Hoy nos movemos siendo de jade y acabamos siendo de granate
Entre los tictaqueantes y enjoyados relojes que marcan
Nuestros años. La muerte llega de improviso en un coche de acero,
Aunque anunciemos nuestros días con neón y despreciemos la oscuridad.
Pero, fuera del diabólico acero de esta ciudad
Con ventanas más bien de plástico, puedo oír
El viento solitario delirando en el arroyo, su voz
Gritando exclusión en mis oídos. Así grita pidiendo
La muchacha pagana a la que dejaron recogiendo aceitunas
A orillas de un mar de sol azul, así se lamenta el vaso
Alzado para brindar por un millar de reyes, pues todo
Da pena, y llora por el legendario dragón.
El Tiempo es una gran máquina de barrotes de acero
Que drena eternamente la leche de las estrellas.