LA FUNAMBULISTA[870]

Cada noche, esta diestra señorita

Yace entre sábanas

Andrajosas, finas como copos de nieve,

Hasta que el sueño traslada su cuerpo

Desde la cama a las arduas pruebas

Acrobáticas que realizará sobre el alambre.

Cada noche, esta joven ágil como una gata

Se balancea sobre la peligrosa cuerda floja

En un gigantesco pabellón,

Ejecutando sus delicadas danzas

Ante el rugido y el chasquido del látigo

Que manifiestan la voluntad de su maestro.

Dorada, atravesando con precisión

Ese aire bochornoso,

Avanza, se detiene, suspendida

En el centro exacto de su número

Mientras un peso enorme se abate sobre ella,

Que comienza a cimbrearse.

La joven, bien aleccionada,

Elude la embestida y la amenaza

De cada péndulo;

Su hábil quiebro y su giro

Arrancan los aplausos; y aunque el brillante arnés[871]

Se le clava con fuerza en sus intrépidos miembros,

Una vez realizado ese paso tan espinoso, la joven

Hace una reverencia y, con suma serenidad, se arroja en picado

Para atravesar el suelo de cristal y llegar sana y salva a casa;

Pero entonces, volviéndose hacia ella con gestos ensayados,

El domador de tigres y el payaso de sonrisa burlona,

Se acuclillan y le lanzan rodando varias bolas negras.

Unos camiones muy altos irrumpen de golpe,

Atronando como leones; todas las bases

Y los tablones empiezan a agitarse

Para atrapar a esta extravagante reina artera

Y hacer añicos

Sus escurridizas nueve vidas.

Pero ella, que ya había previsto la estratagema

Del peso negro, la pelota negra, el camión negro,

Con un último y mañoso quite, salta

Atravesando el aro de ese sueño peliagudo

Y aparece sentada, despierta del todo

Cuando la alarma del despertador se detiene.

Ahora, por el día, en castigo

Por su destreza, debe caminar aterrorizada

Entre los guantes de acero[872] del tráfico, con miedo

A que, por venganza, todo

El intrincado cadalso del cielo se desplome

Sobre su hado en un clamor apoteósico.