El líquido que me rodea no es agua, sino sangre. Nado a través de oleadas submarinas de ese líquido rojo. Al fin logro tocar el lomo de Fundamental con la mano. En la otra tengo un puñado de bayas de acebo. Hacía muchos años que no las usaba para matar a un caballo marino, sin embargo hoy las he tenido en la palma de la mano dos veces.
Fundamental se estremece. Siento una extraña sensación de succión después de que el potro mueva una pata, por debajo de mí. La corriente me arrastra. Le paso la mano por las crines. Siento una fuerte presión en los pulmones.
Al fin logro ver.
Fundamental tiene el ojo muy abierto y muy blanco, pero no puede verme. Un escurridizo y oscuro capall uisce lo tiene agarrado de la ahogadera con los dientes. Tiene un desgarrón en la piel, por el que sale la sangre a borbotones. Las patas del uisce cortan el agua con destreza y sin vacilación. No me presta atención, tiene al potro bien sujeto y yo, un diminuto y vulnerable extraño, no represento ninguna amenaza.
Necesito respirar, aunque sólo sea un segundo. Necesito más que eso, un minuto entero para respirar y recuperarme. Pero delante de mí veo los alargados ollares del capall. Aprieto tanto las bayas en la mano que me duele. Puedo enviarlo al fondo del mar.
Junto a las dos cabezas, alcanzo a ver la magnitud de la herida de Fundamental. El valiente y magnífico corazón del potro bombea, agónico, al compás de mi pulso atronador.
No puedo salvarlo.
Lo vi nacer. Fundamental, un potro único. Tan cercano a los caballos marinos, amante del océano, como yo.
Con el rabillo del ojo empiezo a ver estrellitas de colores.
Tengo que abandonarlo.