Hasta hace pocos años, los habitantes de Racalmuto denominaban lu cuddaru, el collar, a un punto de la plaza Francesco Crispi en recuerdo de un instrumento ampliamente usado por el Santo Oficio para castigar a los blasfemos comunes y no heréticos. Es muy probable que en el mismo lugar estuviera la sede del comisariado de la Inquisición.

El collar, explica Pitré, era un utensilio de hierro que se abría y cerraba por medio de un mecanismo igual al del collar de los perros y que estaba unido a la pared o a un palo. Desnudo de cintura para arriba y bien untado de miel, el calumniador debía permanecer expuesto ante la gente durante unas horas, no más de tres, según nos informan unos versos recopilados por Guastella en la jurisdicción de Módica:

Nfami, ca fusti misu a lu cuddaru,

manciatu di li muschi pi tri uri[31] [32].

que, puesto que se trataba de un insulto, es lógico pensar que al infame (y en este caso es, rara acepción, un desvergonzado y no un espía) se le daba la pena máxima. Obsérvese que esta pena, en la que todo el mundo podía caer, llenaba de infamia al que la debía expiar, lo mismo que el sambenito, que todo el pueblo podía verse condenado a vestir.

El monopolio del collar pertenecía al Santo Oficio, pero es muy probable que también lo usara la corte vicarial, que era una suerte de policía de las buenas costumbres, activísima en los pueblos. Le interesaban el meretricio, el adulterio, el concubinato, el incumplimiento del ayuno y la abstinencia, el juego, los amoríos juveniles y las blasfemias. El jefe era el padre vicario y estaba compuesta por un juez eclesiástico, un maestro notario, un fiscal, los erarios, cuya función estaba entre la de los guardias y los oficiales judiciales, y los criados, que eran los ejecutores de las penas corporales que la corte ordenaba. Por la noche, daba vueltas una numerosa ronda vicarial (porque eran frecuentes los atentados por parte de los irritados pecadores; aunque casi nunca se pasaba de los golpes, a veces dejaban atrás un muerto), guiada a menudo por el vicario en persona, para sorprender a los pecadores en las tabernas, los mercados y las casas privadas.

En el libro La Sicilia Feudale de Alessandro Italia[33], se encuentran curiosos ejemplos de la actividad vicarial, como el siguiente de una pareja no legítima que fue sorprendida, con el agravante de no observar una vigilia:

Maestro Paulo, hijo mío, en vez de confesarte y comulgarte mañana que es el día y la fiesta tan solemne del SS. Sacramento, tú estás así, desvergonzado, con la ramera dentro de casa, no ves que nuestro Señor por nuestros pecados nos tiene arruinadas las viñas con granizo. Y maestro Paulo contestó: Padre Vicario, no tiene por qué extrañaros encontrarme con una mujer, es usanza de hombres.

Para nuestro Paolo Vianisi, de la tierra de Palazzolo, lo que siguió fue un poco menos alegre, está claro, pero las dos ocurrencias que acabamos de referir son de veras hilarantes.

Tanto más bufonesca es, al decir de la tradición local, la vida del pintor Pietro d’Asaro, nacido en Racalmuto el año 1591 y muerto en 1647. Es pintor al que no podemos permitirnos el lujo de ignorar en lo referente al siglo XVII siciliano. De él quedan en Racalmuto y otros pueblos de Sicilia grandes pinturas de altar (pero la mejor conservada debería hallarse en la Galería Nacional de Palermo: un Nacimiento firmado Monocolus Recalmutensis, porque era tuerto y le llamaban el ciego de Racalmuto y así firmaba a veces). Hombre al que le gustaban la taberna y las mujeres, siempre estaba sin un céntimo y huyendo de los acreedores; pero tenemos la sensación, por algunas cartas hojeadas de paso en el Archivo estatal de Palermo, de que era del Santo Oficio, ¿y qué mejor forma de capear a los acreedores que forzarles a poner un pleito en un tribunal privilegiado?

Coetáneo de d’Asaro era el gran médico Marco Antonio Alaimo (nacido en Racalmuto en 1590, murió en Palerno el año 1662), que en su tiempo alcanzó gran fama por haber contribuido, con fuerzas y medios humanos, a la divina obra realizada por santa Rosalía para salvar a Palermo de la peste, en 1624. Durante la epidemia, sólo en esta ciudad murieron, según los cálculos de Maggiore-Perni[34], 9811 personas. Es del todo evidente que, si se comparan estos datos con los efectos de otras pestes, Alaimo hizo lo que pudo y supo; pero nada hizo santa Rosalía; es más, las peregrinaciones y procesiones no hicieron más que aumentar el índice de mortalidad.

Aquí, sin embargo, recordamos a estos dos hombres, d’Asaro y Alaimo, para demostrar que en un pueblo remoto y cerrado entró, en los albores del siglo XVII, el soplo de una vida nueva. Un pintor y un hombre de ciencia. La presencia misma de un hombre como Pietro d’Asaro, que había estado en Roma y Génova, que había viajado y viajaba por Sicilia y que era despreocupado, mujeriego, amante de la buena mesa, agudo y burlador, a buen seguro que en el pueblo fue a un tiempo objeto de escándalo y ejemplo de libertad. Por no hablar de la libertad, de esa nueva dimensión de lo humano, que el artista desplegaba sobre las telas por iglesias y conventos, y, al decir de la leyenda, sobre las paredes de los almacenes y los platos de las tabernas.

En Racalmuto había abundancia de iglesias y conventos, y a Pietro d’Asaro no le faltaban encargos: la realización de las devotas promesas de los burgueses y los legados testamentarios de curas y usureros. He aquí una lista de los conventos del pueblo, excluidas las iglesias: benedictinos, carmelitas, órdenes menores, franciscanos conventuales, clarisas y agustinos reformados. En el convento de estos últimos, denominado exactamente de los agustinos de san Adrián o de la reforma centuripina, entró (al parecer, muy joven) Diego La Matina; no sabemos si por circunstancias familiares, cálculo o vocación.

La orden de los agustinos de san Adrián fue fundada en 1579 por Andrea Guasto di Castrogiovanni, el cual, después de hacer con sus primeros compañeros la profesión de la regla en la iglesia de san Agustín, se trasladó a Centuripe, un lugar casi desierto por aquel entonces, y después de construir unas angostas celdas, puso los rudimentos de la vida eremita y propagóla por toda Sicilia, noticia que debemos a Vito Amico[35] y que no consta en ninguna de las enciclopedias católicas y eclesiásticas que he consultado. El mismo Vito Amico dice que el convento de Racalmuto fue promovido por el pío monje Evodio Poliziense y dotado, en 1628, por el Conde Girolamo del Carretto. Claro error, toda vez que en 1628 el conde Girolamo hacía seis años que había muerto. Más exacto es Pirro: S. Iuliani Agustiniani Reformati de S. Adriano ab an. 1614 rem promovente Hieronymo Comité, opera F. Fuodij Polistensis[36].

En cuanto al pío monje Evodio Poliziense o Fuodio Polistense, se trata sin duda de aquel prior al que la leyenda popular atribuye la orden de asesinar al conde Girolamo. En efecto, Tinebra Martorana, que no había consultado los textos de Pirro y Amico, comete un error cuando dice que la tradición le adjudica al prior de este convento el nombre de fray Odio, refiriéndose con toda probabilidad a la acción que cometió[37]. Lo más lógico es que el nombre, bastante raro, de Evodio o Fuodio se convirtiera en Odio con el pasar de los años.