EN el mismo momento en que llegaron al pabellón, Michael se separó apresuradamente de la hermana Langtry. Ella sólo pudo mirarlo una vez a la cara, reavivando la herida de sus propios sentimientos, pues los ojos grises estaban llenos de lágrimas, con una congoja tan profunda que ella hubiera deseado olvidarse de todo y ofrecerle consuelo. Pero no; se alejó como escapando de ella lo más pronto posible. No obstante, en cuanto vio a Benedict, abatido, sentado en el borde de su cama, se desvió bruscamente y se puso a su lado.
La hermana Langtry no pudo soportarlo más y giró para dirigirse a su oficina, ahora tan furiosa como angustiada. Sin duda, todos eran más importantes que ella para Michael.
Cuando Neil entró con una taza de té y un platito con pan y manteca, sintió ganas de echarlo, pero algo en el rostro del capitán se lo impidió. No era exactamente vulnerabilidad, sino una simple ansiedad de servirla y ayudarla, y por ello no podía descartarla con tanta ligereza.
—Beba y coma —dijo Neil—. Se sentirá mejor.
Estaba muy agradecida por el té, pero no creía que pudiera tragar el pan. Sin embargo, una vez que la primera taza fue seguida por la segunda, pudo comer casi la mitad de lo que había en el plato, y en verdad se sintió mejor.
Neil, en la silla de los visitantes, la observaba atentamente, inquieto por la pena que ella sentía, frustrado por su propia impotencia, irritado por las restricciones que la Hermana Langtry había impuesto a su conducta. Estaba dispuesta a hacer y a dar por Michael cosas que no haría por Neil, y eso le resultaba exasperante, porque sabía que él era el mejor de los dos. Mejor para ella, en todo sentido. Tenía más de un indicio de que Michael también lo sabía, desde esta mañana si no desde ayer. ¿Pero come convencerla? Ni siquiera querría escuchar.
Cuando la Hermana Langtry empujó a un lado el plato él habló.
—Lamento terriblemente que usted, entre todos, haya tenido que ser la que encontrara a Luce. No puede haber sido nada lindo.
—No, no lo fue. Pero puedo aguantar esas cosas. No debe preocuparse por eso. —Ella le sonrió, sin darse cuenta de que su rostro mostraba el profundo infierno que atravesaba—. Tengo que darle las gracias por haber tomado la responsabilidad de mi decisión de sacar a Michael de X.
Neil se encogió de hombros.
—Bueno, ayudó, ¿no es así? Dejemos que el Coronel se aferre a sus convicciones sobre el sexo fuerte. Si le hubiera dicho que yo estaba borracho, incapaz, mientras que usted se encontraba en total dominio de la situación, me habría creído mucho menos.
La Hermana hizo una mueca.
—Es verdad.
—¿Está segura de que se siente bien, Nita?
—Sí, perfectamente. Si algo siento, más bien es como si me hubieran estafado.
Las cejas de Neil se crisparon.
—¿Estafado? ¡Es una palabra rara!
—No para mí. ¿Sabía que había llevado a Michael a mis habitaciones, o fue sólo un disparo en la oscuridad?
—Lógica. ¿A qué otro lugar podría llevarlo? Anoche ya sabía que cuando llegara la mañana usted no querría llevar a Luce ante los oficiales médicos, o la policía militar. Eso significaba que no podía crear dudas llevando a Mike a otro pabellón, por ejemplo.
—Es usted muy sagaz, Neil.
—No creo que se dé cuenta de lo sagaz que realmente soy.
Al no poder contestar, la Hermana Langtry se volvió ligeramente y miró afuera, por la ventana.
—Tome, sírvase un cigarrillo —dijo Neil, con lástima, pero también con amargura, porque sabía que ella no le permitiría hablar de ciertas cosas.
La Hermana Langtry lo miró.
—No me atrevo, Neil. La Jefa va a caer en cualquier momento. El Coronel ya tiene que haber hablado con ella; el superintendente, la policía militar y ella, por lo menos, deben de estar tascando el freno. Cuanto más inmoral sea la sensación, tanto más le gusta a ella, siempre que no tenga parte activa en el asunto. Va a recibir ávidamente esta pequeña serie de desastres.
—¿Qué le parece si yo enciendo un cigarrillo para mí y usted da algunas pitadas? Necesita algo más que un té.
—¡Si se atreve a mencionar el whisky, Neil Parkinson, voy a ordenarle permanecer en su cuarto por un mes! Y, en realidad, puedo estar sin el cigarrillo. Debo rescatar toda la respetabilidad que pueda, o la Jefa me va a expulsar ignominosamente del cuerpo. Olerá el humo en mi aliento.
—Bien; por lo menos, como donante del licor, el Coronel ha saltado con su propio petardo.
—Lo que me recuerda dos cosas. Primero, agradeceré que ninguno de ustedes mencione lo del whisky a nadie. Segundo, llévese este vaso al pabellón y tomen todos una cucharada cada uno. Les curará el malestar de la bebida.
Neil sonrió.
—¡Por esto le besaría las manos y los pies!
En ese momento la Jefa entró apresuradamente, sus fosas nasales estremeciéndose como las de un sabueso. Neil desapareció con una ligera reverencia, mientras salía, dejando a la Hermana Langtry sola para enfrentarse a su superiora.