Ahora, al regresar de las catedrales abovedadas
De nuestros colosales sueños, llegamos a casa para hallar
Una majestuosa metrópolis de catacumbas
Erguida en los profundos pasadizos de nuestra mente.
Las verdes alamedas donde nos regocijábamos se han transformado
En la infernal guarida de unos peligros diabólicos;
La canción y los violines seráficos han enmudecido;
Cada tictac del reloj consagra la muerte de los extranjeros.
Mejor sería dar marcha atrás y reclamar el día
Antes de que caigamos deshechos, como ícaro;
Aquí no hay más que altares en ruina
Y palabras profanas garabateadas en negro en el sol.
Y, aun así, nos empeñamos en intentar partir la nuez
En la que yace encerrado el enigma de nuestra raza.
16 de abril de 1954