Capítulo 4

Y luego comenzó, con un rugir de camiones y una tremenda agitación. Afortunadamente, aún no había llegado el monzón con plena fuerza, y parecía que la evacuación quedaría terminada con tiempo suficiente para evitar que las lluvias la impidieran.

La apatía se convirtió en euforia, como si sólo ahora, cuando realmente llegaba el momento, la gente creyera en la evacuación. Repentinamente, el regreso al hogar no era un sueño; se volvía realidad. Los gritos cruzaban el aire; silbidos estridentes, arrullos, trozos de canciones.

Las enfermeras, educadas en una disciplina de hierro, se encontraron atrapadas en un ambiente que no podían controlar, objeto de apretones, besos, abrazos fabulosamente exóticos al estilo de Hollywood, a veces lágrimas, todas convertidas en una sola mujer adorablemente aturdida. Para ellas era el final de un momento grandioso, el del apogeo de sus vidas. Eran todas solteras, la mayoría de ellas en mitad de camino hacia la jubilación, por lo menos. En ese lugar aislado, extremadamente difícil, dejaron lo mejor de ellas, una parte vital de una gran causa. La vida nunca significaría tanto; esos muchachos eran los hijos que nunca tuvieron, y se sabían madres meritorias de tales hijos. Pero ahora todo había terminado, y aunque debían dar gracias a Dios por ello, sabían que nada, jamás, podría igualar el placer, el dolor y la gloria de los últimos años.

En el Pabellón X los hombres esperaban esa última mañana vestidos con uniforme completo, en lugar de lo que estaba limpio y a mano. Sus baúles de chapa, bolsas, paquetes y mochilas se apilaban sobre el piso donde, por primera vez, se escuchó el pesado taconeo de muchos pares de botas. Llegó un suboficial, dio a la Hermana Langtry las últimas instrucciones sobre el lugar al que debía llevar sus hombres para el embarque y supervisó la carga del equipo extra que no se podía acarrear personalmente.

Cuando se alejó de la puerta del frente, una vez que hubo partido el suboficial, la Hermana Langtry vio a Michael, solo en la sala de estar, preparando té. Una rápida mirada al pabellón le aseguró que nadie observaba; aparentemente, el resto de los hombres estaban afuera, en la galería, esperando instrucciones.

—Michael —dijo ella, de pie en el vano de la puerta—, por favor, ven a caminar un poco conmigo. Sólo queda media hora. Me agradaría mucho pasar diez minutos contigo.

Él la miró pensativo. Tenía un aspecto muy parecido al de la tarde de su llegada: pantalones y camisa verde jungla, polainas americanas, correaje, botas marrones brillantes, bronce reluciente, todo limpio, planchado, y tan bien llevado.

—A mí también me agradaría —dijo seriamente—. Permíteme primero que deje esto en la galería. Te encontraré al final de la rampa.

Me pregunto si aparecerá con Benedict atrás —pensaba la Hermana Langtry mientras esperaba en el lugar indicado, bajo un sol húmedo—. Ver a uno es ver al otro.

Pero Michael fue solo. Juntos caminaron por el sendero que llevaba a la playa, deteniéndose poco antes de llegar a la arena.

—Llegó demasiado pronto. Al fin de cuentas, no estoy lista —dijo la enfermera, mirando a Michael con cierta cautela.

—Yo tampoco lo estoy —dijo él.

La Hermana Langtry empezó a balbucear.

—Ésta es la primera oportunidad que tengo de verte a solas desde… desde que murió Luce. No, desde que llegó el veredicto. Aquello fue horrible. Te dije muchas cosas terribles. Quiero que sepas que no las sentía. ¡Michael, lo lamento tanto!

El sargento la escuchaba en silencio, con tristeza en el rostro.

—No hay nada de que lamentarse. Yo soy el que debe pedir perdón. —Pareció deliberar interiormente y continuó con lentitud—. Los otros no piensan así, pero yo creo que te debo una explicación, ahora que ya no importa mucho.

