La mañana de la subasta de ganado de Malvern resulta excepcionalmente despejada, incluso demasiado agradable para el mes de octubre. Perdí muchas horas de sueño después de dejar a Puck la noche anterior, así que le robo al día media hora para prepararme. Acto seguido, me visto y me dirijo al patio. Esta mañana no podré montar a Corr ni realizar mis tareas habituales. Aquella temperatura perfecta que podría hacer más soportables las condiciones de la playa se desperdiciará por culpa de la subasta.
El patio está lleno de hombres del continente. Llevan en la mano una copa de champán a pesar de que son las nueve de la mañana. Sus esposas van demasiado abrigadas, con unas ridículas pieles que a buen seguro les dan demasiado calor. De vez en cuando, el relincho de un caballo irrumpe en escena y destaca por encima de sus voces. Estos turistas son de otro talante al de los que llegaron justo a tiempo para las Carreras de Escorpio, más parecidos a los caballeros que vi el otro día en el hotel que a cualquier isleño. Todos los mozos de Malvern trabajan hoy a destajo: esta subasta proporciona los ingresos necesarios para salir adelante el resto del año.
Acabo de aterrizar cuando de repente George Holly me agarra del codo.
—Hombre, Sean Kendrick. Pensaba que estaría usted hoy con las bestias pardas.
—Hoy no —lo cierto es que preferiría estar con los mozos, llevando a los caballos a la pista para que los compradores los pudieran observar. En cambio, me toca estar cerca de Benjamin Malvern por si me mira o inclina la copa de champán en mi dirección, señal de que debo cantar las alabanzas de tal o cual caballo que esté a punto de entrar en la subasta—. Hoy quien está a la venta soy yo, no ellos. Soy la novedad.
—Ah, de ahí ese aspecto tan impecable. Casi ni le reconozco con esa chaqueta tan elegante.
—Me la compré para mi funeral.
George Holly me da una palmadita en los hombros.
—Veo que tiene pensado seguir así de delgado toda la vida o morirse pronto, ¿no? Qué cabeza tan cavilosa sobre unos hombros tan jóvenes… Si su Kate Connolly no lo ha visto con esa chaqueta puesta, debería hacerlo.
Dudo mucho que a Puck le guste esta versión de mí, como si mi única ambición en la vida fuera tener un reloj de bolsillo. Si prefiriese a este Sean, sería una lástima en cualquier caso. Me paso la palma de la mano por encima de los botones del chaleco para alisarlo.
—Es una experiencia fenomenal ver que se siente incómodo, señor Kendrick —bromea Holly—. ¡Esa chica le quita el sueño! Ahora dígame qué caballos debo comprar.
Yo no diría que Kate me quita el sueño, ésa no sería la manera de definirlo… Lo único que sé es que me cuesta concentrarme en las cosas. Ojalá pudiera estar con Corr y no aquí, cociéndome con esta chaqueta.
—A Mettle y a Finndebar.
—¿«Finndebar»? ¡Casi ni lo sé pronunciar, y mucho menos recordar cuál era! ¿Me lo enseñó Malvern?
—Seguramente no —le contesto—. Es una yegua para la cría. Se está haciendo un poco mayor, por eso ha decidido venderla.
Levanto la vista justo a tiempo de ver llegar a Malvern junto a un grupo de posibles compradores, que parecen encantados con el tiempo que hace en la isla, los jinetes isleños y su pintoresco patrón. Malvern me ve y observo que memoriza mi ubicación para futura referencia.
Holly y Malvern se miran con expresión poco cordial.
—Vaya, la verdad es que no tengo pensado quedarme una yegua que me dé potrillos.
—Sólo da a luz a campeones. ¿Qué ha querido decir esa miradita?
Holly se encoge de hombros en el momento en que un mozo con un potrillo nos adelanta.
—Es la mirada que pongo cuando hablo de yeguas para la cría.
