5

Cuando la arena se seca, es feliz como un niño

Y de los tiburones habla en tono despectivo.

Pero si sube la marea y los tiburones se acercan,

Su voz se apaga, tímida, y parece que tiembla.

HACÍA MUCHO QUE NADIE me llamaba “macho” y no me hizo gracia. Tampoco me gustaba el aspecto de aquellos hombres, ni el tono de voz en el que había sido hecha la pregunta. Un minuto antes me habría alegrado de tener cualquier compañía que no fuese la del loco fugado, pero ahora opinaba de otra forma.

No suelo ser maleducado, pero puedo serlo cuando otro lo es antes.

—Lo siento, amigo. Yo tampoco soy de aquí —dije, y seguí caminando.

Oí que el hombre al volante del Buick le decía algo a su copiloto, luego me dejaron atrás y aparcaron junto al bordillo, un poco más adelante. El conductor se bajó y empezó a caminar hacia mí.

Me detuve e intenté no volver a mirarlo de nuevo con sorpresa al reconocerlo. La atención que solía prestar a las circulares de los delincuentes buscados por la Policía estaba a punto de dar sus frutos, aunque por la expresión de su cara, aquel fruto no iba a ser de los que me gustaban.

El hombre que venía hacía mí y se encontraba a sólo dos pasos cuando me detuve era Bat Masters, cuya foto habían colgado la semana pasada y aún seguía en el tablón. No podía equivocarme en cuanto al rostro y del nombre me acordaba perfectamente porque se parecía mucho al de Bat Masterson, el famoso pistolero del viejo Oeste. Al principio pensé que sería una coincidencia y luego comprendí que la similitud de Masters con Masterson había sido culpable de que recibiera el apodo de Bat.

Era un hombre grande de cara alargada, caballuna, ojos muy separados y una boca que más parecía una línea recta separando una barbilla chupada de un labio superior demasiado ancho, sobre el que se apreciaba un rastro de pelo de dos días, lo cual sugería que quería dejarse el bigote. Pero habría tenido que hacerse la cirugía estética y dejarse crecer una buena barba para ocultar ese rostro a los ojos de cualquiera que hubiese visto una foto hacía poco tiempo, aunque fuese de pasada. Bat Masters, atracador de bancos y asesino.

Yo llevaba un arma en el bolsillo, pero en aquel momento no lo recordé. Aunque tal vez fuera mejor así: de haberlo recordado, podría haberme quedado bloqueado al intentar cogerla. Y probablemente mi salud se resentiría. Se acercaba a mí con los puños cerrados, pero no había sacado arma alguna. No tenía intención de matarme, aunque uno de esos puños pudiera hacerlo con la misma facilidad y sin querer. Peso sesenta y tres kilos y medio completamente empapado y aquel hombre pesaba casi el doble, además de tener unos hombros que no cabían del todo en la chaqueta de su traje.

Ni siquiera me quedaba tiempo para darme la vuelta y echar a correr. Adelantó la mano izquierda, agarró la solapa de mi chaqueta y me atrajo hacia él, casi levantándome de la acera.

—Oye, tío, no seas impertinente. Te he hecho una pregunta.

—Carmel City —respondí—. Carmel City, Illinois.

Se oyó la voz del otro hombre, que aún seguía en el coche:

—Eh, Bill, no le hagas daño. No queremos…

No terminó la frase, claro. Decir que no quieres llamar la atención es la mejor forma de llamarla.

Masters miró por encima de mí —por encima de mi cabeza— para ver si alguien o algo se acercaba desde allí y luego, aún sin soltarme la solapa, se dio la vuelta y miró hacia el otro lado. No debía de preocuparle que yo pudiera intentar algo, porque ni siquiera me miraba, aunque lo entendí perfectamente.

A una manzana de distancia, se acercaba un coche. Y dos hombres salieron del drugstore, en la acera de enfrente a sólo unos edificios de nosotros. Además, a mi espalda percibí el ruido de otro coche que giraba hacia Oak Street.

