Laureen recobró lentamente el color de las mejillas. El incidente al borde de la piscina la había impresionado tanto que no pudo más que agarrarse a Petra y repetir sus súplicas una y otra vez. Petra sacudió la cabeza y cerró la mano alrededor del mango del cuchillo. Tenía la intención de usarlo si no quedaba otro remedio.
Petra apretó la mano de Laureen, que empezó a gemir. Ninguna de las palabras que salieron de la boca de Gerhart la ayudaron a comprender el giro que había dado su vida. Sin embargo, las frases despejaron los años que habían pasado ahondando en el engaño. Pusieron los acontecimientos de las últimas horas en relieve. Hicieron que estuviera sedienta de más información.
Pese a que tal vez fuera demasiado tarde.
Laureen pataleaba de impotencia mientras Gerhart obligaba a su marido, semiinconsciente, a tragarse las pastillas. Cuando terminó, su víctima empezó a tambalearse.
La voz de Petra denotaba desesperación y horror. La dosis que le había suministrado sería mortal si no intervenían. Le imploró a Gerhart que la escuchara, suplicó a su amante que se detuviera. Intentó hacerle entender que todavía no era demasiado tarde, que podían huir y dejar atrás el pasado, que tenían una vida por delante que había que vivir, que él se lo debía…
Y, sin embargo, Gerhart se mantuvo pasivo, contemplando cómo Bryan languidecía poco a poco. La locura y la venganza se habían apoderado del momento.
Laureen se agarraba a Petra, convulsa y vacilante. La soltaba y volvía a agarrarse a ella. Finalmente la soltó y dio un paso rápido e inconsciente a un lado. En el momento en que Laureen se disponía a llevar a cabo un último y desesperado ataque, Petra se echó hacia adelante con el cuchillo en alto. Laureen se detuvo en seco. Si Petra hundía el cuchillo en las carnes de Gerhart, tampoco ella podría seguir viviendo. Gerhart dirigió el cañón de la pistola hacia su cabeza. El pelo se le pegó a la cara mientras seguía su mirada. Miró de Petra a Laureen y de nuevo a Petra. Petra no oyó la advertencia. Cuando llegó a su lado y a punto estaba de bajar la mano para asestarle una cuchillada, la atrapó la profundidad de su mirada. Cuando su mano alcanzó el rostro de su amante, Petra ya había soltado el cuchillo.
El golpe en la mejilla cayó con la ternura de una madre que amonesta a su hijo. Gerhart agarró la mano de Petra y la apretó con fuerza hasta que ella se relajó. Entonces él la soltó, la miró hasta encontrar su alma, dejó caer la pistola y empezó a andar dando tumbos por el césped. Respiraba superficialmente, hiperventilando. De pronto se detuvo.
Petra vacilaba entre él y el hombre enfermo que estaba tendido a sus pies. Laureen sostenía la cabeza de su marido en el regazo.
—¡Levántalo! —le ordenó Petra a la vez que metía sin miramientos la mano en la garganta de Bryan. Obligó a Laureen a agarrar a su marido por la cintura y apretar con fuerza. Al tercer intento lo consiguió. El acceso de tos vino acompañado de secreciones y vómitos blanquecinos de pastillas apenas disueltas. Su rostro había adquirido un tono azulado.
—¡Ayúdalo! —le impuso Petra mostrándole a Laureen a qué se refería echando la cabeza de Bryan hacia atrás y ofreciéndole respiración artificial para devolverlo a la vida.
A sus espaldas, Gerhart se había quedado callado. De pronto jadeó y cayó de rodillas.
Petra acudió a su lado inmediatamente.
—¡Gerhart! ¡Ya pasó todo! —dijo Petra entre sollozos mientras le acariciaba la mejilla y le daba un beso en la frente.
Petra le sonrió y volvió a acariciarlo. Lo llamaba Gerhart, James, Erich. Él estaba pálido. Su mirada estaba vacía. Petra lo abrazó, lo estrechó entre sus brazos y volvió a mirarlo. Seguía sin reaccionar.
—¡Gerhart! —exclamó sacudiéndolo vigorosamente. Le suplicó, lo sermoneó, volvió a llamarlo por sus tres nombres, lo acarició, le habló en alemán, en inglés y de nuevo en alemán.
Él se había quedado arrodillado, sin moverse, dejando que sus pantalones absorbieran la humedad de la tierra. Había vuelto a alejarse de ella. Se había encerrado en sí mismo. La nada estaba a punto de absorberlo. Su mirada estaba perdida.
Al borde de la piscina, Laureen se había visto sorprendida por el repentino despertar de su marido. Había recobrado la conciencia de golpe, aunque seguía tan ebrio como antes de perderla. Sonrió al verla y la abrazó inmediatamente, ignorando su estado y su presencia repugnante. Ella dejó que la besara apasionadamente, mientras reía y lloraba indistintamente. Luego se quedaron sentados, abrazados el uno a la otra, sin decir nada.
Petra ocultaba el rostro contra el hombro de James. Hacía rato que se habían quedado inmóviles. Alzó la cabeza y vio cómo Laureen alargaba la mano con cautela buscando la pistola.
Cuando Laureen la encontró, se puso en pie lentamente y se llevó a su marido a rastras. No bajó el arma hasta que Petra se lo hubo implorado quedamente.
Bryan miró a su alrededor como si fuera la primera vez que registraba el lugar y se dirigió tambaleante hacia la pareja que estaba de rodillas en la hierba. Sin detener su movimiento, se dejó caer sobre ellos, derribándolos. Introdujo el brazo entre la cara de Petra y el cuello de James y volvió el rostro de su amigo hacia el suyo. James no se resistió.
