Capítulo 2

EL asistente de cocina llegó con la cena y estaba armando un alboroto. En lugar de ir directamente a su oficina, la Hermana Langtry entró en la cocina comedor y saludó al soldado con un gesto.

—¿Qué tenemos esta noche? —preguntó, mientras sacaba platos de un armario.

El asistente suspiró.

—Creo que debería ser carne con verduras, Hermana.

—¿Más verduras que carne, eh?

—Más de cualquier cosa que de carne o de verduras, diría, pero el postre no está mal: una especie de pastelitos con almíbar.

—Cualquier postre es mejor que nada, soldado. Es notable cómo han mejorado las raciones en los últimos seis meses.

—¡Gracias a Dios, Hermana! —convino el asistente con entusiasmo.

Al volverse hacia la cocina Primus donde tenía el hábito de calentar la comida antes de servirla, advirtió un ligero movimiento en su oficina. Dejó los platos y cruzó silenciosamente el corredor.

Luce estaba parado junto al escritorio, con la cabeza inclinada, y tenía en las manos el sobre abierto con los papeles de Michael.

—¡Deje eso!

Él obedeció con total indiferencia, como si hubiese tomado el sobre al pasar. En todo caso, ya había leído los papeles, pues la Hermana Langtry vio que estaban en su lugar. Pero mirando a Luce no podía asegurarlo. Ése era el problema: Luce existía en tantos niveles diferentes que él mismo tenía dificultades para saber en cuál estaba actuando. Por supuesto, eso significaba que siempre podía decirse a sí mismo que no había hecho nada malo.

Y al mirarlo parecía la clase de hombre que no tiene necesidad de espiar ni de recurrir a actitudes solapadas. Pero no era su caso.

—¿Qué busca aquí, Luce?

—Un permiso de llegada tarde —dijo enseguida.

—Lo siento, sargento, este mes ya tuvo más permisos de los que le corresponden —contestó fríamente ella—. ¿Leyó esos papeles?

—¡Hermana Langtry! ¿Yo haría semejante cosa?

—Uno de estos días va a tener un desliz y yo estaré allí para atraparlo —dijo ella—. Por ahora, puede ayudarme a servir la cena, ya que está en este extremo del pabellón.

Pero antes de salir de su oficina, la Hermana Langtry tomó los papeles de Michael y los guardó bajo llave en el cajón superior, maldiciéndose por un descuido que no recordaba haber cometido antes en toda su carrera. Debió haberse asegurado de que los papeles estuvieran bajo llave antes de llevar a Michael al pabellón. Quizás él tenía razón; la guerra había durado demasiado y por eso empezaba a cometer errores.