La enfermera sólo escuchó la última parte.

—Nada importa ya mucho —dijo la Hermana Langtry—. Quisiera cambiar de tema, preguntarte sobre tu casa. ¿Vas a regresar enseguida a tu granja? ¿Y tu hermana y tu cuñado? Me gustaría saber, y no tenemos mucho tiempo.

—Nunca tuvimos mucho tiempo —contestó Michael—. Bueno, primero tengo que conseguir mi baja. Después Ben y yo iremos a la granja. Acabo de recibir una carta de mi hermana, y están contando los días que faltan para que yo me haga cargo otra vez. Harold, mi cuñado, quiere recuperar su antiguo empleo antes que desmovilicen a muchos soldados.

Ella se quedó con la boca abierta.

—¿Ben y tú? ¿Juntos?

—Sí.

—Ben y tú.

—Eso es.

—Por Dios, ¿por qué?

—Se lo debo —dijo Michael.

El rostro de la enfermera se contrajo.

—¡Oh, basta! —dijo, sintiéndose desairada.

Michael alzó los hombros.

—Benedict está solo, Nita. No tiene a nadie que lo espere. Y necesita que alguien esté siempre con él. Yo. Yo tengo la culpa. ¡Ojalá pudiera hacerte comprender! Tengo que asegurarme de que nunca vuelva a ocurrir.

La angustia de la Hermana Langtry se convirtió en perplejidad. Miró fijamente a Michael y se preguntó si alguna vez llegaría al fondo del misterio que lo rodeaba.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué es lo que nunca debe volver a ocurrir?

—Te lo dije antes —dijo Michael pacientemente—. Creo que te debo una explicación. Los otros no están de acuerdo. Piensan que debes estar al margen para siempre, pero yo quiero decírtelo. Comprendo por qué Neil se opone tanto, pero no obstante creo que te debo una explicación. Neil no estuvo contigo esa noche; fui yo. Y eso te da derecho a una explicación.

—¿Qué explicación? ¿De qué se trata?

Había un gran tambor de gasolina, volcado de costado, exactamente donde terminaba el sendero. Michael se volvió, puso un pie sobre él y miró su bota.

—No es fácil encontrar las palabras adecuadas. Pero no quiero que me mires como lo has estado haciendo desde aquella mañana, sin comprender. Estoy de acuerdo con Neil en que nada va a cambiar diciéndotelo, pero quizá la última vez que te vea no me mirarás como si la mitad de ti me odiara y la otra mitad deseara odiarme también. —Se enderezó y la miró de frente—. Esto es difícil —dijo.

—No te odio, Michael. Nunca podría odiarte. Lo que está hecho no tiene remedio. No me agradan los postmórtem. Por ello, por favor, dímelo. Quiero saber. Tengo derecho. Pero no te odio. Nunca te he odiado y nunca podría.

—Luce no se mató —dijo Michael—. Benedict lo hizo.

La Hermana Langtry volvió a sentirse en medio de toda aquella sangre, de aquella magnificencia arruinada. Luce tendido sin consideración de gracia, fluidez de línea o efecto teatral, a menos que hubiese buscado el horror puro como efecto, y él no era así. Luce se amaba demasiado, sobre todo visualmente.

El rostro de la enfermera empalideció tanto que la luz que atravesaba las palmeras le daba un tinte verdoso. Por segunda vez, desde que se conocieron, Michael se acercó a ella, deslizó un brazo alrededor de su cintura y la sostuvo con tanta fuerza que sólo podía sentir su contacto.

—¡Está bien, amor, trata de reaccionar! ¡Vamos, respira profundamente, pórtate bien! —Le habló con dulzura y la abrazó con ternura.

—Siempre lo supe —dijo la Hermana Langtry lentamente, cuando por fin pudo hablar—. Algo estaba mal. No era típico de Luce. Pero sí de Benedict. —El color volvió bajo su piel, apretó los puños con furia, impotente, totalmente contra sí misma—. ¡Oh, qué tonta soy!

