AL pasar junto a la cama de Nugget, la Hermana Langtry hizo señas a Neil y Michael de que continuaran y se deslizó detrás del biombo que alguien había colocado delante del lecho. Nugget estaba inmóvil y no se dio cuenta de la presencia de la enfermera, de modo que ella le cambió el paño que le cubría los ojos y lo dejó en paz. En la mesa del refectorio descubrió que faltaba Luce. Miró su reloj y se dio cuenta de que era mucho más tarde de lo que había pensado.
—Si Luce no se cuida finalmente va a manchar su hoja de servicios. ¿Alguien sabe dónde está? —preguntó.
—Salió —repuso Matt, bruscamente.
—Mintió —dijo Benedict, meciéndose en su silla.
La Hermana Langtry lo observó atentamente. Parecía más extraño, más ensimismado. Y el balanceo era algo nuevo.
—¿Estás bien, Ben?
—Bien. No, mal. Todo está mal. Él mintió. Tiene una serpiente en la lengua.
Los ojos de la Hermana Langtry se encontraron con los de Michael. La enfermera alzó una ceja, en una muda pregunta, pero Michael, igualmente intrigado, sacudió la cabeza con rapidez. Neil arrugó la frente, también desconcertado.
—¿Qué es lo que está mal, Ben? —preguntó la Hermana Langtry.
—Todo. Mentiras. Hace mucho que vendió su alma.
Neil se inclinó para darle unas tranquilizadoras palmadas en el hombro fino y curvo.
—¡No permitas que Luce te inquiete, Ben!
—¡Es maligno!
—¿Has estado llorando, Ben? —preguntó Michael, sentándose junto a él.
—Hablaba de ti, Mike. Cosas sucias.
—No hay nada sucio en mí, Ben. Entonces, ¿por qué preocuparte? —Michael se levantó para ir a buscar el juego de ajedrez. Luego empezó a acomodar las piezas en la mesa.
—Yo juego con las negras esta noche —dijo.
—No, yo.
—Está bien. Entonces yo juego con las blancas y tú con las negras. Mejor para mí —dijo Michael alegremente.
El rostro de Ben se contrajo; con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, las lagrimáis comenzaron a reflejar la luz entre las pestañas.
—¡Oh, Mike, no sabía que allí había niños! —sollozó.
Michael no prestó atención. En cambio, movió su peón del rey dos casillas adelante y se quedó esperando. Luego de un instante Ben abrió los ojos y vio la movida, a través de una pared de lágrimas. La repitió rápidamente, husmeando como un niño y limpiándose la nariz con el costado de la mano. Michael adelantó el peón de la reina junto al del rey, y otra vez Benedict repitió la movida, mientras empezaban a secarse sus lágrimas. Y cuando Michael levantó su caballo del rey sobre el peón y lo colocó delante del alfil, Benedict rió entrecortadamente, sacudiendo la cabeza.
—¿Nunca aprendes, eh? —preguntó, jugando con un alfil.
La Hermana Langtry dio un enorme suspiro de alivio y se puso de pie, saludando a todos con una sonrisa antes de retirarse. Neil también se puso de pie, pero fue alrededor de la mesa hasta donde estaba Matt, olvidado en la pequeña crisis.
—Vamos a charlar en mi cuarto —dijo Neil, tocándolo ligeramente en el brazo—. Esta tarde el coronel Chinstrap me dio una cosa que quiero compartir contigo. Tiene una etiqueta negra, igual que Luce, pero adentro… ¡Ah! Es oro, oro puro.
Matt pareció perplejo.
—¿No se han apagado las luces?
—Oficialmente, supongo que sí, pero esta noche todos parecemos un poco tensos, y por eso probablemente Nita se ha retirado sin arreglar las camas. Además, Ben y Mike van a jugar al ajedrez. Y no te olvides de Nugget… Si nos dormimos antes de que descargue sus tripas, nos va a despertar.
Cuando Matt se levantó, sus movimientos parecieron un poco torpes, pero sonreía con intenso placer.
