Vale, supongamos que agarras un cráneo y lo partes
Igual que romperías un reloj; que aplastas el hueso
Entre las aceradas palmas de tu deseo, que coges
Y observas ese desecho de metal y piedra preciosa.
Bien, pues eso era una mujer: sus amores y sus ardides
Evidenciados en una muda geometría de engranajes
Y discos rotos, antojos inanes y mecánicos,
Rollos de jerigonza ociosa que aún no había soltado.
Ningún hombre ni semidiós podría volver a juntar
Los pedazos del ensueño oxidado, las ruedas
De las melladas simplezas de hojalata relativas al tiempo,
El perfume, la política y los ideales inamovibles.
El pájaro bobo brinca y se tambalea borracho
Piando la hora con trece lunáticos tañidos.