Entonces se inclinó hacia él y empezó a hablarle a la oreja, todavía ebrio. Petra soltó a James y ocultó el rostro en las manos.
—¡Venga, James! Esta vez no pienso irme, ¿sabes? —Bryan acercó la punta de la nariz a la mejilla de James. Su olor le resultaba extraño—. ¡Di algo, James! Venga, no seas tan pelma. —Tomó la cabeza de su amigo entre sus manos y la sacudió. Le dio unos suaves golpecitos en las mejillas—. ¡Di algo!
Bryan no opuso resistencia cuando Petra se incorporó y lo apartó. El desprecio y la desesperación que ella le mostró eran sentimientos desconocidos para Bryan en aquel momento.
Petra volvió a abrazar a su amado. Él seguía sin reaccionar; ni Gerhart, ni Erich, ni James parecieron abandonar al hombre arrodillado.
Laureen registró la desesperación de Petra y dejó correr las lágrimas mientras Bryan se echaba de espaldas sobre la hierba húmeda y empezaba a reír. Entonces silbó un par de estrofas y dejó que la risa convulsionara su cuerpo.
Su embriaguez era soberbia.
Le llegó retazo a retazo, la canción que de niños habían convertido en su canción. Las palabras, irracionales, absurdas e intrascendentes, se agolparon en su memoria. «I don't know what they have to say, it takes no difference anyway…!». Bryan se desternillaba de risa por lo absurdo de la letra.
A pesar de la luz de la luna, el cielo estrellado era infinitamente profundo y grandioso. La oscuridad absorbía el significado de lo que acababa de ocurrir, dejando que el universo lo engullera. Bryan se echó de lado, dirigió la mirada hacia su amigo de la infancia y empezó a cantar como si hubieran vuelto al pasado. Los recuerdos de cuando eran jóvenes y trepaban por las rocas de Dover le sobrevinieron en retazos. El rugido del mar, el calor y el olor a orina que se extendía traicioneramente alrededor de la bragueta de sus pantalones cortos.
—¿La recuerdas, James? —dijo entre risas—: I'm against it!
Laureen se incorporó y tiró de él, que seguía cantando su canción a viva voz:
—Your proposition may be good, but let's have one thing understood. Whatever it is, I'm against it!
Cuando terminó, volvió a cantarla una vez más. Al llegar a la última estrofa, se dejó caer a un lado y rió, feliz y liberado.
A pocos metros de él, el cuerpo de su amigo seguía inmóvil en el regazo de Petra. Ésta levantó la cabeza y miró a Bryan, como si hubiera profanado un momento sagrado. Tenía los ojos hinchados de lágrimas y parecía haber envejecido. Cuando volvió a apoyar la cabeza en el hombro de James, éste se estremeció. De pronto se echó hacia atrás, como si le hubiera recorrido una corriente eléctrica. Con todos los sentidos a flor de piel, Petra lo agarró antes de que cayera. Del pecho de James salieron unos profundos estertores. Empezó a temblar como si se encontrara en medio de la culminación de un ataque de malaria. Sus sollozos salieron de su pecho en alaridos continuados.
Petra lo estrechó contra su pecho.
Le acarició la nuca, intentó atrapar su mirada, secarle las lágrimas, mientras su cuerpo se convulsionaba, conmocionado, y su mirada buscaba el suelo. Una vivificación de todo el dolor que había padecido; imposible de expresar de otro modo.
Bryan lo miró perplejo y se arrastró hacia él a gatas. Miró a Petra y a James, incapaces de dejar de llorar. Así se quedaron un buen rato. Laureen empezaba a tener frío y rodeó su cuerpo con los brazos.
Entonces James alzó la cabeza con tal lentitud que incluso Bryan fue capaz de seguir el movimiento. Laureen agarró a Bryan dulcemente por la nuca y lo alejó de los otros dos. James miró a Petra a los ojos, acarició la piel fláccida de su mejilla y la besó en la boca. Ella cerró los ojos y se apretó contra él. Se quedaron así un buen rato, sin decir nada y dejando que el momento se desvaneciera.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Bryan. Volvió a menear la cabeza. Unas nubes blancas como la nieve acariciaban las cimas de las oscuras montañas que rodeaban la Selva Negra. La claridad de la noche de septiembre se propagó por el cielo.
Entonces James suspiró y dejó vagar la mirada por el paisaje. Intentó carraspear y volvió la cabeza lentamente hacia Bryan. Se lo quedó mirando durante largo rato. La expresión embobada de su rostro hizo sonreír a Bryan. La frase no quería tomar cuerpo. James balbuceó un par de veces y se calló. Al cabo de un par de minutos le salió.
—¡Bryan! —dijo con una voz tan conocida como si hubiera sido la de un familiar, la de un padre, de una madre o de un hermano—. ¡Dime! ¿Cómo se llamaba la segunda esposa de David Copperfield?
Petra y Bryan lo miraron, conmovidos y desorientados. Bryan cerró los ojos en un intento de comprender lo que estaba pasando. La pregunta le parecía fútil. Miró a su amigo e intentó encontrar una expresión que ilustrara el caos de sentimientos embotados que se agolpaban en su interior. La sonrisa pareció una excusa.
Laureen acercó la cabeza embrollada de su marido a la suya y pasó los dedos por su pelo.
—¡Se llamaba Agnes, James! —respondió Laureen—. ¡Se llamaba Agnes!