Michael la soltó y retrocedió un paso, más tranquilo consigo mismo.

—Si no pensara tanto en ti no te lo habría dicho, pero no podía soportar que me odiaras. Me estaba matando. Neil también lo sabe. —Entonces, al parecer convencido de que se estaba alejando del tema, volvió a él—. Benedict no volverá a hacer nada parecido, Nita, te doy mi palabra. Mientras yo pueda cuidarlo, no lo volverá a hacer. ¿Lo comprendes, verdad? Tengo que cuidarlo. Soy responsable de él. Lo hizo por mí, o pensó que lo hacía por mí, que equivale a lo mismo. Te lo dije por la mañana, ¿recuerdas? Hice mal al quedarme contigo toda la noche. Debí haber vuelto al pabellón para vigilar a Ben. Si hubiese estado donde correspondía nunca hubiera ocurrido. Es gracioso; he matado hombres, y por todo lo que sé eran mucho mejores que Luce. Pero yo soy responsable de la muerte de Luce. Por los otros la responsabilidad corresponde al Rey; él debe rendir cuentas a Dios por esos hombres, no yo. Pude haber detenido a Ben. Ningún otro lo habría hecho, porque nadie tenía idea de lo que ocurría en la mente de Ben. —Cerró los ojos—. Fui débil, me abandoné a mí mismo. ¡Pero, oh, Honour, quería estar contigo! ¡No podía creerlo! Un pedacito de cielo, y yo había estado tanto tiempo en el infierno… Te amaba, pero hasta entonces nunca soñé que me querrías.

Enormes reservas de fuerzas; la Hermana Langtry tenía enormes reservas de fuerzas. Recurrió a ellas con el descuido de un filibustero.

—Debí haberlo sabido —dijo—. Por supuesto, tú me amabas.

—Pensaba primero en mí —dijo Michael, al parecer feliz de poder hablar finalmente con ella—. ¡Si supieras cuánto me he culpado! ¡No era necesario que Luce muriera! Sólo tenía que estar en el pabellón para mostrarle a Ben que yo estaba bien, que Luce no podía dañarme. —Su pecho se extendió, con un estremecimiento más que un suspiro—. Mientras yo estaba contigo, en tu cuarto, Ben estaba solo, pensando que Luce de algún modo había logrado destruirme. Y una vez que llegó a esa conclusión, el resto fue natural. Si Neil lo hubiese sabido, pudo haber sido distinto, pero no tenía idea. Pensaba en otras cosas. Y ni siquiera estuve allí para limpiar; también tuvieron que hacerlo los otros. —Extendió su mano hacia ella y luego la dejó caer a un costado—. Debo responder por muchas cosas, Honour. La forma como te herí… Tampoco tengo excusa por ello. No puedo dar ninguna, ni siquiera a mí mismo. Pero quisiera que supieras que yo… lo siento así, que comprendo lo que te he hecho. Y de todas las cosas por las que debo responder, lo más difícil de soportar es haberte querido.

Las lágrimas surcaban el rostro de la Hermana Langtry, más por el dolor de Michael que por el propio.

—¿Y no me quieres más? —preguntó—. ¡Oh, Michael, puedo soportar cualquier cosa menos perder tu amor!

—Sí, te amo. Pero no hay futuro… no puede haberlo. Nunca lo hubo, dejando de lado a Luce y a Ben. Si no hubiera sido por la guerra, nunca habría conocido a nadie como tú. Tú habrías conocido a hombres como Neil, no como yo. Mis amigos, el tipo de vida que me gusta llevar, hasta la casa donde vivo… no están de acuerdo contigo.

—No se ama una vida —dijo la Hermana Langtry, secándose las lágrimas—. Se ama a un hombre y después se hace una vida.

—Tú nunca hubieras hecho tu vida con un hombre como yo —dijo Michael—. Soy sólo un granjero.

—¡Eso es ridículo! ¡No soy una esnob! Y dime cuál es la diferencia entre una y otra clase de campesino. Mi padre también lo es. La escala es mayor, eso es todo. Tampoco dependo del dinero para ser feliz.

