y las carreras de coches.
El discurso de Marzotto es de estilo melancólico, la melancolía del que sabe administrar bien las cosas en su casa y ve cómo el vecino, poco previsor y muy eufórico, se arruina. La gente ve detrás de él, detrás de su amable crítica de buen jefe de empresa, el continente, ordenado y limpio, las buenas calles, el baile del domingo, las chicas en bicicleta, los trenes que nada saben de las horas perdidas en las estaciones, la sirena de la fábrica y la radiante serenidad de la casa: el mito del continente, para estos pobres trabajadores del sur. Algún señor, más puesto al día, ve en Marzotto al representante del anticomunismo ilustrado, un hombre que da a cada uno lo suyo y también sabe hablar de fútbol.
Resulta difícil hacer cualquier previsión acerca de los resultados de Regalpetra, estamos convencidos de que un regalpetrense no confesaría sus intenciones electorales ni siquiera al borde de la muerte; también están los que declaran abiertamente sus preferencias políticas, en su mayoría jóvenes, pero al final incluso ellos cambian de opinión y se retractan en el momento mismo de entrar a votar. En ciertos caminos del campo hay pasos, recodos donde los árboles y las rocas producen un siniestro efecto; ahí se escondían los delincuentes durante el, para ellos feliz, período de posguerra, para robar o asesinar. De manera que los campesinos, incluso en la actualidad, cuando han disminuido mucho las probabilidades de tener un mal encuentro, atraviesan esos pasos con desconfianza y emoción, y el que puede los evita. Claro está que la ley mira y protege, pero nunca se sabe, y a más de uno le ha ocurrido que donde más esperaba hallar la ley ha salido un delincuente. Aquel paso es mejor evitarlo. Uno podía ser socialista, ir a las manifestaciones con la bandera roja, cantar Avanti popolo; después vino el fascista, cogió la lista de los inscritos, se terminó el trabajo para los socialistas; garrote y cárcel; luego se expulsó a los fascistas, y el que figuraba en las listas de este partido tuvo problemas: has nacido en América, pero te has inscrito en el partido fascista, de modo que América no te quiere, etc. Y ahora ocurre lo mismo, es evidente que no hay ninguna ley que te prohíba ser comunista, pero si lo eres no encontrarás trabajo en los talleres-escuela, el cura no te extenderá el certificado de buena conducta para ir a Canadá y tu hijo no podrá ir a las colonias de verano. Nadie está convencido de que haya libertad, mientras a la chitacallando te apunta al pecho con todo es una broma; te dicen que se puede pasar una escopeta. Por eso la vigilia de las elecciones la pobre gente se ve obligada a hacer una suerte de recorrido histriónico: braceros y aparceros van a ver al propietario y le dicen con cara de tontos:
—He venido por el asunto del voto. Usted sabe más que yo y votaré por el que usted me diga.
Al propietario le gustan estas visitas, si no se las hicieran se enfadaría, pero se burla un poco de los obreros. Le halagan, en ese momento se siente verdaderamente el dueño; sin embargo, simula que está sorprendido, distraído.
—¿Que yo debo decirte por quién tienes que votar? Vota a quien te parezca, a mí me da igual.
Esta última expresión, más falsa que una moneda de Catania, nace del miedo: el propietario tiene miedo de que un día braceros y aparceros hagan la revolución y espera ese día se acuerden de que a su patrono todos los partidos le daban igual. Sin embargo, la siguiente pregunta está dictada por un sentimiento opuesto, o sea por el deseo de expulsar a los aparceros, sea justo o injusto, y no dar trabajo a los braceros al menor síntoma de comunismo; por eso se trata de una pregunta inquisitorial, pero hecha con expresión cordial y comprensiva:
—Pero ¿no lo has decidido ya? Están los comunistas, que para vosotros los campesinos…
«Aquí hay gato encerrado», piensa el campesino y luego responde con inocencia:
—¿Los comunistas? Ni en sueños, todos los vagos votan comunista, quieren la tierra y no les gusta trabajar, pero yo digo siempre que la tierra es del que la ha comprado o la ha heredado; lo importante es que el patrono nos la deje trabajar.
