LA TORMENTA INSOLENTE SE ABATE SOBRE LA CALAVERA[856]

La tormenta insolente se abate sobre la calavera,

asalta la alcazaba dormida,

golpea al vigía hasta dejarlo de rodillas,

sumido en la impotencia, suplicando paz,

mientras el viento, divirtiéndose descaradamente

con ello, despierta a toda la metrópolis.

Los ciclones escépticos someten a dura prueba

los huesos del severo y sagrado esqueleto;

los polémicos vendavales demuestran, punto por punto,

cómo la carne se aferra enseguida a las articulaciones heladas,

y un huracán cefalálgico hace tambalear

los templos de los ortodoxos.

El abracadabra de la lluvia ahoga

con desdén[857] las plegarias de Noé,

obliga al sacerdote y a la prostituta a refugiarse en los portales,

privados de Moisés y de la moralidad;

no hay ningún proyecto antiguo para construir un arca

capaz de surcar esta oscuridad final.

La crecida del río supera el nivel

que delimita la bondad y la maldad,

y los argumentos casuísticos se desbordan

inundando la calma del Edén:

todos los absolutos que afirman los ángeles

se tambalean en lo relativo.

El rayo conjura el globo de Dios para que se salga

de su órbita; ni la ley ni los profetas

pueden rectificar este vago intento

de engañar al firmamento.

Ahora la tierra rechaza toda comunicación

con la estación autocrática del cielo,

y viola la celestial costumbre

escindiéndose del sistema solar.

La centelleante ironía inspira

a los independientes, rebeldes incendios,

hasta que la voz del Locutor se desvanece

en las herejías del holocausto.