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PUCK

El resto del día desfila ante mis ojos como un torbellino. Tiene lugar la entrega de premios, me dan el dinero que he ganado, veo rostros de periodistas y de forasteros… Muchos me felicitan y me dan la mano; me hablan tantas voces tan diferentes que no oigo ninguna de ellas. Alguien me cura la herida con un «¡Caramba, Puck Connolly! Vaya corte más feo que tienes ahí. ¿Y eso te lo ha hecho un caballo? ¡Tienes suerte de que no sea un corte profundo!», mientras otros atienden a Dove. Los compromisos parecen interminables y no puedo ocuparme de las cosas que son verdaderamente importantes.

Cuando el sol desaparece tras el horizonte, alguien me informa que le han preparado un refugio a Corr en una cueva de los acantilados porque no es capaz de llegar a Malvern Yard. Logro al fin escapar de la multitud y desciendo por el camino del acantilado. Bajo la tenue luz del crepúsculo se dibuja la silueta de Sean Kendrick, sentado contra la pared del acantilado, con los ojos cerrados. Habría ido hacia él, pero a su lado se encuentra ese americano, que intenta hacerle reaccionar y convencerlo para que se marche de la playa. Aunque estoy lejos, veo perfectamente que Sean está deshecho por todo lo que ha perdido hoy. Holly me dedica un gesto con la cabeza para que me marche, pero sólo cuando me mira Sean decido que es mejor dejarlo solo.

Finn se une a mí en el camino de regreso a casa. Da unos saltitos para ponerse a mi altura. Tiene las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta. Caminamos en silencio unos instantes, y lo único que se oye son nuestras pisadas sobre la tierra y los repiqueteos ocasionales de los cascos de Dove sobre algunos guijarros. El velo del anochecer lo vuelve todo más pequeño.

—No pareces demasiado contenta —aventura al fin.

Sé que tiene razón…

—Estoy haciendo cálculos —le explico—. Por eso estoy tan concentrada —y los números no me cuadran: nosotros tenemos suficiente dinero para salvar la casa, pero a Sean no le basta para comprar a Corr, incluso si Malvern se lo permitiera.

—¡Tendrías que estar celebrando la victoria! ¡Gabe me ha dicho que nos preparará un auténtico festín! —a pesar del día tan largo que hemos vivido, no puede contener su alegría. Es como un potrillo en un día ventoso.

Me esfuerzo por no ser demasiado cáustica, porque Finn no tiene la culpa de nada, pero no puedo evitar que mis palabras se tiñan de amargura: —¡No puedo alegrarme! ¡Sean Kendrick está en la playa con un caballo que jamás podrá volver a correr y que no se puede permitir por mi culpa!

—¿Y cómo sabes que Sean todavía lo quiere?

No necesito que él me lo diga: sé que todavía quiere a Corr. La carrera nunca ha sido lo más importante para él.

Finn me observa y ve la respuesta reflejada en mi rostro.

—Vale, lo entiendo. ¿Y por qué no puede permitírselo?

Creo que diciéndolo en voz alta me siento todavía peor.

—Porque Sean tenía que ganar la carrera para reunir el dinero necesario para comprar a Corr. No tiene suficiente dinero.

De nuevo, lo único que se oye son nuestros pasos y el repiqueteo de los cascos de Dove. Las ráfagas de viento nos aguijonean los oídos. Me pregunto si Holly habrá conseguido llevarse a Sean de la playa, o si se quedará a dormir allí abajo. Normalmente es un chico muy pragmático, pero no en lo que atañe a Corr.

—¿Y por qué no le damos algo de dinero? —pregunta Finn.

Trago saliva.

—Porque no he ganado lo suficiente para salvar la casa y además comprar a Corr.

Finn busca algo en los bolsillos.

—Bueno, quizá podamos usar esto.

Cuando veo el fajo de billetes que tiene en la mano, me quedo quieta con tal brusquedad que Dove se da un cosCorrón contra mi hombro.

—¡Finn Connolly! —exclamo—. ¿De dónde has sacado eso?

Me doy cuenta de que mi hermano hace todo lo posible por no sonreír de oreja a oreja. Ese esfuerzo resulta en la archiconocida cara de rana, llevada a su más exagerada expresión. Tengo los ojos clavados en el fajo de billetes, casi tan voluminoso como el premio de la carrera.

—Cuarenta y cinco a una.

Tardo unos minutos en recordar dónde he visto esas cifras: en la pizarra de Gratton’s. De repente, entiendo dónde ha ido a parar el dinero que quedaba en la lata de galletas.

—Apostaste por… —no soy capaz de acabar la frase.

Finn avanza de nuevo y esta vez en su paso hay un cierto pavoneo.

—Dory Maud me dijo que apostara por ti.