FIEL a su palabra, Neil no se sirvió más whisky, pero llenó los dos vasos y le dio uno a Benedict y otro a Michael.
—Dios, estoy alcoholizado hasta los ojos —dijo, parpadeando—. Mi cabeza da vueltas como un trompo. Qué cosa estúpida. Me va a llevar horas recuperarme.
Michael tomó un sorbo y lo hizo recorrer la lengua.
—Es fuerte, muy bueno. Es gracioso, nunca me gustó el whisky.
Benedict pareció superar muy bien su resistencia inicial, pues apuró con bastante rapidez su primer vaso y pidió más. Neil le sirvió: eso le haría bien al pobre bobalicón.
Luce era un desgraciado completo. ¿Pero no era absurda la forma cómo llegaba la información deseada, después de haber desesperado por obtenerla? Indirectamente, lo que necesitaba saber de Michael provino de Luce. Obligó a sus ojos a enfocar el rostro de Michael, tratando de descubrir algún indicio de lo que Luce había afirmado. Por supuesto, todo era posible. Esa respuesta particular de la adivinanza nunca se le habría ocurrido. En realidad no lo creía, al margen de lo que dijeran los papeles de Michael. Siempre se delataban; tenían que ponerse en evidencia, o nunca conseguirían nada. Y estaba seguro de que Michael no tenía nada que poner en evidencia. Pero Nita sabía lo que decían esos papeles, y no tenía ni de cerca la experiencia de los hombres que pasaron casi seis largos años en compañía exclusiva de otros hombres. ¿Acaso Nita tenía sus dudas con respecto a Michael? ¡Por supuesto que sí! No sería humana si no las tuviera, y últimamente no estaba muy segura de nada. Entre ella y Michael no había pasado nada… hasta ahora. Así que aún tenía tiempo.
—¿Ustedes creen —dijo, hablando laboriosamente, pero con voz muy clara— que Nita sabe que todos estamos enamorados de ella?
Benedict levantó la vista, con los ojos vidriosos.
—¡No enamorados, Neil! Sólo la queremos. La queremos, la queremos y la queremos…
—Bueno, es la primera mujer que ha formado parte de nuestras vidas, durante mucho tiempo —dijo Michael—. Sería raro si no la quisiéramos. Es amorosa.
—¿Crees que es amorosa, Mike? ¿Realmente?
—Sí.
—No lo sabía. Amorosa no parece la palabra correcta. Siempre pensé en eso como… mimosa. Nariz respingada, pecas y una risita encantadora. El tipo de cosas que uno ve enseguida. Pero ella no es así, en absoluto. Cuando uno la conoce es todo almidón y acero, y tiene una lengua de una gritona de clase alta. No es bonita. Fantásticamente atractiva, pero no es bonita. No, no diría que amorosa es la palabra adecuada.
Michael dejó su vaso y reflexionó; luego sonrió y sacudió la cabeza.
—Si es así como la veías, Neil, debes haber de estado muy enfermo. Yo creí que ella era insignificante. Me daba ganas de reír… no de ella, por ella. No, al principio no veía el almidón y el acero. Para mí era amorosa.
—¿Aún lo sigue siendo?
—Lo dije, ¿verdad?
—¿Tú crees que sabe que todos estamos enamorados de ella?
—No en la forma que tú dices —contestó Michael, con firmeza—. Es una persona dedicada, que no ha vivido soñando en el amor. No tiene mentalidad de colegiala. Tengo una curiosa impresión: que cuando llegue el momento decisivo, siempre preferirá su profesión de enfermera.
—No ha nacido una sola mujer que no opte por el matrimonio, si se dan las circunstancias apropiadas —dijo Neil.
—¿Por qué?
—Todas viven para el amor.
La expresión de Michael era de piedad.
—¡Oh, vamos, Neil, debes madurar! ¿Quieres decir que los hombres no pueden vivir para el amor? ¡El amor viene en todas las formas y medidas… y en ambos sexos!
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Neil amargamente, sintiéndose amonestado, un poco como se sentía a veces en presencia de su padre, y no estaba bien. Michael Wilson no era Gorman Parkinson.
—No sé cómo —contestó Michael—. Es un instinto. No puede ser otra cosa, ¿verdad? Por cierto, no puedo pretender que soy un experto. Pero hay algunas cosas que conozco sin siquiera recordar haberlas aprendido. Las personas encuentran sus propios niveles y cada una es diferente. —Se puso de pie y se estiró—. Volveré en un segundo. Voy a ver cómo está Nugget.
Cuando Michael regresó, unos minutos más tarde, Neil lo miró con cierta ironía; había fabricado un tercer vaso mediante el simple expediente de vaciar el frasco de agua sucia de acuarelas, y se había servido un whisky.
—Bebamos, Mike —dijo—. Después de todo, decidí que tenía ganas de tomar otro. Estoy celebrando.