Masters volvió a mirarme y me soltó, de manera que, si alguien se fijaba en nosotros, no seríamos más que un par de hombres frente a frente.

—Mira, tío, la próxima vez que alguien te haga una pregunta, no seas tan maleducado —me dijo.

Seguía mirándome como si no hubiera renunciado por completo a la idea de dejarme un recuerdo suyo, tal vez un golpecillo con la mano abierta que sólo me rompería el maxilar inferior y me obligaría a tragarme los dientes.

—Claro, disculpe —dije, dejando que mi voz pareciera asustada, pero no tanto como lo estaba en realidad, porque si aquel tipo sospechaba remotamente que podía haberlo reconocido, no saldría vivo de aquello.

Se dio la vuelta, regresó al coche, entró en él y arrancó. Supongo que debí fijarme en el número de la matrícula, pero seguramente se trataba de un coche robado y además no se me ocurrió. Ni siquiera miré el coche mientras se alejaba. Si alguno de ellos miraba hacia atrás, no quería que pensaran que los estaba fichando, como dicen los criminales. No quería darles motivo alguno para cambiar de idea y retroceder.

Me puse en marcha de nuevo, ocupando el centro de la acera e intentando parecer un hombre concentrado en sus asuntos. También intentaba que las rodillas no me temblaran tanto que me impidiesen caminar. Me había librado por los pelos. Si la calle hubiese estado completamente vacía…

Podía llegar a la Oficina del Sheriff un minuto antes si daba la vuelta y retrocedía, pero no quise arriesgarme. Si alguien me observaba por el retrovisor, no sería buena idea cambiar de dirección. Sólo era cuestión de una manzana más. Me encontraba a media manzana del Juzgado y a una manzana y media del bar de Smiley y la sede del Clarion, frente al bar. Desde cualquiera de esos dos sitios podría telefonear para decir que Bat Masters y un compañero acababan de cruzar Carmel City en dirección norte, probablemente hacia Chicago. Hank Ganzer, que estaría en la Oficina del Sheriff, informaría a la Policía del Estado y, muy probablemente, los malhechores serían detenidos en cuestión de una hora o dos.

Si los detenían, incluso podría llevarme una parte de la recompensa por haber dado el chivatazo, pero eso no me importaba tanto como el artículo que iba a poder escribir. Aun en el caso de que no los cogieran, ya era una buena historia, y si los pillaban, sería impresionante, además de local, porque el aviso procedía de Carmel City, aunque los detuvieran a varios condados de distancia hacia el norte. Hasta podría haber un tiroteo. Por lo que había visto de Masters, me daba la impresión de que iba a ser así.

Y en el momento oportuno, pensé. Por una vez ocurría algo un jueves por la noche. Por una vez me adelantaría a la prensa de Chicago. Ellos también darían la noticia, sin duda, y muchos habitantes de Carmel City compran diarios de Chicago, pero llegan en el tren de media tarde y el Clarion saldría varias horas antes.

Sí, por una vez tendría un periódico en el que habría noticias. Aunque no detuviesen a Masters y a su colega, el hecho de que pasaran por Carmel City ya era noticia. Además, estaba lo del loco fugado, lo de Carl Trenholm…

Volver a pensar en Carl me llevó a apretar el paso. Ahora ya podía hacerlo. Había recorrido un cuarto de manzana desde la marcha del Buick. Ya no se veía y la calle estaba tranquila. Por suerte no había estado así mientras Masters decidía si cascarme o no.

Dejé atrás la tienda de música de Deak, que estaba a oscuras. Pasé por delante del supermercado, y lo mismo. Del banco…

También había dejado atrás el banco cuando me detuve de repente como si hubiera tropezado contra un muro.

El banco estaba a oscuras y no debería estarlo. Hay una luz de seguridad sobre la caja fuerte que queda encendida toda la noche. Había pasado miles de veces de noche frente al banco y nunca había visto esa luz apagada.

