Gabe llega a casa esa noche con un pollo y acompañado de Tommy Falk. Me cuesta reconocerlo, pero la presencia de los tres me pone de buen humor: hace lustros que no cenamos con Gabe, y el pollo implica que no comeremos judías. Además, Tommy Falk logrará que Gabe esté animado y haga un poco el tonto. Se pasan el pollo el uno al otro por encima de mi cabeza hasta que la desplumada ave acaba en el suelo, con mi consiguiente bronca.
—Si estiramos todos la pata porque nos mata la peste bubónica o lo que quiera que haya en este suelo, yo me lavo las manos —amenazo. El pollo tiene un poco de arenilla pegada en la piel.
—Mujer, sopla y ya está, un poco de suciedad no le hace daño a nadie —bromea Tommy Falk—. Gabe dice que preparas un pollo de los que quitan el hipo.
Finn, que está sentado cerca del hogar, entretenido con el humo, interviene por primera vez:
—Puede que quite el hipo, pero que esté rico ya es otro tema.
—¡Oye! O te callas o lo preparas tú mismo —resulta que la suciedad del pollo es la última de mis preocupaciones. Tengo las manos francamente sucias y tardo una eternidad en conseguir que estén limpias. Aun así, siguen oliendo sospechosamente a Dove y a Corr.
Gabe está agazapado sobre la radio, intentando sintonizar una de las cadenas musicales del continente, que sólo se oye cuando las condiciones meteorológicas son las apropiadas y los dioses de las ondas catódicas están satisfechos tras los sacrificios realizados en su honor. Como no se oye nada, Tommy Falk decide ponerse a canturrear una melodía que escuchó antes de la tormenta. Es la primera vez en muchos meses que la casa parece llena de vida.
—Podremos ir a conciertos —dice Tommy. Está sentado junto a Finn, ayudando a avivar el fuego. Estira el brazo para coger la concertina de mi padre, abandonada cerca de su butaca. Toca la misma canción que canturreaba antes, aunque con la concertina el tono parece un poco más triste—. ¿Te lo imaginas, Gabe?
Habla del continente, cómo no. Porque sólo faltan pocos días para la carrera…
—Y los coches —añade mi hermano mayor—. Y comer naranjas todos los días.
—Y no te olvides —responde Tommy— de los grupos de música.
Finn observa el fuego.
Yo observo la cocina.
—No te pongas triste —me dice Tommy, quien llega hasta mí de un salto al ver la cara que pongo—. No te creas que no vas a volver a vernos. Además, os enviaremos dinero. ¿Has visto la ropa que lleva Esther Quinn, Puck? Su hermano está en el continente, vende nosequé y así puede mandarles dinero. Por eso ella parece salida directamente de las páginas de un catálogo. ¿Cuándo es la mejor época para venir de visita, Gabe? ¿En Pascua, quizá? Sí, creo que Pascua es buen momento para volver. Y así os traeremos más pollos todavía.
Gabe le quita la concertina a Tommy y se pone a tocar una melodía. Había olvidado lo bien que toca mi hermano. Tommy me coge por la cintura y me da vueltas en círculo mientras yo arrastro los pies. No me gusta que la gente me toque inesperadamente y, además, para alegrarme haría falta mucho más que un simple baile.
—¡Venga, más rápido, que sé que puedes! ¡Todo el mundo comenta lo rápida que cabalgabas esta mañana por los acantilados! —exclama Tommy.
Dejo de arrastrar los pies.
—¿Eso dicen?
—Dicen que tú y Sean Kendrick ibais como almas que lleva el diablo por los acantilados —Tommy me da vueltas y más vueltas y me sonríe—. Ay, ay, qué tendrá ese Sean Kendrick…
Me paro de golpe y ahora soy yo la que toma la iniciativa y él quien gira a mi alrededor. Finjo que el último comentario se refiere a la carrera.
—No estarás preocupado, ¿no?
