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PUCK

Como predijo Finn, la tormenta que se desata sobre Thisby dura una noche y un día, y al final de ese día, podemos regresar a casa. Eso me alegra, porque prefiero galopar descalza en las Carreras de Escorpio antes que dormir otra noche más con Gabe en la cama de Beech con ese tufo a jamón. Tommy está impaciente por regresar a casa, porque dejó a su capall uisce al cuidado de su familia, en el otro extremo de la isla, y no sabe cómo habrán pasado la tormenta. Creo que me gustaría conocer a la familia de Tommy. El hecho de que se hayan quedado al cuidado del capall uisce de su hijo porque éste ha acudido a salvar a sus vecinos, dice mucho de ellos. No es lo mismo que pedirle a tu madre, por ejemplo, que le dé algo de comer al gato porque tienes que salir un momento… Sé que debo de haber visto en algún momento a los padres de Tommy (como al resto de Thisby, supongo) pero me cuesta recordarlos. En mi cabeza, sus padres tienen los mismos ojos que su hijo, de ese azul tan brillante, y sus bonitos labios. Y ya que me he puesto a imaginarme a su familia, me figuro que tiene tres hermanos: dos chicos y una chica. La chica es feúcha; los chicos, en cambio, no.

Ya avanzada la tarde, estamos listos para marcharnos. Los muchachos se hacen tanto los gallitos que todos quieren subirse al coche de Tommy. Yo, en cambio, aprovecho para improvisar una brida rudimentaria anudando la cuerda a la cabezada de Dove. De este modo obtengo unas riendas con las que puedo cabalgar a pelo detrás del coche.

La puerta de la casa se cierra de un portazo y, un instante después, me doy cuenta de que Peg Gratton ha salido y está de pie junto a mí. Tiene los brazos cruzados y me observa en silencio mientras le cepillo la grupa a Dove.

—Muchas gracias, otra vez —manifiesto, porque necesito decir algo.

No me contesta, se limita a arquear las cejas para decir que sí.

—Todavía hay mucha gente que no quiere verte en esa playa.

Intento no enfadarme con ella.

—Ya te dije que no vas a convencerme de que no participe.

Peg se ríe, y su sonrisa es como el graznido de un cuervo.

—No hablo de mí, tonta. Me refiero a los hombres que no quieren que una chica participe en la carrera.

—¡Ah! —exclamo, sin mucha entonación.

—Ten cuidado. No dejes que nadie apriete la cincha por ti, ni tampoco que le dé de comer a tu yegua.

Asiento, seguro que hay gente a la que no le guste que esté en la playa, pero me cuesta imaginar que alguien quiera hacerme algún daño.

—¿Y qué me dices de Sean Kendrick? —le pregunto.

Miro a Peg Gratton, quien me dedica una sonrisita llena de misterio, como si todavía llevara su tocado de pájaro puesto.

—Veo que te gusta complicarte la vida, ¿no?

—No sabía que me estaba complicando la vida cuando empecé con esto —le confieso, con total sinceridad.

Peg le quita una pajita a la crin de Dove.

—Es sencillo convencer a un hombre para que te quiera, Puck. Lo único que tienes que hacer es ser la montaña que él quiere escalar o el poema que no logra comprender. Algo que le haga sentir fuerte o inteligente. Por eso los hombres aman el mar.

No sé si ése es el motivo por el que Sean Kendrick ama el mar.

—Si eres demasiado parecida a él, el misterio se esfuma. No tiene sentido buscar el grial si se parece a la taza que usas para tomar el té —añade Peg.

—No tengo la intención de que nadie me busque.

Peg frunce los labios.

—Lo único que te digo es que estás pidiendo a los hombres que te traten como a uno más. Y no creo que sea eso lo que queráis ni tú ni ellos.

Hay algo en sus palabras que me desconcierta, aunque no sé exactamente el qué. No sé si estoy de acuerdo con lo que dice o disiento. Recuerdo el momento en el que Ake Palsson apartó su caballo y pienso en lo que acaba de decirme Peg. Me siento incómoda.

—Sólo quiero que me dejen en paz.

—Lo que yo te diga —responde Peg—: Les estás pidiendo que te traten como a un hombre.

Coloca los dedos en forma de estribo para que pueda subirme a Dove y entonces le da una palmadita a la grupa para que siga al coche de Tommy, que ya arranca. Me vuelvo para mirarla. Peg sigue allí, de pie, observándonos, pero no agita la mano en señal de despedida.

Me siento más animada a medida que nos alejamos de la casa de los Gratton. Después de pasar tanto tiempo encerrados, el aire me parece más limpio que nunca. La isla está como nuestra cocina: abarrotada de cosas y desordenada. Hay pedazos de valla por todos lados, tejas y piedras sobre los setos, ramas de árboles en medio de los pastos… Las ovejas vagan libremente por la carretera, cosa que no es tan inusual, pero lo que no es normal es ver a algunas hermosas yeguas paciendo fuera de los cercados. La luz del atardecer esboza una comedida sonrisa a través de las lágrimas.

No hay ni rastro de los capaill uisce que vinieron con la tormenta, y me pregunto si habrán vuelto a zambullirse en el mar. La isla parece ahora tan tranquila y tan ajena a los caballos y a la lluvia… Creo que si fuera siempre así, los turistas también serían muy diferentes.

Pero yo sé que ésta no es la isla de verdad. Ésa que empezará mañana cuando salga el sol. Falta poco más de una semana para que empiecen las carreras y no estoy preparada. Me cuesta creer que nuestra historia acabe del modo que le expliqué a mi hermano pequeño. Los Connolly no nos caracterizamos últimamente por nuestra buena estrella.

Cuando llego a casa, Finn está alegre y feliz. Detrás de él, en la cocina, ronronea Puffin, la gata. Tiene un terrible mordisco en la cola, por lo que está indignada y dolida, pero sigue vivita y coleando (nunca mejor dicho).

Esta isla está llena de astucias y sorpresas. Y no sé cuáles me están reservadas a mí.