Por un momento pensé que Bat y su colega lo habían robado, aunque Masters se dedica a atracar y no a robar, pero enseguida me di cuenta de que eso era ridículo. Cuando se detuvieron para preguntarme en qué población se encontraban, iban en dirección al banco y estaban a un cuarto de manzana de él. Cierto, podían haberlo robado y luego dar la vuelta a la manzana en el coche, pero de haber sido así estarían concentrados en fugarse. Los criminales a veces hacen tonterías, pero no tan graves como detener el coche de la huida a una distancia ridícula del lugar del robo para preguntar en qué población se encuentran, y luego bajarse del mismo para cascarle a un peatón cualquiera porque no les ha gustado la respuesta a su pregunta.

No, Masters y compañía no podían haber robado el banco. Ni podían estar robándolo ahora. Habían pasado por delante con el coche. No lo había visto porque no miraba, pero mis oídos me habían indicado que continuaron la marcha. Y aunque ellos no hubieran seguido camino, yo sí. Me los había tropezado unos segundos antes, y no habían tenido tiempo de entrar en el recinto, ni en el caso de haberse detenido.

Retrocedí unos pasos y miré a través de la cristalera del banco.

Al principio no vi más que la vaga silueta de una ventana trasera, la parte superior de la ventana, que era lo que resultaba visible por encima del mostrador. Luego esa silueta se hizo menos borrosa y comprendí que alguien había abierto la ventana. El listón superior del marco inferior se veía claramente a sólo unos centímetros de la parte de arriba de la ventana.

Sin duda, había entrado por ahí, pero ¿seguiría dentro el ladrón o se habría ido, dejando la ventana abierta?

Concentré la mirada en la oscuridad a la izquierda de la ventana, donde se encontraba la caja fuerte. De pronto, una tenue luz parpadeó brevemente, como si alguien hubiera encendido una cerilla que se apagara antes de que el fósforo hubiese hecho arder la madera. Sólo pude ver el breve chispazo porque se produjo por debajo de la altura del mostrador. No vi quién la había encendido.

El ladrón aún estaba dentro.

De repente, me encontré corriendo de puntillas por el patio trasero que se abre entre el banco y Correos.

Pero que nadie me pregunte por qué. Sí, tenía dinero en el banco, pero el banco contaba con un seguro que cubría los robos y a mí ni me iba ni me venía que lo robasen. Ni siquiera pensé que sería una historia aún mejor que la otra para el Clarion, si atrapaba al ladrón o el ladrón me atrapaba a mí. Sencillamente, no me paré a pensar en nada, eché a correr por la parte de atrás del banco hacia la ventana que el caco había dejado abierta y por la que pensaba huir.

Creo que debió de tratarse de una reacción a mi cobarde comportamiento de unos minutos antes. Debía encontrarme embriagado de tanto jabberwock, Espadas Vorpalinas, maníacos homicidas con licantropía, asaltadores de bancos y un ladrón de banco, o puede que de repente creyese que me habían ascendido al departamento de candelas romanas.

Tal vez estuviera bebido, puede que no me funcionase bien la cabeza… me vale cualquier posibilidad, pero allí estaba yo, cruzando el patio trasero corriendo de puntillas. Bueno, corriendo hasta que me lo permitió la luz de la calle, luego avancé a tientas por el lateral del edificio hasta llegar al callejón. Allí había una luz débil, pero suficiente para ver la ventana.

Seguía abierta.

Me quedé mirándola mientras empezaba a darme cuenta de lo loco que estaba. ¿Por qué no había corrido hacia la Oficina del Sheriff en busca de Hank? El ladrón —o los ladrones— podría estar empezando a forzar la caja. Quizás pasase dentro bastante tiempo, el suficiente para que Hank llegara y lo detuviese. Si salía ahora, ¿qué podía hacer yo? ¿Pegarle un tiro? Ridículo: antes preferiría dejarle robar el banco.

