Volviendo a casa desde las crédulas cúpulas azules,
el soñador refrena el despertar de su apetito
aterrorizado en la cosecha de las catacumbas
que surge de noche como una plaga de setas venenosas:
los refectorios en los que se deleitaba se han transformado
en una fonda de gusanos, cuchillas rapaces
que urden en el blanco útero del esqueleto
una podredumbre de lujosos brocados a modo de caviar.
Volviendo las tornas[865] de este gourmet de ultratumba,
entra el diabólico mayordomo y le sirve como banquete
la dulcísimo carne de la obra maestra del infierno:
su propia novia pálida sobre una bandeja flameante:
adobada con elegías, la joven yace de cuerpo presente
aguardando a que él la consagre con su bendición.