El dueño, que está convencido de que todos sacan muchos beneficios de su trabajo, comenta, mientras en el rostro se le dibuja un gesto de satisfacción:
—En fin, si quieres que te lo diga —y arranca una hoja de un cuaderno—, te aconsejaría que votaras por éstos; no es que éste sea mi partido, entendámonos, pero un pariente lejano me ha recomendado que votara por éste…
La misma escena se repite en casa del médico, el abogado y el farmacéutico; el pobre hace esta pequeña encuesta en los hogares de todas aquellas personas que puede necesitar, y se llena los bolsillos de papeletas de la DC, el MSI y el PLI; luego puede votar tranquilamente por los comunistas. Los patronos, seguros de haber convencido a esas mentes oscuras o, en cualquier caso, de haber obtenido votos para su partido, cuentan estas cosas en el círculo:
—Son unos cretinos —dice don Ferdinando Trupia—, creen que, en la actualidad, hay gente que no sabe por quién votar, a mí no me engañan; mis campesinos han venido a pedirme consejo, no a darme por el culo, lo que quieren es mi consejo, están todo el año en el campo y no saben nada…
La novedad en el seno de la DC es que los jóvenes hacen oír su voz, las cabezas negras de Fanfani. Este cree que los jóvenes acuden por entusiasmo, cosa que nosotros dudamos mucho. Sea como fuere, hay jóvenes. Aquí el secretario tiene la posibilidad de desatraillar a un centenar de muchachos, casi todos diplomados, que se pelean por el puesto, por la recomendación para las oposiciones y el apoyo para conseguir una escuela, nocturna o subsidiaria; se establece una especie de cuerpo a cuerpo. De vez en cuando, alguno logra salir de ese limbo y asciende a un puesto en un escaño, que es su aspiración suprema. Sin embargo, a veces este premio le toca al activista menos activo y más joven; entonces los que esperan se ponen nerviosos. Quizá sería bueno instituir dentro del partido títulos y prioridades. Los mejores jóvenes de la DC son los procedentes de la Acción Católica; aunque quieran igualmente conseguir un puesto, por lo menos saben fingir que tienen fe.
Los activistas pegan carteles, trabajo que prefieren hacer de noche; van por las casas para enseñar la forma de votar y el orden de preferencias. Llevan copias de las listas electorales y al lado de cada nombre escriben sí en el caso de que el candidato tenga simpatía por la DC, o no comunista, no misino, etc.; es un trabajo difícil y antipático, la gente se irrita al saber que hay unos que se dedican a tachar. Uno se está calladito, hace lo posible para no comprometerse, pero hay quien le vigila y escribe al lado de su nombre democratacristiano o comunista.
A grandes rasgos, la distribución del voto es la siguiente: votarán por la DC los pequeños propietarios, los grandes aparceros y gran parte de los empleados estatales (no hay que tener en cuenta lo que estos últimos dicen contra la DC, por lo demás también los pequeños propietarios se lamentan constantemente); por el PCI, los braceros agrícolas, los pequeños aparceros y los mineros de las salinas; por el MSI los mineros de las azufreras, los tenderos y los empleados municipales; por el PSI, artesanos y estudiantes (incluidos los inscritos en la DC); por los monárquicos, los militares retirados; los propietarios medios por el PLI, por lo menos el 80%, se dividirán entre la DC y el MSI, votarán excepcionalmente por este partido debido a que el candidato es del pueblo.
El día de la votación, la DC dispone de tres coches para acompañar hasta las secciones a los viejos y enfermos, servicio que también realizan los activistas. Con las listas en la mano, saben muy bien quiénes son los que no se pueden mover de casa por vejez o enfermedad. En el pueblo hay ambiente de fiesta; alrededor de las escuelas en las que se vota, situadas en las afueras del pueblo, hay un desfile de galantería rural. Todo está tranquilo, los pobres activistas sudorosos y exhaustos de cansancio, dan pena. La gente parece preguntarse: «¿Quién les obliga a hacerlo?» La tensión electoral se relaja, la lucha política se hace pequeña y lejana, se convierte en algo de lo que se encargarán noventa personas dentro de una gran sala del Palacio de los Normandos.