Pero ya era demasiado tarde, porque de repente desde la ventana me llegó el sonido de algo que se arrastraba y una mano apareció en el alféizar. El ladrón salía y resultaba imposible que pudiera largarme de allí sin que me oyera. No sabía qué iba a pasar y preferiría no averiguarlo nunca.

Un momento antes, al llegar al lugar junto a la ventana donde ahora permanecía, había pisado un trozo de madera, un palo de dos por cinco centímetros y treinta de largo. Ese era un tipo de arma que no me asustaba. Me agaché, lo cogí y golpeé en el mismo momento en que una cabeza asomó por la ventana.

Gracias a Dios que no golpeé con demasiada fuerza. En el último segundo, a pesar de la poca luz existente, me pareció…

La mano y la cabeza ya no estaban en la ventana; se oyó el ruido sordo de un cuerpo al caer en el interior. Durante varios segundos no se produjo ningún otro sonido o movimiento. Fueron unos segundos muy largos. Luego oí el ruido del palo al golpear contra el suelo del callejón y supe que lo había dejado caer.

De no haber sido por lo que creía haber visto durante la fracción de segundo previa a que fuese demasiado tarde para evitar el golpe, podría haber salido corriendo hasta la Oficina del Sheriff, pero…

A lo mejor salía perdiendo, pero tenía que arriesgarme. El alféizar no quedaba muy por encima de mi cintura. Me incliné hacia dentro y encendí una cerilla. Estaba en lo cierto.

Entré por la ventana y comprobé los latidos de su corazón. Eran normales y parecía respirar sin problemas. Pasé las manos suavemente por su cabeza y luego las sostuve en la ventana para mirarlas bien: no había sangre. No podía ser nada más grave que una conmoción cerebral.

Bajé la ventana para que nadie se diera cuenta de que estaba abierta y tanteé con cuidado en dirección a la mesa más próxima. Había estado en el banco miles de veces, conocía su distribución y busqué a tientas un teléfono hasta que lo encontré. La voz de la operadora dijo:

—Número, por favor.

Empecé a dárselo y entonces me di cuenta de que ella vería el lugar de procedencia de la llamada y sabría que el banco estaba cerrado. Naturalmente, escucharía la conversación. Incluso podría llamar a la Oficina del Sheriff para decirle que alguien estaba usando el teléfono del banco. ¿Y yo había reconocido su voz? Creía que sí. Me la jugué.

—¿Eres Milly?

—Sí. ¿Y usted el señor Stoeger?

—El mismo —respondí. Me alegré de que hubiese reconocido mi voz—. Escucha, Milly, llamo desde el banco, pero no pasa nada. No te preocupes. Y hazme un favor, no escuches la conversación.

—Tranquilo, señor Stoeger, no lo haré. ¿A qué número quiere llamar?

Se lo di. Era el número de Clyde Andrews, presidente del banco. Mientras esperaba a que descolgaran, pensé que era una suerte que conociera a Milly desde que había nacido y de que nos llevásemos bien. Sabía que estaría muerta de curiosidad pero que no iba a escuchar la conversación.

Contestó Clyde Andrews. Tuve cuidado con lo que le dije porque no sabía si su línea sería compartida.

—Soy Doc Stoeger, Clyde. Estoy en el banco. Ven de inmediato y date prisa.

—¿Eh? ¿Doc? ¿Estás bebido? ¿Qué haces en el banco? Está cerrado.

—Había alguien dentro —respondí—. Lo golpeé en la cabeza con una madera en el momento en que empezaba a salir por la ventana. Está inconsciente pero no malherido. Aunque, para ir sobre seguro, recoge al doctor Minton de camino. Date prisa.

—De acuerdo —respondió—. ¿Llamas tú al sheriff o lo llamo yo?

—Ni tú ni yo. No llames a nadie. Recoge a Minton y ven enseguida.

—Pero… no lo entiendo. ¿Por qué no quieres que llame al sheriff? ¿Es una broma?

—No, Clyde —respondí—. Créeme, antes preferirás ver quién es el ladrón. No está malherido pero, por el amor de Dios, deja de discutir y trae al doctor Minton. ¿Me entiendes?

