METAMORFOSIS DE LA LUNA

Las frías lunas se retiran, negándose a llegar a un acuerdo

con el piloto que afronta todos los peligros del firmamento

para atacar la zona donde empieza el destino,

y que arroja el guante plateado de su avión al espacio

exigiendo satisfacción; mas el duelo no tiene lugar

y el aire mudo se limita a enrarecerse, a enrarecerse.

El cielo no quiere acercarse: absoluto,

se mantiene apartado, como un paracaídas recubierto,

siempre a la misma distancia

del hombre que cae y que nunca dejará

de preguntar, pero que, inventivo, aguarda; mas en vano

desafía a la silenciosa cúpula.

No hay violación, pero el hecho genera dividendos

de lento desastre: la manzana mordida acaba

con el edén de la bucólica eva:

el conocimiento atraviesa el cascarón del cráneo

y resulta fatal como un cuco en el nido

de las ingenuas alondras que se quejan de hambre.

¿Qué príncipe logró hacerse con el brillante grial

sino para convertirlo en un cubo de ordeñar?

Es probable que cualquier secreto anhelado

resulte ser siempre un falso adorno de salón:

la habilidad para transformar, con pintura y polvos

de maquillaje, a una mujerzuela en Cleopatra.

Pues la mayoría de las verdades exquisitas son artificios

encuadrados en disciplinas de fuego y de hielo

que encubren incongruentes

elementos como calcetines sucios, migajas

de pan duro y platos manchados de huevo; tal vez

esa sofistería consiga apaciguarnos.

Aun así, el perverso diablillo interior indagará

bajo los flecos de la vestidura prohibida,

seducido por la curiosidad,

hasta que nuestros ojos desencantados se harten

de los pies de arcilla y los pies zambos

que mancillan la santidad del ídolo.

La elección entre el misterio de mica

de la luz de la luna o el rostro picado de viruelas

que vemos por el escrupuloso telescopio

ya está hecha de antemano: la inocencia

es un cuento de hadas; la inteligencia

se ahorca con su propia soga.

Sea cual sea el camino que elijamos, la bruja enojada

nos castigará por decir cuál es cuál;

en fatal equilibrio,

nos balanceamos entre dos peligrosos extremos que nos hielan

en una cruz de contradicciones, atormentados entre

el hecho de la duda y la fe del sueño.