CENICIENTA

El príncipe se inclina ante la joven de tacones escarlata

Que lo mira de reojo con sus pupilas verdes, su pelo fulgurando

En un abanico de plata[799], al lento compás del rondó;

Ahora empiezan los reels[800] de los violines inclinados a expandirse

Y a hacer girar el alto, cristalino salón del palacio

Donde los invitados esbaran, se deslizan en una luz como el vino

Las velas rosadas titilan sobre la pared lila

Reflejándose en un millón de jarras metálicas,

Y las doradas parejas, arrastradas por el remolino de su trance,

Prosiguen la jarana iniciada hace tiempo, hasta que,

A eso de las doce, la extraña joven, presa del remordimiento

Se detiene de golpe, empalidece y se aferra al príncipe

Mientras, en medio de la frenética música y de la cháchara,

Oye resonar las cáusticas campanadas del reloj.