Alabemos este mundo con aire de acuarela
en pagodas de cristal colgadas con velos verdes
donde los diamantes tintinean himnos en la sangre
y la savia asciende el campanario de la vena.
Un beatífico gorrión jerguea[816] madrigales
para despertar a los soñadores al alba lechosa,
mientras los tulipanes se inclinan como cardenales
ante ese parangón pontificio, Su Santidad el Sol.
Bautizados por un rocío de estrellas como galantos[817],
donde con sus patas rosas y estriadas pasan las palomas
y los junquillos brotan como metáforas salomónicas[818],
mi amor y yo vamos engalanados con guirnaldas de hierba.
Una vez más nos engañamos deduciendo que, en cierto modo,
somos mucho más jóvenes de lo que lo éramos ayer.