—Lo sé. Pero tú perteneces a otra clase, y no tenemos la misma perspectiva de la vida.

La Hermana Langtry miró extrañada a Michael.

—¿No la tenemos, Michael? ¡Es singular que seas tú, precisamente, quien lo diga! Yo creo que ambos tenemos la misma perspectiva de la vida. A los dos nos agrada ayudar a los menos capaces, y tratamos de lograr exactamente lo mismo: alentarlos para que puedan bastarse a sí mismos.

—Es cierto… Sí, es muy cierto —dijo Michael con lentitud, y luego agregó—: Honour, ¿qué significa para ti el amor?

La aparente desviación la sorprendió.

—¿Qué significa? —preguntó, tratando de hacer tiempo para pensar.

—Sí. ¿Qué significa para ti el amor?

—¿Mi amor por ti, Michael? ¿O por otros?

—Tu amor por mí. —Michael parecía disfrutar al decirlo.

—Pues… ¡pues significa compartir mi vida contigo!

—¿Haciendo qué?

—¡Viviendo contigo! Atendiendo tu hogar, dándote hijos, envejeciendo juntos —dijo ella.

Michael parecía distante. Las palabras de la Hermana Langtry lo conmovían, ella lo advertía, pero no eran capaces de penetrar con suficiente profundidad para llegar hasta esa decisión adoptada sin considerar su yo.

—Pero para eso no has hecho ninguna clase de aprendizaje —dijo Michael—. Ya tienes treinta años, y lo que has aprendido es muy distinto. Una clase diferente de vida. ¿No es así? —Hizo una pausa, sin dejar de mirarla a la cara, un rostro que mostraba una temerosa perplejidad y, no obstante, también el germen de una comprensión que no quería reconocer—. Creo que ninguno de los dos se adapta a la vida que describes. Cuando empecé a hablarte no pensé que lo mencionarías, pero eres buena luchadora y no te dejarás engañar por nada que no sea la verdadera raíz de la cuestión.

—No, no lo haré —dijo la Hermana Langtry.

—La verdadera raíz es justamente lo que he dicho: ninguno de los dos se adapta al tipo de vida que describes. Es demasiado tarde para preguntarse por qué. Soy de la clase de hombre que desconfía de los deseos que surgen de una parte de mí que normalmente puedo controlar. No quiero disminuirlos llamándolos deseos corporales, y no quiero que pienses que estoy menospreciando lo que siento por ti. —La tomó de los brazos, cerca de los hombros—. ¡Honour, escúchame! Soy de la clase de tipos que una noche podría no volver a casa porque en un viaje al pueblo he encontrado alguien que, a mi juicio, me necesita más que tú. No quiero decir que te abandonaría, ni que forzosamente se trataría de otra mujer. Quiero decir que yo sé que tú serías capaz de arreglártelas sin mi presencia hasta que yo pudiera volver. Pero yo podría estar dos días ayudando a esa persona, o quizás dos años. Soy así. La guerra me dio una oportunidad de comprobarlo. También te la ha dado a ti. No sé en qué medida estás dispuesta a admitir lo que eres; pero yo me he dado cuenta de que, siempre que sienta piedad, me veré impulsado a ayudar. Eres una persona íntegra. No necesitas mi ayuda. Y al no necesitarla, sé que puedes prescindir de mí. Tú ves, el amor está al margen de la cuestión.

—Lo que planteas es paradójico —dijo la Hermana Langtry, con la garganta dolorida por el esfuerzo de contener las lágrimas.

—Supongo que sí. —Hizo una pausa, buscando qué decir a continuación—. No creo tener una opinión muy alta de mí mismo. De lo contrarío, no me haría falta ser necesario. ¡Pero me hace falta, Honour! ¡Tengo que ser necesario!

