Capítulo 5

ESA noche la Hermana Langtry dejó el pabellón un poco más temprano que de costumbre, declinando la oferta de Neil de acompañarla, y caminó lentamente hasta sus habitaciones. Horrible, no tener a quién recurrir. Si se trataba de hablarle al coronel Chinstrap, éste querría someterla a un examen mental, y en cuanto a la Jefa… No tenía a quien acudir, incluso entre sus amigas enfermeras, pues las más queridas se habían ido cuando la Base Quince se cerró parcialmente.

Éste era el día más desastroso de toda su vida; una serie de encuentros que la hacían añicos, la atormentaban, confundían, inquietaban y fatigaban. Michael, Luce, Neil y ella misma, retorciéndose, girando, saltando imprevistamente en foco y fuera de foco, como las imágenes de esos espejos de salas de diversiones, que convertían en grotescas a las figuras familiares.

Quizás existía una explicación lógica para casi todo lo que vio —o creyó ver— en la sala de estar. Sus instintos con respecto a Michael señalaban en un sentido. La conducta en la sala de estar y algunas de sus manifestaciones, en el otro. ¿Por qué simplemente no separó a Luce de un empujón? ¿O incluso no le dio un puñetazo? ¿Por qué permanecer allí como un papanatas, por un tiempo que pareció larguísimo, dejando que lo dominara esa horrible presencia física? ¿Porque la última vez que él empujó a alguien siguió una pelea mortal y terminó en X? Eso era muy posible, aunque no estaba segura de que aquella pelea mortal hubiera surgido de esa manera. Sus papeles no eran específicos y Michael no decía nada. ¿Por qué se quedó allí permitiendo que Luce lo manoseara? ¡Por cierto, pudo haberse ido, sencillamente! Cuando Michael la vio parada, observando, mostraba vergüenza y disgusto en los ojos. Después se aisló totalmente. Nada tenía sentido.

La voz de Luce susurrando… Yo soy cualquier cosa, lo que quiera… Joven, viejo, macho, hembra… todo es carne para mí… Yo soy el mejor aquí… incluso un pedacito de Dios… A pesar de su experiencia personal y de enfermera, nunca pensó que existían personas como Luce, que podían acomodarse para funcionar sexualmente a cualquier nivel, sólo como un medio. ¿Cómo se había convertido en eso? Imaginar el dolor necesario para crear un Luce la asustaba. Tenía tantas cosas: apariencia, cerebro, salud y juventud… Y sin embargo no tenía nada, nada en absoluto. Era el vacío.

Neil en el asiento del conductor, haciéndole admitir cosas que ella misma no había tenido tiempo de comprender plenamente… Durante su largo y cercano conocimiento de Neil, la Hermana Langtry nunca pensó en él como un hombre naturalmente fuerte, pero estaba claro que lo era. Un hombre duro. Dios te ayude si no te quiere, o si has hecho algo para desairar su cariño. Esos dulces ojos azules habían destellado como dos trozos de roca.

El shock de su enorme e involuntaria reacción con Michael, una debilidad y un deseo que estaban presentes sin que ella lo supiera… Jamás se había sentido así en su vida, ni en el apogeo de lo que pensó era un amor total. Si Michael la hubiese besado, ella lo habría tirado al suelo y lo habría poseído en el acto como una perra en celo…

Una vez en su cuarto, la Hermana Langtry miró anhelante el cajón superior de la cómoda, pero se esforzó para no tocar la botella de Nembutal. Antes fue absolutamente necesario utilizarla. Sabía que si pasaba la tarde despierta, nada en el mundo la haría volver a X. Tratamiento de shock. Pero ya lo había superado, aunque después hubo otros más. Cumplió con su deber y volvió a X, a la pesadilla en que se había convertido.

Por supuesto, Neil tenía razón. Ella había cambiado, se debía a Michael, y los estaba afectando mucho a todos. Tonta, no advertir que su presentimiento de dificultades no tenía nada que ver con el pabellón o sus pacientes per se. Todo empezó y acabó dentro de ella misma. Por lo tanto, debía terminar. ¡Debía terminar! Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo, tenía que hacerlo… Oh, Dios, estoy loca; estoy tan demente como cualquiera de los hombres que pasaron por X. ¿Y adónde voy ahora? ¿Adónde, Dios, adónde?

Había una mancha en las tablas del piso, en el rincón donde una vez derramó el único envase del líquido para encendedores que tuvo. Recordaba que en aquel momento se sintió molesta. La mancha estaba allí, un desagradable recuerdo de su torpeza.

La Hermana Langtry buscó un balde y un cepillo, se arrodilló y restregó la mancha hasta que la madera comenzó a blanquearse. Luego el resto del piso pareció sucio, así que siguió, pedazo por pedazo, hasta que todo estuvo mojado, limpio y claro. Eso la hizo sentirse mejor. Mejor que el Nembutal. Y estaba lo bastante cansada como para dormir.