—Es Gabe quien tiene que estar preocupado, no yo —replica Tommy. Me coge de las manos y me da una vuelta con tanto ímpetu que temo por los objetos de la encimera—, porque su hermanita pequeña se está convirtiendo en toda una mujer.
Mamá me decía que no debía sentirme obligada a hacer nada sólo porque alguien me dedicara un cumplido, pero Tommy Falk no parece querer persuadirme para hacer nada, por lo que acepto el cumplido de buen grado. Es una sensación bastante placentera y no me importaría recibir más en el futuro.
Gabe deja de tocar de repente y se queda con los brazos entendidos alrededor de la concertina, como si lo que tuviera entre las manos fuera un libro abierto.
—Mira que te doy un puñetazo en los morros, Tommy. ¿Cuánto tardará ese pollo, Kate?
Tommy me toma el pelo y me dedica las palabras «Ay, Kate» con tono zalamero, pero mi hermano esta vez no pica el anzuelo.
—Veinte minutos —le informo—. Quizá treinta. O puede que diez —y entonces alguien llama a la puerta. Todos nos miramos, y Tommy está tan desconcertado como nosotros. Nadie reacciona, de modo que me limpio las manos en los pantalones, voy hacia la puerta y la abro.
Sean está al otro lado. Tiene una mano en el bolsillo y con la otra sostiene una barra de pan.
No esperaba la llegada de Sean y noto una sensación rara en el estómago, como si tuviera hambre o acabara de escapar de un gran peligro. Verlo allí, en el umbral de mi casa, tan quieto y sombrío, me descoloca por lo inesperado.
Me aparto para que pueda pasar; empieza a hacer bastante frío.
—Has conseguido escapar de Malvern Yard.
—¿Sigo invitado?
—Sí, claro. Sólo estamos Gabe, Finn, Tommy Falk y yo.
—He traído esto —sostiene la barra de pan, que ha comprado en Palsson’s y está todavía tan tierna que huele de maravilla. Debe de venir directo de allí—. ¿Es lo que se suele hacer?
—Bueno, es lo que has hecho tú, así que supongo que sí.
—Puck, ¿quién es? —pregunta Gabe.
Abro la puerta de par en par para desvelarles la sorpresa. Todos miran a Sean de arriba abajo y él sigue con una mano en el bolsillo y la barra de pan en la otra, y entonces se me pasa por la cabeza que quizá, sólo quizá, puede que me esté cortejando un poco. No tengo tiempo de explicarles nada, porque Tommy se ríe divertido y pega un salto.
—¡Pero si es Sean Kendrick, el único e inimitable! ¿Qué tal?
Nos lo llevamos hacia la cocina y Gabe cierra la puerta, porque a mí de la misma emoción se me olvida. Mi hermano intenta arrancarle la chaqueta a Sean mientras Tommy le dice algo sobre el tiempo, y de repente se organiza un buen jaleo sin saber muy bien por qué, ya que tampoco somos tantos. Sean, como de costumbre, se las apaña con una palabra mientras que los demás necesitamos cinco o seis. En medio del caos, se quita finalmente la chaqueta y me dedica una mirada y una sonrisa muy breve, pero resplandeciente, antes de volverse hacia Tommy.
Aquella sonrisa me hace muy feliz, porque papá me dijo una vez que tenemos que sentirnos afortunados cuando recibimos un regalo inesperado.
Unos minutos más tarde, Tommy y Gabe se ponen a jugar a las cartas delante del hogar, porque no hay nadie en casa que se lo prohíba. Finn se los queda mirando, con la duda de si aquello es pecado o no. Sean acude junto a mí a la cocina. Desde esta distancia puedo oler su perfume a heno, a agua salada y a polvo.
—¿Puedo ayudarte? —me dice.
Le pongo un cuchillo en la mano.
—Corta algo. El pan que has traído, por ejemplo.
Y se pone manos a la obra con gran decisión.
—Después de que te fueras vi a Ian Privett —me comenta en voz baja—. Cuando se fueron los demás de la playa, él bajó con Penda y se emplearon a fondo. Hay que tener cuidado con él.