—¡Yo te necesito! —dijo la Hermana Langtry—. ¡Mi alma, mi corazón, mi cuerpo… cada parte de mí te necesita, y siempre te necesitará! ¡Oh, Michael, hay toda clase de necesidades, toda clase de soledades! ¡No confundas mi fuerza con una falta de necesidad! ¡Por favor, no lo hagas! ¡Te necesito para dar sentido a mi propia vida!

Pero Michael sacudía la cabeza, inflexible.

—No. No me necesitarás nunca. ¡Tú ya estás realizada! De lo contrario, no podrías ser la persona que yo sé que eres: cálida, cariñosa, atenta, feliz realizando un trabajo que pocas mujeres pueden hacer. Casi todas pueden construir un hogar y tener niños. Pero tú eres demasiado diferente para estar satisfecha en esa especie de jaula. No has aprendido eso. Porque, después de un tiempo, así verías la vida que has descrito, dedicada exclusivamente a mí. ¡Como una jaula! Eres un pájaro muy fuerte para eso, Honour. Tienes que extender tus alas en un espacio más amplio que una jaula.

—Estoy dispuesta a arriesgarme a que eso ocurra —dijo la Hermana Langtry, con el rostro pálido, desolada, pero aún luchando.

—Yo no. Si sólo estuviera describiéndote a ti, quizá me arriesgaría. Pero también me estoy describiendo a mí mismo.

—Estás encadenándote a Ben mucho más rígidamente de lo que lo harías conmigo.

—Pero no puedo herir a Ben como te heriría a ti, finalmente.

—Cuidar a Ben requiere todo el tiempo. No podrás salir a ayudar a nadie más en un viaje al pueblo.

—Ben me necesita —dijo Michael—. Viviré para eso.

—¿Y si te ofreciera compartir tu responsabilidad por Ben? —preguntó ella—. ¿Aceptarías una vida junto a mí, compartiendo nuestro deseo de ser necesarios?

—¿Me estás ofreciendo eso? —preguntó Michael, indeciso.

—No —dijo la Hermana Langtry—. No puedo compartirte con personas como Benedict Maynard.

—Entonces no hay nada más que decir.

—Entre nosotros, no —Michael aún la tenía entre sus manos, y ella no hizo ningún movimiento para desasirse.

—¿Los otros están de acuerdo en que tú deberías cuidar a Ben?

—Hicimos un pacto —dijo Michael—. Todos lo convinimos. Ben no irá a un asilo de locos, no importa lo que ocurra. Y la esposa y los niños de Matt no pasarán hambre. Todos estuvimos de acuerdo.

—¿Todos ustedes? ¿O tú y Neil?

Michael reconoció la exactitud de esto último con un gesto de sus labios y su cabeza.

—Me despediré ahora —dijo, deslizando sus manos sobre los hombros de Honour hasta los costados del cuello, y apoyando los pulgares en la piel.

Michael la besó, con un beso de profundo amor y dolor, de aceptación de lo que debía ser y deseo por lo que pudo haber sido. Un beso voluptuoso, erótico, pleno de recuerdos de aquella única noche. Pero, demasiado pronto, bruscamente, separó sus labios; toda una vida apenas habría alcanzado.

Después se cuadró rígidamente, con su sonrisa en los ojos, giró sobre sus talones y se alejó.

El tambor de gasolina estaba allí. La Hermana Langtry se derrumbó sobre él para no tener que verlo, hasta que desapareció. Miraba sus zapatos, los débiles zarcillos marrones de pasto y la infinidad de granos que componían la arena.

Eso era todo. ¿Cómo podía competir con el tipo de necesidad que un Benedict tenía de un Michael? Hasta ahora él tenía razón. Y qué solitario debía de estar, qué apremiado debía de sentirse. ¿No era siempre así? Los fuertes abandonados en favor de los débiles. La obligación —¿o era la culpa?— que los fuertes sentían de servir a los débiles. ¿Qué sucedía primero? ¿Los débiles pedían, o los fuertes se ofrecían? ¿La fuerza engendraba la debilidad, la acentuaba o la negaba? ¿Qué era la fuerza y qué era la debilidad, incluso? Michael, tenía razón, podría vivir sin él. ¿Por lo tanto, no lo necesitaba? Él la amaba por su fuerza, y no obstante no podía vivir con aquello que amaba. Al amar, se alejaba del amor. Porque no lo satisfacía, o no podía satisfacerlo.

