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SEAN

El sol de la tarde brilla con fuerza en la playa, pero sus rayos son fríos. El viento arrecia sobre la superficie del mar, veteándola de blancas crestas de espuma. En la cima de los acantilados se dibuja la silueta de la multitud que observa la pálida franja de arena que los separa del océano.

Veo con regularidad la cabeza de un capall uisce en el agua, lejos de la orilla, atraído hasta la costa por las corrientes marinas de noviembre.

Los capaill que tuvieron la mala fortuna de ser capturados forcejean en la playa. En las bridas, enjaezadas, llevan cascabeles, cintas rojas, acero, hojas de acebo, margaritas y el susurro de una oración. Los caballos marinos son terribles, maliciosos y hermosos a la vez. Nos aman y nos odian.

Han empezado las Carreras de Escorpio.

Me siento tan, tan vivo…

Noto a Corr bajo mi cuerpo, impaciente y rebosante de energía. El canto que le dedica el mar es muy diferente al de ayer y, cuando pasa a nuestro lado otro capall uisce, Corr le enseña los dientes. Antes de conocer a Puck jamás me había dado cuenta de la cantidad de jinetes y caballos que participan en la carrera. Capaill uisce de todos los colores se arremolinan unos contra otros: entrechocan, se muerden, se bufan, se cocean… La franja norte de la playa me parece más lejana que nunca.

En ocho estadios y cinco minutos, todo habrá acabado.

Distingo a Puck entre los jinetes. A diferencia de ellos, no le coloca abalorios ni adornos en el último momento a su caballo. Está inclinada sobre el cuello de Dove y presiona su mejilla contra las crines de la yegua.

—Sean Kendrick.

Reconozco la voz de Mutt antes de volverme. Está cerca de mí, montado en la yegua pinta. Cuando ésta agita las crines, los cascabeles que lleva enjaezados en ellas entonan un acorde disonante. No sé cómo espera que sea rápida con todo el acero que lleva sobre el pecho y la grupa.

—No me dirijas la palabra.

—Esta carrera será un infierno para ti —me amenaza.

Corr echa las orejas hacia atrás, y la yegua uisce le responde del mismo modo.

—En esta playa no me das ningún miedo —le respondo.

Mutt Malvern aparta a la yegua, que resopla y cascabelea. Sigue mi mirada, en ese momento puesta en Puck.

—Ya sé qué te importa de verdad, Sean Kendrick.

PUCK

Intento pensar, sin lograrlo, que ésta será una carrera más. Me esfuerzo por no pensar en lo lejana que queda la meta y me obligo a recordar que mi objetivo no es sólo sobrevivir, sino tener éxito. Necesito ganar. Siento un asomo de culpabilidad por Sean, por si se cumple mi deseo. Y si gano… ¿tendría suficiente dinero para la casa y para Corr?

—Puck, bájate un momentito —me sorprende oír la voz de Peg Gratton. Está de pie junto a Dove, observándome. Tiene el pelo alborotado por el viento y parece muy seria. Desmonto, obediente. Sostiene en la mano su traje de pájaro de Escorpio, algo que me extraña—. ¿Cómo estás?

—Bien —miento.

—Qué vergüenza —me dice—, Gabe me ha explicado que no quieren darte tu manta.

Asiento con la cabeza. Mi rostro es inexpugnable.

—Bueno, pues a quitar la silla se ha dicho —concluye.

Estoy perpleja, pero confío en ella y hago lo que me dice. Quito la silla y observo cómo desdobla cuidadosamente el traje. Veo que la terrible cabeza de ave no está y que sólo ha traído la capa cubierta de plumas. Peg la coloca sobre el lomo de Dove, donde tendría que haber ido la manta con mi color. A continuación, coge la silla y se asegura de que no me hará ninguna rozadura.

—Ahora llevas los colores de Thisby —me anuncia.

—Gracias.

—No me des las gracias a mí —me dice Peg, que ya se ha empezado a alejarse—. Demuéstrales quién eres.

Trago saliva. ¿Y quién soy? Alguien que se esconde en el cuerpo de una chica llamada Puck Connolly y que desea con todas sus fuerzas no dejarse la vida en los próximos minutos.

—¡Jinetes, en posición!

¿Ya ha llegado el momento de alinearse? Pero si acabamos de bajar a la playa… Además, no he visto a Sean. Me balanceo sobre Dove para mirar por encima de los capaill uisce en su busca. Si pudiera verlo…

Lo descubro al otro lado de la hilera; en ese momento levanta la barbilla y me mira. Corr lleva una manta de color azul oscuro, y el sudor blanquecino ya le empapa el pelaje. Sean sigue mirándome y yo levanto la muñeca para mostrarle que llevo su cinta puesta.

—¡Jinetes, en posición!

Ojalá hubiera podido colocarme al lado de Sean y de Corr, pero ya no queda tiempo. Tres comisarios de la carrera nos obligan a formar una línea de salida detrás de unos grandes postes de madera. El cascabeleo y el repicar de los cascos es casi ensordecedor. Los capaill uisce resoplan y enseñan los dientes, dan patadas contra el suelo y se estremecen. Alejo a Dove de sus vecinos todo lo que puedo. Tiene las orejas echadas hacia atrás: estamos rodeadas de depredadores.

A mi lado, un capall uisce agita la cabeza y una cascada de espuma blanquecina le recorre el cuello y el pecho.

Empieza la cuenta atrás.

Oigo el rumor de las olas.

Levantan los postes.