—No, me refiero a usted y a Malvern. ¿Sobre qué han discutido?
Se rasca el cogote y rechaza el champán que se le ofrece.
—Pues resulta que conocí a uno de sus viejos amores, sin saber eso yo antes, y creo que ahora piensa que soy un donjuán —parece dolido.
No le digo a Holly que a mí también se me había pasado esa idea por la cabeza.
—Pensaba que el hecho de que usted estuviera aquí significaba que las cosas se habían arreglado.
—Las aguas volverán a su cauce tan pronto como le compre algún ejemplar —manifiesta él mientras observa la subasta por encima del hombro—. Mettle y la supermamá. Entendido. Aunque no era mi intención comprar una yegua para la cría, tenemos muchísimas en la ganadería. ¿Por qué no la cruza con su semental rojo y me vende el fruto de tan feliz unión el año que viene?
—Cruzar a un capall uisce no es tarea sencilla —le explico—. A veces una yegua les parece eso, una yegua, y otras, su plato del día.
Si hay un patrón o una razón que explique por qué un semental uisce elige a una yegua o por qué una yegua uisce elige a un semental, todavía no la he descubierto. Algunos caballos de Malvern tienen sangre uisce en sus venas, pero es escasa y se manifiesta de modo curioso. Un ejemplo son los caballos a los que les gusta nadar, como Fundamental, los potrillos cuyos relinchos tienen algo de lamento o los potros de orejas largas y finas.
—Exactamente lo mismo pasa con los humanos —suspira Holly, con amargura.
Pienso en si se refiere a que su amante ciega le ha dado calabazas o si la cosa ha ido al revés, pero me distrae en ese momento la presencia de Mutt Malvern entre los compradores. Habla con ellos y gesticula en dirección a una potrilla que está en esos momentos en la pista, como si la conociera a la perfección. Los mimados y achispados compradores escuchan sus palabras y asienten con la cabeza porque es el hijo del dueño, y seguramente sabe lo que se dice… Holly sigue la dirección de mi mirada y por un momento nos quedamos los dos observando la escena, hombro con hombro.
—¡Vaya, buenos días! —saluda Holly, efusivo. Cuando me doy cuenta de a quién saluda, me alegro de no haber dicho nada malo de Mutt. Benjamin Malvern está justo detrás de nosotros.
—¡Buenos días a los dos! —exclama Malvern—. Señor Holly, confío en que haya encontrado algo que sea de su agrado.
Malvern me mira.
Holly sonríe de oreja a oreja con su sonrisa americana perfecta, blanca y resplandeciente.
—Apreciado Benjamin, hay tantas cosas que me interesan de Thisby…
—¿Y algo que pertenezca a la categoría de cuadrúpedos?
—Quizá Mettle y Finndebar —responde Holly. A pesar de su protesta inicial, pronuncia el nombre de Finndebar sin atrancarse.
—Finndebar sólo da a luz a campeones —declara Malvern.
Hago una mueca con los labios al oír mis palabras en boca de otra persona.
Holly asiente con la cabeza en mi dirección.
—Eso tengo entendido. ¿Por qué la vende, entonces?
—Bueno, está ya entradita en años.
—Sin embargo, la edad lo hace a uno más sagaz —replica Holly—. Bueno, ¡qué le voy a decir a usted! Ah, qué maravilloso lugar, qué gentes tan extraordinarias. Caramba, veo que tenemos aquí reunidos a todos los Malvern: aquí llega Matthew, que es clavadito a su padre.
Holly lo dice porque Mutt se encuentra lo suficientemente cerca como para oírle. Está allí, de pie, hablando de una potrilla con otro hombre. Creo que quiere aparentar que es útil delante de mí o de su padre. Oigo perfectamente lo que le dice al comprador, y es totalmente ridículo. Aun así, el hombre asiente en todo momento con la cabeza.
