Oh, luna ilusoria,
que encantas a los hombres
inoculando en sus venas
visiones de oropel,
los gallos levantan
a tu rival cacareando
para que se ría en tu cara
y eclipse ese óvalo
que nos impele a perder
la razón y a allegarnos
a este horizonte de fábula
y de capricho.
El alba rasgará
tu velo de plata
que hace creer al amado
que su amada es hermosa;
la luz de la lógica
nos hará ver que tu magia
disoluta nos enloquece:
ningún amable disfraz
resiste esa mirada
cuyo candor revela
que el amor es una esfera
que nos vuelve pálidos.
En los jardines sórdidos
los durmientes despiertan
mientras su dorado verdugo
aumenta el tormento;
los cuerpos sagrados
que se rinden a la noche
son aplastados por el
microscopio[830] que lo estudia:
los hechos han hecho estallar
el marco del ángel[831],
y la cruda verdad ha retorcido
el radiante miembro.
El sol abrasador
brilla[832] aterrorizado:
se zambulle en tu espejo
y se ahoga.