NOTA DE LA AUTORA

De adolescente, siempre me intrigaban los artículos que hablaban de escritores sesudos que se pasaban meses o años dándoles vueltas a sus ideas hasta que sabían cómo expresarlas. Como escritora adolescente que garabateaba guiones para novelas tal y como me venían a la cabeza, esto me parecía muy pintoresco y extraño. «¿Cómo es posible que no sepas escribir tu propia historia?», pensaba mientras perpetraba otra novela malísima a todo correr en un mes.

Pues bien, ahora soy como uno de esos autores. Hace mucho tiempo que quería escribir sobre caballos marinos. La verdad es que lo intentado varias veces. La primera fue en la universidad, y la segunda, justo al acabarla. Casi me había dado por vencida hasta que, hace unos años —después de haber publicado tres novelas, cuando tendría que haber pensado mejor en lo que hacía—, volví a intentarlo. Y fallé una vez más.

La única diferencia entre este fallo y los anteriores, es que no fue una fractura de hueso, sino un rasguño con algunos puntos.

La dificultad residía en la complejidad del mito y en la ausencia de trama. El relato no tenía una narrativa inherente que pudiera guiar a una autora tan sobrecogida como yo lo estaba. La leyenda tenía muchas variaciones: la versión de la isla de Man, llamada glashtin, las irlandesas, llamadas capall uisge, cabyll ushtey y aughisky, y las escocesas, llamadas each uisge y kelpies. Su principal característica, además de la universal dificultad de pronunciar aquellos nombres (yo me decidí por capall uisce, que se pronuncia capel ishka), es la presencia de un caballo sobrenatural surgido del agua.

Me interesaban muchos de los elementos mágicos de la historia: los caballos iban asociados al mes de noviembre, eran carnívoros, si los alejabas del mar eran unas monturas excepcionales…, hasta que entraban de nuevo en contacto con el océano.

Había un elemento fantasmagórico en los relatos. Algunos mencionaban que el caballo marino se transformaba en un hermoso muchacho de cabellos castaños que vagaba por la orilla, seduciendo a las doncellas (porque, claro está, a las chicas nos vuelven loquitas los chicos raros que huelen un poco a pescado) para luego arrastrarlas mar adentro y devorarlas. Más tarde aparecerían los pulmones y el hígado en la playa.

Fue esta segunda parte de la leyenda la que me impactó profundamente. Cada vez que intentaba hablar de esta criatura mitad hombre y mitad caballo, me daba cuenta de que explicaba una historia que no era la que deseaba transmitir. Hasta que no escribí la trilogía Temblor, con su particular versión de la leyenda de los hombres lobo, no me di cuenta de que no tenía por qué seguir las leyendas al pie de la letra: podía servirme de la mitología a mi antojo.

Eliminé todo lo que no necesitaba de la historia y así llegué a Las Carreras de Escorpio, un relato que no habla en realidad ni de caballos marinos ni de hadas, ahora que lo pienso.

De todas formas, si os apetece saber más cosas de los muchachos acuáticos de pelo rojizo que tienen algas en los cabellos, os animo a que os hagáis con una copia del Diccionario de las hadas de Katharine Briggs, que es un excelente punto de partida para familiarizarse con todo este mundo mágico.

Quizá algún día escriba la otra mitad de la leyenda.

No, la verdad es que nunca lo haré.