Las mayores faltas grabadas en granito
indican una carencia mortal,
pero el planeta de cada quien
rige en su zodíaco.
Un diagrama de montañas
dibuja un gráfico febril,
pero las fuentes astronómicas
manan del corazón.
Un tempo de estricto océano
acompasa la sangre,
pero el ciclo regular de la luna
procede de la marea privada.
El drama de cada estación
trama el destino desde arriba,
pero la razón angélica guía
nuestro más pequeño amor.
Mi amor por ti es más
atlético que un verbo,
ágil como una estrella
que absorben las carpas del sol.
Caminando por la cuerda
floja de cada sílaba,
el insolente fanfarrón
se romperá la crisma si cae.
Acróbata del espacio,
el intrépido adjetivo
se zambulle a por una frase
describiendo arcos de amor.
Hábil como un sustantivo,
se catapulta en el aire;
un vahído planetario
podría ser el fin de su carrera,
pero una diestra conjunción
unirá elocuentemente
un objetivo periódico
a su lírica acción.
Si diseccionas un pájaro
para dibujar su lengua,
cortarás el acorde
que articula la canción.
Si desuellas un animal
para admirar su crin,
arruinarás el resto
donde empieza la piel.
Si capturas un pez
para analizar su aleta,
aplastarás con tus manos
la espina que lo genera.
Si me arrancas el corazón
para saber qué lo mueve,
pararás el reloj que
acompasa nuestro amor.