—Tengo entendido que le gusta acelerar desde el exterior al final de la carrera.
Sean me mira arqueando una ceja.
—Sí, es verdad. Privett se cayó hace cuatro años y perdió, pero antes me ganó dos veces, montando a Penda.
—Este año no te ganará —declaro.
Sean se queda callado. No hace falta que diga nada, sé perfectamente que está pensando en la posibilidad de perder a Corr. Remuevo el pollo, que ya está hecho, pero no quiero sentarme a la mesa todavía.
—He estado pensando en algo —añade tras una larga pausa—: Nadie querrá ir por el interior, porque el mar estará muy agitado a primeros de mes.
—Y yo debería ir por allí, cerca del mar, porque a Dove eso no le importa, ¿no?
Ha acabado de cortar el pan, pero recoloca las rebanadas como si todavía no hubiera terminado.
—Pues yo he pensado que tendría que esperar y retener a Dove hasta el final —le comento.
—¿Y atacar cuando el grueso de competidores se haya reducido? —Sean reflexiona—.
Yo no esperaría demasiado ni tampoco me quedaría muy rezagada, creo que no es lo suficientemente fuerte como para acelerar desde tan atrás.
—No quiero estar cerca de la yegua pinta, y ella estará en cabeza —le recuerdo—. He visto cómo la lleva Mutt…
Sean entorna los ojos. Se alegra de que me haya dado cuenta de eso, y yo me alegro de que se alegre.
—Tienes que tener cuidado con Blackwell —me advierte—. Es el que monta el semental que intentó tirarte al suelo, y tiene un caballo de reemplazo. Y es rápido de la leche —concluye, sin maldad.
Y, claro está, hay un caballo que sé que será mi competidor, pero al que nunca he visto correr de verdad. Además, su jinete no me ha dado ni una pista para que averigüe qué estrategia seguirá.
—Y tú y Corr, ¿dónde estaréis?
Sean aprieta las yemas de dos dedos contra la encimera para hacer un montoncito con las migas. Veo que tiene los dedos permanentemente manchados, como yo.
—Justo al lado de ti y de Dove —anuncia.
—No puedes arriesgarte a perder; no por mi culpa, Sean —le digo con una mirada muy seria.
Él no levanta los ojos de la encimera.
—Cuando vosotras os pongáis en marcha, nosotros nos colocaremos a vuestro lado. Tú irás por el interior, y yo, por el exterior. Corr puede avanzar desde el medio, ya lo ha hecho otras veces, así que no tendrás que preocuparte por esa zona.
—No voy a ser tu punto débil, Sean Kendrick —le hago saber.
Ahora me mira, y me dice delicadamente:
—Es tarde ya para eso, Puck.
Me quedo como una boba mirando al fregadero, intentando recordar lo que iba a hacer a continuación.
—¡Puck! —grita Gabe—. ¡La sopa!
La sopa hierve descontroladamente y por unos instantes creo que vamos a comer ceniza en vez de pollo, pero me las apaño para coger el cazo y apagar el fuego.
Los chicos merodean en torno a la mesa ahora que saben que la cena está a punto de servirse.
—Tenías razón, Gabe, tu hermana hace un pollo de los que quitan el hipo. Un poco más y salta de la cazuela.
—Ya, pero ella sabe defenderse —bromea Gabe.
Finn empieza a servir la sopa en los cuencos mientras yo paso un trapo por los fogones. Tommy explica que su yegua uisce deja que los otros caballos le den empujones, pero que se pone de buen humor cuando ve sus ancas. Gabe nos sirve a todos un vaso de agua, tanto si se lo hemos pedido como si no. Y durante toda la cena intento con todas mis fuerzas evitar que se me vayan los ojos hacia Sean, porque estoy bastante segura de que a nadie de los allí presentes se le ha pasado por alto cómo miro a Sean, y cómo me devuelve él la mirada.