Honour hubiera querido gritarle: «¡Olvídate del mundo, Michael, quédate a mi lado! ¡Conmigo conocerás una felicidad que jamás soñaste!». Sólo que eso sería pedir lo imposible. ¿Lo había hecho deliberadamente? ¿Querer a un hombre que prefería ayudar más que amar? Desde el día de su llegada a X ella lo admiró, y su amor creció por esa admiración, por esa valoración de lo que Michael era. Cada uno de ellos amaba la fuerza, la fe en sí mismo y la capacidad de dar del otro. Sin embargo, parecía que esas mismas cualidades los apartaban en lugar de unirlos. Dos positivos. Mi amado, mi adorado Michael… Pensaré en ti y rezaré por ti, para que siempre encuentres tu fuerza.

La Hermana Langtry miró hacia la playa, algo castigada por el viento y la lluvia de los días anteriores. Dos hermosas golondrinas de mar planeaban y planeaban, los extremos de las alas unidos como si estuviesen atados. Repentinamente giraron, siempre juntas, se inclinaron y se alejaron. ¡Eso es lo que yo quería, Michael! ¡No una jaula! Sólo volar contigo en un cielo azul grandioso.

Era hora de marcharse. Hora de llevar a Matt, Benedict, Nugget y Michael al punto de reunión. Era su deber hacerlo. Neil, como oficial, partiría por separado. Aún no sabía cuándo. A su debido tiempo, se lo dirían.

Mientras la Hermana Langtry caminaba, otros pensamientos irrumpieron en su mente. Había un complot entre los pacientes del Pabellón X. Un complot en el que Michael participó voluntariamente. Y Neil era el cabecilla. No tenía ningún sentido. Oh, tenía sentido para ocultarle lo que en realidad ocurrió en la casa de baños, hasta que se estableciera oficialmente la causa de la muerte y se cerrara cualquier investigación. Pero ¿por qué Neil se oponía tanto al deseo de Michael de revelarle lo que había sucedido, ahora cuando ya no importaba? Neil la conocía lo suficiente como para comprender que ella no iba a ir corriendo a contarle la historia verdadera al coronel Chinstrap. ¿Para qué serviría? ¿Qué podría cambiar? Podía asegurar el confinamiento permanente de Benedict en alguna institución civil, quizá; pero eso también daría como resultado la baja deshonrosa de todos ellos, si no la prisión. Probablemente también habían convenido unirse contra ella, y habrían negado todo lo que podría haberle dicho al coronel Chinstrap. ¿Por qué Neil luchó por mantenerla en la ignorancia? No solamente Neil. Matt y Nugget también lo hicieron.

¿Qué dijo Michael, en el último momento? Hicieron un pacto. La esposa y los niños de Matt no pasarían hambre.

Indudablemente, Nugget haría su carrera de medicina, sin sufrir tampoco privaciones. Benedict no iría a un asilo de enfermos mentales. Michael y Neil… Se habían repartido las responsabilidades. ¿Pero qué lograba Neil con proporcionar el dinero para la familia de Matt y la educación de Nugget? Dos semanas antes, la enfermera Langtry hubiera dicho: nada. Pero hoy no estaba segura.

Neil no parecía resentido. Al parecer, aceptaba su rechazo con suficiente tranquilidad e indiferencia como para que ella pensara que no podía herirlo. ¿Y quién había estado hablando con Michael, para que saliera con esas anticuadas diferencias de clase entre ellos? Ansiosamente se aferró a este inútil argumento, producto del orgullo. Alguien ha estado ejerciendo influencia sobre Michael tratando de convencerlo de que tenía que dejarla. ¿Alguien? ¡Neil!