Ah, tíralo lejos, lánzalo todo al viento:
primero, deja que se caiga el follaje celestial,
y, paginados por el orgullo, que vuelen los buenos libros;
dispersa a los ángeles engreídos de un manotazo.
Destruye las obras de la era patriarcal[844]:
deshazte de la ruinosa acrópolis,
y luego arroja a la basura las siete maravillas
junto con los puntales y soportes del santo escenario[845].
Trastoca los calendarios; ordena a los sumisos
que vayan sin compás y sin escala alguna
a dibujar las medidas de la rueda de la fortuna;
no dejes ningún cabo suelto con el que puedan atarnos.
Deshila los dechados antiguos, retrasa los relojes,
hasta que caiga un diluvio de niños rebeldes
y las viejas solteronas con enaguas extemporáneas
vuelen llevando macetas de begonias y cubos de arena.
Vacía los ataúdes de los muertos embaucados[846]
en el aire torrencial hasta que dios,
desde su inmenso y soleado infierno,
oiga piar a los chiflados que hizo.
Arroja el mundo entero como si fuese una pelota
verdiazul de vuelta al holocausto,
para que el fuego consuma esta farsa herrumbrosa
y, una vez fundido, todo empiece de nuevo.