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SEAN

En el establo reina una gran confusión. La mitad de los caballos no han podido realizar sus ejercicios a tiempo. Meetle está en el prado que rodea el establo. Mordisquea y chupa sin parar la tabla superior de la valla. No hay ni rastro de Mutt. Si cree que puede ponernos a prueba a Corr y a mí a estas alturas, va listo.

Tengo la sensación de que se me olvida hacer algo, hasta que me doy cuenta de que estoy desconcertado por haberme marchado de allí con dos caballos y haber regresado sólo con uno. No tengo caballo al que quitarle los arreos ni silla que guardar.

Me cruzo con George Holly al salir hacia el prado. Llevo un cubo manchado de sangre en la mano porque acabo de darles de comer a los capaill uisce. Él ha conseguido una gorra de un rojo muy vivo que usa para apartarse el pelo de la cara y sonríe alegremente.

—¿Cómo va, señor Kendrick? —me saluda contento mientras me acompaña por el empedrado camino que lleva a los pastos—. Parece usted bastante animado.

—¿De verdad?

—Bueno, me ha parecido que su rostro acababa de recordar lo que es una sonrisa —bromea Holly, y luego observa mi vestimenta: me da la sensación de que llevo toda la tierra de la isla encima.

Le doy un golpe a la manguera con la rodilla y me pongo a aclarar el cubo en el sumidero.

—Hoy he perdido a un caballo.

—¡Caramba, qué descuido! ¿Qué pasó?

—Saltó por un acantilado.

—¿Cómo? ¿Eso es normal?

Edana deja escapar un gemido de impaciencia en el establo; tiene hambre de mar. El año pasado, a estas alturas, Mutt ya había sacado a cabalgar a su montura a la playa y la había puesto a prueba hasta el límite de su energía. Sin él, el prado ha recuperado la tranquilidad, como el cielo azul antes de la tormenta. Pienso en el Festival de Escorpio, que se celebrará mañana, y en el hecho de que este año desfilaré junto a Mutt y la loca de Kate Connolly.

Cierro la bomba de agua y miro al americano.

—Señor Holly, nada de lo que pase este mes es normal.