Cantemos una alabanza por las estatuas:
Por esas actitudes perennes y esos firmes ojos pétreos
Que observan, a través del liquen que los cubre
Y de las patas de los pájaros que pasan,
Algún punto inconmovible,
Más allá del inconstante, verde
Y centelleante galope de la luz
En este precario parque
Donde los niños vivaces giran
Como peonzas de colores en el tiempo,
Sin pararse a comprender que todos sus juegos
Se resumen en el de pasar y correr:
¡Pero, corre!, vociferan, y el columpio
Asciende en curva hasta la copa del árbol;
¡Corre!, gritan, y el tiovivo
Los arrastra en círculo con él.
Y yo, como los niños, cautiva
En el mortal verbo activo,
Permito a mis ojos transitivos[877] echar una lágrima
Por cada veloz, resplandeciente juego
De niños, hojas y nubes,
Mientras, sumidos en este mismo ensueño,
Impasibles, esos ojos pétreos observan,
Incrustados y a salvo en la piedra[878].