Su tono de voz era distinto cuando dijo:

—Ya voy. Dame cinco minutos.

Colgué el teléfono y lo descolgué de nuevo. La voz de Milly volvió a pedirme el número y yo le pregunté si sabía algo de Carl Trenholm.

Nada. No se había enterado de nada. Cuando le conté lo poco que sabía me dijo que sí, que una media hora antes había pasado una llamada de una granja en la zona de la carretera de peaje a la Oficina del Sheriff, pero que había tenido más llamadas en ese momento y no la había escuchado.

Decidí esperar a estar en otro sitio para llamar e informar del paso de Bat Masters por el pueblo o de que el loco fugado del manicomio se encontraba en mi casa. No sería seguro arriesgarse a llamar desde allí y unos minutos más no cambiarían las cosas.

Regresé tanteando hasta el cuadrado más claro de la ventana y volví a inclinarme sobre el chico, el hijo de Clyde Andrews. Seguía respirando bien y su corazón latía normal. En ese momento se movió un poco y murmuró algo, como si empezara a despertarse. No soy experto en conmociones, pero me pareció buena señal y me sentí mejor. Habría sido terrible si hubiera golpeado con más fuerza y lo hubiese matado o herido de gravedad.

Me senté en el suelo de manera que mi cabeza quedara fuera de la línea de visión si alguien miraba por la cristalera de delante, como había hecho yo unos minutos antes. Esperé.

Habían ocurrido tantas cosas que me sentía paralizado. Tenía tanto en lo que pensar que no pensé en nada. Me limité a quedarme sentado a oscuras.

Cuando sonó el teléfono me puse en pie de un brinco. Tanteé hasta cogerlo y respondí.

—Señor Stoeger, me pareció que debía advertirle si seguía ahí. Alguien ha llamado a la Oficina del Sheriff desde el drugstore de enfrente y ha dicho que la luz de seguridad del banco está apagada. Quienquiera que haya contestado en la Oficina dijo que irían enseguida. Me pareció uno de los ayudantes, al menos estoy segura de que no era el señor Kates.

—Gracias, Milly. Muchas gracias —respondí.

Un coche se detenía junto al bordillo. Lo veía por la cristalera. Respiré aliviado cuando vi que de él descendían Clyde Andrews y el médico.

Encendí las luces de dentro mientras Clyde abría la puerta principal. Le conté rápidamente lo de la llamada a la Oficina del Sheriff mientras los guiaba a la parte de atrás, donde yacía Harvey Andrews. Lo movimos ligeramente hasta un lugar en el que no se le viera desde la parte delantera del banco, ni a él ni al doctor Minton, que se inclinaba sobre el chico. Justo a tiempo. Hank estaba llamando a la puerta.

Yo también permanecí oculto, para no tener que explicar qué hacía allí. Oí que Clyde Andrews le abría la puerta a Hank y le decía que no pasaba nada, que a él también lo habían avisado de que la luz de seguridad estaba apagada, por eso se había acercado a ver: se había fundido la bombilla.

Cuando Hank se marchó, Clyde volvió con nosotros. Estaba pálido. El doctor Minton le dijo:

—Se pondrá bien, Clyde. Ya está empezando a recuperar la consciencia. En cuanto pueda caminar con ayuda, lo llevaremos al hospital para hacerle un chequeo y quedarnos tranquilos.

—Clyde —dije—, yo he de irme. Esta noche han surgido muchas cosas. Pero tan pronto te asegures de que el chico se encuentra bien, ¿me avisarás? Seguramente estaré en el Clarion, o en el bar de Smiley o, si es muy tarde, podría estar ya en casa.

—Claro, Doc. —Apoyó la mano en mi hombro—. Y muchas gracias por llamarme a mí en lugar de a la Oficina del Sheriff.

—De nada —respondí—. Oye, Clyde, no supe quién era hasta después de golpear. Empezaba a salir por la ventana trasera y pensé…

Clyde me interrumpió.

