En la carpa circense de un huracán
diseñada por un dios borracho,
mi extravagante corazón vuelve a estallar
en un arrebato de lluvia color champaña,
y los pedazos giran como una veleta
mientras los ángeles todos aplauden.
Atrevida como la muerte y gallarda,
invado la guarida de mi león;
una rosa de amenazas flamea en mi cabello
pero yo chasqueo mi látigo con un talento letal,
defendiendo mis peligrosas heridas con una silla
mientras comienzan las mordeduras del amor.
Tan burlón como Mefistófeles,
eclipsado por un disfraz de mago,
mi demonio del destino se inclina en un trapecio;
conejos alados dan vueltas en torno a sus rodillas
para luego desvanecerse con endiablada facilidad
en una humareda que me abrasa los ojos.