Cada noche, esta diestra señorita
Yace entre sábanas
Andrajosas, finas como copos de nieve,
Hasta que el sueño traslada su cuerpo
Desde la cama a las arduas pruebas
Acrobáticas que realizará sobre el alambre.
Cada noche, esta joven ágil como una gata
Se balancea sobre la peligrosa cuerda floja
En un gigantesco pabellón,
Ejecutando sus delicadas danzas
Ante el rugido y el chasquido del látigo
Que manifiestan la voluntad de su maestro.
Dorada, atravesando con precisión
Ese aire bochornoso,
Avanza, se detiene, suspendida
En el centro exacto de su número
Mientras un peso enorme se abate sobre ella,
Que comienza a cimbrearse.
La joven, bien aleccionada,
Elude la embestida y la amenaza
De cada péndulo;
Su hábil quiebro y su giro
Arrancan los aplausos; y aunque el brillante arnés[871]
Se le clava con fuerza en sus intrépidos miembros,
Una vez realizado ese paso tan espinoso, la joven
Hace una reverencia y, con suma serenidad, se arroja en picado
Para atravesar el suelo de cristal y llegar sana y salva a casa;
Pero entonces, volviéndose hacia ella con gestos ensayados,
El domador de tigres y el payaso de sonrisa burlona,
Se acuclillan y le lanzan rodando varias bolas negras.
Unos camiones muy altos irrumpen de golpe,
Atronando como leones; todas las bases
Y los tablones empiezan a agitarse
Para atrapar a esta extravagante reina artera
Y hacer añicos
Sus escurridizas nueve vidas.
Pero ella, que ya había previsto la estratagema
Del peso negro, la pelota negra, el camión negro,
Con un último y mañoso quite, salta
Atravesando el aro de ese sueño peliagudo
Y aparece sentada, despierta del todo
Cuando la alarma del despertador se detiene.
Ahora, por el día, en castigo
Por su destreza, debe caminar aterrorizada
Entre los guantes de acero[872] del tráfico, con miedo
A que, por venganza, todo
El intrincado cadalso del cielo se desplome
Sobre su hado en un clamor apoteósico.