Evolucionando en giros ovalados a la velocidad de la luz,
Envueltos en amnios de barro como en santas vestiduras,
Los muertos se desentienden del amor y de la guerra,
Arrullados en el inmenso útero de este globo raudo.
Ellos, los muertos, no son césares espirituales;
No anhelan la llegada de ningún reino paternal y altivo;
Y cuando, al fin, se van a trompicones a la cama
Derrotados por el mundo, tan sólo quieren olvidar.
Arrebujados en arcilla, plantados en el fondo de sus cunas,
Estos vástagos de hueso no despertarán inmaculados
En el alba del Juicio Final tocando las trompetas demoledoras,
No: indolentes reposan para siempre en su sueño colosal,
Y ni los severos, escandalizados ángeles de Dios podrán levantarlos
A gritos de su adorada, definitiva e infame podredumbre.