—Me encantará ir y charlar. Y resolver tu adivinanza. ¿Qué es lo que lleva etiqueta negra y, no obstante, adentro tiene oro puro?
El cubículo de Neil era sólo eso, un espacio de uno ochenta por uno ochenta. Se las ingenió para colocar allí una cama, una mesa y una silla, además de varios estantes clavados bastante precariamente en las paredes, en los lugares donde no era probable que se golpeara la cabeza con ellos. Estaba atestado de elementos de pintura, pero un conocedor habría visto que limitaba su técnica a medios menos permanentes y engorrosos que el óleo. Lápices, papeles, carboncillos, pinceles, jarros de agua sucia, latas de acuarelas para niños, tubos de colores para carteles, crayones y pasteles. No había absolutamente ningún orden. La Hermana Langtry, mucho antes, decidió abandonar sus intentos de que Neil mantuviera el cuarto arreglado, y soportaba con calma fatalista las interminables críticas de la Jefa sobre las condiciones de la habitación del capitán Parkinson. Por fortuna, cuando quería Neil podía ejercer su encanto, incluso —como decía con total falta de respeto— con un pajarraco necio como la Jefa.
Huésped perfecto, hizo que Matt se sentara confortablemente en la cama. Luego tiró al suelo todo lo que había en la silla y se acomodó en ella. En un extremo de la mesa había dos vasos pequeños y dos botellas de whisky escocés Johnnie Walker etiqueta negra. Neil cortó el precinto y descorchó con cuidado la botella. Luego sirvió una medida generosa en cada uno de los vasos.
—¡Salud! —exclamó y sorbió un buen trago.
—¡Buena suerte! —dijo Matt, e hizo lo mismo.
Jadearon como dos nadadores que salen a la superficie después de una zambullida en agua inesperadamente fría.
—He sido un hombre sobrio durante demasiado tiempo —dijo Neil, con los ojos húmedos—. ¡Dios! ¿Es fuerte, verdad?
—Es exquisito —respondió Matt, y volvió a beber.
Hicieron una pausa para respirar profundamente y saborear el efecto.
—Algo debe de haber ocurrido esta noche que sacó a Ben de las casillas —dijo Neil—. ¿Sabes algo?
—Fue Luce. Imitó el ruido de una metralleta y se burló de Ben, por haber matado civiles. El pobre se puso a llorar. ¡Maldito Luce! Me mandó al diablo y se marchó. Creo que ese hombre está poseído.
—O realmente es el demonio —dijo Neil.
—Oh, es de carne y hueso, sin duda.
—Entonces debe cuidarse. De lo contrario, uno de nosotros puede poner a prueba su mortalidad.
Matt rió, levantando su vaso.
—Me ofrezco.
Neil volvió a llenarlo, e hizo lo propio con el suyo.
—¡Dios, cuánto lo necesitaba! El coronel Chinstrap debe de ser adivino.
—¿De veras te lo dio él? Pensé que estabas bromeando.
—No; me lo dio personalmente.
—¿Por qué diantres?
—Oh, supongo que es parte de sus existencias mal habidas. Calculó cuánto puede liquidar antes de que se acabe la Base Quince. Y decidió ser Papá Noel y regalar el sobrante.
La mano de Matt tembló.
—¿Volvemos a casa?
Neil maldijo el efecto del whisky sobre su lengua y miró a Matt afectuosamente. Pero, por supuesto, ni todas las miradas afectuosas del mundo podían penetrar la ceguera, real o imaginada.
—Falta alrededor de un mes, viejo.
—¿Tan pronto? ¡Ella lo sabrá!
—Tarde o temprano tendrá que saberlo.
—Pensé que tendría un poco más de tiempo.
—Oh, Matt… Ella comprenderá.
—¿De veras? ¡Neil, no la deseo más! ¡Ni siquiera puedo pensar en eso! Ella ha estado esperando recuperar a su esposo. ¿Y qué va a recibir? No un esposo.
