Entre evasión y captura, fray Diego, dice Matranga, vagó con la impía intención de abrirse camino con la sangre ajena. También nosotros pensamos que se dedicaba a recorrer los campos colindantes con su refugio, dado que no le quedaba ninguna otra posibilidad. La verdad es, sin embargo, que no mató a nadie, y tanto es así que Matranga se ve forzado a imputarle, de forma inefable, la intención de hacerlo. A menos que sangre ajena no signifique metáfora bastante normal en Sicilia, cosas ajenas.

Vuelto a llevar a galeras, mayormente mordaz se hizo. Vivió rabiando, maldiciendo y acusando a los Ministros del S. O. Quizá fuera de estos años, o sea inmediatamente después de ser capturado, su intento de asesinar al inquisidor Cottoner: y lo habría logrado si éste no se llega a defender, dice Auria, quien sitúa el hecho antes de la evasión, pero nosotros creemos que fue posterior a ésta, según lo que deja entrever Matranga cuando afirma que al volver a la cárcel empezó a decir pestes de los ministros del Santo Oficio. En cuanto a la defensa que monseñor Cottoner, ya con ambos pies en la tumba, podía oponer a fray Diego, no podemos sino imaginar una petición de ayuda o un grito para que acudieran los esbirros, que no estaban lejos, si, como es obvio, los encuentros entre fray Diego y los inquisidores tenían lugar en la cámara de torturas.

El más claro testimonio de estos encuentros, de estas visitas caritativas, según Auria, o benéficas, según Matranga, lo publicó Garufi[45]: un proceso por brujería contra una cierta Pellegrina Vitello, extraído del archivo español de Simancas (en la actualidad, sin embargo, los papeles de la Inquisición se encuentran en el Archivo de Madrid). Tan vivas y tremendas son las páginas de este proceso, que Garuffi atribuye el escrito a Argisto Giuffredi, por aquel entonces secretario del Santo Oficio.

Et fue mandado que fuesse desnudada y atada a la cuerda et desnudada que fue, fue de nuevo castigada.

Dixit: heme aquy no se que dezir

Et mandaron que se atassen y fuessen atadas las uigas por los ministros, llorando dixo: sy lo supiesse lo dirya

Et su S. la inducia a que dixesse uerdad

Et ipsa no respondio, mas se lamentaua

Et atandola dezia: ayme, ayma, ay, Spiritu Santo mio, ayúdame que no tengo hexo nada, ay, Spiritu Santo que no tengo hexo nada, ayúdame

Et tocandola la cuerda dezia: Spiritu Santo mio ayúdame, que no tengo hexo nada

Et iterum castiga S. a R.ma le dijesse uerdad.

Dixit: S.r. nunca jamas lo hize

Et como la levantaron del suelo, sudaba y dezia: S.r. que no se nada et los traidores me tyenen acusada por error; ayúdame, christiano, ay S.r. me matays por error.

Et apposita tabula in pedibus

Dixit: ¿quereys, S.r. que lo diga a la fuerga? ¡Santa Caterina! ay, Spiritu Santo; repitiendo Spiritu Santo y S.r. que os equivocays, preguntándola si no auia sido nunca bruja, dixit: que no; y colgaua de la cuerda

Et colgada callaua

Iterum colgada callo

Preguntada: si quería deçir uerdad.

Dixit: S.i. que no lo se

Et colgada callo

Digiendola que dixera uerdad

Dixit: ay S.i. si lo supiesse lo dixera

Dixit colgada: ay

Et avlando siempre intra ipsa

Castigada para que dixera uerdad

Dixit: S.i. no se que decir, que no pueda ver muerto a V.E.

Et castigada para que dixesse uerdad

Dixit nihil

Mónita iterum, fue içada i cuando estaua arriua, preguntada

Dixit: no se nada

Et fue dexada caer

Et caida que fue, la preguntaron

Dixit: no se

Iterum içada et preguntada iterum

Dixit: no se nada.

Y sigue con el mismo tono, impasible grabación de un atroz momento que se repetirá miles y miles de veces a lo largo de la historia de la Inquisición y de los pueblos que la han tenido que soportar. No creemos que un documento semejante lo redactara un escritor como Giuffredi; parece más verosímil atribuirlo, como hizo Garufi, a un escribano español digno de estar al lado de Bartolomé Sebastián, cuyos méritos describe ampliamente Garufi: obispo de Patti, inquisidor de Sicilia en 1555, año en que la pobre Pellegrina Vitello fue despedazada, el día 7 de mayo, a tirones de cuerda.

Con todo, hay un punto del sumario que en parte acabamos de referir en el que una expresión de la víctima adquiere, según nuestra opinión, unas notas de dolorosa ironía: cuando, jurando que es inocente, dice: que no pueda ver muerto a V.S. Curioso juramento; a buen seguro que don Bartolomé Sebastián al oírlo se pondría a murmurar exorcismos, toda vez que creía en brujerías, maldiciones, males de ojo y hechizos. Pero Pellegrina Vitello, por su simpleza de carácter y sus sentimientos y las circunstancias en que se encontraba, es indudable que pronunció ese juramento sin malicia, pero en su inconsciente tiene que haber sentido un ardiente deseo de ver muerto al obispo de Patti a los pies de la máquina que tiraba de ella hacia arriba dislocándole las extremidades.

Nos parece cierto que fray Diego matara a monseñor de Cisneros en una situación similar; así lo confirma el canónigo Gioacchino di Marzo, editor del diario de Vicenzo Auria:

La desesperada furia de fray Diego La Matina, que rompió las esposas de hierro y con ellas mató al despiadado inquisidor, revela los enormes desastres de la Inquisición…[46].

Y más adelante, en una nota al fragmento de Auria referente a la muerte de De Cisneros, llama a fray Diego intrépido asesino de Cisneros [Si se considera que en 1911 el canónigo Salvatore di Pietro escribía, con imprimatur, a propósito precisamente de fray Diego: ¿Por qué ha de extrañarnos que un monstruo tan repugnante sea condenado al extremo suplicio…? ¿Qué rareza puede hacer fruncir el ceño a los críticos modernos e incrédulos ante la acción benéfica que el Santo Oficio ejercía en bien del orden social?[47]; y si se considera que, en la actualidad, el ataque del cardenal Frings al Santo Oficio ha suscitado fuertes reacciones en el seno del Concilio, es imposible no decir: ¡en gloria esté el intrépido canónigo Di Marzo, infatigable y preclaro estudioso de la historia siciliana!]

El mismo Matranga, por lo demás, pese a afirmar que fray Diego mató al inquisidor mientras lo visitaba para su bien, deja entrever las razones y los sufrimientos causantes del gesto homicida, cuando dice que las molestias del remo, los prolongados ayunos, las saludables penitencias, las dolorosas torturas, los grilletes, las esposas, las cadenas, suficientes para enternecer el hierro, no lograron doblar el ánimo de este rebelde; y que varias veces intentó darse la muerte, sin pensar en el suplicio eterno, mediante, la abstinencia de alimento los más días, pero se encontró la forma de hacerle comer.