El lechero ordinario[814] trajo ese alba
Del destino y la entregó en la puerta
En herméticas botellas cuadradas, mientras el sol
Redactaba el decreto del Juicio Final en el suelo.
El diario de la mañana dio la hora del titular;
Tú te tomaste tu café como si fuese el pecado original,
Y, ante la ira a reacción[815] del rugido de Dios,
Te levantaste a recibir al afable policía azul.
Empalado por una colérica mirada angelical,
Fuiste condenado a cumplir el límite legal
Y a arder hasta la muerte en tu infierno de neón.
Ahora, disciplinado en la estricta silla ancestral,
Te sientas, con mirada solemne, a punto de vomitar,
Y el futuro es un electrodo en tu cerebro.