Malvern observa a Mutt con expresión inescrutable. Sin embargo, lo que sí adivino es que no mira a su hijo con orgullo, precisamente.
—Le confesaré —prosigue Holly— que le he cogido bastante aprecio a este muchacho que tenemos aquí, Sean Kendrick. Tiene en él una ayuda inestimable.
Malvern se vuelve bruscamente para mirarme a mí primero y después a Holly. Arquea la ceja.
—Tengo entendido que se está usted empleando a fondo para llevárselo a tierras americanas.
—Es cierto, pero es un muchacho demasiado leal —declara Holly. La sonrisa que me dedica no puede ser más sincera—, lo que es una verdadera decepción. Supongo que lo debe de tratar usted demasiado bien.
Mutt, que lo ha oído todo desde su cercana ubicación, me mira con el ceño fruncido.
—El señor Kendrick lleva casi una década con nosotros —responde Malvern—. Cuando murió su padre lo acogí en mi casa.
En apenas una frase ha logrado esbozar el retrato de un muchacho huérfano sentado a su mesa, criado igual que su hijo Mutt y que ha conocido los placeres de ser un Malvern.
—De modo que es prácticamente como un hijo para usted —asevera Holly—. Eso explica el vínculo tan fuerte que hay entre ustedes. Todos estos caballos tienen su sello personal, ¿no es así? Si me pidiera la opinión, le diría que me parece el heredero natural de Malvern Yard.
Padre e hijo se han mirado largamente durante el parlamento de Holly. Cuando éste se queda callado, Malvern me mira a mí, de pies a cabeza, antes de intervenir.
—Hay mucho de cierto en lo que dice, señor Holly —y observa a Mutt antes de añadir—: De hecho, creo que tiene usted toda la razón.
No sé si de verdad lo piensa. Lo único que se me ocurre es que está tomándole el pelo a Holly con uno de sus jueguecitos. O tal vez lo haya dicho para que Mutt lo oyera, cosa que claramente ha hecho.
Holly y yo nos miramos de hito en hito. Los dos estamos igual de sorprendidos por aquella revelación.
—Lo que es una verdadera pena —prosigue Malvern, apartándose ahora de Mutt— es que estas cosas no siempre se llevan en la sangre. Me mira y de repente caigo en la cuenta de que nunca he sabido de verdad lo que piensa detrás de esos ojos astutos y hundidos. Apenas sé nada de él: sólo conozco sus caballos y el apartamento que queda por encima de las cuadras. Sé que solía montar, pero lo dejó, y que su hijo es ilegítimo, pero desconozco si la madre vive en la isla. Sé que gano la carrera año tras año para él, y que se queda con nueve décimas partes del premio, como haría con cualquier otro empleado.
—El señor Kendrick nació sobre un caballo y morirá en uno. Quizá sea algo que no se hereda con la sangre. Es uno de esos pocos elegidos que logran que un caballo haga lo que él quiere, pero jamás le exigirá más de lo que puede darle. Si le ha recomendado que invierta su dinero en Mettle y en Finndebar, sería usted un necio de no hacerlo. Que tenga usted un buen día, señor Holly.
Malvern le dedica un saludo con la cabeza a Holly y desaparece dando unas zancadas. En su ausencia, Holly me dice algo que no entiendo, porque estoy pendiente de Mutt. En su rostro se dibuja una expresión de incredulidad y de rechazo. En ese momento ya no importa si lo que haya dicho Malvern es cierto o no. Lo único que importa es la mala fe que ha tenido al decirlo.
Al verme, la expresión de Mutt se vuelve temible. Algo está cambiando en su interior. Vuelve a la casa abriéndose paso a empujones.
—Sean Kendrick —me llama Holly—. ¿En qué piensa usted?
—En que esto no me gusta nada —reconozco.
Holly mira hacia el lugar que ocupaba Mutt Malvern hace apenas unos segundos.
—Yo que usted, esta noche cerraría bien la puerta.