20
SEAN

Esa noche, en vez de dormir, me quedo estirado en la cama, mirando el pequeño cuadrado de negro cielo que se ve a través de la ventana de mi apartamento. Aunque ya estoy seco, tengo el frío metido en los huesos, como si me hubiera tragado el mar entero y éste viviera dentro de mí ahora. Me duelen los brazos. Sostengo con ellos el peso de los acantilados.

Pienso en las brazadas decididas de Fundamental cuando seguía a la barca. No; no es en eso en lo que pienso, sino en la cabeza de Fundamental, echada hacia atrás, en el blanco de sus ojos, en el cambiante color de las aguas cuando lo arrastraron hacia abajo.

Una y otra vez me lanzo al agua. Una y otra vez está todo oscuro, hace frío y no llego a tiempo.

Una y otra vez veo a Mutt Malvern en la boca de la cala, mirándome.

Benjamin Malvern no me ha dicho nada todavía, pero no tardará en hacerlo.

«¡Kendrick!». La voz de Daly, avisándome. Demasiado tarde.

No puedo quedarme en la cama. Me levanto. Aunque la he puesto sobre el radiador, la chaqueta sigue mojada y llena de arena. Sin encender la luz, busco los pantalones y el jersey de lana. Bajo por las escaleruchas que llevan a las cuadras.

Las tres bombillas que cuelgan en el pasillo principal dibujan círculos de luz e iluminan el espacio que queda inmediatamente por debajo de ellas, dejando en completa oscuridad las otras zonas. Respiro, y el sonido se proyecta de un modo que me hace sentir la inmensidad de aquellas caballerizas. Los caballos de tiro y los purasangres emiten suaves relinchos, esperanzados, al oír mis pasos en el corredor. No puedo mirarlos después de lo sucedido por la tarde. Los he visto nacer a todos, igual que a Fundamental.

No puedo bloquear en mi mente el sonido que emiten al masticar y al pisar con el casco cuando les pica de repente la pata. Son suaves susurros de paja. Agradables sonidos equinos.

Paso por delante de ellos hasta llegar a la cuadra del fondo del pasillo, donde está Corr. Queda más allá de los círculos de luz emitidos por las bombillas, y su pelaje oscurecido parece del color de la sangre seca. Me acerco a la esquina del establo para mirar adentro. A diferencia de los caballos normales, Corr no se mueve para mordisquear heno ni deja escapar ningún relincho. Se queda quieto en el centro de la cuadra, sin moverse ni un milímetro, con las orejas bien tiesas. Sus ojos tienen un destello intenso y depredador que los caballos purasangre jamás podrán tener.

Me mira con el ojo izquierdo antes de mirar a otro punto y mover la oreja para escuchar atento. Es imposible que se relaje con el intenso rumor de las olas, el olor a sangre de caballo que me impregna las manos y mi intranquilidad.

No sé por qué Mutt Malvern estaba en la cala, ocupando el lugar de Daly, y tampoco sé cómo no se da cuenta de que su padre sabrá que era él quien vigilaba el acceso cuando entró el capall uisce. Pienso otra vez en Fundamental, en sus ojos en blanco, tan grandes… A Mutt no le importa sacrificar cualquier cosa si existe la más remota posibilidad de hacerme daño a mí. De salirse con la suya.

¿Qué soy capaz de arriesgar yo por salirme con la mía?

Corr —susurro.

De inmediato, el rojo semental apunta las orejas hacia mí. Sus ojos son negros y misteriosos, como retazos del océano. Cada día que pasa se vuelve más peligroso. Como todos.

No puedo soportar la idea de que Mutt Malvern lo monte si yo me voy.

Mutt cree que Benjamin Malvern me despedirá después de lo sucedido hoy. Podría dejarlo yo antes. Pienso en la satisfacción que me daría coger el dinero que he ahorrado y dejar a los Malvern allí plantados, con todas sus posesiones.

Corr emite un suave lamento, apenas audible. Es el sonido de un grito submarino. Viniendo de él, es una llamada que me guía. Una confirmación que espera respuesta.

Chasqueo la lengua, sólo una vez, e inmediatamente se calma. Ninguno de los dos se acerca al otro, pero los dos descargamos el peso sobre un pie a la vez. Suspiro y él también suspira.

No puedo irme sin Corr.