—Ahora no puedes decirlo. Trata de no quemar tus naves. Tú no sabes lo que va a ocurrir. Pero cuanto más te preocupes por eso, peor será.
Matt suspiró y levantó ligeramente su vaso.
—Me alegra que tuvieras esto a mano. Es como un anestésico.
Neil cambió de tema.
—Luce debe de haber estado esta noche de pésimo humor. Se la agarró con Nita y después con Ben —dijo.
—Lo sé.
—¿También lo escuchaste?
—Escuché lo que le dijo a Ben.
—¿Quieres decir que hubo algo más que el ruido de metralleta?
—Mucho más. Salió delirando de la oficina de Nita e increpó a Ben porque éste objetó lo que estaba diciendo de ella. Pero lo que alteró más a Ben fue lo que Luce dijo de Mike.
Neil volvió la cabeza. Miró a Matt como una cosa preciosa.
—¿Qué dijo exactamente de Mike?
—Oh, que es un maricón. ¿Has oído algo tan idiota? Le repetía a Ben que él había leído los papeles de Mike.
—¡Desgraciado! —¡Oh, a veces el destino era generoso! Le proporcionaba todo eso, por medio de un ciego, de un hombre que no podía ver el efecto que le causaban esas palabras…— Vamos, Matt, toma un poco más.
El whisky subió muy rápidamente a la cabeza del ciego, o así, por lo menos, lo pensó Neil, hasta que miró su reloj y vio que ya habían pasado las once. Se levantó, pasó el brazo de Matt sobre sus hombros y lo hizo poner de pie. Ninguno de los dos se sentía muy firme.
—Vamos, viejo, es hora de que te acuestes.
Benedict y Michael estaban guardando el juego de ajedrez. Michael se acercó con rapidez a ayudar a Neil, y ambos despojaron a Matt de sus pantalones, camisa, camiseta y calzoncillos. Luego lo colocaron en la cama, por única vez sin su pijama.
—Listo —dijo Michael, sonriendo.
Y mirando ese rostro tranquilo, inmensamente fuerte, y sabiendo lo que iba a hacer para dañarlo, Neil contempló satisfecho su alma sensibilizada por el alcohol. Puso sus brazos alrededor del cuello de Michael y le apoyó la cabeza en el hombro, cercano a las lágrimas.
—Vengan a tomar un trago —dijo, con tristeza—. Tú y Ben vengan y tomen una copa con un pobre viejo. Si no vienen, voy a llorar, porque soy el hijo de mi viejo. Si empiezo a pensar en ustedes, en él y en ella, voy a llorar. Vengan y tomen un trago.
—No podemos dejarte llorar —dijo Michael, liberándose—. Vamos, Ben, tenemos una invitación.
Benedict había terminado de guardar el juego de ajedrez en el armario del pabellón, y se acercó. Neil estiró un brazo y se colgó de él.
—Vamos a tomar un copa —dijo—. Me queda una botella y media. No voy a seguir, pero no puedo dejar todo ese hermoso licor sin que sea bebido, ¿verdad?
Benedict retrocedió.
—Yo no bebo —señaló.
—Esta noche te hará bien —dijo Michael con firmeza—. Vamos, basta de creerse mejor que los demás.
Así que todos cruzaron el pabellón, Michael y Benedict sosteniendo a Neil entre ambos. En el corredor Michael apagó la luz de la mesa del refectorio. La cortina espantamoscas produjo un ruido discordante, en la puerta delantera, al entrar Luce, no con aire furtivo sino desafiante, como si esperase que la Hermana Langtry lo estuviera aguardando.
Los tres hombres lo observaron, y Luce a ellos. Michael maldijo el peso muerto de Neil que lo separaba de Benedict, preocupado porque la súbita aparición de Luce incitara de nuevo a Ben. Pero en ese momento Nugget logró dar fin a su dolor de cabeza, vomitando.
—¡Oh, Dios, qué ruido asqueroso! —dijo Neil, resucitando inmediatamente.
Empujó a Benedict y Michael a su cubículo, entró detrás de ellos y cerró la puerta con fuerza.