—Miré en su cuarto después de que me llamaras. Había hecho las maletas. No lo entiendo, Doc, sólo tiene quince años. ¿Por qué iba a hacer una cosa así? —Negó con la cabeza—. Siempre ha sido testarudo y a veces se ha metido en líos sin mucha importancia, pero esto no lo entiendo. —Me miró, muy serio—. ¿Lo entiendes tú?

Pensé que tal vez entendía una parte, pero me acordé de Bat Masters y de que, a cada minuto que pasaba, se alejaba más, por lo que sería mejor avisar a la Policía del Estado lo antes posible. Por eso le dije:

—¿Podemos hablar de esto mañana, Clyde? Haz que el chico te cuente su versión cuando pueda hablar e intenta librarte de todos tus prejuicios hasta entonces. Creo que podría no ser tan grave como te lo parece ahora.

Cuando salí, tenía aspecto de haber recibido un golpe casi mortal.

Empecé a andar pensando en que era una locura hacer lo que había hecho. Pero, bien mirado, ¿había dejado de aprovechar, aquella noche, alguna oportunidad de hacer mal las cosas? Además, aquello en concreto no parecía tan malo. Si hubiese llamado a Hank, el chico podría haberse llevado un tiro, en vez de un golpe en la cabeza. Y, desde luego, lo habrían arrestado.

Eso sí que sería algo malo. Así, aún existía la posibilidad de enderezarlo antes de que fuese demasiado tarde. Tal vez con la ayuda de un psiquiatra… Aunque Clyde Andrews tendría que aceptar que él también necesitaba ir al psiquiatra. Era un buen hombre pero, como padre, resultaba demasiado duro. A un chaval de quince años no se le pueden pedir las cosas que Clyde le pedía a Harvey sin que nada se tuerza por el camino. Pero que robase un banco, aunque fuera el de su padre —no tenía claro si eso empeoraba o mejoraba la situación—, era algo que no me esperaba. Me horrorizaba. Que Harvey se fugara de casa no me habría sorprendido, creo que incluso podría entenderlo.

Se puede ser un hombre bueno de verdad y, a la vez, un padre demasiado concienzudo y estricto como para que tu hijo consiga llegar a quererte. Si Clyde Andrews fuese capaz de emborracharse por una vez en su vida, su perspectiva de las cosas podría cambiar, aunque no volviese a probar el alcohol. Pero nunca había tomado ni una sola copa. Creo que tampoco había fumado un pitillo, ni dicho un solo taco.

De todas formas a mí me caía bien; supongo que seré muy tolerante. Pero me alegro de no haber tenido un padre como él. Para mí, el mejor padre de la zona era Carl Trenholm. ¡Trenholm! ¡Aún no sabía si estaba muerto o solamente herido!

Me faltaba media manzana para llegar al bar de Smiley y al Clarion. Eché a correr. A pesar de mis años, correr un tramo tan corto no me iba a dejar sin aliento. Seguramente no habría transcurrido ni media hora desde que había salido de casa, aunque con todo lo ocurrido, me parecía que llevaba fuera varios días. En cualquier caso, yo sabía que nada podría pasarme entre donde estaba y el bar de Smiley. Tenía razón.

A través de la cristalera vi que no había clientes y que Smiley se encontraba solo tras la barra, sacando brillo a los vasos, como siempre. Creo que cuando no tiene nada más que hacer saca brillo a los mismos vasos sin descanso.

Entré corriendo y me fui directo al teléfono mientras decía:

—Smiley, esta noche está pasando de todo: un loco se ha fugado del manicomio, a Carl Trenholm le ha ocurrido algo y un par de atracadores de bancos a los que busca la Policía han pasado por aquí hará cosa de quince o veinte minutos, y tengo que…

Para cuando hube dicho todo eso ya estaba junto al teléfono, alargando la mano con intención de coger el auricular. Pero no llegué a tocarlo.

Una voz a mi espalda dijo:

—Calma, macho.